La transferencia y sus destinos.
Disolución de la transferencia ¿Realidad o mito?
Autora: Fanny Blanck-Cereijido
Psicoanalista invitada de APM y APdeBA

Acaso tenga usted la impresión de que nuestras teorías constituyen una suerte de mitología, y en tal caso ni siquiera una mitología alegre. Pero, ¿no desemboca toda ciencia natural en una mitología de esta índole? ¿Les va a ustedes de otro modo en la física hoy?   

                        Sigmund Freud [1] 

 

Al principio de la vida del niño confluyen dos circunstancias, por un lado su extremo desvalimiento, debido a la prematuración con la que nace, y por el otro su pertenencia a un sistema social y cultural que le puede brindar los elementos para su sobrevida. Esto explica el sentimiento de profundo apego y dependencia por los primeros dispensadores de cuidados. La necesidad del otro para la sobrevivencia es el fundamento de todo sistema moral, dice Freud (1895). Así, el amor, los cuidados y el entorno familiar y social convierten al infans en bebé, en integrante del mundo simbólico. La creencia en la palabra de los padres y maestros le permiten ser receptor de conocimientos y cultura. Para poder apropiarse de esta experiencia que nos antecede, es preciso creer, tener confianza en la palabra del otro, de modo que creer permite sobrevivir.

Estos serían los antecedentes de los sentimientos religiosos, de la creencia en líderes carismáticos y también  de la transferencia. La transferencia está ligada con la fe, con la adhesión al sujeto que proporciona imaginariamente la completud y el saber. Otras creaciones humanas basadas en creencias ficticias son las religiones, los mitos, las supersticiones. La ilusión omnipotente del bebé de ser uno con la madre, si bien necesaria para el desarrollo, también debe resignarse.

De modo que reconocemos un sitio esencial a la creencia, a la fantasía, a la ilusión y a la utopía en la fundación constituyente del sujeto y si bien Freud no concedió un status muy honorable a la ilusión, Winniccot la reivindica, y lo propio hace Pontalis. El mismo Freud le reconoce un lugar en la vida psíquica, como la expresión de los deseos. “Creencia”, dice Corominas (1980) proviene del latín credere, dar  fe, aceptar algo como verdadero o real, imaginar, confiar. Por su parte, Ferrater Mora (1958) afirma que, por un lado, se ha identificado a la creencia con la fe y se la ha opuesto al saber y por otro lado, se sustenta que todo saber y toda  afirmación tienen su base en una creencia. Cita a  Ortega y Gasset, quien afirma que no es lo mismo pensar una cosa que contar con ella. Contar con ella es lo particular de la creencia, y las creencias son de este modo el estrato más profundo de la vida humana, el terreno sobre el cual se mueve la vida. Este ‘contar con’, se liga con la confianza, que puede ser definida como un esperar algo con firmeza y seguridad o dar por sabido que se cuenta con algo necesario; es  abrirse a posibilidades que se esperan y se creen.

De las creencias, entonces, podemos decir que vivimos en ellas, que son el continente de nuestra vida porque se  confunden con la realidad misma: son nuestro mundo y nuestro ser. Este carácter inamovible que tienen las creencias hace que no puedan ser discutidas o modificadas, salvo que se transformen en ideas, las que sí pueden ser cotejadas, cuestionadas o validadas. Las creencias últimas en el origen proporcionan una explicación necesaria, aunque en realidad obturan un vacío que  existe siempre.

En la clínica, estos hechos se evidencian por la enorme perturbación que suele causar que alguien no pueda establecer mitos creíbles que funcionen como puntos de partida certeros acerca de su propio origen, como puntualiza Berenstein (2004). De este modo, creencias y mitos, constituyen un sostén a pesar de que deberán ser examinados y algunos caerán con el paso del tiempo.  En realidad, los relatos que traen los analizantes tienen siempre un contenido mítico que forma parte de la propia historia, de la saga familiar, que como la historia oficial de las naciones, son mitos que han sido trasmitidos por el lenguaje, a veces a través del nombre y que pueden fijar un destino. Pueblan el consultorio versiones personales del mito de Narciso, de Edipo, que a lo largo del trabajo analítico podrán dar paso a tramas menos omnipotentes, menos trágicas, más libres, mas esperanzadas y vitales. Este cambio de la visión de la propia existencia permite desasirse de una atadura a un destino dado y crear una prospectiva, un proyecto para el futuro, que también veremos aparecer en el curso del análisis.

