La ley del deseo.

Autor: Froylán Avendaño

 

El primer humano que insultó a su enemigo

en vez de tirarle una piedra

fue el fundador de la civilización.

Sigmund Freud

 

Un adolescente de 17 años, paciente mío, me externaba su preocupación de perder los estribos y junto a un grupo de amigos darle una “calentadita” a un tío que lo ha violentado física y verbalmente desde pequeño. Después de darle muchas vueltas al asunto llegó a la conclusión de que ganas no le faltaban, pero se sabía incapaz de hacerlo, esto lo haría igual que su tío, una mala persona, y él no era eso. A sus 17 años y con un camino aún largo por recorrer, mi paciente sabe que no todo lo que se desea ha de ser cumplido, que existe una línea que de traspasarse, lo llevaría a convertirse en una persona que contradice sus ideales y de lo que él cree que los demás esperan de él.

Del otro lado de la moneda, relataré una historia escuchada durante una visita que hice, con motivo de las vacaciones decembrinas, a un pequeño pueblo de Michoacán.

La escena relatada tenía como escenario una pequeña clínica del IMSS, tan venida a menos y desgastada como ustedes puedan imaginarla. Recargados en una camioneta que quizá jamás conoció años mejores, una pareja joven espera su turno para la revisión mensual de un hijo que se está gestando y el cual lleva ya 4 meses de ventaja.

Con la parsimonia que sólo puede ser vista en estos lugares de provincia, ambos esperan mientras intercambian miradas y nada más pasa. Repentinamente, como suelen suceder las desgracias, una camioneta se detiene detrás de su vehículo. De ella descienden 4 personas de mal gesto, con la prepotencia de aquel que de antemano sabe se saldrá con la suya. Le preguntan al nuevo padre si está sólo de paso o si es realmente del pueblo. Desconcertado y sin saber que mentir era su mejor salida, él responde que sí, que él había nacido y crecido en ese lugar. Sin una palabra como preludio ante la tragedia, dos hombres someten a la mujer embarazada mientras le apuntan directamente al abdomen. Los dos restantes golpean al padre hasta que éste cae rendido en el suelo, sin aliento. Ya con la cara en la tierra, ambos maleantes le pisotean fuertemente la cabeza hasta que logran destrozarle cráneo. Estos 4 hombres, miembros de una pequeña célula de narcotraficantes resultado de una escisión del cártel en turno, tenían la orden de asustar a la gente, de hacerle saber al pequeño pueblo, a través del atroz asesinato, quién era quien realmente mandaba ahí.

Ambos relatos se encuentran separados por la gravedad del asunto; sin embargo, tienen un punto de encuentro: el acto de volcar impulsos sádicos y agresivos sobre un semejante y la duda o la resolución final de cometer el acto. ¿Qué es lo que nos hace ser “buenas” personas? ¿Qué nos detiene de destrozar a un semejante sin el menor atisbo de culpa o remordimiento? El objetivo de este trabajo es presentar de manera sucinta las peripecias del ordenamiento de la ley y el deseo en la teoría psicoanalítica, cuyos accidentes pueden llegar a generar sujetos con tendencias psicopáticas y a mi parecer, en el más extremo de los casos, tendencias sociopáticas.

Para entender la internalización de normas y leyes en su manera más general, debemos remontarnos al Edipo. Para la teoría psicoanalítica es uno de los momentos clave en el desarrollo de los sujetos. Durante el mismo ocurren tres hechos fundamentales: la separación de la díada madre/hijo, el reconocimiento de la falta y la identificación con las figuras primarias. El Edipo como fenómeno estructurante de la psique de todo niño nos permite diferentes lecturas, desde la organización sexual del mismo, hasta la configuración del vínculo futuro que se tendrá con los otros, tema que atañe al trabajo aquí presentado. Volvamos al complejo de Edipo. Autores como Lacan han propuesto la división del complejo en tiempos lógicos que nos permiten esquematizar los cambios a nivel estructural por los que atraviesa el sujeto durante esta etapa del desarrollo. Durante el primer tiempo y volviendo a la díada madre/hijo, el niño busca ser el objeto de deseo de la madre. Retomando la ya conocida ecuación inconsciente de Freud niño = falo, el niño busca llenar la falta de la madre identificándose con el falo. Él es el falo de la madre y ella pasa a ser una madre fálica.

Se crea la ilusión de un sujeto completo, sin hendiduras, sin falta. En el segundo tiempo del Edipo se agrega a la ecuación la función paterna, que interviene privando al niño del objeto de su deseo -la madre- y privando a la madre del objeto fálico -el niño-.

