La Pulsión de Muerte en las Instituciones Policiales
Autor: Cecilia Castilla
La presente investigación tiene como objetivo una aproximación al panorama de las instituciones de seguridad en México, específicamente en los policías que desempeñan labores operativas, las cuales se visualizan desde una perspectiva basada en la teoría psicoanalítica; en la que se explorarán desde los rasgos de personalidad requeridos para el desempeño de las funciones policiacas, hasta las motivaciones manifiestas y latentes por las que ingresan, además de las respuestas conductuales que presentan durante su estancia ante las condiciones sociales y laborales de la corporación.
Cabe mencionar que existen pocas investigaciones referentes al tema, y que las que se encuentran son en su mayoría elaboradas por sociólogos, politólogos y abogados penales, mostrando la psicología y el psicoanálisis una baja participación al respecto.
Para empezar a ahondar en el tema, es necesario revisar el contexto del que por lo regular provienen los aspirantes a policías. De acuerdo a un estudio realizado por Arteaga (2000), la gran mayoría de estos funcionarios públicos provienen de un estatus socio-económico medio-bajo y bajo, y de contextos socioculturales marcados por la desintegración y violencia familiar, así como también por el consumo de drogas y por tener conocidos o familiares con vínculos delictivos, que incluso han ingresado a instancias penales; cabe señalar también, que la mayoría posee un nivel de estudios de primaria o secundaria.
Tomando en cuenta lo anterior, una investigación realizada por Vázquez (1999), acerca de los motivos manifiestos respecto al ingreso a dichas corporaciones, arroja los siguientes datos: “el 47.30 % ingresa por superación personal y necesidad económica; el 21.61% comenta que le agrada la actividad policíaca; el 14.19% desea hacer una “carrera”; el 10.14% tiene la convicción de servir a la ciudadanía; y el 6.76% restante, menciona sentir vocación de servicio”.
A continuación es necesario hacer hincapié en las condiciones laborales que aceptan durante su ingreso: las cuales consisten en tener disponibilidad de servicio las 24 horas del día (en los que suelen doblar turnos de más de 48 horas, si el “servicio así lo amerita”); contar con disposición permanente para cambiar de residencia; tener el pleno compromiso para sujetarse a las normas y medidas disciplinarias que emita la Institución, así como aceptar las sanciones que en consecuencia se apliquen; y la más importante, que es el salvaguardar la integridad de terceros, antes que la suya, durante su labor como encargados de la seguridad y tranquilidad social.
Ruíz (2006), menciona en un estudio comparativo de las instituciones policiacas en América Latina, que “los policías enfrentan un trabajo estresante en el que constantemente deben lidiar con un público hostil y solucionar múltiples altercados callejeros o de violencia”. Lo cual provoca que dicha labor sea potencialmente peligrosa y que la probabilidad de morir en horas del servicio sea alta. Asimismo, señaló que la gran mayoría reciben salarios que pueden ser considerados como “aceptables con respecto al mínimo legal”, pero que son claramente insuficientes para subsistir. A pesar de esto, ser policía representa una opción para los sectores populares que encuentran “estabilidad laboral y una mejor calidad de vida”.
Ahora bien, a estas contextualizaciones se suma como resultado, la percepción que tiene la ciudadanía ante las fuerzas de seguridad, la cual, según el estudio anteriormente señalado, arroja que el nivel de aceptación y de confianza de la población mexicana ante dichas instituciones es de 26%, dejando en claro una percepción negativa, que surge como respuesta ante el inadecuado manejo del poder y la corrupción de los mismos.
Tomando en cuenta las restricciones laborales y sociales bajo las que se encuentran inmersos dichos trabajadores, es cuando se puede cuestionar acerca de las motivaciones latentes que los estimulan a enlistarse como policías, ya que se requiere de ciertas características específicas de personalidad, para hacer frente a todas las funciones que implica dicho “cargo”, como lo son el participar en operativos, reprender a los delincuentes, accionar un arma de fuego, permanecer en un ambiente lleno de riesgos y violencia, poner en constante peligro su vida, entre otras.
