01_Psicoanalista Sujeto socialPor: María Urquiza
Este trabajo surge de una preocupación personal por la escasa participación social que se observa en los profesionales dedicados al alivio del sufrimiento humano, como son los psicólogos clínicos y los psicoanalistas.
 

“Norah: (…) the world’s been broken into pieces, and it’s everybody’s job

 to find them and put them back together again.

 Nick: Well, maybe we’re the pieces”

Nick and Norah

 

“No hay sujeto si no es rebelde, dividido entre la cólera y la esperanza”

Touraine

 

“Una cultura que deja insatisfechos a un número tan grande de sus miembros (…)

no tiene perspectivas de conservarse de manera duradera, ni lo merece”

Freud

De acuerdo con cifras oficiales, en los últimos 10 años, en México se han acumulado alrededor de 150 mil víctimas de la violencia generada por la llamada “Guerra contra el narcotráfico” (Hufftington Post, 2014; ABC, 2015), a las que se les suman las afectadas por fenómenos delictivos menos visibles, como la trata de personas, la extorsión y el secuestro[1].
Las cifras oficiales poco nos muestran de la realidad del país, sobre todo si tomamos en cuenta que tienden a estar maquilladas[2] y que la cifra negra[3] es del 95% aproximadamente. Es menos aún lo que nos muestran de la realidad de las víctimas y de sus familias, sin embargo, podemos tomarlas como base y complementarlas con la información publicada en medios, para asomarnos a la magnitud de sufrimiento generado por la inseguridad en nuestro país. Ante el escenario que se dibuja frente a nosotros con este ejercicio, me parece alarmante la desatención y falta de inclinación que muestran los especialistas en el bienestar psíquico, a tratar los problemas de interés público que están marcando nuestro momento histórico.
El dolor psíquico y social que se hace patente en toda clase de manifestaciones, que van desde protestas hasta la toma de armas y la adhesión de las víctimas a grupos delictivos, se puede explicar, al menos en parte, como consecuencia de la falta de empatía y de responsabilidad histórica para con los sectores más dolidos del país. Los psicoanalistas sabemos que las emociones, al ser ignoradas o rechazadas, encuentran salidas violentas para expresarse; sin embargo, las personas capacitadas para facilitar una mejor canalización este dolor, no parecen mostrar particular interés por trabajar en ello más que tangencialmente. Ante este escenario me pregunto: ¿Dónde estamos los especialistas en el tratamiento del dolor y la angustia? ¿Es que no podemos hacer más al respecto que lo que hacemos en nuestro consultorio o desde la academia? Estas preguntas son, desde mi punto de vista, una cuestión de ética profesional y no sólo de voluntad personal.
Por tal motivo, en este trabajo intento presentar una reflexión acerca de la posición que pueden tomar los psicoanalistas frente a los conflictos que presenta su contexto histórico-social, así como su potencial de inserción y acción en los problemas que afligen a la sociedad como conjunto, y no sólo al individuo en particular. Para esto, comenzaré definiendo al sujeto social, a partir del pensamiento de Alain Touraine, y trataré de exponer la manera en que como tal, el psicoanalista podría desempeñar un papel activo en su comunidad.
Alain Touraine define al sujeto no sólo como la expresión de la individualidad, sumergido en la creación de sí mismo y su autonomía, sino como aquel que es capaz de contener a los poderes fácticos para abrir un espacio en el que pueda inventar la propia vida. Desde esta perspectiva, el sujeto social es la convicción, íntima y personal, que anima a un movimiento social. Su acción no tiene un carácter normativo sino crítico y creativo, es decir, no marca un camino único hacia un ideal estático, sino que cuando el individuo se convierte en sujeto social, se siente comprometido en la invención y la defensa de sí mismo como creador de mundos posibles (Touraine, 2005).
Desde mi punto de vista, esta definición del sujeto social nos muestra cierta similitud entre la posición del sujeto social y la del psicoanalista, ya que ninguno de los dos trata de imponer un camino normativo basado en certezas externas acerca de lo que implica un estado ideal. Por el contrario, la acción transformadora de ambos se avoca a generar las condiciones óptimas[4] para que cada quien  pueda inventar su propia vida. La pregunta entonces es si el psicoanalisis puede considerarse un agente que fortalezca el potencial creador de los sectores más vulnerados por la injusticia. Yo estoy convencida de que es posible, e intentaré ilustrarlo en este trabajo. Sin embargo, para que el psicoanalista pudiera aproximarse al mundo de esta manera, sería indispensable que su formación contemplara un compromiso histórico y social, al que no está acostumbrado.