Como resultado de esto la madre deberá de dejar de sentirse completa con su posesión y se mostrará nuevamente en falta, como objeto deseante, evitando que el niño quede ubicado como dependiente del deseo materno y como objeto fálico. Por su parte, el niño, se ve obligado a atravesar el complejo de castración, así como asumir la prohibición del incesto. Finalmente, en el tercer tiempo, producida ya la castración simbólica e instaurada la ley de prohibición del incesto, se da la identificación con el padre o sustituto portador de la función paterna, siendo éste un representante de la ley y no la ley misma, quedando el falo y la ley como instancias reguladoras del deseo, más allá del niño, el padre o la madre. En el Edipo se pasa del “ser” al “tener” u “ocupar” el lugar del falo. Es en esta rápida esquematización de la conflictiva edípica que podemos localizar dos puntos clave para el desarrollo de este trabajo: el primero, se trata de la introyección de la prohibición del incesto, la cual marca desde ese momento una línea que no ha de cruzarse, un límite al deseo so pena de sufrir el castigo retaliatorio en caso de infringirse, una ley que dicta que no todo lo deseado habrá de ser consumado. El segundo punto es la identificación con una función representante de la ley, no la tiranía de un otro absoluto, avasallador y omnipotente, sino un otro en falta, castrado también, pero que como garante de un bien mayor, se presenta como figura identificatoria que además de prohibir la fusión entre madre e hijo habilita la posibilidad de una búsqueda exógama. Sobre esto Piera Alaugnier nos dice: “Este hito decisivo exige que el sujeto pueda encontrar, en la instancia paterna y en el saber del que ella se hará portavoz, la promesa de que más allá del renunciamiento que se le demanda, en un tiempo futuro le será abierta la puerta del deseo. Es por ello que la disolución del complejo de Edipo, así como el abandono de todo lo que corresponde al registro de la identificación pregenital, no puede tener lugar si el Nombre del Padre no viene a representar, para el sujeto, tanto la razón y la justificación de la prohibición como la procedencia y la legalidad del deseo humano” (Alaugnier, 1978). Si bien en un primer momento la angustia ante la prohibición se presenta como una angustia persecutoria, más adelante, con la introyección de los ideales, ésta evolucionará ante una verdadera preocupación por el objeto, por el otro, introduciendo la culpa. Justo en estos dos puntos podemos rastrear ya una de las posibles explicaciones ante las preguntas con las que iniciamos este trabajo.

Lo que acabamos de describir a manera de esquema simplificado puede sufrir durante su desarrollo ciertas perturbaciones que, al alejarse del supuesto, alterarán el resultado esperado. En este trabajo tocaremos únicamente lo relativo a la falla de la función o metáfora paterna, la cual nos lleva al concepto de perversión y más específicamente de subjetividad perversa. Es común encontrar en la literatura psicoanalítica el concepto de perversión asociado a la sexualidad; sin embargo, existen otros autores y escuelas que proponen su existencia como una estructura, expresándose mejor como una posición subjetiva y abarcando temas como relaciones objétales, síntomas y defensas específicas. La perversión, a al igual que la neurosis, se presenta como un conflicto entre la ley y el deseo, el deseo que empuja y la ley que delimita, sólo que la perversión echa mano de otros mecanismos para entablar la dialéctica entre ambos polos, de ahí que sea pensada como una estructura psíquica independiente.

El problema de la perversión se da en el momento en el que el sujeto tendría que reconocer, durante el Edipo, que él no es el deseo de la madre, que él no es quien completa a esa madre fálica y que ésta se encuentra en falta. Tal y como lo explicábamos en el segundo y tercer tiempo, la presencia de la función paterna para la separación de la díada madre/hijo es fundamental en este paso; sin embargo, en el caso del perverso esta función falla en su objetivo, ya explicaremos más a delante de qué manera lo hace. Lo importante a señalar aquí es que la metáfora paterna falla sólo en cierta medida, es decir, logra de algún modo la separación de la madre con su hijo/ falo, pues de no hacerlo, estaríamos hablando más de una estructura psicótica. Al presentarse la angustia de castración ante la diferenciación anatómica de los sexos y ante la presencia de un tercero deficiente en su papel estructurante, poco nítido, como

