doll-1521946Por: Lorea de la Parra
 “Toda enfermedad es el resultado de vida psíquica inhibida… El arte del sanador consiste en desatar el alma, para que pueda fluir a través del  agregado de organismos que constituyen cada forma particular. La sanación verdadera ocurre cuando la vida del alma puede fluir sin impedimento ni  depresión a través de todos los aspectos de la forma”
Djwahl Kul.
 
Hablar de cuerpo en la teoría psicoanalítica es referirse a un estatuto diferente de aquella concepción de organismo viviente propuesto por la medicina y las ciencias biológicas.
Esta diferencia fue propuesta por Freud, ya desde sus primeros escritos.
 
En Psicoterapia tratamiento por el espíritu (1905), Freud menciona la relación entre lo somático y lo psíquico, explicando que: “La relación entre lo somático y lo psíquico es, en el animal como en el hombre, una interacción recíproca, pero su otra faz, la acción psíquica sobre el cuerpo, ha sido desde el principio poco agradable para los médicos”.
De esta manera Freud introduce una escisión entre el hombre y el animal  respecto a la relación entre lo somático y lo psíquico. Es decir, la influencia de lo somático sobre lo psíquico es compartida por el hombre y por el animal, pero Freud explica que la acción de lo psíquico sobre lo somático, es lo que interrumpe la continuidad biológica de esta relación.
 
En el cuerpo humano la materialidad de lo viviente se ve afectada y transformada por lo que Freud llama la acción de lo psíquico sobre lo somático. Freud explica que en el ser humano la estructura psíquica tiene una influencia sobre el organismo y esto da como resultado el cuerpo. El cuerpo entonces se entiende como un efecto de la estructura psíquica, ya que no se rige por las funciones biológicas de autoconservación y reproducción.
 
Tanto Freud en Análisis de los sueños y de los síntomas, como Lacan, en su tesis El inconsciente está estructurado como un lenguaje abordan la estructura psíquica como algo inseparable del registro del lenguaje. Desde esta perspectiva, la propuesta freudiana de la acción de lo psíquico sobre lo somático equivaldría a la acción del lenguaje sobre el cuerpo.
 
En psicoanálisis, el cuerpo se sitúa en una encrucijada privilegiada donde convergen lo biológico, cultural y lo psíquico. La pregunta por el cuerpo es una cuestión de frontera, donde lo biológico y lo psíquico no se separan, pero tampoco se reconcilian.
 
En el campo de las enfermedades del cuerpo, es decir, físicas u orgánicas, en todo sujeto se ponen en juego dos tendencias psíquicas, que, de acuerdo con Freud, son la pulsión de vida y la pulsión de muerte. En Más allá del principio del placer, Freud introduce el concepto de pulsión de muerte como opuesto al de pulsión de vida. Es un hecho que este dualismo Eros-Tánatos fue un intento de dar respuesta a problemas surgidos en la clínica, tales como los fenómenos de repetición tanto en la vida diurna como en los sueños traumáticos y el fracaso ante los logros por sentimiento de culpa y la reacción terapéutica negativa, entre otros. Estos fenómenos ejercen su influencia en la economía psíquica y orgánica de los individuos, de manera que sorprende a la medicina, que trabaja con el cuerpo real a través de prácticas y procedimientos cada vez más innovadores y complejos. Para el psicoanálisis en cambio el cuerpo se ve de una manera subjetiva, es decir, se toma en cuenta que está afectado por la estructura del lenguaje, lo que posibilita distintos campos de intervención.
 
Por lo tanto, el trabajo en la clínica se trata de un trabajo indirecto no sobre la enfermedad sino lo que ésta cuestiona en su entorno, es decir, cómo se vive el sujeto inmerso en ella y cómo responde a esto. En este sentido es necesario hablar del duelo, del dolor que representa la pérdida de la salud y de lo que compromete la pérdida de las capacidades emotivas, físicas y sociales entre otras pérdidas que aquejan a toda persona que se enfrenta a una enfermedad que amenaza su vida, no sólo en el aspecto orgánico real sino también simbólico e imaginario, desde el momento en que limita sus actividades, habilidades y espacios sociales entre otros.
 
