Autor: Lara Durand

Ningún paciente niño que recibimos en nuestro consultorio llega solo. Lo hace siempre acompañado por un adulto, su mamá la mayoría de las veces, su papá o ambos y en algunos casos por algún familiar u otro adulto. Esta peculiaridad, aunada a la técnica que solemos utilizar con ellos para el trabajo psicoanalítico, a saber el juego, y el hecho de que el niño esta en pleno proceso de crecimiento son las características fundamentales que convierten la práctica del psicoanálisis del niño en una situación clínica específica y sui géneris.

Mucho se ha escrito y hablado acerca del juego como mecanismo que permite la realización del trabajo psicoanalítico al proveer al niño que todavía no domina cabalmente el lenguaje de una herramienta que le permita la expresión simbólica de sus fantasías, angustias, deseos, etc., pero muy poco sobre las consecuencias del hecho de que el psicoanalista, al ser el interlocutor de un niño, adquiere inevitable y simultáneamente ese mismo papel para con sus padres. Las expectativas manifiestas de los padres que llevan a su hijo al psicoanalista para que éste, al tratar al menor, lo ayude a obtener mejores calificaciones o a que se porte mejor, junto con aquellas expectativas que se sitúan más del lado de sus deseos o frustraciones inconscientes ejercen sin lugar a duda una presión que no parece prudente menospreciar. Para los padres de sus pacientes, el psicoanalista de niños se convierte de alguna manera en una figura materna o paterna sustituta de la que esperan pueda lograr la “cura” que ellos no han podido alcanzar. En tanto que psicoanalista de niños, y quizás debería decir, parafraseando a René Diatkine, psicoanalista que trata a niños, no puedo dejar de preguntarme de que manera debo enfrentar esta situación, que tipo de relación debo instaurar con los padres de mis pacientes, que debo contestarle a la mamá de un niño que aguardó pacientemente 45 minutos en mi sala de espera cuando me pregunta: ¿Cómo va mi hijita?, ¿está progresando?, ¿cómo la ve?

Desde 1920 el mismo Freud mismo nos avisa de las dificultades del trabajo con niños al decir “(…) unos padres demandan que se cure a su hijo, que es neurótico e indócil. Por hijo sano entienden ellos uno que no ocasione dificultades a sus padres y no les provoque sino contento. El médico puede lograr, sí, el restablecimiento del hijo, pero tras la curación, el emprende su propio camino mas decididamente, y los padres quedan mas insatisfechos que antes” (Freud, 1920).

Por esa misma época es cuando empiezan a trabajar con niños las psicoanalistas Herminia von Hug-Hellmuth en Berlín, Eugenia Sokolnicka en Varsovia, Melanie Klein en Berlín y posteriormente Ana Freud en Londres. Estas mujeres, y aprovecho aquí la ocasión para mencionar de paso e intencionalmente que quienes inician esta práctica son mujeres, tuvieron forzosamente que lidiar con los padres de sus pacientes y afortunadamente, al menos dos de ellas, Melanie y Ana, dejaron por escrito sus reflexiones sobre este delicado tema. Y como es de esperarse, estas dos autoras tienes posiciones bastante encontradas al respecto.

Para Melanie Klein, el psicoanálisis es uno y por lo tanto el psicoanálisis de un niño no tiene por qué diferir, en cuanto a sus procesos fundamentales, del de un adulto. Tratándose de un niño hay que procurar analizar sus fantasías inconscientes permitiéndole jugar y dejar que en el juego realice las transferencias hacia el analista, mismas que son en última instancia la herramienta fundamental de todo análisis. Para Klein, los padres son aliados necesarios para la viabilidad del análisis mas no para el análisis en sí ya que lo central y lo más importante es lo que ocurre en la estructura intrapsíquica del niño y en la transferencia con el analista, a pesar de que la relación de los padres con el analista interfiere en mayor o menor grado en esa transferencia (Bleichmar, 2005). Para Klein, el análisis no tiene porque tener una función educativa, es más, debe mantenerse totalmente aislado de lo educativo. En este sentido las expectativas de los padres no tienen que cumplirse necesariamente.

Melanie Klein consideraba muy importante el primer contacto con los padres y la información inicial que éstos proporcionaban pero a partir de ahí procuraba restringir su relación con ellos, limitándola a lo estrictamente necesario para mantener la alianza terapéutica (Gammill, 2003).

Por su lado, Anna Freud manifiesta que es necesario trabajar conjuntamente con los padres ya que considera que las relaciones que tiene el niño con su familia participan en el proceso de estructuración de su aparato psíquico. En este sentido el trabajo que realiza el analista con los padres debe ser paralelo al que realiza con el niño. Esto permite, según ella, trabajar por un lado sobre el mundo interno del menor y al miso tiempo sobre la realidad que lo circunda, al permitir modificaciones en las relaciones que mantiene con aquellos que intervienen directamente en su crecimiento. Todo este proceso se convierte así en un trabajo educativo en el sentido amplio del término. (Dio Bleichmar, 2005).

Como se ve, las divergencias de orden técnico acerca del trato que debe mantener el analista con los padres de sus pacientes se origina en las consabidas divergencias teóricas y conceptuales que mantuvieron estas dos autoras. De hecho, Melanie Klein y Ana Freud, al asumir posturas antagónicas extremas en cuanto a la relación que debe mantener el analista con los padres de sus pacientes, nos indican el marco dentro del cual cada analista debe colocarse, tal como lo hiciera años más tarde Winnicott quien mantenía una relación casi de amistad con el padre de una paciente, Piggle, al que por cierto interpretaba sus contenidos inconscientes frente a su hija. Para él la relación con los padres de un paciente es muy importante ya que permite recabar información pertinente y de primera mano, sin por ello dejar de respetar el principio de confidencialidad.