borrado, el sujeto utiliza un defensa descrita por Freud en su artículo sobre fetichismo, la renegación. A través de este mecanismo y ante el horror que representa para el sujeto el encuentro con el órgano femenino, éste echa en marcha dicho mecanismo para armonizar la existencia de dos actitudes psíquicas respecto a una realidad externa: renegar la percepción de la falta de pene en la mujer y por otro lado reconocer esta carencia y extraer las consecuencias de dicho reconocimiento. Esta renegación podemos pensarla como el prototipo de una posición subjetiva que caracterizará la vida anímica del perverso. Pensémoslo de la siguiente forma: al renegar la castración el perverso reniega más elementos que la diferencia de sexos, se reniega por un lado la falta y por otro la función de la metáfora paterna. Esto resulta, en el primer caso, en una posición narcisista tan patente en las relaciones que tienen estos sujetos con sus pares: no existe una verdadera preocupación por el otro y el otro existe únicamente como objeto para la descarga de sus impulsos. En el segundo caso, al renegar de la función paterna se reniega también el ingreso al orden simbólico, negando la filiación simbólica para ser un eslabón más de la cadena significante, se reniega del tercero que en el neurótico es tan necesario a la hora de hablar del deseo, citando a Jean Clavreul: “Si la resolución del complejo de castración, nos dice Freud, es la adquisición de un saber sobre el otro sexo, esto significa que el sujeto ha reconocido que el falo (en la medida en que puede estar ausente) constituye el significante que ordena su propio deseo, librándolo así a la intervención del otro” (Clevreul, 1978). Ambos constituirán la esencia del perverso: el perverso es aquel que transgrede, que desvía, que ultraja la ley, no sólo sin importar si para ello se lleva entre las patas a un semejante, sino inclusive llenándose de placer ante la mirada angustiada del otro que observa. Citando a Laënnec: “Toda perversión implica una transgresión a la ley, y de otro modo es inadmisible. Para el espectador, para aquel que juzga, para quien llama perverso el actuar de su semejante, no pueden existir otros criterios: violación de la ley sexual, violación de la ley social y ética, la sentencia se pronuncia siempre en nombre de una ley”. (Laënnec, 1965). Sin embargo, como mencionamos, esta ley no queda forcluida en el perverso, sólo se le reniega, por lo que a partir de este momento el perverso integrará la ley a partir de la renegación de la misma, permitiéndole conservar una identificación y protegiéndose de la psicosis: “La elección perversa lo liga inexorablemente al único acceso que puede tener al registro del deseo, así como su ultraje es la única manera que posee de reintegrar el orden de la Ley, de no quedar forcluido de ella” (Alaugnier, 1978).

Roberto Mazzuca, psicoanalista, nos invita a diferenciar de manera estricta la psicopatía de la sociopatía, viendo en la primera una forma particular de la subjetividad perversa. Mientras para Mazzuca el psicópata se caracteriza por la falta de remordimiento o culpa, afectos superficiales, falta de empatía y renuencia a aceptar responsabilidades; en el sociópata pone énfasis en la falla de control de impulsos, la agresividad y las conductas antisociales. Si bien para Mazzuca la perversión como estructura estaría más ligada a la psicopatía que a la sociopatía, me parece que en los grupos delictivos llamados narcotraficantes podemos encontrar fuertes ecos de la subjetividad perversa que él menciona.

Se podría argumentar que la actividad delictiva de los narcotraficantes descansa únicamente sobre el beneficio económico; sin embargo, me parece que se requiere de una estructura psíquica particular para llevar a cabo los actos que llevan: no se trata sólo de robar, a esto se le suma la manipulación, la corrupción de altos mandos del gobierno, el asesinato, el engaño y sobre todo el uso del otro como un objeto para conseguir sus fines. Ahora enumeraré los elementos de la subjetividad perversa que a mi parecer se encuentran muy presentes en la figura de narco mexicano. Estos son: la predominancia del deseo ante la ley, lo que lo lleva al ultraje constante de la misma, la escisión psíquica con la que encaran la realidad objetiva, la asunción de un discurso que llega a generar en el otro admiración o justificación de los hechos y la relación narcisista que tiene éste sobre los otros.

El ultraje a la ley es el fundamento de la actividad delictiva de estos sujeto, para este punto sólo quiero agregar una cita de Alaugnier: “Decir que el perverso es consciente de haber elegido el “mal” siendo perfectamente capaz de conocer lo que la ética del mundo en que vive designa con el término de “bien”, que pretende desafiar toda ley y que sabe que con sus actos ultraja la de su semejante -lo que significa que reconoce en qué se opone ella a la propia-, que con ello insulta lo que en un orden social dado es juicio y referencia moral, todo esto resulta no sólo cierto sino que además deviene el eco fiel de lo que clama el perverso; agregaré que ésta es la razón fundamental que me autorizará a hablar con relación a un sujeto de estructura perversa” (Alauginer, 1978).

Por otro lado, un fenómeno interesante es la inversión de discurso que el narcotraficante consigue en las comunidades en las que vive o inclusive en el consenso nacional. Basta ver las noticias, ver las redes sociales o abrir Netflix.