Para Freud, “…el duelo es la reacción a la pérdida de una persona amada o una abstracción equivalente, la patria, la libertad, un ideal, etc.”[1]
Se sabe que una pérdida que afecta la existencia, es un agujero en lo real, en la realidad del sujeto.
 
A lo largo de su obra, Freud se interrogó sucesivamente acerca del carácter doloroso del duelo, en el Manuscrito G. describe la ruptura de las asociaciones que exige el duelo como una hemorragia interna, haciendo alusión a la distinción que cabría considerar entre dolor físico y dolor psíquico. Este concepto lo retoma diez años más tarde cuando en su último apartado propone una instructiva diferenciación entre angustia, dolor y duelo; ahí establece que el dolor remite al dolor físico y que éste involucra una elevada carga narcisista que vacía al Yo. En este punto retomo una frase que escribe en Introducción al narcisismo: “En la estrecha cavidad de su muela se recluye su alma toda”[2], en la cual Freud refiere al dolor físico como algo que compromete al cuerpo real, es decir, a lo real del cuerpo.
 
Lacan propone la noción del cuerpo en los tres registros: real, simbólico e imaginario; entonces el dolor que arraiga en el cuerpo imaginario donde duele el duelo (en la enfermedad orgánica), es de donde parten las diferentes expresiones conversivas de los duelos detenidos en su propia elaboración.
 
De ésta manera es posible considerar que ante la pérdida (enfermedad) los sujetos pueden elaborar una respuesta o bien una reacción. Una respuesta se vería manifestada por síntomas, esto es, si no se dispone de recursos para simbolizar tal pérdida, entonces el síntoma nos hablaría de lo real orgánico que no se vehiculiza a través de la palabra, por lo que el síntoma como formación del inconsciente nos transmite que ahí dentro hay algo. Una reacción sería el modo de rechazar el ataque o agresión de manera refleja, 1 S. Freud y Melancolía Vol. XIV Pág. 235 Amorrortu Ed 2 S. Freud Introducción al narcisismo. P 79, Vol. XIV Amorrortu Ed como en aquellos casos donde no se quiere saber nada de lo que está ocurriendo, una especie de shock en donde no hay lugar para cuestionarse (negación).
 
Desde este punto es posible establecer que los sujetos afectados por una enfermedad orgánica tienden a reaccionar o a responder ante la misma no sólo desde su economía corporal imaginaria sino también desde su economía psíquica-simbólica, pues como sabemos toda crisis o descompensación psicopatológica va acompañada de fenómenos de desorganización fisiológica y viceversa, como escribe Christophe Dejours (1999) al referirse a las enfermedades mentales como enfermedades del cuerpo así como las enfermedades del cuerpo como enfermedades mentales.
 
En toda respuesta o reacción que un sujeto despliegue ante la pérdida debemos considerar los miedos, el terror y la angustia que se generan en torno a ésta. Freud destaca que terror, miedo y angustia se usan indiscriminadamente para referirse a lo mismo, siendo que son fácilmente distinguibles en su relación con el peligro. La angustia se refiere a un estado de expectativa y de preparación para un peligro, aun cuando se trate de un peligro desconocido, en cambio el miedo trata de un objeto determinado, localizado en presencia del cual se siente el miedo. El terror, dice Freud, es el estado en que se cae cuando se corre un peligro sin estar preparado, es decir, que aquí destaca el factor sorpresa.
 