En este sentido, para tener un acercamiento a dichas características es necesario retomar el ambiente en el que se llevó a cabo el desarrollo de los mismos, el cual suele estar impregnado de carencias tanto económicas como emocionales. Al respecto Greenacre (1960), señaló que en aquellos entornos en los que existen deficiencias afectivas en el vínculo con las figuras parentales, además de la presencia de conductas agresivas y/o traumas experimentados durante la niñez, se produce un alto grado de tensión que se combina con ansiedad, provocando en el infante ya sean sentimientos de culpa o de rebeldía ante la situación frustrante. Esto es, dependiendo del manejo que se le da a la agresión experimentada se configurará la personalidad.
Es por ello, que en el primero de los casos, en donde la culpabilidad se presenta como resultado del mecanismo de defensa de “la vuelta de la agresión al sí mismo” (vuelta contra sí mismo), se termina por buscar un castigo inconscientemente, lo cual se asemeja a un posicionamiento masoquista o depresivo, en el que se vuelca la pulsión agresiva hacia sujeto, dejando intactos a los objetos externos; actitud que es desencadenada principalmente por la instancia psíquica de un superyó exigente y punitivo.
Gaitán (2012), menciona que entre las principales funciones del Superyó, se encuentran el desarrollo o implementación psíquica de la culpa; la conciencia moral, “que se forma a través del conjunto de identificaciones que hace el sujeto a lo largo de su infancia, y que constituye un representante interno del mundo externo, y de todo lo que se “deber ser”; además de contribuir, a la formación de un ideal del Yo, que constituye toda aspiración que el individuo quiere llegar a ser o a cumplir; anhelo que cabe señalar, se forma como resultado de la conciliación de las exigencias de la conciencia moral y las del Ello (refiriéndose a las necesidades impulsivas que requieren ser satisfechas).
Lo cual, relacionado con el perfil descrito anteriormente, en el que la agresión se vuelve al sí mismo, hace referencia a su necesidad por expiar sus culpas mediante el cumplimiento de las reglas establecidas, aunque por ello deban someterse a una disciplina hostil y militarizada, en la que se aplican castigos físicos, se reproducen ritos iniciáticos degradantes y se imparten órdenes caprichosas difíciles de cumplir; pero que, como ganancia secundaria logran obtener todo aquello de lo que han carecido en su pasado, que va desde tener una acercamiento a una institución representante de “la Ley” o de un padre, que al mismo tiempo que los protege, los forma y les da una identidad, les otorga un sentimiento de pertenencia. Asimismo, hay que tomar en cuenta que en toda profesión catalogada como “heroica”, existe la posibilidad de reparar sus sentimientos de inferioridad y fracaso, por medio del reconocimiento.
Por otro lado, respecto al segundo caso planteado, en el que la agresión se expresa como rebeldía y es proyectada al exterior, Greenacre hace referencia a los rasgos psicopáticos en los que el infante denota un comportamiento antisocial, ya que carece principalmente de conciencia y culpa, además de mostrar una impulsividad marcada, irresponsabilidad, poca tolerancia a la frustración y labilidad emocional; factores que por ende, lo llevan a tener actitudes destructivas en las que buscan “vivir intensamente el momento”, sin considerar las consecuencias de sus actos y sin aprender de sus experiencias; aunado a ello, señala que los factores socioeconómicos concomitantes suelen complicar su cuadro psicopatológico, ya que el hecho de sentirse “desfavorecidos”, genera en ellos un sentimiento profundo de “minusvalía” e “injusticia”, que a su vez provoca que racionalicen y justifiquen sus conductas cuando actúan contrariamente a las reglas sociales. En esta estructura, el superyó tiene distorsiones importantes, lo cual se refleja con fallas notables en el control de impulsos agresivos, al ser crueles, desafiantes y violentos.
En este tipo de personalidad el fracaso en la internalización de las prohibiciones y las reglas dictadas por sus progenitores, provoca que no se apeguen fácilmente a las normas y busquen aplicar su propia ley; aspectos que implican riesgos durante la asunción del poder que les otorga su trabajo, al fungir como una figura de autoridad.
Es aquí donde entra el cuestionamiento por la controversia acerca de cómo durante su ingreso los policías entran a la institución con la “finalidad manifiesta de querer ayudar y servir a los suyos, para no permitir más injusticias”, identificándose con los “agredidos”, y cómo es que en algunas ocasiones, con el pasar del tiempo terminan por sentir cierta “superioridad” y por extorsionar o castigar a civiles de la comunidad que no lo ameritan. Lo cual reflejaría en último momento, una identificación con “la parte agresora”.