Como diremos más adelante, al referirnos a la transferencia, el problema que se nos plantea es poder cuestionar creencias y certezas y movernos adentro de los límites de la verdad, falible y parcial.

El despliegue de la transferencia   

El sujeto recurre al analista por  sufrimiento psíquico, por intolerancia a la división inherente al ser humano, o por vivencias de falta de amor, por desazón, vacío, desconocimiento del propio ser, por situaciones dolorosas o eventos traumáticos que vienen del exterior, que en general deben ser cotejados con la serie complementaria de cada persona.

Desde que tiene lugar el primer llamado, o aún antes, desde que el futuro analizante elige a quien consultar, se establece una relación imaginaria en la que el analista es investido de cualidades, expectativas, atribuciones que prefiguran la transferencia, esta “nueva historia de amor” como la llama Julia Kristeva (1986).

La transferencia es una reedición de un modo infantil e insistente de relacionarse con los otros, consigo mismo y con la vida, pero también es una creación, un vínculo nuevo, ya que el analista no reacciona ni responde del mismo modo que los personajes de la biografía y del entorno porque su función lo ubica fuera del juego intersubjetivo. La transferencia también está determinada por la actitud del analista, su existencia, su escucha. Para el analizante, su momento vital es nuevo y lo coloca en una circunstancia diferente, pues no hay repetición sin cambio. Lo que se repite es la imposibilidad de encontrar lo buscado, ya que el objeto está perdido de entrada.

Como lo que nos interesa es hablar de algunas características del proceso transferencial y de su terminación, vamos a reflexionar sólo sobre algunos aspectos del mismo.

La creación del sujeto supuesto saber descansa en la demanda del analizante que busca ser amado, confirmado en su ser por quien posea ese saber y le proporcione una verdad última sobre él mismo. Esa presunción de verdad que se le atribuye al analista es el motor de la transferencia, que proporciona la ilusión de encontrar quien garantice la certeza de los enunciados identificatorios y que oculte el vacío irremediable de la falta en ser.

La transferencia confiere al analista una fe que es producto del amor y que lo hace ocupar el lugar de objeto amado, ya que el analizante supone que el analista posee aquello de lo que él carece. En el trabajo analítico, esta fe debe desembocar en un cuestionamiento. Un analista que asumiera el lugar de poseedor de la verdad, pierde su función y habla desde el lugar de amo, lo que no permite al analizante encontrarse con sus propias verdades ni deponer su necesidad de negar la falta del otro, de considerarlo omnipotente y sin fisuras. De este modo, la atribución de la omnipotencia a la palabra del analista, es efecto de la colusión de ambos protagonistas en negar la castración y la muerte.

Otra vertiente para colocar al analista en ese lugar omnipotente es la proyección en él del Ideal del Yo. En este sentido, Freud escribe en “Psicoanálisis de las masas y análisis del yo” (1921):

“En ciertas formas de elección amorosa es evidente que el objeto sirve para reemplazar a un ideal que el yo quisiera encarnar en su propia persona sin lograr realizarlo. Se ama al objeto por las perfecciones que uno anhela para su propio yo y se busca por este rodeo satisfacer el propio narcisismo […] hallamos una tendencia a la humillación, a la limitación del narcisismo, al eclipse del sujeto ante la persona amada […] simultáneamente con ese abandono sublime a una idea abstracta, cesan las funciones reservadas a eso que el yo considera como el ideal con el cual querría fundir su personalidad. La crítica se acalla: todo lo que el objeto hace y exige es bueno y no es reprochable. No bien aparece algo que pueda ser desfavorable al objeto, la voz de la conciencia cesa de intervenir. Toda la situación puede resumirse en esta fórmula: el objeto ha ocupado el lugar de lo que era el Ideal del Yo”, y la identificación del analizante con él le confiere la posesión del Yo Ideal. Agregamos, no  mas falta ni sufrimiento, pero si un tope narcisista al desarrollo vital.