La palabra angustia viene de angosto, Freud hace énfasis en las sensaciones físicas que la acompañan relacionadas con lo estrecho: taquicardia, ahogo, sensación de estrechez en el esófago, etc., la angustia señal es un sistema de alerta que sirve al yo frente a estímulos sentidos como prohibidos, que llaman la atención sobre el peligro presentido y la necesidad de movilizar contra éste las defensas yoicas. Considerando al ser humano como un ser integral, los dos componentes tradicionalmente considerados, el físico y el psíquico van a estar en conjugación en su comportamiento y así, comprendemos por que el dolor se vuelve sufrimiento, la mente se encarga de interpretar el dolor como símbolo de nuestra mortalidad es decir, premonitorio de muerte, lo que a su vez, alimenta los temores, las culpas y las fantasías de cada sujeto, por lo que es importante entonces hablar de lo que significa para el ser humano el sentido de la muerte.
 
Los modos de asumir realidades tan tajantes como son la enfermedad y la muerte han formado parte de la consideración filosófica y de los mensajes religiosos a través del tiempo. Ordinariamente la manera de conducirse para cada cultura con respecto a estos hechos se encuentra fundamentada en lo religioso y en lo místico de las culturas primitivas que nos anteceden, lo que ha configurado los modos, hábitos y costumbres de la gente para responder a las enfermedades y a la muerte. Philipp, A. (1999), en un estudio sobre cómo reacciona el hombre ante la muerte destaca que estamos horrorizados ante la muerte pese a saber que todos algún día vamos a morir y en este sentido connotamos como una bella muerte a aquella que se da en forma súbita, por ejemplo, mientras dormimos, sin dolor ni enfermedad y por tanto completamente inesperada.
Entonces, me cuestiono ¿Cómo se reacciona cuando se espera a la muerte como consecuencia inevitable de una enfermedad? ¿Cómo se atiende ésta angustia en el espacio clínico? ¿Cómo se elabora el duelo de la propia muerte, del propio cuerpo?
 
Sabemos que la interpretación personal que un sujeto hace de su enfermedad, respecto a las consecuencias que ésta tenga sobre sí mismo, su familia, actividades, rol laboral y social, etc., condiciona respuestas emocionales que pueden incluir ansiedad, depresión, rabia, resentimiento, vergüenza, culpa y desesperanza, entre otros, y en algunos casos euforia y manía, como defensa ante la angustia que cada uno experimente en cada caso, de acuerdo a su estructura psíquica e historia personal.
 
En el caso de la enfermedad se presenta la resistencia para poder transitar por las distintas fases del duelo, en las que se dan retrocesos y estancamientos sobre todo si no se le brinda al paciente un espacio de contención para poder tramitarlo, ya que un componente importante que lo atraviesa es la angustia (angustia de muerte).
 
La experiencia clínica nos demuestra cotidianamente que el cuerpo habla cuando faltan las palabras. Es un lenguaje siniestro, desde luego, que permite la descarga pulsional, siempre a un costo inefable. En el desorden psicosomático, me atrevería a decir que lo que prevalece es una identidad no diferenciada, un furor que se resiste a la fusión, que no distingue, que no se sabe. El individuo se puede asomar apenas como un otro, como una suposición de sujeto. Pero ese remanente que no se ha disociado, el residuo de lo que no era todavía, de lo inexistente, sirve de plataforma para expresar lo impronunciable (a través del cuerpo).
 
Se han observado a las dermatitis, las tiroiditis y las artritis como sucesos que de alguna manera permiten elaborar o sublimar la carga de afectos que no pueden pronunciarse; la muerte de un objeto primario, un divorcio, el distanciamiento de un hijo, la propia incapacidad para hacer frente a un vuelco afectivo, todos ellos impactos de lo innombrable que el cuerpo reclama. Por otro lado, está la convicción de que toda enfermedad autoinmune se inscribe en la narrativa emocional del sujeto; No se puede superar un brote de Lupus sin recurrir al carácter, la integridad psíquica o a los substitutos de ambos en la vida relacional.
 
