Luz Elena Baz 

La elaboración de este escrito comenzó a surgir un año atrás; con elaboración no me refiero al acto de escribir en sí mismo sino a pensar en nuevas formas de aplicar el psicoanálisis más allá del setting: analista-paciente dentro del consultorio. En 2020, como consecuencia de la pandemia, nos vimos obligados a recluirnos, a aislarnos, y a evitar la presencia física con un otro. Esto abarcó todos los espacios donde coexistíamos, y los dispositivos electrónicos se convirtieron en los puentes que teníamos al alcance para podernos comunicar. Sin embargo, desde mi experiencia personal; mi formación y trabajo como analista requerían de un nuevo giro, ya que todo comenzó a volverse un tanto monótono.

Las clases a través de una pantalla habían perdido la espontaneidad, la calidez. Los momentos como ir por un café en donde podías comentar lecturas, angustias, fines de semana, se habían reducido a conversaciones por WhatsApp….o chats de zoom. Por otra lado; en el consultorio en línea caía en cuenta que mis pacientes estaban experimentando grandes niveles de angustia, cada uno con sus situaciones de vida particular, con sus desafíos truncados, con la incertidumbre por un mundo que parecía desmoronarse a su alrededor; pero algo que resultaba un común denominador era la urgencia por elaborar en colectivo situaciones compartidas.

Cuando tenían la oportunidad de encontrarse con un grupo de amigos, de colegas, con los cuales hablar de lo vivido, las sesiones analíticas tomaban otro giro, había más movimiento interno, insight más profundos “esto llevaba a asociaciones que pienso no hubieran sido posibles únicamente con las sesiones analíticas. Por otro lado, mi experiencia como maestra de jóvenes universitarios me mostraba que la falta de contacto con sus pares en el salón de clases, también tenía fuertes consecuencias; mayores niveles de desmotivación, más renuencia a trabajar en equipo, lo cual impactaba en su sentido de pertenencia, vital en el desarrollo de su identidad.

Frente a todos estos cuestionamientos, comencé a entablar reuniones virtuales con una colega, en donde reflexionábamos sobre la necesidad de ampliar los dispositivos clínicos que conocíamos, en cómo estaba siendo necesario desarrollar nuevos espacios de contención, e incluso dentro de la misma experiencia clínica era importante replantearnos si nuestras posturas analíticas daban el sostén necesario desde una mirada psicoanalítica tradicional.

Mi colega estaba familiarizada con conceptos provenientes de la corriente relacional psicoanalítica, lo cual abrió un panorama distinto para construir un dispositivo terapéutico tomando como base postulados teóricos, como la mutualidad, y el grupo análisis.

Este trabajo busca hacer un recorrido teórico por las corrientes psicoanalíticas contemporáneas y su pertinencia en la creación de nuevos dispositivos terapéuticos; se llevará a cabo una revisión teórica, integrado los postulados con la descripción del trabajo grupal que realizamos con un grupo de mujeres jóvenes; al ser una experiencia nueva nos enfrentamos a incertidumbres y ansiedades que logramos elaborar en conjunto, con la apertura para poder ampliar este trabajo y hacer uso de la riqueza del psicoanálisis para abrir nuevos horizontes. Finalmente se compartirá con este grupo un escrito que busca detonar una reflexión desde una posición de mutualidad y apertura.

Para Eagle (2011), una característica central de las teorías psicoanalíticas contemporáneas es su concepción de la naturaleza social de la mente. Esta mirada se expresa en la literatura psicoanalítica contemporánea en al menos dos maneras. Una se encuentra en las concepciones contemporáneas de las relaciones objetales. En contraste con la teoría clásica, las teorías psicoanalíticas contemporáneas se distinguen por su insistencia en nuestra naturaleza de carácter social o de búsqueda del objeto. La segunda manera se basa en afirmar que la mente es construida en términos sociales.

Una de las afirmaciones más radicales es que la función adulta más allá de la infancia y la niñez es un producto de interacciones sociales (intersubjetivas) en curso y a menudo variables”. Esta concepción involucra visualizar la psi- que no como estructura “interna” relativamente estable, sino más bien como algo fluido y de modo continuo responsivo a interacciones e influencias relacionales. En ese contexto, “decir que la mente es construida en términos sociales equivale a decir que la mente está constantemente siendo construida por interacciones sociales en curso y cambiantes. (Eagle, 2011)

