La representación de lo femenino.

Autor: Cecilia Castilla

 

Una de las más importantes representaciones pictóricas sobre la feminidad es la que nos ofreció, desde principios del siglo XX, el pintor austriaco Gustav Klimt, quien junto con la teoría psicoanalítica de Freud, renovó la conceptualización de la sexualidad, favoreciendo la expresión de la misma, así como también, su simbolización, sobre todo la que se atribuye al género femenino.

Elegí iniciar con este artista porque coincido cuando se le adjudica el haber logrado retratar y transmitir la esencia de la feminidad. A Gustav Klimt se le considera como el análogo de Freud en la pintura, ya que se atrevió a romper con los estigmas puritanos y represores que la época demandaba. Ambos marcaron y renovaron la concepción y la expresión de la sexualidad desde sus trincheras, sobre todo si recordamos la época victoriana desde la que surgieron sus creaciones, en la que los síntomas histéricos comenzaban a ser considerados como una característica constitutiva en la mayoría de las mujeres.

¿Qué era aquello que veían Freud y Klimt en las mujeres de su época? Freud buscó explicar el fenómeno sexual por medio del desarrollo de su teoría psicosexual, en la que optó por indagar en las profundidades del funcionamiento psíquico, enfatizando las motivaciones inconscientes que resultan inherentes para el proceder del comportamiento humano. Explicaba que los síntomas histéricos devenían de la represión de la expresión de la vida sexual. Así, fue desarrollando al pasar de los años, una teoría que permitiese explicar el lado desconocido e inconsciente del psiquismo.

Sin embargo, una de las críticas que aún continúan realizándose hacia la teoría freudiana, fue la falta de continuidad y desarrollo de los modelos teóricos que explicasen, en su totalidad, la sexualidad femenina, específicamente la construcción psíquica o mental de lo “femenino”. El mismo Freud, buscó indagar en los factores que explicasen las motivaciones de la sexualidad femenina, así como también la formación de la identidad de género, lo cual logró explicar mediante el planteamiento del Complejo de Edipo; sin embargo, años después, reconoció que a su teoría aún le faltaban elementos que lograran dicho objetivo al enfatizar que las mujeres representaban para él, el “continente negro” y que a pesar de los años, aún continuaba cuestionándose lo que en realidad quería una mujer.

Es por ello, que mediante este trabajo, se buscará proveer distintas posturas psicoanalíticas que favorezcan el replanteamiento y el surgimiento de las líneas de pensamiento que profundicen más acerca de cómo se constituye “lo femenino”. El trabajo se enfocará, específicamente, en la creación de la representación, no desde lo pictórico, sino desde la simbolización de la feminidad en el psiquismo, es decir el cómo se introyecta lo que es ser mujer, de la mano del cómo se representa.

Para comenzar a explicar el proceso de la feminización, citaré lo que Boyanova (2016) enfatiza sobre el texto de Freud “Estudios sobre la Histeria”, en el que se plantea que para preparar el aparato psíquico hacia la simbolización, primero se requiere de la erogenización del cuerpo por medio de la estimulación de las mucosas que a su vez, formarán “los primeros esbozos de la imagen corporal”. Esto implica el despertar de las zonas erógenas por medio de la estimulación de las mismas, las cuales dejarán una huella que será la base para las representaciones futuras.

En este sentido, Mila Boyanova (op. cit.) señala también que el mismo proceso se suscita en niños y niñas, y que constituye la formación del núcleo psíquico bisexual que más tarde permitirá el establecimiento de los rasgos femeninos y masculinos. Asimismo, enfatiza que el desarrollo de la sexualidad durante la infancia de los niños, de ambos sexos, transcurre de forma similar hasta la fase fálica en la que las diferencias anatómicas comienzan a delimitar lo que es femenino y masculino.

Freud (1908) señaló lo anterior en su texto: “Sobre las teorías sexuales infantiles”, en el que menciona que durante la etapa fálica, el pene toma un papel importante, en términos simbólicos, en la sexualidad tanto femenina como masculina. Ya que como agregarían más tarde otros autores, (Grinberg, 1991) constituye el primer representante y sustituto del pecho materno, dejando en el niño, la sensación de que al poseerlo, no lo ha perdido.

Aunado a lo anterior, menciona que parte de las diferencias significativas en esta etapa, se presentan durante el complejo de Edipo, así como lo señala en “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia entre los sexos” (Freud, 1925); en donde parte de la premisa de que la madre constituye el primer objeto de amor tanto para niñas, como para niños; sin embargo, la diferencia radica en que el niño retiene el mismo objeto durante el Complejo Edipo, mientras que la niña requiere de un proceso más elaborado para poder hacer un cambio de objeto de amor, hacia el padre del sexo opuesto. A su vez, en esta misma fase, el hecho de que la niña perciba que carece de pene, le permite visualizar y comparar sus genitales, pero también favorece a que manifieste lo que Freud denominó como “envidia del pene”, la cual es se suscita en las niñas que transcurren esa etapa. Manifestó también, que el deseo de la niña por tener un pene, junto con la negación por no aceptar que no lo tiene, puede provocar en ella un “complejo de masculinidad”, que de no ser superado, mermaría el desarrollo de su feminidad (Freud, 1925).

