Sofia D’Acosta

El concepto de parentalidad surge como respuesta a las revoluciones socioculturales y los nuevos modelos familiares de la época posmoderna. La parentalidad está compuesta por una pareja que simbólicamente se liga al concebir una familia. Esta dupla se encuentra conformada por la función primaria y la función secundaria. 

La función primaria, antes conceptualizada como función materna, es aquella que cumple con un conjunto de acciones como lo son el holding, handling y presentación del objeto.

El término holding se refiere al sostén físico del bebé, al igual que el psicológico y el emocional. Este sostén satisface las necesidades fisiológicas del hijo y lo protege frente a estímulos displacenteros. El handling apunta al manipuleo adecuado por parte de la madre para acomodar su cuerpo junto con el del bebé para formar una unidad. Y por último, la presentación objetal es referente al proceso donde la madre le presenta un objeto a su hijo o la manipulación del mismo, creando así en el bebé la necesidad del objeto presentado originalmente por la madre.

Françoise Dolto, en Lambersky (2015), expone la importancia del cuidador secundario, o padre, desde el nacimiento del bebé. Podríamos decir que, frente a este proceso del cuidador primario, la función del padre o la función auxiliar consiste en proveer un ambiente contenedor que permita que el cuidador primario se encuentre disponible emocionalmente para que pueda lograr exitosamente las funciones de holding, handling y presentación del objeto con el bebé. Por lo tanto, este cuidador secundario tiene un rol activo desde el nacimiento del bebé como facilitador de la función primaria.

Se describe a la función secundaria, o función paterna por cómo era conocida anteriormente, como aquella que impone la Ley que separa la dupla madre-hijo y prohíbe el incesto. Esto a su vez regula el deseo del niño y le permite insertarse en la cultura. Por lo tanto se podría plantear que un padre construye la realidad psíquica del hijo al ejercer su función de castración. 

La unión y el complemento de ambas funciones es lo que nos da lugar para conceptualizar la parentalidad. Podemos pensarla como una paternidad simbólica donde el padre y la madre, o los cuidadores del bebé, ejercen sus funciones parentales y se constituyen como agentes de crianza. 

La parentalidad es necesaria para la constitución subjetiva del hijo. Una parentalidad lograda estructura el psiquismo y fomenta el desarrollo. Sin embargo la parentalidad muchas veces no es deseada, la cual puede ser causa de diversas problemáticas en el desarrollo del bebé según distintos autores.

Como hemos visto anteriormente la función parental está implícita en el holding, el establecimiento de límites y en generar un ambiente suficientemente bueno para el desarrollo del hijo Cuando los padres son incapaces de proporcionar los cuidados afectivos necesarios se puede generar un trauma en el bebé. Para Rotenberg, en Fainstein (2015), la parentalidad no deseada es considerada como una parentalidad falso self.

Álvarez (2014) nos explica que “en el principio de la vida el trauma se relaciona con la amenaza de aniquilación.” Esta amenaza de aniquilación se encuentra vinculada con la sensación de desintegración, generando así un falso self. El falso self es una distorsión defensiva de la personalidad que se desarrolla desde la primera infancia. El desarrollo de este self falso funciona para proteger el self verdadero. 

Donald Winnicott en su libro El proceso de maduración en el niño publicado en 1965, desarrolla la siguiente clasificación de las maneras en que el falso self se puede organizar:

  1. En un extremo: El falso self es establecido como real y el verdadero self está completamente oculto. No obstante, este self falso es identificable porque empieza a fallar cuando falta algún elemento primordial de la personalidad que quiebra la fachada. En este nivel de funcionamiento se encuentran los pacientes que presentan quiebre psicótico. 
  2. En un extremo inferior: El self falso defiende al self verdadero permitiéndole una vida secreta donde ocasionalmente sale a relucir el verdadero self. En este nivel de funcionamiento podemos ubicar a los pacientes esquizoides.
  3. Más cerca de la salud: El falso self procura buscar condiciones óptimas donde el verdadero self pueda actuar sin sentirse amenazado. Si llega a sentirse amenazado, el falso self necesita reorganizar una nueva defensa que consiste en la destrucción total del self. Por lo que ante el fracaso de este nivel podemos encontrar a los pacientes suicidas. 
  4. Aún más cerca de la salud: El self falso se forma a partir de identificaciones, por lo tanto en este nivel ubicamos a los pacientes neuróticos.
  5. En la salud: El falso self aparece para la organización de la actitud social y bien educada. El individuo renuncia a la omnipotencia para ganarse un lugar en la sociedad que no podría ser mantenido por el self verdadero, considerándose así como un sujeto en la salud mental. 