Volviendo a la descripción del sujeto social, desde la perspectiva de Alain Touraine éste se construye en el interjuego de espacios, por lo que, en lugar de quedar absorto en sus preocupaciones íntimas y privadas, en sus deseos y su experiencia, reconoce que éstas se posibilitan en un marco más amplio que se le impone y también lo limita: el espacio público. En este punto se hace necesaria para mi exposición una breve y somera descripción de los distintos espacios simbólicos en los que se despliega la experiencia humana, de manera que se hagan evidentes los límites actuales de la práctica del psicoanalista.
El espacio privado es aquel que concierne a la intimidad del individuo, a su inmediatez. Es el espacio que uno habita, en el que se examina a sí mismo, se preocupa y se recrea, respondiendo en primera instancia a la norma de su propia educación, y no a la ley. El espacio semiprivado, es aquel en el que la vida personal entra en contacto con la vida en comunidad, y por lo tanto, requiere ya del apego a ciertas normas del conjunto; es, por así decirlo, un espacio de convivencia. Los espacios semipúblicos son también espacios de reunión, pero más orientados a la colectividad, por lo que en estos las interacciones expresan los intereses de grupos. Y finalmente, el espacio público, que es la esencia de la ciudad; es el espacio de los derechos y la vida ciudadana. Este espacio se compone de otros espacios como los culturales, el espacio institucional y el espacio legislativo, y es justo en él donde algunos problemas privados -como el sufrimiento por la pérdida de un hijo desaparecido por el gobierno- pueden ser traducidos al lenguaje de la cosa pública, y donde se buscan, negocian y acuerdan soluciones (Fernández, 1991; Mota, 2011).
Así, podríamos decir que la labor del psicoanalista opera sobre una subdivisión del espacio privado, que es el espacio íntimo, el cual corresponde a la persona en sí y a sus afectos. Ésta práctica se despliega en un ámbito semiprivado, que es el consultorio, y se enriquece en espacios semipúblicos, como los congresos y coloquios. Sin embargo, el espacio público se encuentra casi totalmente deshabitado por nuestra comunidad, pues poco participa como tal en los problemas de interés social. De esta manera, los psicoanalistas restringen su impacto a la esfera privada y a la semipública, y no alcanzan a permear en el ordenamiento social.
Me parece que este fenómeno ha encontrado su justificación en algunas afirmaciones de Freud, en las que parece aconsejar al analista mantenerse al margen, y evitar marcar una tendencia definida a partir de sus propias aspiraciones y creencias. “No somos reformadores, sino observadores” dice (Freud, 1917/2003: 2393), si bien admite que esta observación sea de índole crítica. Sin embargo, yo creo que es posible llevar a cabo esta observación no sólo de manera crítica, sino que también de manera activa, sin que esto signifique la imposición de una tendencia particular. Esta observación-acción marcaría el paso del psicoanalista de una práctica individualista a su implicación en su momento histórico, y se constituiría así en un sujeto social que constantemente reflexiona y critica, pero que también incide.
Dado que la justificación de la compatibilidad teórica entre la postura de Freud y mi propuesta me llevaría más espacio del que me es posible abarcar aquí, trataré de ejemplificarla con el derecho de las víctimas a la reparación, que es una respuesta a un problema público -es decir, un problema que ha llamado la atención de los tomadores de decisiones y al cual se dirigen recursos del Estado- pero que involucra un importante componente afectivo, por lo que es posible hacer una reflexión al respecto con una mirada psicoanalítica.