Freud explica que la manera en la que sea resignificado el “complejo de castración” en la niña, determinará el ejercicio de la vida sexual y el grado de identificación con el género femenino. Boyanova (2016), menciona los tres caminos, que Freud señaló, que surgen a partir de la experiencia citada. El primero será la inhibición sexual o la neurosis, por la represión que se suscitó durante el Complejo de Edipo, en el que la niña termina por considerar que recibió un castigo. La segunda vía es la “alteración del carácter” hacia la masculinidad. Y la tercera, el desarrollo normal y paulatino de la feminidad, en el que fue necesario hacer un duelo en el cual se aceptaran los genitales femeninos, y con ello, se restableciera o cambiara la erogenización de las zonas.

En este sentido, Grinberg (1993) aporta un planteamiento desde otra perspectiva, basada en la teoría de las relaciones objétales, que permite explicar la adquisición de la identidad del yo, y por ende, también de la identificación sexual. Para ello, se enfoca en explicar la formación de la identidad a partir del intercambio que se suscita desde los primeros meses con la madre, en el cual, ella debe fungir como contenedora y mediadora de las tensiones del mundo interno y externo que prevalecen en el infante, ya que mediante ese ejercicio, señala el autor, permitirá al niño no sólo proyectar los contenidos que sean amenazantes para su psiquismo en desarrollo, sino que también favorecerá que el infante comience a discriminar entre mundo interno y externo, y del mismo modo, favorecerá la asimilación e introyección de las identificaciones fragmentarias tempranas.

Para Grinberg, (op.cit.) el núcleo del yo primitivo, es la imagen corporal, por lo que destaca la importancia de la relación del niño con sus primeras figuras para que a través de la piel, la boca y posteriormente las manos, comience a reconocer las diferencias y los límites entre el “yo” y el “no-yo”. Señala, en este sentido, que el hecho de que el niño reconozca su rostro y sus genitales, implicará la conformación y representación de su imagen psíquica, en la que reconoce su cuerpo como propio, y lo distingue del de otros. En este proceso es importante la visión y/o la percepción de los genitales del sexo opuesto, ya que dicha representación se fusionará o contrastará con la del propio cuerpo, favoreciendo la construcción de la identidad. Esas funciones se cumplen por medio de la identificación proyectiva e introyectiva respectivamente.

Posteriormente, el incremento de las sensaciones genitales provocará un componente sensorial que se asociará con las percepciones visuales y táctiles de los genitales, dando paso al establecimiento de la representación simbólica de los mismos. De esa manera se constituye el “yo corporal” y la identificación sexual. Por lo que se puede concluir como lo menciona Grinberg (1991), que la imagen corporal es la base para la formación de la identidad.

A partir del vínculo de la integración espacial del cuerpo, del esquema corporal y de la identidad sexual, se obtiene la noción completa del cuerpo, que resulta esencial para la consolidación de la identidad del individuo.

Grinberg (op, cit.) cita a Mahler para mencionar las fases que favorecen la formación de la identidad, las cuales son: la fase de separación-individuación, reforzada por las experiencias locomotoras, y la fase de resolución de la identidad bisexual, en la etapa fálica. En la primera fase, la madre es mediadora de los estímulos internos y externos, lo cual disminuye las tensiones del mundo externo e interno del infante. En la segunda fase, el interés se centra en las zonas genitales de la imagen corporal, en esta faceta se esperaría la identificación exitosa con el progenitor del mismo sexo, así como una actitud emocional de ambos padres, en la que se reconozcan las diferencias sexuales sin conflictos.

El sentimiento de identidad sexual estará regido por las huellas o experiencias corporales que se presenten desde la infancia, ya sea desde las experiencias táctiles, visuales, así como las gratificaciones o experiencias desagradables, en relación a la genitalidad; así como también las fantasías asociadas, las experiencias pre-edípicas y edípicas. Elementos que se verán influidos por los aspectos históricos y culturales del individuo, en los que se establezcan los parámetros de lo femenino y lo masculino (Grinberg, 1991).

En relación al Complejo de Edipo en la niña, Grinberg (op.cit.) considera que los deseos edípicos no se reprimen únicamente por el complejo de castración, sino que también por la percepción de lo doloroso que sería para el padre del sexo opuesto, la muerte de la madre a la que por rivalidad desea sustituir. La resolución del complejo de Edipo en la niña, se resuelve por medio de “la identificación introyectiva de la imagen positiva y permisiva del progenitor del mismo sexo”. Es por ello que el “establecimiento de la identidad sexual implica una renuncia al sexo que no se tiene”, en el que es necesario que se lleve a cabo un duelo por el cuerpo fantaseado o deseado.