Winnicott también explica que las relaciones objetales, sobre todo las relaciones en la infancia temprana, condicionan mayoritariamente cómo se formará la estructura psíquica. Álvarez (2014) dice: 

“Winnicott (1965) afirma que el falso self se desarrolla al inicio de la relación madre-hijo. Explica que la teoría relacionada con esta fase del desarrollo ontogenético pertenece a la observación de la relación madre-hijo (paciente-analista en la regresión) y no corresponde a la teoría de los mecanismos precoces de defensa del Yo organizados en contra de los impulsos del Ello, sin embargo, ambos temas coinciden en parte. Afirma que para explicar el proceso de desarrollo es necesario revisar el comportamiento y la actitud de la madre debido a que, en esa etapa, la dependencia es real y casi absoluta, es decir no es posible formular lo que sucede haciendo únicamente referencia al niño.”

Empero, no debemos de perder de vista la época y circunstancia sociocultural en que Donald Winnicott se encontraba sumergido cuando escribió lo anterior, donde la mujer debía cumplir obligatoriamente con las funciones maternas. No obstante, hoy en día la investigación demuestra que estas funciones maternas pueden ser llevadas a cabo por el padre, un familiar o cualquier tercero. Por lo que me gustaría subrayar la idea principal del autor, la cual se centra en la importancia de las relaciones objetales y especialmente la relación del bebé con sus cuidadores primarios durante el mismo momento de su nacimiento como base crucial para instaurar la patología o la salud mental. 

Por su parte Amapola González (1991) en su artículo Imagos paternas en la elección de patología, asienta que “…las experiencias vitales quedan, de lleno, en el campo del psicoanálisis. De ellas, las definitivas para la formación del carácter del individuo son las más tempranas, y éstas corren a cargo de quienes funjan como figuras paternas del niño.”

Los mensajes enviados por la pareja parental de condición preverbal y verbal, al igual que consciente e inconscientemente, son captados por los hijos e interpretados según el momento de su desarrollo en que se encuentren. El desarrollo de la patología está entonces influido por los padres, sus comportamientos y los mensajes que le envían al hijo. 

A continuación la Dra. González nos presenta un pequeño resumen sobre varias patologías y los mensajes enviados por los padres en cada uno de los casos:

  • La esquizofrenia se caracteriza por un aparato mental que se quiebra fácilmente frente los retos y cambios comunes del mundo externo. Cuando investigamos acerca de las experiencias del primer año de vida de estos pacientes podemos encontrar mensajes confusos y contradictorios por parte de los padres que le imposibilitan al paciente esquizofrénico tener un punto de referencia fijo sobre cómo comprender el mundo externo. Los padres del paciente esquizofrénico le transmitieron a su hijo una imagen fragmentada de cómo comportarse en diferentes ocasiones. Consecuentemente el hijo recurre al mecanismo de defensa de escisión para relacionarse con alguna de estas imágenes fragmentadas. 
  • En el caso de la paranoia las figuras parentales aparecen como persecutorias, rígidas e inescapables. El hijo debe someterse completamente a sus padres que le permitirán sobrevivir, o de lo contrario morirá. Esto genera un odio a los padres que, a su vez, es incompatible con la supervivencia por lo que el hijo se encuentra en constante conflicto. Consecuentemente el hijo reprime esta agresión hacia los padres para poder convivir con ellos, no obstante, la agresión se encuentra latente y para tolerar ésta se da un desplazamiento de las intenciones de aniquilación de los padres hacia el hijo a otros objetos.
  • La manía-melancolía está compuesta por dos cuadros patológicos; manía y melancolía. La melancolía se caracteriza por una intensa tristeza que es consecuencia de un empobrecimiento de las funciones vitales, expresiones auto-devaluatorias y el sentimiento de culpa. Aunado a esto existe una actitud demandante de reparación hacia los objetos del paciente. Para el desarrollo de esta patología se descubre que el hijo introyectó y logró identificarse con algunas funciones parentales. Sin embargo, otras de estas funciones paternas quedaron introyectadas como objetos extraños en la psique del hijo que éste quisiera expulsar pero no puede. Por otra parte, el cuadro patológico de la manía comparte la misma etiología que la melancolía. Sin embargo, los mecanismos de defensa utilizados por el paciente maníaco son distintos, ya que predomina el uso de la negación. Dado esto es que el paciente se vive como omnipotente y el ataque hacia el objeto malo es negado en la consciencia. La investigación demuestra que en las figuras parentales del paciente maníaco existe una necesidad de aparentar una posición social superior que no se posee.
  • La neurosis obsesiva se caracteriza por el constante sentimiento de culpa por parte del paciente, el cual es aplacado por el uso del mecanismo de defensa de la intelectualización. También existe una sensación de omnipotencia que genera en el paciente obsesivo la obligación a siempre cumplir con las demandas de los demás y autoimpuestas. Todos estos elementos generan un súper yo de carácter persecutorio que constantemente exige al paciente obsesivo. En la infancia del paciente obsesivo, podemos observar a unos padres que se vivieron como figuras integradas deseables para identificarse con ellas. Sin embargo, estos padres le transmitieron al hijo metas inalcanzables esperadas a que sean cumplidas por él. 
  • El cuadro patológico de la histeria se configura durante la etapa fálica del desarrollo, específicamente en el complejo de Edipo. Si las figuras parentales mandan un mensaje seductor a su hijo, a éste se le será imposible desligar sus impulsos sexuales de los objetos originales e incestuosos, traduciéndose en la inhibición del ejercicio sexual y agresivo.

Este esquema enfatiza en la importancia de los mensajes que manda la pareja parental y las representaciones mentales de la misma, a nivel consciente e inconsciente, por parte del hijo. Me gustaría acentuar que en la medida en que los padres se encuentren afectados por situaciones traumáticas o elementos dolorosos de su propia historia, no elaborados, de manera inevitable saldrán a relucir durante el ejercicio de la parentalidad, generando de esta forma la transmisión de síntomas y cuadros patológicos en el hijo. 

Por otra parte, Brazelton en su libro La relación más temprana: Padres, bebés y el drama del apego inicial publicado en 1990, investiga acerca del deseo de ser padres y explica que algunas necesidades no satisfechas en el desarrollo de los padres son parte del deseo de que la mujer quede embarazada. La forma en cómo fueron percibidas las experiencias en la primera infancia con su propios padres y madres, el desenlace del Complejo de Edipo, y la independencia del hogar son factores que influyen en la adaptación al nuevo rol parental. 

El deseo de tener un hijo, o de ser padres, también puede ser estudiado desde la perspectiva sociocultural. Podemos considerar éste como un deseo inconsciente por parte de la pareja parental que busca su inscripción en la genealogía de nuestro orden cultural. No obstante, este orden se ha ido transformando de generación en generación. 

El recurrente discurso que escuchamos hoy en día, dentro y fuera del consultorio, de jóvenes que no desean tener hijos puede ser una consecuencia de lo descrito anteriormente. El no-hijo actúa como un significante de la misma forma que el hijo. Goldstein (2015) nos explica: “Así como hay salidas sintomáticas del lado de la inscripción de la diferencia sexual -la bisexualidad, por ejemplo- las hay también por el lado de la diferencia generacional; un índice de la complejidad que abarcan las salidas a la diferencia generacional se halla en la contradicción entre el reforzamiento de la oferta médica para la procreación asistida y, por otro, la respuesta de la privación de una generación a los hijos.”

Me gustaría terminar este escrito concordando con lo asentado por Mirta Goldstein, respecto a que una parentalidad responsable no se manifiesta únicamente cuando los padres cuidan el buen desarrollo de la salud mental del hijo, sino también cuando la respuesta es el “no-hijo”. Ya que debemos considerar la responsabilidad psíquica que corresponde a la pareja parental y cómo el deseo de ser padres no siempre es genuino, si no más bien, una exigencia cultural. 

Bibliografía