El derecho a la reparación forma parte de un tránsito que va del modelo de justicia retributivo al restaurativo, lo cual significa pasar de una comprensión de la justicia basada en la venganza y el castigo, a uno que tiene como propósito reestablecer la integridad de la víctima. De acuerdo con Jean Laplanche, el talión, que es la retribución prototípica, fue el comienzo de la ley. El talión, nos dice, no sólo significa “ojo por ojo”, sino también “serás castigado por donde has pecado”, que es el tipo de equivalencia que se observa en el síntoma histérico –se paraliza el órgano con el que se deseó tocar (Laplanche, 2009). En el sistema de justicia, originalmente se observaba una conversión similar, y el castigo se ejercía sobre la parte del cuerpo con la que se delinquió.
Más tarde, el sistema carcelario generó un desplazamiento hacia la premisa “pagarás tu crimen con tu tiempo”. Este último movimiento implica un tránsito del valor de uso al valor de cambio, en un intento de encontrar una medida de pago cuantificable por la pena ocasionada al cometer un crimen. Así, la retribución parte de la pregunta por cuánto dolor debe infligirse a una persona para disuadirla de delinquir.
La reparación, en cambio, se basa en la esperanza de la sanación de la herida y el perdón, y forma parte de la justicia restaurativa. De acuerdo con la ONU, ésta busca dar una respuesta al crimen que respete la dignidad de cada persona, promueva el entendimiento y apunte a fortalecer la armonía social a través de la reparación de las víctimas, los delincuentes y las comunidades (UNDOC, 2006).
Desde el punto de vista de la justicia restaurativa, las víctimas tienen derecho a la verdad, a la justicia, la reparación y la garantía de no repetición. La reparación puede ir desde la sola compensación económica, en el caso del modelo más tradicional, que es más limitado, hasta programas de reparación de daños en la esfera física, moral, psicológica, de proyecto de vida, y a la sociedad, en el caso de la reparación integral. Esta última modalidad parte de una forma de comprender la procuración de justicia centrada en las víctimas, que busca permitirles participar activamente en el proceso, darles voz para que expresen sus necesidades, y que éstas sean atendidas desde la justicia penal.
En otras palabras, se trata de una acción emprendida por el victimario a fin de hacer de la pérdida sufrida por la víctima, una apertura a nuevas posibilidades (Lillo, 2014). En este sentido, la reparación requiere que tanto víctima como victimario, cuenten con la capacidad y la disposición transitar por un proceso de auto-reconstrucción y de invención de nuevas circunstancias. Esto implica el reconocimiento y la validación del dolor de las víctimas; su necesidad de conocer los hechos a fin de posibilitar la elaboración del duelo y la modificación de las estructuras, no sólo institucionales sino también sociales y culturales, que permitieron el acto de violencia perpetrado.
Ciertamente el aspecto estructural del crimen es un asunto demasiado complejo como para plantear la posibilidad de un cambio a partir de la acción de una sola comunidad. Sin embargo, me parece que la comunidad psicoanalítica sí puede aportar teória y prácticamente, en los asuntos consernientes a la elaboración del duelo y el fortalecimiento de la capacidad creadora de quienes han sido tocados por el fenómeno de la criminalidad.
Antes de continuar, me gustaría dar algunos antecedentes de justicia restaurativa, para tener como referencia y favorecer la comprensión del tema. Uno de los ejemplos más relevantes, es la Comisión de Verdad y Reconciliación instalada por Nelson Mandela el 26 de julio de 1995, con el propósito de analizar las violaciones a los derechos humanos ocurridas el apartheid, buscando justicia y reparación en lugar de la retribución. Así, se ofrecieron condonaciones a cambio de la verdad y la explicación pública de las atrocidades cometidas, y se procuró la rehabilitación y la reparación de las víctimas. La perspectiva de Mandela se basaba en el concepto de Ubuntu, proveniente de la filosofía sudafricana, y que puede explicarse por la premisa de que “una persona se hace humana a través de otras personas” o “humanidad hacia los otros”, y que cristaliza el espíritu del proyecto de Mandela (Chibba, 2013).