Lo que puede percibirse en este tipo de situaciones es una necesidad de descargar la agresión que no está siendo satisfecha, razón por la que muchos de estos servidores públicos optan por el abuso de autoridad, que va desde las pequeñas extorsiones o “mordidas”, hasta la ejecución de torturas bajo el lema de “tener la autoridad para hacerlo y estar cumpliendo con su deber”; actitudes que llevadas a este extremo sólo reflejan un goce que rebasa los límites social y psicológicamente estipulados.
Dicho fenómeno podría entenderse de mejor manera, tomando como base el texto de Freud escrito en 1920, “Más allá del principio del placer” en el que se da énfasis a la controversia que genera el hecho de que una acción displacentera cause a su vez placer, y con ello una ganancia inconsciente o secundaria.
Al respecto Freud menciona que “el principio del placer está al servicio de la función de hacer que el aparato anímico quede exento de excitación, o de mantener en él un nivel mínimo o constante de ella”. Así mismo, señala que “el principio de placer parece estar directamente al servicio de las pulsiones de muerte”.
Laplanche y Pontallis (1993), explican que la pulsión de muerte se contrapone a las pulsiones de vida, ya que tienden a la reducción completa de las tensiones, es decir tienen como objetivo el volver a un estado inorgánico. Estas pulsiones son propensas, por lo tanto, a la autodestrucción, o de manera secundaria a la forma de pulsión agresiva o destructiva (hacia el exterior); por lo tanto, se considera que la agresión es una expresión de la pulsión de muerte, así como también lo es “la compulsión de repetición”.
Término que Freud (1920), señaló como un retorno de lo reprimido como efecto del fracaso del principio de placer, al mencionar que: “Las exteriorizaciones de una compulsión de repetición muestran un alto grado de carácter pulsional”, en las que “por medio del re-vivenciar la situación traumática o displacentera, se consigue el dominio sobre la impresión intensa, de una manera más activa que cuando se suscitó el evento por primera vez”. Proceso que tiene como finalidad inconsciente el “repetir para no recordar”, pero también el “repetir como un intento para reelaborar” todo aquello que se quedó sin la posibilidad de ser asimilado.
Este proceso surge de la falla en la descarga de las pulsiones, que dejó “un resto pulsional libre”, que al permanecer sin ser ligado a una representación, requiere ser expresado para su descarga. Lo cual señala Freud con la siguiente cita: “la tarea del aparato anímico sería ligar la excitación de las pulsiones que entran en operación en el proceso primario (regido por el Principio del placer). El fracaso que se presentase en la ligazón (de las pulsiones) provocaría una perturbación análoga a una neurosis traumática”.
Lo anteriormente explicado, constituye una aproximación hacia el entendimiento de las aspiraciones inconscientes de los policías, los cuales muestran una tendencia a repetir los patrones de agresión vivenciados y/o aprendidos, con la finalidad de reelaborar una situación traumática y a su vez, construir una vía que les permita la expresión de sus pulsiones agresivas y destructivas; que en el caso de llevarlas al acto ante los criminales, podrían llegar a su cometido mediante la sublimación o como un comportamiento socialmente adaptable.
En este sentido, Talaferro (1983) señala que debe considerarse por sublimación, al mecanismo defensivo o proceso, por el cual una pulsión abandona su objetivo original, tomando como base al principio de realidad; ya que la simple satisfacción del deseo primario originaría displacer, como el sentir culpa; razón por la que la pulsión en conflicto, elige un nuevo fin y un objeto, que le permitan satisfacer de manera velada sus necesidades instintivas bajo las exigencias y conformidad del principio de realidad y del superyó.
Al respecto, cabe hacer mención de los aportes de Menninger (1943), quien señaló que “el trabajo es una forma particular y privilegiada de la sublimación”, considerando que entre las funciones del Yo, se encuentra la tarea de dirigir de manera adaptativa no sólo las pulsiones sexuales, sino también las agresivas. Es por ello que, a decir de este autor: “si las mociones eróticas dominan lo suficiente, el resultado será una conducta constructiva; en cambio si los impulsos agresivos dominan, el resultado será una conducta más o menos destructiva. De todos los métodos disponibles para orientar las energías agresivas en una dirección útil, el trabajo ocupa el primer lugar”.