Cabe mencionar que también Grinberg (1991) se opone a la idea de Freud sobre el hecho de considerar que la conceptualización de lo femenino sea a partir del pene que no se tiene, en lugar de partir de lo que sí se tiene: “un espacio interior productivo”. La crítica señala que pensar de esa manera implica darle un identidad negativa a lo femenino, sobre el hecho de constituirse a partir del “no- ser hombre”.

Por otro lado, el factor imprescindible de las diferencias biológicas o lo anatómico, influye en cómo se desempeñarán los roles de género; en este sentido Grinberg (op.cit) menciona que “el espacio interior reproductivo de las mujeres es la base sobre la cual se organizan su vida”, lo cual provoca que inconscientemente, se vinculen directamente con eso, o no, en sus actividades, pero la referencia de la que parten es la misma.

En términos simbólicos, Boyanova (2016), plantea que entre los principales órganos femeninos al momento de la representación, se encuentran: el clítoris y los pechos, ya que al relacionarse directamente con el erotismo femenino, constituyen parte de su representación. Los cuales se simbolizarán de distinta manera de acuerdo a la etapa del desarrollo psicosexual en la que se encuentre la fémina. Destaca también que la niña, a diferencia del niño (quien desde pequeño puede visualizarse como un “hombre” por sus características anatómicas), no se visualiza como una “mujer pequeña”, sino que se empeña en construir una imagen mental sobre lo femenino, sobre aquello que conoce de las mujeres que la rodean, sobre todo lo que le ha transmitido su madre, y/o su padre en relación a las mujeres. Por lo que la niña espera pacientemente la aparición de los rasgos sexuales secundarios que le brinden la corporeidad que la dote de esa identidad femenina.

En términos de representación, tanto el clítoris, como los senos, representan fuentes de placer autoerótico, además de ser símbolos de la omnipotencia fálica. La vagina, suele ser asociada a la angustia de castración para el hombre (vagina dentada). El útero se asocia al espacio de la procreación, y a una cavidad en la que se espera recibir, misma que suele ser asociarse con la “pasividad” que llega a esperarse del sexo femenino (Boyanova, 2016).

A manera de conclusión, se enfatiza la importancia de la construcción de las representaciones de lo femenino, así como también, el promover que se generen más líneas de pensamiento que brinden nuevos caminos hacia su entendimiento; lo cual sería relevante no sólo para la internalización de la identidad femenina en las mujeres, sino que también, para ser incluida de manera más representativa en el ámbito social, en el cual suele considerarse lo femenino a partir de lo masculino, y ante lo cual actualmente se continúan presentando prejuicios que terminan por fragmentar la simbolización de lo femenino.

Del mismo modo, es importante hacer hincapié en los factores que facilitarán la formación y la introyección de las representaciones femeninas, que permitan su consolidación en un nivel de óptimo de identificación; las cuales incluyen el haber recibido la contención y protección por parte de la madre, de quien además se espera transmita su identidad femenina sin complejos; del mismo modo que la figura masculina, mejor representada por el padre, mantenga una relación cordial con el sexo femenino. Las representaciones e identificaciones femeninas promoverán o favorecerán la sensación de autoconocimiento en las mujeres, lo cual a su vez, favorecerá el ejercicio de su sexualidad, y posiblemente su modificación; además de representar un elemento que fortalezca la simbolización de lo femenino en la cultura.

Por último, retomando al pintor austriaco en relación al tema, podemos reflexionar que, no por nada fue asediado por las mujeres de su época, quienes lo buscaban con la intención de ser retratadas, de poder ser vistas desde la óptica del pintor, en la que vanagloriaba la sexualidad femenina y exaltaba su expresión. Probablemente esas mujeres buscaban esa mirada que devolviera una imagen de lo femenino sin tachaduras, y que por ende, les permitiera visualizar sin prejuicios, su feminidad y su erotismo. Pareciera que en este sentido, el artista logró transmitir una representación diferente de las mujeres, en la que encontró el punto de equilibrio o la integración entre lo tierno y lo erótico.

 

Bibliografía

  • Boyanova (2016). La imagen psíquica del cuerpo femenino: Una aproximación psicoanalítica a la anatomía de la mujer. Tesis de Doctorado de la Universidad Complutense: Madrid.
  • Freud, S. (1925). Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos. Obras Completas, T. XIX, Buenos Aires: Amorrortu.
  • Freud, S. (1908). Sobre las teorías sexuales infantiles. Obras Completas, T. IX, Buenos Aires: Amorrortu.
  • Grinberg, L. (1991). Identidad y Cambio. Buenos Aires: Editorial Paidós.