Una referencia más cercana podría venir del caso colombiano. En 2011 en Congreso de Colombia aprobó la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, con el objetivo de proporcionar una reparación integral a las víctimas del conflicto que comenzó a finales de los años 50’s, y que ha generado más de 6 millones de víctimas. Esta reparación se diseñó con el objetivo de superar el enfoque de la mera indemnización económica por lo que incluye medidas como la asistencia psicosocial, viviendas dignas y la restitución de tierras; pero también medidas simbólicas, como el establecimiento del Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas (ICTJ, 2015).
Sin embargo, como respuesta al acento que el gobierno de Uribe puso en la solución armada, en Colombia surgió también una iniciativa no gubernamental más cercana a lo propuesto por Mandela, y más solidaria con la filosofía Ubuntu. Este proyecto fue iniciado por Leonel Narváez, quien ha retomado el auge que en últimos años ha tenido la sociología del perdón y la reconciliación, y su función en el espacio público. Narváez piensa el perdón desde un punto de vista pedagógico y sociológico, y trabaja con víctimas del delito a través de fundaciones llamadas ESPERE, que se dedican a ayudar en la elaboración del duelo y a la promoción del perdón y la reconciliación. El trabajo parte de la premisa de que los victimarios fueron víctimas a su vez, y que la incapacidad de elaborar los afectos remanentes de sus experiencias dolorosas, se tradujeron en la violencia que infligieron sobre otras personas. Esta experiencia sería un ejemplo de la acción de profesionales que trabajan con el dolor, y se asumen como sujetos sociales.
Ciertamente, ambas experiencias han recibido críticas respecto de sus resultados. Sin embargo, lo que rescato de ambas es el énfasis que hacen en el reconocimiento de heridas históricas, el perdón y la reconciliación como medios para construir una paz sostenible y que, me parece, son elementos de los México actualmente requiere con urgencia. Del mismo modo, me parece que son elementos que el psicoanálisis puede contribuir a cultivar. A casi 10 años del inicio de la guerra contra el narcotráfico, que ha dejado un saldo de cientos de miles de víctimas, se hace indispensable pensar cuál será el resultado de ese dolor que, tratado con indiferencia y desprecio por las autoridades, crece bajo la forma de resentimiento.
En el caso mexicano, diferentes actores han logrado ejercer suficiente presión sobre el gobierno como para que la situación de las víctimas constituya un problema público que amerita atención del Estado. Por tal motivo, se han emprendido una serie de modificaciones al entramado legal en la materia, comenzando por la reforma que se llevó a cabo al artículo primero constitucional, que ahora indica que el Estado Mexicano está obligado a prevenir, investigar, sancionar y reparar las violaciones a los Derechos Humanos. Derivado de lo anterior, en enero del 2013 se promulgó la Ley General de Victimas, y en noviembre del 2014 se expidió su reglamento, en el que se establecen en el ámbito administrativo y operativo las figuras y procedimientos necesarios para el cumplimiento de la ley. Si bien este es un importante avance en la materia, está lejos de ser suficiente, pues estos instrumentos se enfocan principalmente en acciones de tipo compensatorio[5], y dejan fuera aquellas que realmente contribuirían a la reconstrucción del lazo social: el perdón, la reparación y la posibilidad de reconciliación.
La insuficiencia de lo logrado por el gobierno en esta materia[6], se hace patente en el afecto de irritación social que observamos día a día. Estas carencias se relacionan por un lado con la manera en que se construye el problema público, por el otro, con el proceso de elaboración de leyes y programas, y finalmente, con las capacidades de implementación con las que se cuenten.
Más allá de la disposición política (o falta de) para atender las demandas de las víctimas, podemos pensar que las estrategias que se han emprendido carecen de un enfoque integral, y que se enriquecerían con una perspectiva como la psicoanalítica, cuya inclusión favorecer la sensibilización de los tomadores de decisiones y de los implementadores de la política pública. Así, los psicoanalistas, como comunidad, podrían haberse involucrado en los grupos de trabajo que se ocuparon del diseño de la ley y el reglamento, contribuyendo a profundizar en la comprensión de conceptos clave, para reflexionar acerca de lo que podría significar una reparación auténtica.
Al respecto, me gustaría esbozar una definición tanto del perdón como de la reparación desde la perspectiva psicoanalítica, para posteriormente bosquejar distintos niveles en los que podríamos participar dentro de la implementación de programas de reparación.