El compromiso narcisista del analista se manifiesta por aceptar esta idealización, y por su conducta grandiosa, omnipotente y exhibicionista que puede llevarlo a un manejo omnímodo de los procesos analíticos. Este narcisismo satisfecho en una conducción autocrática de los análisis es egosintónico y establece transferencias mutuamente gratificantes. El trabajo analítico debe ir en contra de la identificación y para ello es central el paso del analista por su propio análisis, y el modo como encara el proceso de la cura.

El analista debe renunciar al lugar de SSS y aceptar su paso a la historia, al pasado del analizante. En cambio, es común en los análisis, sobre todo en los didácticos, la perduración de la influencia del analista, o de la identificación con él, en el ámbito personal y teórico. Por supuesto que la genealogía analítica, las filias, marcan al analizante, pero es de desear que en cierto momento pueda realizar un pensamiento que integre las producciones personales, lo propio.

Tanto condiciones externas como internas pueden conducir a que el analizante se aliene en el saber del analista y esté dispuesto a confiar de antemano en cualquier palabra de éste. Es este de antemano lo que constituye la fe o la transferencia mantenida: pase lo que pase, hay alguien que es infalible, que lo sabe todo. Si este aspecto de la transferencia es trabajado, el analizante no vuelve a confiar de antemano en nadie, salvo como una hipótesis a comprobar. En términos de Roustang (1980) la fe de antemano es el delirio siempre supuesto para lograr una nueva racionalidad, pero es una fe que se debe perder. Tan es así,  que Piera Aulagnier (1991) afirma que la posibilidad de dudar de la palabra del analista es tan importante para el pensamiento como el descubrimiento de la diferencia de los sexos lo es en la infancia.

Como dijimos, las posibilidades de que el analizante hable su verdad dependen no sólo de él, sino también de que el analista lo pueda escuchar. Al renunciar a ser aquél que rescate al analizante de su soledad e incertidumbre, el analista aparecerá diferenciando entre lo real y la función simbólica que asume, aceptando entonces la noción de la muerte y de la castración de ambos.

Cuando un analizante comienza a hablar, lo hace desde un lugar otro que no se identifica con el analista, ya que es en todo caso, otro del analizante, padre o madre de su propia historia, el extraño que hay en él. Al formular la regla fundamental de asociar libremente, el analista confiere el saber al hablante, da lugar a que se manifiesten los deseos, las imágenes, los fantasmas que han habitado al sujeto a lo largo de su historia. Esta posibilidad de desplegar la propia historia contando con una escucha es una de las condiciones para que se produzca el amor.

Si el sustrato de la transferencia es el amor, ¿de qué amor se trata? El modelo freudiano del amor es primordialmente narcisista; esto es obvio en la elección narcisista y está presente también  en la elección anaclítica, ya que ésta inviste a los objetos dadores de cuidado que en último término se refieren a las demandas del propio sujeto.

Lacan diferencia amor y deseo. El deseo apunta a la satisfacción, y el amor nunca es satisfecho, apunta al ser, a lo óntico, que es –según Heidegger -una actitud hacia el ente tal como es para dejarlo ser en sí mismo, en lo que es y como es. Lacan sostiene que existen dos amores: amor pasión, Verliebtheit y amor como don activo, Liebe. Este último apunta hacia el otro no como objeto, sino en su ser, el otro como sujeto deseante. Este amor por el otro, que es concebido como tal, remite también a la posición depresiva de Klein (1940), al otro concebido como separado y amar de esta manera puede ser un logro analítico.

Si nos planteamos los avatares del fin del análisis y el destino del ligamen transferencial, debemos recordar que Freud los formula en “Análisis terminable e interminable” (1937), planteando que junto a la etiología mixta de la enfermedad, tomaremos en cuenta la índole de las dificultades de resolución de la neurosis: Intensidad de la pulsión –entendemos que sobre todo de la pulsión de muerte-, magnitudes de las situaciones traumáticas sufridas y deformaciones yoicas adquiridas por los procesos defensivos. También se subraya la permanencia de la situación de castración, la roca viva con la que tropieza el ideal de completud.