Existe una cantidad considerable de contenido que hace apología a la vida “heroica” de estos paladines de una justicia torcida: son los que roban a ricos para dar a los pobres de su comunidad, los buenazos que se chingan a la clase política tan vituperada en México, o el niño que sin tener nada y gracias a su astucia, logró convertirse en dueño de medio país. Sobre la inversión del discurso, Jean Clavreul agrega: “El perverso logra que surja la cosa milagrosa que sabrá actuar sobre el otro fascinándolo, atrayendo su consentimiento, pervirtiéndolo de manera de tener prueba de su poder, un poder que de este modo hiere la fe en toda ley que pretendiera a otra cosa que el absolutismo de un deseo arbitrario”. (Clavreu, 1978).

La escisión a la que hacíamos mención párrafos arriba queda expuesta en la manera en la que dichos individuos dividen la realidad entre el negocio y la familia. Esta forma cuasi psicótica de estructurar su realidad les permite con una mano asesinar, extorsionar, robar, y con la otra amar a su familia, protegerla, educarla y formar a sus hijos. Finalmente, el trastorno narcisista se manifiesta en lo mencionado con anterioridad: su deseo como ley, es decir, el gran capo manda y ordena; además de sus vínculos con los objetos, los cuales son usados a conveniencia del mismo y desechados después sin el menor empacho. Si bien el diagnóstico de perversión debe de realizarse de una manera metapsicológica y no basándose exclusivamente en conductas o hechos fenomenológicos, me parece que gran parte de la psicodinamia de un narcotraficante puede ser explicada a partir de los accidentes edípicos descritos en este trabajo.

 

Conclusiones

Las funciones de la metáfora paterna en cuanto a separación, por un lado, de la díada madre/hijo y como sostén identificatorio por el otro, son clave para explicarnos el desarrollo de una subjetividad perversa. Como decíamos en párrafos anteriores, no basta con que la función paterna realice el corte, debe de mostrarse no como la ley misma, sino como un representante más, permitiendo de esta forma la identificación y articulando al niño con esta ley adquirida como sujeto inmerso en una cultura, una sociedad, un país, una comunidad, un lenguaje. Como dice Mazzuca: “La función del padre real es articular el deseo del sujeto con la ley. Servir de apoyo y estímulo al hijo de modo que su deseo se despliegue en formas aceptables de transgresión a la ley.” (Mazzuca, 2008). Es en este apoyo que la figura del padre falla. Y falla, según dicho autor, debido la aplicación caprichosa y falseada de la ley. Esta forma de presentar la ley como maleable, corruptible, capaz de cambiar al mejor postor, es donde podemos precisamente localizar la falla en la articulación que Mazzuca menciona. Regresando al tema del narcotráfico y siguiendo sobre esta misma línea, no es casualidad que en México tengamos frases como “con dinero baila el perro” o “la leyaplica para los pobres”. En un país corrompido y corruptible como es México, la ley es meramente una invitación, una sentencia que no necesariamente debe ser cumplida, la ley aplica dependiendo de la persona y en México la ley está del lado del que más

dinero tiene, de aquél que cuente con mejores palancas o conocidos dentro de la política. De una manera general y forzando un poco la metáfora, la función paterna representada por México-Gobierno, por papá gobierno, es el ejemplo perfecto de la aplicación caprichosa y falseada de ley: donde un hombre puede ir a la cárcel por robar comida de un supermercado, pero un presidente puede vivir en una casa de 7 millones de dólares producto de turbias relaciones con importantes contratistas. Es difícil pedirle a alguien que siga el camino recto, si el que dicta el camino no pone el ejemplo.

Mazzuca plantea entender la clínica desde el funcionamiento del nombre del padre, donde su ausencia, presencia o deficiencia constituiría la frontera entre la neurosis, psicosis y perversiones. A mí parecer, en la actualidad, muchos de los trastornosnarcisistas pueden ser entendidos desde esta función paterna deficiente, donde la asunción de la castración simbólica no ocurre de la mejor manera, donde el deseo es ley y nada ni nadie puede rebatirles hoy ese derecho.

 

Bibliografía

 

  • Aulagnier, Piera (1978). La perversión como estructura. La Perversión. Editorial Trieb.
  • Daumezon, Georges (1978). El encuentro de la perversión por el psiquiatra. La Perversión. Editorial Trieb.
  • Martin, P. (1978). El concepto de perversión en la nosología psiquiátrica. Estudio
  • crítico en la perspectiva freudiana. La Perversión. Editorial Trieb.
  • Clavreul, Jean (1978). El perverso y la ley del deseo. La Perversión.
  • Editorial Trieb.
  • Mazzuca, Roberto. (2008). El psicópata y el nombre del padre. Recuperado de http://psicopatologiapsicoanalitica.blogspot.com/2008/09/el-psicpata-y-el-nombredel-html