what-are-u-thinking-of-1175074Por: Luis Gerardo Montes
“Cuando pensamos en abstracto nos exponemos al peligro de descuidar los vínculos de las palabras con las representaciones-cosa inconscientes, y es innegable que entonces nuestro filosofar cobra una indeseada semejanza, en su expresión y contenido, con la modalidad de trabajo de los esquizofrénicos.”
Sigmund Freud[1]
Introducción
Este ensayo iba a empezar con una discusión filosófica sobre las distintas definiciones de discurso interno y las relaciones entre ellas. Decidí no hacerlo porque eso hubiera significado el ocultarme detrás de una maraña de definiciones, argumentos y contraargumentos. Todo esto para esconder el hecho de que no sé cómo definir el discurso interno. A lo mucho puedo decir que el discurso interno no es otra cosa que pensamientos y que, por lo tanto, está compuesto de palabras. Es una definición superficial o a lo mucho una enunciación de características.
En mi opinión hablar de discurso interno es hablar de algo que está tan presente que a veces es difícil percatarse de su existencia o evitar recurrir a definiciones prefabricadas. El objetivo de este trabajo, no es dar una definición más, si no tratar de encontrar algunos puntos a partir de los que podamos ubicar mejor este fenómeno que es básico tanto en la práctica psicoanalítica como en nuestras vidas. Para esto quiero empezar con la revisión de algunos conceptos: representación-cosa y representación-palabra, fantasía inconsciente y formación de símbolos. Es una revisión un tanto árida, pero creo que es necesaria para centrar la discusión.
Representación-cosa, representación palabra.
Al final de “Lo inconciente” (1915), Freud explica la forma en la que los objetos son representados en la mente y las divide en representación-cosa y representación palabra. La primera tiene que ver con la investidura de la imagen mnémica directa o derivada de la cosa. Son la primera impresión sensorial que deja un objeto en el aparato psíquico; “las investiduras de objeto primeras y genuinas.”[2] Por otro lado, la representación-palabra tiene un origen similar, en cuanto a que surgen de la percepción de palabras del mundo exterior. En un segundo movimiento, estas palabras son sobreinvestidas por el enlace que tienen con las representaciones-cosa. Es decir, las primeras huellas mnémicas catectizan a las palabras, estableciendo una relación entre percepción y pensamiento. Esto no es todo pues las representaciones-palabra sirven también para establecer una relación entre objetos, dando así las bases para las cadenas asociativas que son clave para el pensamiento.
En términos tópicos, el sistema Icc contiene las representaciones-cosa, el sistema preconsciente nace cuando se establece un vínculo entre éstas y las representaciones-palabra. De acuerdo a Freud, este vínculo posibilita el relevo del proceso primario al proceso secundario. Esto debido a que es posible tener una descarga sustituta a través de la acción diferida y también a través del pensamiento.
Quiero enfocarme en una cita en particular porque creo que nos da un buen vínculo entre las representaciones-palabra y las representaciones-cosa.
“Estos empeños pretenden reconquistar el objeto perdido, y muy bien puede suceder que con este propósito emprendan el camino hacia el objeto pasando por su componente de palabra, debiendo no obstante conformarse después con las palabras en lugar de las cosas.”[3]
Freud se refiere a los intentos del esquizofrénico por recuperar la relación pérdida con los objetos mediante la investidura de las palabras. En mi opinión, este intento de restitución no es exclusivo de la esquizofrenia sino un proceso clave para la formación del pensamiento.  “Reconquistar el objeto perdido.” Es sólo una frase, pero remite a “Duelo y melancolía” (1914) y también a la idea de que la investidura de la representación-palabra obedece a un intento de recuperación del primer objeto, de la primera huella mnémica. Recurrir al pensamiento no es sólo un modo de descarga diferido o sustitutivo, es un intento de volver al objeto a través de las palabras. Desde aquí, y cómo se verá al momento de hablar de la formación de símbolos, no suena descabellado el pensar que las palabras fungen el papel de objetos sustitutos.