La oscilación, el impacto de estos padecimientos en la esfera afectiva, su transitar en paralelo a la evolución somática y las complicaciones inmunopatológicas nos demuestran que no queda duda de la dependencia y relación que existe entre la psique y el cuerpo. No obstante, ha resultado difícil convencer a los fisiólogos y a los médicos que no se requiere de conexiones endocrinas o moleculares para explicar este vínculo. Así como no es necesario trazar un mapa neuronal para descubrir el Ello o las vertientes de una fobia.
Por ejemplo, una dermatitis eczematosa que aparece durante la lactancia es testimonio  de una diada fragmentada o interrumpida, donde la madre no hace eco de la descarga afectiva (ambivalente) del hijo y este reclamo, recurrente, busca una salida donde podrá atraer la atención constante o donde servirá para aliviar la angustia que no cesa. Esto nos habla del continuo, de lo no diferenciado que conecta la piel con un otro que no puede moverse. Tomando que cuenta que se está ante una fenomenología de lo amorfo, ante la violencia esparcida en un cuerpo que no puede dar cuenta del sujeto, de la individuación.
 
¿Cómo conectar el saber psicosomático desde una perspectiva libre de prejuicios, que no requiere justificar su campo de acción y de influencia?
 
Como explique anteriormente, la conformación del sujeto parte de ese primer  intercambio pulsional junto con todos los mecanismos y estímulos que se suscitan a una temprana edad. La piel de la madre en los labios hipersensibles del lactante; los dedos tersos que sujetan el cuerpo y otorgan peso gravitacional, el amamantamiento, etc., son parte de un periodo fundacional, es decir, el cuerpo expresa toda la subjetividad, desde el grito de hambre hasta el placer anal de la evacuación periódica. La inserción de la fantasía y del deseo es producto connatural de este proceso, como lo es la angustia y la sensación
de abandono. El proceso nutricio ocurre simultáneamente en la esfera somática (cuerpo) y en la dimensión psíquica del infante, tan amorfa y tan maleable una como la otra, tan susceptibles de cambios y alteraciones.
 
Tomando esto en cuenta, propondría como hipótesis que lo psicosomático es lo no inscrito, el remanente, la falta cárnica que no llega a volcarse en cuerpo, mucho antes de la integración física e imaginaria. Es tan primaria tal inscripción en la vida que se requiere relativamente poco para despertar los fantasmas y alterar el oleaje del sistema inmunológico que subyace a toda nuestra identidad biológica.
 
La enfermedad psicosomática es, entonces, la manifestación anormal (fuera del orden) de un afecto que no ha podido verbalizarse, sea por inmadurez psíquica o por negación, y que busca su cauce en los confines más recónditos del soma. No resulta insólito que encuentre su vocablo en tejidos envolventes (el yo-piel) o aquellos que están cerca o auxilian como canales de la motricidad (tiroides, pulmones, articulaciones o músculos).
 
Así como el trastorno psicosomático expresa la no diferenciación; la enfermedad autoinmune describe con claridad la falta de una discriminación entre lo propio y lo que procede del exterior.
 
En “Animismo, magia y omnipotencia de los pensamientos”, Freud menciona  que la magia es la pieza clave para conocer el origen del animismo, es decir, el sistema por el cual se le da vida o alma a las cosas, como ocurría en la vida primitiva y como sabemos también ocurre en la infancia. La técnica de la magia puede aplicarse también para establecer una evocación de protección ante los males o peligros de la vida esto es, invocando el auxilio de Deidades; sus principios son la similitud y contigüidad, siendo el imperio de la asociación de ideas lo que explica la insensatez del procedimiento mágico que en el fondo lo que expresa es la realización de un deseo.
“Ahora parece que como si fuera la acción mágica misma la que en virtud de su similitud con lo deseado, lo obligara a producirse”[3]
 
La omnipotencia de los pensamientos es el principio que rige esta magia, es decir, el modo de pensamiento animista donde la necesidad de la satisfacción de los deseos predomina sobre la realidad objetiva, y en este sentido podemos considerar que el llamado pensamiento mágico es el mecanismo por el cual el sujeto cambia su realidad dolorosa por una que le satisfaga; una defensa contra el temor, la angustia que le genera su realidad, creando una alianza entre deseos y fantasías para formar con estos una especie de delirio sin que ello signifique que exista una psicosis.
 