Siguiendo a Eagle (2011), a diferencia del psicoanálisis clásico, el psicoanálisis contemporáneo asume que los contenidos y procesos representacionales de la mente “guardan relación con interacciones sociales entre uno mismo y otros” y no con interacciones entre pulsiones y prohibiciones internalizadas en el Superyó. Esta apreciación se basa sobre todo en las diversas teorías de las relaciones objetales, en el psicoanálisis interpersonal y en la psicología del self, las matrices que posibilitaron la emergencia del movimiento relacional. No es que los teóricos relacionales des- conozcan la relevancia de los impulsos en la experiencia humana ni su conflictividad o la internalización de modalidades de regulación afectiva que nos permiten lidiar de cierta forma con determinados impulsos; consideran que el potencial conflicto entre impulso y una prohibición internalizada no es ni el único ni con frecuencia el conflicto más importante

Desde esta perspectiva se podría decir que los analistas relacionales continúan creyendo en la posibilidad de encontrar sentido en un mundo cada vez más fragmentado y carente de puntos claros de referencia lo que Philip Cushman (2007) llama un mundo en llamas con un dios ausente. Teicholz planta que lo que une a los teóricos relacionales no son conceptos y/o prácticas analíticas particulares, sino algo bastante distinto: una cierta consciencia y comprensión de lo que está ocurriendo en el mundo sociocultural circundante que, aunque sea criticable desde el punto de vista conceptual, ha sido englobado con el término postmodernidad. Los teóricos relacionales tienden a asumir que un mundo transformado precisa un psicoanálisis transformado que se ajuste a las emergentes realidades humanas, afectivas y vinculares (Sassenfeld, 2019).

Parece claro que una dimensión transversal del territorio compartido del psicoanálisis relacional guarda relación con el anhelo “de una vinculación más humana e igualitaria entre paciente y analista y de una concepción que visualiza tal vinculación como algo integral a la cura psicoanalítica más que como contaminación de un proceso científico” (Grossmark, 2018, p. 2).

Recientemente, Joyce Slochower (2018) intentó resumir el territorio compartido por los psicoterapeutas relacionales de la siguiente manera:

Enfatizamos el potencial terapéutico inherente al desplegar y elaborar de forma mutua lo que se escenifica. Alejándonos de los modelos autoritarios y acercándonos al igualitarismo asimétrico, subrayamos la incertidumbre que acompaña este punto clínico de entrada. Moderando nuestro poder y nuestra omnisciencia, afirmamos la capacidad de nuestros pacientes para vernos, para funcionar como adultos en el contexto analítico. Rechazamos agudamente los modelos clínicos autoritarios arraigados en creencias sobre la exactitud interpretativa”

Siguiendo el planteamiento de Slochower, en cuanto a la búsqueda de una relación igualitaria el concepto de mutualidad se integra a nuestra propuesta y es definida por Sunyer (2015)como :la consecuencia de una actitud compartida entre las personas que constituyen un grupo, un equipo, una pareja, a través de la que creamos significados comunes, negociamos nuestros deseos y necesidades, compartimos nuestros temores y esperanzas con el fin de contribuir al desarrollo del proceso grupal, construyéndonos a través de él, y estableciendo dinámicas y equilibrios de poder.

En el terreno de la psicoterapia de grupo o en las intervenciones grupales, la mutualidad es la actitud de la que dimana el esfuerzo por reconocernos a través de nuestras aspiraciones, deseos y comportamientos, y viéndonos reconocidos totalmente por los demás a partir de la interacción que se establece.

Brown (2000) nos recuerda que «el grupo análisis es el procedimiento que es la base para sentirse plenamente a sí mismo en reciprocidad con los demás, siendo, el método a través del que el logro de la conciencia de la propia intersubjetividad entre un abanico de personalidades, promueve fuertemente la madurez y la capacidad para participar en la validación de las relaciones de mutualidad.

Tomando como eje central estos postulados, decidimos desarrollar un taller para mujeres jóvenes, compartiendo en colectivo cuáles eran sus luchas, sus pesares, sus conquistas, sus sufrimientos, sus heridas, pero también apostando por un sentimiento de esperanza, y fortaleza para continuar en los campos de combate. Las participantes de este grupo eran mujeres con un deseo de hacer un trabajo personal, de develar también sus propias estructuras opresoras y poder construir una subjetividad en búsqueda de un establecimiento de relaciones de mutualidad.

Nos enfrentábamos frente a nuevos paradigmas; ya que para trabajar desde esta perspectiva implicaba hacer un trabajo en donde la postura analítica se expandía en el sentido de hacer uso de las propias vivencias subjetivas en función del proceso grupal, y del material evocado por parte del grupo, para poder dar paso a una posición horizontal, de reciprocidad con las participantes.