De acuerdo con Melanie Klein (1937/1994), la reparación es un proceso que parte de la simpatía genuina, es decir de la capacidad de identificarse con el otro, y tiene como propósito la devolución y la compensación por los objetos robados y destruidos en la fantasía. Esta tendencia al resarcimiento requiere de un movimiento hacia la posición depresiva, que permite al sujeto percibirse como un ser con cierta unidad, y del mismo modo, percibir al objeto como una totalidad a la que ha dañado. Si bien la agresión es un elemento que no desaparece a lo largo de la vida, la tendencia a reparar se deriva de un aumento de fantasías libidinales con las que ésta se mezcla, disminuyendo la tendencia a agredir. La reparación estimula este aumento de tendencias amorosas porque requiere del reconocimiento de que existe algo valioso en el otro, así como fortalece la valoración del propio Yo, que es capaz de reparar. De acuerdo con Lillo,  es posible despertar estos procesos psíquicos en el victimario al participar en la reparación de la víctima, y así, éste avanza hacia la humanización en su percepción del otro y de sí mismo.
Por otro lado, Lillo Espinoza (op. cit), define al perdón como la renuncia de la víctima a un derecho sobre el victimario. Es decir que la víctima se libera de un deseo de retaliación que a su vez, la consume. Se trata de una labor psíquica en la que se modifica el recuerdo del trauma vivido, es decir, se resignifican los eventos, matizando su importancia y sentido en la vida psíquica del individuo. Así, cuando una víctima perdona, se libera de la dictadura del pasado al modificar su narrativa acerca de lo vivido (Lillo, Íbid.). Esto tiene como resultado la liberación de energía que hasta entonces estaba invertida en el resentimiento y el dolor, y así, se le devuelve a la víctima su capacidad de agencia, que se encontraba menoscabada.
Sin embargo, el perdón no es un estado que se conquista de una vez y para siempre, sino que es un proceso que implica un gran esfuerzo psíquico, en el que es necesario un fortalecimiento del Yo, que al momento de la victimización sufrió una herida narcisista derivada de la impotencia ante el agresor. La humillación y la vergüenza por no haber contado con un Yo que le permitiera defenderse, deja tras de sí constantes autorreproches y una percepción del mundo como un lugar amenazante, lo que debilita la capacidad del individuo para dar y relacionarse.
De ahí que comúnmente, las personas que más se beneficiarían de los efectos del perdón, son las que tienen menos capacidad para darlo, pues su Yo no se encuentra suficientemente integrado como para realizar un esfuerzo tan grande. Sin embargo, aunque no se alcanzara un perdón definitivo, la labor psíquica implicada en este proceso, sería en sí misma suficientemente valiosa que significaría ya un camino hacia nuevas posibilidades tanto para la víctima como para el victimario (Ibid.), y el psicoanalista podría ser un catalizador de este proceso.
Tomando en cuenta lo anterior, y continuando con las posibilidades de participación del psicoanalista en la esfera pública, podríamos pensar en el momento del contacto con las víctimas del delito. Como se mencionó anteriormente, una característica de las víctimas es que se encuentran consumidas por su dolor, lo que disminuye su capacidad de agencia. Por lo tanto, cuando acuden a las instituciones en busca de reparación, el primer reto al que se enfrentan los funcionarios, es la determinación de lo que requiere la víctima para sentirse reparada. Es decir, dado que la víctima se encuentra abrumada por su sufrimiento, difícilmente tiene consciencia de lo que necesita para comenzar a elaborar su duelo y a perdonar, por lo que requiere de un trabajo similar al que realizamos en el consultorio cuando buscamos el motivo inconsciente de consulta. Así, el psicoanalista podría asistir en esta tarea, para después colaborar en la construcción de un programa de reparación lo más integral posible, que responda a las necesidades de esa víctima en particular.