Independientemente del lugar que decidamos ocupar como psicoanalistas de niños dentro de este abanico de posibilidades, hay algunas consideraciones previas que creo son importantes mencionar.

En primer lugar no hay que olvidar que el punto más delicado de esta relación es el de la contratransferencia que se da de manera indirecta con la madre, principalmente, o el padre. El progenitor que lleva a su hijo a consulta con un psicoanalista sufre de alguna u otra manera una herida narcisista ya que tiene que reconocer que no cumplió con lo que de él o ella se esperaba y se ve obligado a “entregar” y “encargar” a su hijo a un desconocido, a un “especialista”. Esta herida puede ser fuente de sentimientos de celos, envidia, y hasta de odio hacia el analista así como de todos aquellos que los han de invadir al sentir que como padres han fracasado en mayor o menor medida. Esto puede resultar halagador para el ego del analista pero es evidente que no puede ni debe asumir el papel que le otorgan los padres de sus pacientes, ya que, de hacerlo así, pone en riesgo la alianza terapéutica al permitir que se incremente la resistencia de los padres y la angustia del hijo al colocarlo en una posición insoportable en cuanto a conflicto de lealtades se refiere.

Otro punto delicado en la relación madre-niño- analista es que el analista tiene que lidiar siempre con la representación que la madre y/o el padre tienen de su hijo, representación que manifestaron desde que llevaron a su hijo al consultorio. Como analistas tenemos que reconocer al niño como persona total y tomar la representación que los padres tienen de su hijo como lo que es: una representación. (Green, 2003).

Por último, hay que mencionar el hecho de que muchas veces los padres que mandan a su hijo a análisis pueden tener o llegar a desarrollar un sentimiento de envidia para con su hijo en el sentido de que pueden desear inconscientemente un espacio similar para ellos mismos. Los padres que llevan a su hijo al psicoanalista no se sienten especialmente satisfechos con ellos mismos, ya que, independientemente de quien consideren culpable de lo que le sucede a su hijo, saben muy bien que son ellos los principales responsables. Y si su hijo va consulta porque consideran que tiene un problema que resolver, ¿no deberían ellos  también ir a consulta para resolver su propia problemática? Los sentimientos encontrados que pueden llegar a surgir por esta insatisfacción materna o paterna pueden poner en riesgo la alianza terapéutica y es otro aspecto más de suma importancia que el analista debe considerar al definir la relación que va a mantener con los padres de sus pacientes.

Mencionamos al principio las especificidad del trabajo psicoanalítico con niños y las principales características de este trabajo: la relación con los padres, el juego como medio de expresión del niño y el hecho de que el menor se encuentra en pleno proceso de formación de sí mismo. Podríamos decir que las dos primeras forman padre del encuadre propio del trabajo con niños, encuadre que debería ser coherente con la postura teórica que se asuma en cuanto a los procesos psíquicos del desarrollo infantil, pero también sobre la manera en que se defienda y argumente que en tal o tal momento del desarrollo del niño se puede o no se puede hacer análisis. Y esta cuestión no ha sido hasta la fecha resuelta de manera plenamente satisfactoria. El debate sobre si el psicoanálisis de niños es posible, si es psicoanálisis o no le es sigue vigente y sin vencedor. En este sentido cualquiera que sea la postura que se opte en cuanto a la relación que el analista debe mantener con los padres de su pacientes será siempre controvertida y sujeta a críticas. Este es también un punto que es necesario considerar y tener presente, y saber que esta postura puede cambiar en algún momento.

Dicho de otra manera, cualquiera que sea la postura que se adquiera, ésta será una opción personal, muy probablemente criticada y no muy fácil de defender. Sin embargo, para aquellos que si creemos en la posibilidad de un trabajo psicoanalítico con niños, espero que este ensayo sirva para poder seguir trabajando hacia la construcción conjunta de un encuadre específico pero ampliamente compartido para el trabajo con menores, encuadre lo suficientemente flexible para que las cualidades y talentos de cado analista puedan desarrollarse y expresarse.

BIBLIOGRAFÍA

  • Dio Bleichmar, E. (2005). Manual de psicoterapia de la relación padres e hijos. Barcelona: Paidós.
  • Freud, A. (1978). Estudios psicoanalíticos. Buenos Aires: Paidós.
  • Freud, Anna. (1946). The psychoanalytical treatment of children. Technical lectures and essays. London: Imago.
  • Freud, S. (1920). Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina. Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
  • Gammill. (2003). Contratransferencia hacia los padres. En C. Geissmann y D. Houzel (Eds.), Psicoterapias del niño y del adolescente. Madrid: Síntesis.
  • Golse, B. (2005). Psychoanalytic technique with children. Recuperado en noviembre 2010, de: http://www.answers.com/topic/technique-with-children-psychoanalytic
  • Green, V. (2003). El trabajo con padres. En C.Geissmann y D. Houzel (Eds.), Psicoterapias del niño y del adolescente (pp. 573-586). Madrid: Síntesis.
  • Klein, M. (1987). El psicoanálisis de niños. Buenos Aires: Paidós.
  • Winnicott, D. (1977). The Piggle. An account of the psychoanalytic treatment of a little girl. United States: International Universities Press.