“Uno de los representantes de la corriente relacional, A. Ávila, define la mutualidad como «un proceso dinámico en el cual ambos sujetos partícipes están mutuamente regulados o mutuamente influidos cada uno con el otro, consciente e inconscientemente. Esta regulación mutua, origina sentimientos, pensamientos y acciones» (Ávila, 2013: 33). Para este autor, «la conjunción de la mutualidad y reconocimiento de las respectivas subjetividades y alteridades son las dos premisas que nos permiten entender la subjetividad como la realidad de la experiencia, sin relegarlas al estatus de fantasías, actividad fantasmática o deseos profundos de una persona artificialmente aislada del mundo al que pertenece, buscando alcanzar la terceridad, la cual es una dimensión relacional.

Las palabras de Ávila recogen la influencia mutua entre dos personas y bien podrían ser aplicadas a las que ejercen muchos sujetos entre sí cuando se encuentran en una situación grupal. Es decir, cuando los individuos se encuentran en un grupo, se hallan en el escenario en el que se van a ejercer toda suerte de influencias a través de las que regularán no solo el comportamiento de los individuos, sino que irán perfilando las formas de pensar, sentir, imaginar, hablar y relacionarse, creando las redes de influencia.

¿Cómo sería ese escenario? ¿Qué se pondría en escena? Esas fueron algunas de las interrogantes que nos ayudaron a comenzar a imaginar a dónde queríamos llegar, y cuales iban a ser los temas a trabajar con las participantes. Decidimos crear un espacio en donde se elaboraran cuestionamientos alrededor de la construcción de la subjetividad femenina, en donde se pudiera facilitar una red de mujeres, un espacio potencial para la creación de nuevos significados, nuevos interrogantes.

El grupo estaba conformado por 7 mujeres en el rango de edad de 23 a 33 años. En la primera sesión les pedimos que se presentaran y explicaran cuáles eran las motivaciones que las habían llevado a escoger este espacio; los motivos conscientes giraban alrededor de profundizar sobre ciertos dilemas y cuestionamientos alrededor del género, y un deseo por trabajar estos temas en colectivo. La similitud en la edad de las participantes y nosotras creó desde un inicio un clima de familiaridad, ya que estábamos pasando por momentos y procesos de vida similares, lo cual facilitó el fenómeno identificatorio entre todas.

En el encuadre del taller, se aclaró desde un inicio que como facilitadoras compartiríamos situaciones vivenciales que resonaran con el grupo. Para mí este método de trabajo resultaba amenazante, ya que mi formación como psicoanalista, había implicado reservar mi mundo interior para mis notas, supervisiones y análisis personal, no para el trabajo con un otro.

“Si del terreno individual nos desplazamos al grupal, posiblemente sea T. Burrow quien de forma rotunda y clara propuso un trabajo mutuo entre paciente y analista. Tal es el trabajo que se inició con su paciente C. Shields al subrayarle la contradicción que existía entre teoría y práctica y, consecuentemente, con la insuficiencia del psicoanálisis clásico en poder resolver los problemas del individuo como totalidad (Burrow, 1926 citado por Gatti Pertegato: pos 444). Esa crítica de Shields hacia el método le lleva a un intercambio de roles y a la creación del método grupo analítico. Para Burrow, el grupo análisis no es el análisis que hago del grupo, sino es el análisis que realiza el grupo tanto de mí como de cualquier otro miembro del grupo» (citado por Gatti Pertegato, extraído de Burrow, 1927: 201), lo que no deja de ser una silente alusión a la idea de mutualidad. “

Siguiendo los planteamientos del grupo análisis, teníamos claro, que el material que compartiríamos cumplía la función de ser utilizado para hacer un análisis que impactara en nuestra posición subjetiva; pasar de la posición de observadoras a sujetos activos. El objetivo no era que el espacio funcionara únicamente como catarsis; cumplía el propósito de elaborar grupalmente, de deconstruir y construir narrativas. De integrar nuevas experiencias desde la horizontalidad, dejándonos interpelar afectivamente, manteniendo una postura receptiva, pero sin dejar de pensar sobre la posición analítica que nos sostenía.

Dividimos el taller en 3 temas centrales

-Las mujeres de mi historia

-La influencia de los mitos de la tradición judeo cristiana en el desarrollo de la identidad femenina

-De la dominación a la mutualidad

Cada tema era una puesta en escena que abría puertas al encuentro con vivencias que alternaban en el tiempo. En recuerdos afortunados y desafortunados con figuras significativas que habían tenido un gran peso en la construcción identitaria. A la elaboración de relaciones de pareja que habían dejado huellas   en la forma de entender el amor, a tabúes alrededor de la sexualidad y la implicación de la cultura en las opresiones de la feminidad.