Otro posible aspecto de intervención dentro de estos programas, sería el de la mediación entre víctima y victimario. La mediación es un mecanismo de la justicia restaurativa que consiste en que la víctima y el infractor, si lo aceptan voluntariamente, participen activamente en la resolución de las consecuencias derivadas del delito, mediante la ayuda de una tercera parte imparcial, llamada mediador. En él, las partes se desahogan, se comprenden e identifican con la situación del otro, reconocen la naturaleza y el alcance del daño causado por el delito, y determinan conjuntamente la manera en la que se habrá de reparar (UNDOC, op. cit.). Este es un mecanismo por medio del cual ambas partes podrían comenzar el proceso de perdón y autoperdón.
Lo anterior implicaría un juego de identificaciones tanto para la víctima como para el victimario, en el que ambos reconocerían tanto los aspectos positivos y libidinales, como los aspectos agresivos en el otro y en sí mismos. En este proceso, la víctima podría conocer la verdad de los hechos a través del victimario, y éste a su vez, podría tomar consciencia del daño que ha causado, validando el dolor de la víctima, lo cual implica para esta un alivio que le permite comenzar la labor de duelo y de perdón. En este punto, el psicoanalista podría contribuir a preparar a las partes que deseen participar en la mediación, para que su Yo obtenga los mayores beneficios posibles de esta estrategia, y posteriormente, acompañarlos en la tramitación del material que resulte de los careos.
Por otro lado, en caso de que no se contara con un victimario en posibilidad o disponibilidad de participar en el proceso de reparación, la escucha del psicoanalista pordría ofrecer un alivio a la víctima por medio de su escucha, al hacerle sentir que su dolor validado por otro (Lillo, op. cit.).
Además, cada aprendizaje derivado de la observación e intervención del psicoanalista, debería compartirse no sólo con especialistas en su disciplina, sino como suministro para enriquecer y ampliar el panorama de los tomadores de decisiones, de manera que la visión psicoanalítica permeé en el diseño de las acciones institucionales en la materia. Esto podría lograrse a través de grupos de trabajo para la comprensión y construcción del problema que se atenderá, así como la capacitación y sensibilización de los funcionarios que participarán en el diseño e implementación de programas.
Finalmente, como dice Laplanche (op. cit.), toda reparación está capturada entre la nostalgia de la integridad y la aceptación del desastre como nueva creación. Esto significa que la reparación no implica una vuelta al status quo ante, es decir que no se repara reconstruyendo la situación anterior de la víctima ni del victimario, sino construyendo algo nuevo que abre diferentes posibilidades de vida. Como he venido diciendo, este es el nivel escencial en el que el psicoanalista podría trabajar con la víctima, puesto que la aceptación del cambio de circunstancias en la vida, y la capacidad de hacer de éstas algo productivo, implica el desarrollo de capacidades yoícas que en ese momento se encuentran disminuidas.
Al establecer una relación que posibilite lo anterior, analista, víctima y victimario devendrían sujetos sociales y de la propia historia.
Como mencioné anteriormente, estas ideas son apenas esbozos con los que pretendo ilustrar la manera en que el psicoanalista podría aprovechar el corpus teórico-técnico con el que cuenta, y hacerlo trascender a una esfera desde la cual respondería a los conflictos que le plantea su contexto histórico. Existen muchos otros problemas públicos en los que podríamos participar, algunos de los cuales incluso afectan nuestra disciplina, como es la regulación de la práctica en salud mental. Lo anterior no significa que debamos volvernos funcionarios ni tomadores de decisiones, y mucho menos que pretendamos resolver cualquier problema desde el psicoanalisis, pero sí que asumamos una responsabilidad histórica y social al respecto.
Es de destacar que como psicoanalistas formamos parte de una de las escuelas que mayor impacto ha tenido en el pensamiento contemporáneo. El psicoanálisis no sólo tiene un poder explicativo excepcional respecto de lo psíquico, sino que ha permeado en gran cantidad de esferas de la cultura y ha planteado profundos cuestionamientos respecto de los fundamentos de la sociedad. Por eso, me parece difícil creer que ante los problemas que laceran a una cantidad tan grande de personas, no podamos actuar más que a titulo personal y de manera contingente, cuando una víctima o un victimario, por suerte, llegan a nuestro consultorio.

