Por: Gloria Fernández
La idea central del psicoanálisis nos propone la existencia de un inconsciente a partir del cual surgen pensamientos, sentimientos, ideas y una gran variedad de fenómenos que no se encuentran fácilmente asequibles para la consciencia. En el espacio analítico, se propone un ambiente en el cual el paciente se permite asociar libremente para que con ayuda de su analista, junto con las intervenciones y esfuerzos interpretativos de éste, pueda expandir su propio autoconocimiento.
El material que el paciente trae a su análisis es un instrumento primordial con el que el analista trabaja y que idealmente está conformado por aquello que el paciente conscientemente vive como verdadero en su propia subjetividad, incluso si en lo inconsciente se expresa de forma contradictoria.
Para que el analizando logre compartir aquello que le es tan íntimo, se entrelazan diversos fenómenos. Desde la confianza con el analista, la empatía, la transferencia y contratransferencia, así como la intuición y el timing de cada intervención. Personalmente, creo que estos son elementos vitales para establecer una alianza de trabajo entre analista y paciente.
Como lo plantea Isaías López (2013): “El hombre llega a ser humano en actualidad gracias a las relaciones reales, y las relaciones reales derivan de la confianza. Y la confianza es producida y salvaguardada por la verdad”.
¿Pero qué sucede cuando el material que el paciente comparte parece ser producto de una mentira? ¿Se debe aceptar o debe ser confrontada? ¿Si se acepta una mentira, se acepta el ser engañado?
Pienso que siempre hay algo de verdad dentro de una mentira, ya que dentro de ella se esconde una intención. Chaby (2001) menciona que: “La palabra es confiable incluso cuando es insincera. En tal caso, ella dice la verdad: la de la necesidad que tiene el hablante de mentir. Está comandada por una desconfianza en la posibilidad del otro de escuchar, por la necesidad de crear una buena impresión, por el miedo a ser mal juzgado o mal entendido, por prestarse a la indiscreción o a la incriminación.”
A modo de ejemplo, me gustaría compartir una situación que se suscitó durante el análisis con un paciente que acudió a tratamiento desde hace poco más de un año:
B me presentó un escenario dentro de su análisis que me expuso a distintos cuestionamientos y a lo que consideré en su momento como un obstáculo para el tratamiento. En una ocasión, B asistió a sesión luciendo de forma diferente. Al abrir la puerta del consultorio no pude ocultar mi reacción de sorpresa, puesto que al ser alguien que se distingue por tener un gran cuidado en su apariencia, causó mayor impacto en mí al llegar con un detrimento drástico en su aspecto. Esta imagen era desconcertante por lo que inmediatamente surgieron varias hipótesis en mi cabeza, sin embargo, me decidí a preguntarle el motivo de este cambio. Me contó una historia que parecía poco creíble y que involucraba una noche de copas, cuando quise indagar al respecto sus respuestas parecían evasivas y confusas, sobretodo, se empeñaba en restarle importancia intentado cambiar de tema. Le señalé que su manera de relatar el suceso dejaba muchos espacios en blanco y que constantemente solía darme la información por partes a lo que replicó no recordar muy bien lo sucedido.
En ese momento me sentí en un predicamento. Por un lado, se presentaba la historia que me ofrecía el paciente, pero por otro lado, me parecía que esa historia no era del todo cierta. Como si fuera una manera de B de envolverme en su verdad que dentro de mí causó mucha confusión. Me cuestioné que debía hacer, me parecía que el confrontarlo podría volverme persecutoria y provocar un efecto contraproducente para el análisis, ya que las resistencias podrían afianzarse en el sentido de que si yo no le creía significaría la posibilidad de que sintiera que no podía confiar en mí o que me había vuelto en su contra, además, el haber mentido ya implicaba una desconfianza. Al mismo tiempo, el creerle podría significar la posibilidad de seguir engañándose a sí mismo.
Planteado por Chaby (2001) “El engaño, como juego de lenguaje, expone al sujeto a “traicionarse”. La mentira crea para el sujeto la necesidad de sostener el engaño del otro. Una vez dicha, ninguno de los dos es el mismo.”
En el caso de B, me parecía que la mentira era una manera de contarse la historia que le gustaría fuera cierta, de no ser visto y juzgado moralmente ya que su cambio y sus lagunas de olvido eran producidas por el alcohol. Usaba su historia como un modo de protegerse de la verdad, pues mantener esta imagen frente a mí era una manera de mantener la imagen frente a sí mismo y de no confrontar lo que sucedía.
Entonces ¿Cuáles pueden ser los motivos para mentirle al analista?
Por mencionar algunos, aunque me parece que pueden existir una infinidad de motivos. Podría ir desde aquel paciente que miente como algo resistencial, aquel paciente que miente de forma consciente, hasta aquel que lo hace de forma inconsciente para protegerse de una realidad indeseable intentando engañarse a sí mismo.
B llegó principalmente con lo que parecía una depresión narcisista, estaba deprimido porque había perdido a su objeto de satisfacción. Por lo general, B compartía solo una parte de la información al relatar un suceso, ya sea porque no quiere escucharse a sí mismo, o porque está tan acostumbrado a dar una imagen más parecida a lo que cree que los demás esperan. Pareciera que el tratar de complacer a los otros, no le permite ver que lo que está buscando es que los demás lo complazcan.
