Estela Cházaro

Durante el tiempo que ha durado la pandemia, he leído artículos y escuchado pláticas acerca de las implicaciones en el cambio de modalidad en el trabajo analítico de presencial a distancia, sus repercusiones, así como los pros y contras que se han observado en esta nueva forma de trabajo. Se han mencionado las implicaciones del encierro en las relaciones familiares, los niños retirados de sus escuelas, la angustia ante el contagio y los duelos por pérdidas de seres queridos. Así mismo, se ha comentado acerca de la angustia que desató la confusión ante la poca información confiable y el exceso de desinformación en los medios de comunicación y redes sociales, cuando menos, durante los primeros meses.

Pero hay temas de los que se ha hablado poco desde la perspectiva psicoanalítica en nuestro país: las movilizaciones sociales, la incertidumbre económica y los cambios políticos que de manera simultánea han acontecido y siguen aconteciendo durante estos largos meses de pandemia. Estos fenómenos comenzaron a gestarse desde hace décadas, pero es hasta ahora, justo en medio de la pandemia, que su manifestación aparece como un golpe de realidad. Los cambios paradigmáticos generan angustia, ya que no logramos entender a ciencia cierta cómo se gestaron, ni tampoco hacia dónde nos llevan. Tantas tendencias, corrientes e ideologías, unas en contra de otras en todos los ámbitos: político, económico y social a la vez, dan la sensación de vivir en un mundo fragmentado, disociado y escindido. 

La polarización de las sociedades, cuando menos en el continente americano, cada vez se profundiza más. Persiste la sensación de que forzosamente se tiene que tomar una postura a favor o en contra del capitalismo o del comunismo, del federalismo o del centralismo; de la democracia o la dictadura, del populismo o del Estado de Derecho. Se polarizan las opiniones acerca de un candidato político, de las feministas, de la LGBTQ+, de los derechos de los indígenas y de si los delincuentes son víctimas o victimarios. Se asumen posturas a favor o en contra de los ambientalistas, de la supremacía de las razas, de los ricos o de la asistencia social a los pobres; del trato humanitario o la discriminación a los migrantes, a favor o en contra del aborto… La lista es interminable y pareciera que no hay posibilidad de situarse a medias tintas en ningún ámbito; o se es blanco, o se es negro. La consecuencia es que, a mayor escisión, mayor persecución.

La sociedad cada día se siente más orillada a tener que tomar posturas en favor o en contra de… He observado instituciones, círculos de amigos, grupos en redes sociales, chats grupales y hasta en las familias, en los que se ha optado por prohibir abordar estos temas, ya que la polémica que suscitan llega al grado de escindir a las instituciones y a enemistarse profundamente entre conocidos, amigos e incluso entre hermanos, padres/hijos y cónyuges.

La sensación de amenaza se respira en el ambiente. El peligro es vivenciado como algo “inminente” y a pesar de ser general en todos los niveles y ámbitos sociales, la preocupación no se puede externar ni compartir abiertamente, ya que son temas “tabú” de los que nadie puede hablar.

La necesidad de vomitar la angustia, la cual por momentos se hace intolerable, ha llevado a la gente a buscar nuevos espacios sociales. Estos grupos funcionan como burbujas de contención donde los miembros se auto tranquilizan y a veces actúan buscando la manera de protegerse. Así, se han formado nuevos círculos de amistades, organizaciones e instituciones dedicadas al fin de la “causa” común.

Los analistas, a pesar de tener conocimiento de las terribles consecuencias psicopatológicas sociales y personales que suscitan las polarizaciones, nos vemos arrastrados a ellas.

Este ambiente tenso y amenazante, también permea el tratamiento analítico. En la transferencia, ya sea de manera latente o manifiesta, los pacientes depositan en el analista sus fantasías.

La fantasía de que el analista sí entiende qué está pasando en el mundo, que tiene “bajo control” los acontecimientos, que lo va a proteger de todo mal… se intensifica. Y tarde o temprano surgirá la rabia ante la desilusión.

También están las fantasías acerca de las convicciones del analista. Hay quienes establecen una transferencia especular y sienten que el analista “está de su lado”; hay quienes, por el contrario, fantasean que el analista está en el “bando contrario” y se sienten perseguidos. Muchos pacientes extienden al tratamiento la “prohibición” de hablar de estos temas a pesar de la angustia que les suscitan, quedándose parte de sus fantasías y temores sin ser analizados.

La contratransferencia suele ser muy intensa, ya que el analista, al pertenecer a la misma sociedad fragmentada y polarizada, tendrá sus propias convicciones. De ellas dependerá que la contratransferencia sea positiva o negativa, concordante o complementaria ante determinado tema.

Cuando el analista siente que sus propiedades, su seguridad y hasta la integridad suya y de su familia está amenazada por un peligro real externo, esto es, por el “bando contrario”, la objetividad analítica se diluye y nos coloca en el riesgo de actuar en lugar de interpretar. La tentación de tranquilizar al paciente ante una situación externa de peligro e incertidumbre, es en el fondo una forma de tranquilizarse a sí mismo ante la misma situación que están viviendo. Existe el riesgo de solidarizarse con el paciente respecto de determinada convicción compartida; o, por el contrario, colocar al paciente en el lugar “del enemigo” por ser solidario con la parte social polarizada catalogada como “la amenaza”. La tentación de querer aleccionar al paciente con la intención de modificar su criterio es intensa, ya que el analista siente que su vida entera depende de la elección y la fuerza de una mayoría social antagónica a la cual pertenece su paciente.

Es importante estar en constante auto observación, pues sólo así seremos capaces de comprender desde dónde estamos actuando o interpretando.

En México, en los próximos meses y muy posiblemente por años, estaremos viviendo una situación política crítica, muy polarizada, donde la misma realidad externa afecta e incide en el paciente y en el analista, tanto dentro, como fuera del consultorio.