 
 
Bibliografía 

 
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[1] Para darnos una idea, a febrero de este año se calculaba que en México, la trata de personas afectaba a 70 mil niños y niñas que padecen explotación sexual, y cada año 20 mil jóvenes y niños mexicanos son blanco de turismo sexual (La Jornada, 2015). Por otro lado, en su informe, el Comité contra la Desaparición Forzada de las Naciones Unidas declaró que en México no se cuenta con información confiable respecto del ilícito que investigó, aunque se calcula que el número de incidentes asciende a varias decenas de miles, y la desaparición forzada se considera un fenómeno generalizado en México (Animal político, 2015). Para ampliar el panorama respecto de la situación actual en México, ver: Informe Mundial 2015: México. Human Rights Watch [en línea], 2015. Disponible en: https://www.hrw.org/es/world-report/2015/country-chapters/268132
[2] Para ampliar la información acerca de “cifras alegres”, ver: Martínez, P. El secuestro se dispara 52.7% durante la gestión de Peña Nieto. Animal político [en línea], 2015. Disponible en http://www.animalpolitico.com/2015/03/el-secuestro-se-dispara-52-7-durante-la-gestion-de-pena-nieto/
[3] Cantidad de crímenes no denunciados.
[4] En primera instancia nos referimos a condiciones subjetivas, claro está; éstas a su vez tenderán a traducirse en un estilo de vida que modifica al mundo, puesto que toda acción humana es acción transformadora. El sentido de la misma será dado por la capacidad de sentir y pensar que desarrollen el sujeto social, el sujeto-analista y el sujeto-analizando.
[5] El reglamento de la Ley de Víctimas señala que se creará un fideicomiso público con el fin de servir como mecanismo financiero para el pago de las ayudas, la asistencia y la reparación de las víctimas, que incluye la compensación en el caso de víctimas de violaciones a los derechos humanos cometidas por autoridades federales y la compensación subsidiaria para víctimas de delitos del orden federal.
 
De acuerdo con la organización especializada en Derechos Humanos, Cencos, A. C., el reglamento de la Ley de Víctimas “cumple con la finalidad de establecer los mecanismos para acceder a los beneficios de ley pero no es clara respecto de los criterios que se ocuparan para determinar la calidad de víctima. Así mismo es evidente que los mecanismos y sus requisitos hace del posible beneficio un calvario de burocracia e incluso pueden revictimizar debido que el proceso para entrar al registro es un enorme recuento de las situaciones en que se violaron sus derechos” (Cencos, 2014).
 
[6] Algunos retos de la reparación de víctimas en México, son los siguientes:
 
a) Las acciones de reparación del daño han encontrado diversas expresiones en los marcos normativos y los instrumentos legales y administrativos. Esta heterogeneidad dificulta el derecho a la reparación y la certeza jurídica de las víctimas.
b) Se han asignado partidas presupuestarias específicas para la reparación del daño en el Presupuesto de Egresos de la Federación 2011 y 2012, lo cual constituye un avance en el cumplimiento de las obligaciones internacionales del Estado mexicano en derechos humanos, y materializa el reconocimiento de las víctimas por parte del Estado. Sin embargo, aún es necesario desarrollar mecanismos jurídico-presupuestarios que aseguren la correcta implementación de estas asignaciones y corrijan la desproporcionalidad del cálculo de las indemnizaciones y la ausencia de mecanismos en la atención de quejas.
c) Los esfuerzos por reparar el daño se concentran en las indemnizaciones pecuniarias y pierden de vista el carácter integral de la reparación. También suele perderse de vista el potencial que tienen las medidas de no repetición en transformar las estructuras que hicieron posible las violaciones.
d) Falta de medidas efectivas de coordinación de esfuerzos entre los diferentes niveles de gobierno y las dependencias involucradas.
e) Falta de publicidad de los procedimientos de reparación y mecanismos para la participación y consulta a las víctimas.f) Tensión entre el reconocimiento de la responsabilidad del Estado y la investigación y sanción a los responsables de las violaciones a los derechos humanos.
g) Persiste la estigmatización de las víctimas y la victimización secundaria que sufren al acceder a los mecanismos de reparación.” (Benítez; Ramírez; Antillón, 2015)
 
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