En un solo trabajo resultaría imposible desarrollar a profundidad, las asociaciones, transformaciones y los afectos que colorearon el espacio grupal. Me parece más genuino compartir algunas de las reflexiones finales de las participantes al dar cierre a este proyecto. Es a través de estos testimonios que nos planteamos haber cumplido el objetivo de crear un espacio intersubjetivo, dejándonos interpelar y transformar a través de una experiencia mutua

“Cuando tomé no sabía cuáles iban a ser los contenidos, no sabía si necesitaba ser experta en psicoanálisis o si se esperaba algo de mi persona. De manera muy grata me encontré, me fui dando cuenta que lo único que necesitaba para poder participar en este espacio era ser una persona que quiera verbalizar las experiencias, opresiones e ideas que han atravesado su cuerpo de mujer. No necesitaba de nada más que una boca y dos orejas para hacer de este espacio uno fructífero

Al principio no conocía a mis compañeras, y me da tristeza que nuestra interacción haya sido virtual, pero con las sesiones fui aprendiendo de cada una de ellas y me fue alimentando por sus experiencias. Para mí el taller significa resistencia y las redes de mujeres son ecos que se escuchan en los pasillos de las escuelas, en las calles, en las marchas, en las comidas familiares incómodas.

Todas juntas haciendo comunidad y resistiendo, generando espacios de escucha en donde mi experiencia se ve atravesada por la tuya y en conjunto hacemos una mutua, u una que sana y se comparte.

Sola

“Mejor sola que mal acompañada” 

Y si esto es mal acompañada

Lo quiero todo

 Ternura Vulnerabilidad

Comprensión y contención 

Porque solas no estamos 

Nos tenemos a nosotras

Radicales, libres y ovejas negras 

 Lo quiero todo

 Las quiero a todas

“En medio de mucho ruido decidí hacer un espacio para reflexionar, pensar lo que ha sido mi historia como mujer y revisar dónde me encuentro hoy.

En este espacio me sentí contenida y acompañada; me encontré con siete personas dispuestas a compartir y escuchar, con algunas de sus historias me identifiqué, me cuestioné, me inspiré y sobre todo reafirmé lo importante que es para mí tejer esta red, una red que me hace sentir acompañada el camino se hace más ligero”

Conclusiones 

Escribir las conclusiones del último teórico que presento en la formación resulta complejo, mi súper yo dicta retomar conceptos teóricos e integrarlos en esta última parte del escrito para encontrar nuevas líneas de investigación alrededor del concepto de mutualidad y grupo análisis, sin embargo decido hacer algo distinto a lo habitual; detonar una experiencia de mutualidad con este grupo.

Les comparto algunas metáforas que escribí sobre lo que representa para mí formarte como psicoanalista, quizá varios de ustedes puedan sentirse identificados….

Formarte como analista es como

+ Comprar un boleto de lotería

+ Nadar en mar abierto

+ Mirar al sol sin lentes obscuros

+ Ver en un día un maratón de cine

+ Jugar un video juego e ir acumulando poderes

+ Caminar sola por el bosque con una brújula que te regaló un ser querido

+ Entrar en un cuarto obscuro con una linterna

+ Comprarte un vestido caro para usarlo años después

+ Viajar en un desierto con una mochila que contiene un kit de supervivencia

+ Conocer a alguien nuevo sin saber si lo volverás a ver

+ Salir de una función de teatro interactivo

+ Hacerle caso a tu estómago cuando ya estás satisfecha

+ Arrojar una moneda a un lago y observar las ondas que se forman en el agua

+ Entrar a un laberinto y tratar de encontrar una salida

+ Hacer un nudo entre dos hilos y confiar en que sea lo suficientemente fuerte para resistir el tirón.

Bibliografía

  • Ávila, A. (Ed). (2013). La tradición interpersonal. Perspectiva social y cultural en psicoanálisis. Madrid: Ágora Relacional
  • Brown, D. (2000). Self development through subjective interaction. A fresh look at “ego training in action”. En Dennis, Brown,
  • Louis Zinkin (2000). The Psyche and the Social World. London: JKP
  • Eagle, M. (2011). From classic to contemporary psychoanalysis: A critique and integration. Routledge.
  • Grossmark, R. (2018). The unobtrusive relational analyst: Explorations in psychoanalytic companioning. Routledge.
  • lochower, J. (2018). Going too far: Relational heroines and relational excess. En L. Aron, S. Grand y J. Slochower
  • (Eds.), De-idealizing relational theory: A critique from within (pp. 8-34). Routledge.
  • Sunyer, J.M. (2015). Terminología de psicoterapia: mutualidad. Teoría y práctica grupoanalítica. 5(1):153-162
  • Teicholz, J. (1999). Kohut, Loewald, and the postmoderns: A comparative study of self and relationship. Routledge