Para que sea viable éste camino hacia la sublimación llevada a cabo por los policías, no se pueden dejar de tomar en cuenta las condiciones laborales en que viven, las cuales no favorecen su salud, por el hecho de obligarlos a cumplir jornadas extenuantes, separarlos por prologados periodos de tiempo de sus núcleos sociales (sobre todo de sus familiares) y tenerlos sin un monitoreo adecuado en cuanto a su salud física (por tenerlos sin dormir y comer adecuadamente), además de la salud psicológica que por lo regular se ve afectada ante las situaciones traumáticas que vivencian durante los enfrentamientos armados. Conflictos que buscan aminorar mediante el consumo excesivo de alcohol y el uso de drogas (ambos para bajar su nivel de ansiedad y poder soportar los horarios de trabajo).
En cuanto a la estabilidad emocional, Arteaga (2000), menciona que sus altos niveles de estrés post-traumático, además de su depresión, son los aspectos que han convertido a este grupo, en uno de los más altos en índices de suicidio.
Es por ello que lo más importante, es poder comprender a profundidad a esta comunidad, para poder brindarles la atención que requieren, tal como lo defiende Vázquez, al mostrar cualitativamente los cambios que generó la implementación de una “psicoterapia grupal” para los policías, en la que no sólo éstos trabajadores contaron sus fracasos laborales, sino que compartieron sus historias de vida y formaron un grupo de autoayuda, que les otorgó la sensación de ser comprendidos.
 
Conclusiones
Con esta investigación no se pretende generalizar y delimitar las circunstancias, los rasgos y los estímulos referentes a los policías, sino hacer un análisis de la tendencia que suele presentarse en estas instituciones, para proveer una aproximación que permita comprender a fondo las motivaciones inconscientes por las que ejercen dicho trabajo. Motivaciones que están fuertemente relacionadas con el manejo de la agresión, que al ser comprendida desde un punto psicodinámico permitiría a su vez, que se provean las herramientas que les permitan romper con la espiral cargada de “pulsión de muerte” en la que se encuentran inmersos, encausando así, su descarga de una manera óptima, que favorezca la relaboración y resignificación.
Lo cual se lograría en conjunto, mediante las evaluaciones psicológicas pertinentes y exhaustivas (aplicadas en el ingreso y también durante la permanencia de los policías) en las que se detecten los rasgos de personalidad perjudiciales para el desempeño de dicha profesión (como los referentes a la psicopatía), y en la que también se examine el estado mental y anímico de los que permanecen, como una acción preventiva.
Así como también, se sugiere la aplicación de programas basados en psicoterapias enfocadas a proveer apoyo y contención emocional, además de un grupo especializado para brindar intervención en crisis.
Considero que hasta el momento la formación de los policías ha sido menospreciada, sin tomar en cuenta las consecuencias sociales que conlleva su descuido, lo cual pudiese cambiar con la influencia de los profesionales de la salud que generen una mayor conciencia sobre la situación.
Por último, propongo ampliar los alcances del uso de la teoría psicoanalítica, y dejarlo no sólo a nivel privado, sino a buscar que tenga una presencia y utilidad en espacios públicos.
 
Bibliografía

  • Arteaga, N. (2000). Padecimiento y enfermedad en la policía: un estudio de caso. El cotidiano. Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco. México, D.F.
  • Freud, S. (1920). Más allá del principio del placer, Obras Completas, t. XVIII, Buenos Aires, Amorrortu.
  • Gaitán, A. (2012). Agresión y Pulsión de Muerte. Trabajo presentado ante la Sociedad Psicoanalítica A.C. Para obtener el grado de psicoanalista titular. México, D.F.
  • Greenacre, P. (1960). Trauma, desarrollo y personalidad. Buenos Aires: Paidós.
  • Laplanche, J. & Pontalis J.B. (1981). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Labor.
  • Menninger, K. (1943). El Trabajo como Sublimación. Revista de Psicoanálisis APA, a. 1, 2, pg. 166 a 181.
  • Ruiz, J. (2006). Ser policía en América Latina: estudio comparado en cifras. The International Political Science Association.
  • Schreck, A. (2011). Compulsión de Repetición: La transferencia como derivado de la pulsión de muerte en la obra de Freud. Asociación Psicoanalítica Mexicana. México, D. F: Editores de Textos Mexicanos.
  • Tallaferro, A. (1983). Curso básico de psicoanálisis. Buenos Aires. Paidós: Biblioteca de psicología profunda.
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