Es como ir llevando a la realidad una verdad que se cuenta, existe una parte inconsciente en donde la fragilidad narcisista lo obliga a defenderse creándose una realidad paralela. En el caso de B, me cuenta a mí lo que él se cuenta a sí mismo, existiendo partes que tiene que ocultar y llevar al inconsciente. Lo que parecía claro es que me pedía ayuda para encontrar un límite.
Todo esto me fue generando más interrogantes. Me pregunté qué tanto es posible trabajar con un paciente que miente, sobre todo al reflexionar que como analistas solemos trabajar con hechos de la vida del paciente y con aquel discurso que nos permite regresar a ver de dónde viene todo esto. Sin embargo, lo más central no es que el paciente hable de la realidad que solemos llamar objetiva, sino la forma en que la vive. Personalmente, creo que concebir la mentira como algo completamente imposibilitante para el análisis parece incorrecto.
Tal y como lo puede ser una resistencia, Greenson (1976) nos habla de cómo suele suceder que en otros tipos de tratamiento surja una alianza con el paciente en su neurosis, recubriéndolas y reforzándolas, el psicoanálisis busca analizar estas resistencias para superarlas por lo que debemos ser capaces de reconocerlas.
Por otro lado, el timing también es un aspecto importante al momento de realizar una interpretación o señalarle algo al paciente, lo cual, me hizo pensar en si era o no oportuno confrontar a B en ese momento. Lo que también me generaba inquietud, era el hecho de que no señalarlo también podría resultar igual de contraproducente.
En palabras de Vives (1997) “Un proceso psicoanalítico puede verse afectado o perturbado por factores que inciden o surgen de ambos participantes, además de factores o eventos ambientales […] Errores en el encuadre, errores de timing, en las interpretaciones, interpretaciones inexactas o incompletas y actings del analista, de hecho alteran el proceso, además de sus propios prejuicios e ideologías”
Algo que me parece importante señalar, es que la mentira dicha por un paciente y no comprobada por el analista puede crear un afán en él de perseguir esa verdad obviando otros aspectos más importantes e instalando un obstáculo más en la cura del paciente.
En cuanto a lo transferencial, se sabe que llega a expresarse de distintas maneras, una desconfianza del paciente podría deberse a la forma de relacionarse con sus figuras primarias llevando esto a escena en el espacio analítico. Lutenberg menciona que (2015) “Si caemos en la trampa transferencial a la que el paciente mentiroso nos invita, podemos desnaturalizar nuestra función transformadora y convertirnos en potenciales jueces que buscan la verdad objetiva para emitir una sentencia”
Es posible que el analista crea algo dicho por el paciente como una mentira a pesar de que no lo sea. Lo verdaderamente significativo, es el hecho de que el analista lo haya percibido de esta manera y habrá de reconocer si esta idea proviene de algo del paciente o de sí mismo.
Lo cierto es que cuando el analista cree percibir la mentira de un paciente ya sea comprobada o no, también existe una reacción contratransferencial. La contratransferencia puede servir al analista como una herramienta para entender mejor al paciente, asumiendo que gracias a su propio proceso analítico, esta sea usada de una forma en que pueda encontrar aquello que el paciente le hace sentir o le hace reaccionar, como parte del material para el análisis y no como un impedimento para ayudarlo.
No me parece muy aventurado decir que el analista puede llegar a sentir frustración al percibir una mentira del paciente. Esta mentira puede tener muchos significados diferentes y por lo tanto, puede indicarnos material valioso del mismo. Ya sea que nos hable del modo de relacionarse con sus objetos, de sus identificaciones, su deseo de entorpecer el análisis, apelar a una reacción del analista, hasta otras intenciones más perversas.
En el caso de mi paciente, lo curioso fue descubrir que yo no era la única persona que percibió su historia como una mentira. Un par de sesiones después me relató su enojo debido a que varios de sus conocidos le habían señalado lo poco creíble de su historia. Con esto me compartía material nuevo y me presentó la imagen que daba a los demás.
En los momentos en los que un paciente parece decir una mentira puede ser importante señalar las dificultades que lo habrían llevado a omitir o modificar aquello que cuenta. Todo esto, sin crear la impresión de estar realizando una acusación. Y de ser el caso, se podría reconocer el esfuerzo que anteriormente ha llegado a hacer al compartir material que en su momento le habría costado trabajo decir. Sobre todo cuando la mentira es consciente, sería valioso el poder señalarle que al lograr contarse a sí mismo las cosas con honestidad, puede encontrar uno de los mejores caminos para ayudarse y para permitirle a su analista hacer lo mismo. Además, considero que incluso el paciente más resistencial, por el hecho de haber decidido acudir a tratamiento nos habla de un deseo de mejorar.
 
Bibliografía
• Chaby, L (2001). La adolescente y su cuerpo. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
• Greenson, R (2004). Técnica y práctica del psicoanálisis. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
• López, M-I (2013). Ética en psiquiatría, psicoanálisis y psicoterapia. Estados Unidos de América: Palibrio
• Lutenberg, J (2015). El psicoanalista y la verdad. Perú: Causes Editores.
• Vives, J (1997). El proceso psicoanalítico. México: Plaza y Valdés editores.
 
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