La fantasía inconsciente y la formación de símbolos
A diferencia de la concepción freudiana[4] de la fantasía como una función yoica, para Klein, Isaacs y compañía, la fantasía inconsciente es una actividad primaria central. En un ensayo presentado durante las Controversias en la Sociedad Británica de Psicoanálisis[5] , Susan Isaacs (1948) presentó una definición de fantasía de acuerdo a los desarrollos teóricos de Melanie Klein.  De acuerdo a Isaacs, la fantasía (phantasy) es el contenido primario de los procesos mentales inconscientes. En primera instancia son las representaciones psíquicas de las pulsiones libidinales y de muerte y que, en el desarrollo temprano, se convierten en defensas, cumplimiento de deseos y contenidos de ansiedades. Las fantasías más tempranas son vividas como sensaciones corporales para después tomar la forma de imágenes, representaciones dramáticas y, eventualmente, palabras. Es importante añadir que la fantasía interactúa constantemente con la percepción del mundo exterior, modificándola y también siendo modificada por este.[6] También es importante decir que estas fantasías conciernen principalmente a las relaciones de objeto, siendo la madre (el pecho) el primer objeto de las fantasías libidinales y agresivas del bebé
La fantasía inconsciente también es fundamental para la formación de símbolos. Spillius y Hinshelwood (2011) definen la formación de símbolos como un modo de representación figurativa o indirecta de una idea, conflicto o deseo. Es una habilidad necesaria para el pensamiento abstracto y, por lo tanto, para la formación de palabras. El papel de la fantasía inconsciente es clave ya que, de acuerdo a Klein (1930), la formación de símbolos es la consecuencia de dos fenómenos: 1) las fantasías agresivas del bebé en contra del pecho y demás órganos percibidos dentro del cuerpo de la madre; 2) la angustia persecutoria generada por estos ataques imaginarios; 3) el desplazamiento y equiparación de estos órganos con otras cosas. Este proceso genera el interés del niño por buscar los objetos arcaicos en el mundo exterior, lo cual lo lleva a establecer nuevas conexiones entre objetos y, eventualmente, a sustituir dichos objetos por palabras. Cuando las fantasías agresivas son demasiado intensas y, por lo tanto, la angustia persecutoria es intolerable pueden ocurrir inhibiciones en la formación de símbolos.
La formación de símbolos, entonces, tiene un papel defensivo en cuanto a que desplaza la agresión a otros objetos y así evita la retaliación. Esta capacidad – la cual implica tanto la simbolización de relaciones objetales como de procesos corporales-  es esencial para el desarrollo mental en tanto a que, además de proteger a un yo frágil, permite mantener una relación con los objetos primarios. Dicha relación, sin embargo, implica una pérdida pues el mantenerla implica aceptar con cada símbolo que no es posible tener la relación con el primer objeto. De acuerdo a Segal (1991), el paso definitivo de la ecuación simbólica (es decir, la equivalencia entre símbolo y simbolizado que podemos apreciar en el pensamiento concreto) al símbolo propiamente dicho requiere de la elaboración de la posición depresiva. La creatividad, máxima expresión de lo simbólico, es la manifestación de un intento de recuperación del objeto y, al mismo tiempo, de aceptación de su pérdida.
Hasta este punto me parece que hay tres puntos en común entre lo discutido sobre la formación de palabras en el artículo de Freud y en lo presentado de la escuela kleniniana:

  • Hay una relación entre el cuerpo y la mente a través de las palabras. En el caso de Freud esta relación está establecida entre la percepción de las huellas mnémicas, las representaciones-cosa y las representaciones-palabra. En cuanto a la escuela kleiniana, dicha relación parte del origen corporal de las fantasías inconscientes y de su expresión simbólica.
  • El papel de las palabras y de los símbolos como objetos sustitutos.
  • El intento de recuperación de los objetos primarios o arcaicos a través del pensamiento.

Me gustaría desarrollar estas conclusiones, pero, por falta de tiempo, sólo podré enfocarme en la primera: la relación entre el cuerpo y la mente a través de las palabras.
 
Cuerpo, mente y el poder de las palabras
Cuando digo que hay una relación entre el cuerpo y la mente a través de las palabras no estoy tratando de quitarle su lugar a la pulsión como concepto límite entre lo somático y lo psíquico. Estoy hablando, más bien, de la relación entre la mente y la representación que ésta tiene del cuerpo. Esto no es nuevo, lo dijo Freud en varios escritos, principalmente en “El yo y el ello” (1923).[7]
“El yo es ante todo un yo corporal, no es solamente un ser de superficie, sino que él mismo es la proyección de una superficie”; agregando: “O sea que el yo deriva en última instancia de sensaciones corporales, principalmente las que parten de la superficie del cuerpo. Cabe considerarlo, entonces, como la proyección psíquica de la superficie del cuerpo, además de representar como se ha visto antes, la superficie del aparato psíquico.”[8]
Es una idea simple – el yo es una proyección de una superficie corporal y psíquica- pero tiene una implicación importante para este trabajo: el cuerpo es algo pensado por el sujeto. Esta idea es desarrollada por Mark Solms (2013) en su artículo “The Conscious Id.”
El trabajo de Solms, pionero del neuropsicoanálisis, detalla el impacto que el proceso secundario y el uso de representaciones-palabra tiene sobre el aparato psíquico. Destaca, como ya se ha discutido aquí, el papel de las palabras para representar las relaciones entre “objetos concretos de pensamiento” (las representaciones-cosa). A decir de este autor, este papel relacional permite la representación abstracta de los objetos: podemos pensar sobre cosas en lugar de pensar en imágenes concretas. Esto está relacionado también con lo discutido sobre la formación de símbolos. El segundo punto importante de las palabras, dice Solms, es la sintaxis. La estructura del lenguaje, permite el pensar en aplazar y secuenciar acciones – “voy a hacer primero esto y luego aquello”-  permite pensar las relaciones entre cosas en términos espaciales y temporales. La representación de acciones a futuro – aplazamiento y secuencia- es la esencia de la memoria operacional: “lo que está en la mente consciente en el presente, derivado de eventos que ocurrieron hace unos segundos.”[9]
Las palabras, entonces permiten la abstracción y la representación de acciones a futuro. Cuando el sujeto se refiere a sí mismo con palabras, sin embargo, ocurre lo mismo que cuando se refiere a objetos: se crea una representación abstracta de uno mismo. “El sujeto consciente trasciende su presencia ‘concreta’ y se separa de los demás objetos como si fuera un objeto más.”[10] En otras palabras, el “sí mismo de la experiencia cotidiana” tiende a relacionarse con los demás objetos desde una perspectiva de tercera persona. La mejor manera de explicar esto, de acuerdo al autor, es usando el ejemplo de los videojuegos: el sujeto se percibe como el que controla al personaje y también como el personaje que está controlando. Dicho de otro modo, existe una representación del cuerpo y de la mente creada a partir del uso de las palabras.
Conclusión
Al inicio de este ensayo mencioné de pasada que lo que podía decir del discurso interno es que era pensamientos y palabras. El que el discurso interno sea solamente eso, sin embargo, tiene fuertes implicaciones en el desarrollo de la vida psíquica, en especial de la representación de sí, representación tanto psíquica como mental.
Nótese que esta es una idea tan vieja como el psicoanálisis y que puede resultar obvia. A pesar de eso considero que es importante regresar de vez en cuanto a estas ideas por más básicas que parezcan.
También creo que falta extender esta discusión a cuatro aspectos en particular:

  • Una distinción más fina entre pensamiento consciente e inconsciente.
  • El papel de los afectos y su relación con las palabras o símbolos.
  • La relación entre discurso interno y el concepto de realidad psíquica.
  • Implicaciones técnicas y clínicas.

 
Bibliografía

  • Freud, S. (1915). “Lo inconciente.” En J. Strachey (Ed.) & J. Etcheverry (Trans.), Obras completas (Vol. XIV). Buenos Aires: Amorrortu editores.
  • Freud, S. (1923). “El yo y el ello.” En J. Strachey (Ed.) & J. Etcheverry (Trans.), Obras completas (Vol. XIX). Buenos Aires: Amorrortu editores.
  • Hayman, A. (1989). “What do we mean by ‘Phantasy’?” International Journal of Psycho-Analysis, 70: 105-114.
  • Isaacs, S. (1948). “The Nature and Function of Phantasy.” International Journal of Psycho-Analysis, 29: 73-97.
  • Klein, M. (1930). “La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo.”
  • Sandler, J. & Nágera, H. (1963) “Aspects of the Metapsychology of Fantasy.” St. Child, 18:159-194.
  • Segal, H. (1991). Dream, Phantasy and Art. London: Routledge.
  • Solms, Mark; Turnbull, Oliver (2010). Brain and the Inner World: An Introduction to the Neuroscience of Subjective Experience (Kindle Location 2121). Other Press. Kindle Edition.
  • Solms, M. (2013). “The Conscious Id.” Neuropsychoanalysis, 15:1, 5-19.
  • Spillius, E.B. (2001) “Freud and Klein on the Concept of Phantasy.” International Journal of Psychoanalysis, 82: 361-373.
  • Spillius, E. B., & Hinshelwood, R. D. (2011). The new dictionary of Kleinian thought. Hove, East Sussex: Routledge.

 
[1] Freud (1915), página 200.
[2] Freud (1915), página 199.
[3] Freud 1915, página 200.
[4] Ver Sandler, J. & Nágera, H. (1963) para una explicación detallada de la concepción freudiana de fantasía.
[5] Ver Hayman (1989) y Spillius (2001).
[6] Spillius & Hinshelwood (2011), página 8

[8] Freud (1923), página 27.
[9] Solms (2010), locación 2121 en Kindle.
[10] Solms (2013) página 16.
 
 
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