Hay quien piensa que hay un verdadero, definitivo fin de análisis, una vez conocido el fantasma que da forma a la neurosis del sujeto, y que el analista, al caer del lugar del SSS, cae como desecho. Nuestra impresión es que está en las causas de enfermedad la posibilidad de tener que recurrir nuevamente al análisis, del modo como lo postuló Freud. Green afirma que pueden ser convenientes varios trechos de trabajo analítico para llevar un análisis a buen recorrido, ya que hay dificultades resistenciales difíciles de remontar en un momento, que hacen deseable esperar una ocasión en que la necesidad se haga nuevamente presente y la resistencia se debilite, permitiendo la consecución del trabajo.

A lo largo del análisis, caen los síntomas y el sujeto llega a poseer una historia que reinterpreta su novela, su mito familiar y personal, que adquiere otro sentido. Una historia que tendrá algunos puntos de anclaje en lo real, que le permiten situarse como sujeto de sus deseos y de su vida. Surge un sujeto que ha cambiado el seguro que obtenía de su fantasma, por un saber que ya no está basado en el saber del analista. Lo que queda, es un sujeto librado a su propia suerte, como señala Colette Soler (1988).

Cuando el sujeto se separa de los significantes que lo han esclavizado y sometido a lo largo de la vida y depone su creencia en el sujeto supuesto al saber, cae un aspecto importante de la transferencia. El duelo abre la renuncia al objeto perdido, y se restituye el narcisismo del sujeto. Desde ese momento hasta el fin del análisis, comienza un período oscilante de duelo y también de convicción de logro y posibilidad de libertad, junto a la propia división y falibilidad. La instauración del sujeto como tal consiste, paradójicamente en su destitución narcisista. El saber absoluto del analista ha caído, pero hay restos transferenciales que se elaborarán con el correr del tiempo y según las vicisitudes biográficas. En este sentido, el proceso de separación y de duelo corren paralelos. Pensamos que como en todo duelo, estarán presentes el dolor, el enojo, pero también el agradecimiento y el amor.

 

El desprendimiento está signado, como en todo duelo, por la especificidad de los participantes, su impronta narcisística, la historia de cada uno, caso por caso. Este proceso siempre habrá sido único y como en todo trabajo de duelo restarán recuerdos, y el dolor por lo no realizado, esperanzas y planes.

El fin del análisis, entonces, está marcado por el recorrido a través de la historia y por la necesidad del analizante de apropiarse de lo construido en el trabajo entre él y su analista.

Bibliografía:

  • Aulagnier, P. (1991) De lo originario al proyecto identificatorio. En: Cuerpo, Historia, Interpretación (Hornstein, L. y otros) Editorial Paidós, Buenos Aires.
  • Berenstein, I. (2004). “El sujeto como otro entre (inter) otros. En: El Otro en la Trama Intersubjetiva. Lugar Editorial, Buenos Aires, Argentina.
  • Corominas, J., Pascual, J.A. (1980) Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico. Gredos, España.
  • Ferrater Mora, J. (1958) Diccionario de Filosofía. Editorial Sudamericana, Buenos Aires.
  • Freud, S. (1895) Proyecto de Psicología para Neurólogos. En: Obras Completas, Vol. I, A.E., Buenos Aires.
  • Freud, S. (1921) Psicoanálisis de las masas y análisis del yo. En: Obras Completas, Vol. XVIII, A.E. Buenos Aires.Freud, S. (1937) Análisis terminable e interminable. En: Obras Completas Vol. XXIII, A.E. Buenos Aires.
  • Klein, M. (1940) Mourning and its relation to manic-depressive states. En: Love, Guilt and Reparation and Others Works. The Hogarth Press, Londres.
  • Kristeva, J. (1986) Al Comienzo era el Amor. Gedisa Editorial, Buenos Aires.
  • Lacan, J. (1975) Le Séminaire de Jacques Lacan. Livre I. Editions du Seuil, París.
  • Roustang, F. (1980) Un Funesto Destino. Premia Editora, México.
  • Soler, C. (1988) Finales de Análisis. Manantial. Buenos Aires.

 


[1] Freud, S. Carta a Romain Rolland, Obras Completas, Vol. XX,AE, Buenos Aires, 1926.