Todos estos elementos de la psique humana se ponen en juego y alerta ante la presencia de una enfermedad, llevando a los sujetos a reaccionar o responder de acuerdo a su economía psíquica y el momento histórico y cultural que le rodea y en cual se encuentra inmerso en medio de una disyuntiva.
 
Es por eso, que como analistas debemos desarrollar la capacidad de autobservación, de percibir la propia subjetividad y la del paciente y lo que emerge de estas dos subjetividades. La interacción de dos personas en un espacio produce un efecto en el psique soma de ambos, ambos participantes usan el lenguaje y sus contenidos verbales para comunicarse, pero lo que emerge de las palabras tiene que ver también con el tono de voz. Tal interacción produce la emergencia de emociones y cambios corporales en 3 Freud, Animismo, magia y omnipotencia de los pensamientos; Vol. XIII los dos. La verbalización que se da en la interacción es psicosomática se produce en todas las sesiones aun cuando en algún momento predomina un aspecto sobre otro. Podría decirse que la escucha es físico-psíquico-emocional y afecta simultáneamente al analista y al paciente, produciendo cambios en todos esos niveles.
 
A manera de conclusión se puede decir que escuchar el síntoma más allá de su expresión somática, descubrir el mensaje que esta encierra, es fundamental para abordar estos casos donde el sujeto no se interroga sobre su deseo, pero lo actúa en lo real del cuerpo, permitiendo con la escucha que este se vehiculice a través de la palabra ya que como menciona Inés Sotelo (2007), no dar un lugar a la palabra es exponerse al advenimiento de un pasaje al acto. Se trata entonces de hacerle un lugar a la palabra de los sujetos atravesados por lo real del síntoma en lo orgánico y de “crear artificios en guardias y admisiones, que permitan la lectura de los efectos haciendo uso de los recursos de los que se disponga”[4]
 
 
 
 
 
Bibliografía
 
 

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  • Freud, S (1991) Más allá del principio del placer; Vol. XVIII. Amorrortu Ed. 2ª reimpresión
  • Freud, S. (1991) Cómo se genera la Angustia; Fragmentos de la correspondencia con Fleiss: Manuscritos “M”, “N” y “G” Vol. I. Amorrortu Ed. 2ª reimpresión
  • Freud, S. (1991)Conferencias de Introducción al Psicoanálisis; 23va. Conferencia: Los caminos de la formación del síntoma Vol. XVI. Amorrortu Ed. 2ª reimpresión
  • Freud, S. Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico Vol. XII. Amorrortu Ed. 2ª reimpresión.
  • Freud, S. (1991) Animismo, magia y omnipotencia de los pensamientos; Vol. XIII. Amorrortu Ed. 2ª reimpresión
  • Freud, S. (1991) Duelo y Melancolía; Introducción del Narcisismo; Vol. XIV. Amorrortu Ed. 2ª reimpresión
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  • Sami-Ali, Mahmoud. Penser le somatique. Imaginaire et pathologie. Dunod, Paris 1987.
  • Sotelo Inés. (2007) Clínica de la urgencia… JCE Ediciones

[1] S. Freud y Melancolía Vol. XIV Pág. 235 Amorrortu Ed
[2] S. Freud Introducción al narcisismo. P 79, Vol. XIV Amorrortu Ed
[3] Freud, Animismo, magia y omnipotencia de los pensamientos; Vol. XIII
[4] Sotelo Inés. (2007) Clínica de la urgencia. JCE Ediciones
 
 
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