La importancia del esquema L

Autor: Froylan Avendaño 

“Desde Freud el centro del hombre ya no es más lo que pensábamos que era.

Ahora tenemos que salir de ahí”.

Jacques Lacan

 

En el principio existía ya la palabra, reza el génesis, poniendo a la palabra en un lugar inclusive anterior a la existencia del hombre. Es fácil reconocer la prominencia del lenguaje sobre la existencia de los personajes de la mitología judeo-cristiana: un mundo sin palabras, sin lenguaje, sin comunicación, no sería un mundo como lo conocemos, al menos no uno “civilizado”. La palabra nos brinda a cada uno de nosotros la capacidad de reconocer y aprehender la realidad que nos rodea. La realidad objetiva que reconocemos, es lo que es por la capacidad que tenemos para nombrarla. Aun yendo un paso más, nosotros somos quienes somos y quienes queremos ser para los demás, gracias al lenguaje. Lacan decía: “Las palabras fundadoras, que envuelven al sujeto, son todo aquello que lo han constituido, sus padres, sus vecinos, toda la estructura de la comunidad. Que lo han constituido no sólo como símbolo, sino como ser. Son leyes de nomenclatura las que lo determinan hasta cierto punto y canalizan las alianzas a partir de las cuales los seres humanos copulan entre sí y acaban por procrear, no sólo otros símbolos, sino también seres reales que, al llegar al mundo, de inmediato poseen esa pequeña etiqueta que es su nombre, símbolo esencial en cuanto a lo que les está reservado” (J. Lacan, 1955). Un sistema organizado nos espera inclusive antes de haber sido concebidos: las fantasías de los padres, las expectativas de una sociedad, una nación, una época. Y ese sistema es reproducido, recibido e introyectado por cada uno de nosotros a través del lenguaje. Es precisamente en la clínica que damos cuenta de lo antes expuesto, ya sea durante las entrevistas o en el curso mismo del tratamiento: el paciente tiene una historia, una parte que le ha sido contada, heredada; y otra parte que él mismo ha construido. Una vida se yergue ante nosotros, se muestra. El discurso expuesto por los pacientes al contarnos su historia personal funge como soporte de su esencia, su personalidad, las explicaciones y sustentos que él le brinda a su existencia. ¿Quién soy yo y que hago en este mundo? A través de sus palabras nos hablan un tumulto de personas: sus padres, sus parejas, sus amigos, una sociedad, un país, una cultura, la humanidad completa se encuentra contenida en un mundo de palabras. Cada paciente tiene construida una identidad, una imagen, un supuesto con el cual se explican y se identifican. Son un nombre y un apellido. Un desfile de adjetivos con los cuáles se sienten cómodos y unos otros cuantos que no son del total agrado pero que a regañadientes reconocen en sí mismos. La mayoría de los pacientes se nos muestran como una unidad cohesionada, redondeada de extremo a extremo. Son personas adaptadas a su vida diaria, tienen un trabajo, son partícipes de relaciones y vínculos significativos, inclusive, a veces, se dan el lujo de sentirse felices. Sin embargo, basta ahondar un poco en su discurso, avanzar unos cuantos pasos más siguiendo el hilo de su historia, dejar al paciente hablar unos minutos más, unas sesiones más, para darnos cuenta de que esta imagen de completud ante nosotros desplegada, no lo es del todo, que existen fisuras, resquicios, cosas que no andaban del todo bien, hiancias, faltas, en fin, que el sujeto sufre más de lo que le gustaría, y más de lo que está dispuesto a aceptar. Este es a mi parecer el más importante descubrimiento freudiano sobre el cual reposa la teoría analítica: aunque lo pareciera, el ser humano no se adapta a su ambiente, no de la manera en la que un animal salvaje lo hace frente a su hábitat. Llevamos la marca de la insatisfacción, el sello del sufrimiento. Lacan decía: “¿Qué revela el análisis si no la discordancia profunda, radical, de las conductas esenciales para el hombre, con respecto a todo lo que vive? La dimensión descubierta por el análisis es lo contrario de algo que progresa por adaptación, por aproximación, por perfeccionamiento. Es algo que marcha a saltos, a brincos. Es siempre la aplicación estrictamente inadecuada de ciertas relaciones simbólicas totales, y ello implica varias tonalidades, por ejemplo la intromisión de lo imaginario en lo simbólico, o inversamente” (J. Lacan, 1955). Más allá del Yo que se presenta en el discurso del paciente, de nosotros mismo, analistas, de la humanidad toda, existe un sujeto que desea, que se muestra discorde a la voluntad de la conciencia, que repite y se revela a través de los fenómenos del inconsciente. Una parte fundamental de lo que hacemos con nuestros pacientes es integrar estos elementos que se encuentran escindidos, negados, hacer que puedan reconocerlos como propios y elaborar lo que tenga que ser elaborado para que esto suceda. A pesar de lo antes dicho, si algo no muestra la experiencia es que los pacientes se niegan a aceptar lo que se les muestra como suyo, se debaten, se angustian, lo reniegan, algunos cuantos, de llegar la interpretación en un timing no adecuado, terminan por irse. Pareciera que no quieren darse cuenta de ello, inclusive a pesar de que algunos de ellos pueden deducir que es eso lo que los tiene precisamente en el estado de padecimiento por el cual llegaron a consulta. Y es aquí donde comienza nuestra verdadera batalla, nuestra lucha contra la resistencia. A cerca de las resistencias, Greenson decía: “Resistencia significa oposición. Todas las fuerzas que dentro del paciente se oponen al procedimiento y los procesos del análisis, es decir, que estorba la libre asociación del paciente, que obstaculiza los intentos del paciente por recordar y de lograr y asimilar insights” (R. Greenson, 1911).

 

La resistencia, cómo nos lo describe Greenson, vendría a ser todo aquello que no permite fluir el mensaje proveniente del inconsciente, la palabra plena que ha sido reprimida y que pugna por salir. Es precisamente esto que pugna por salir lo que nos da cuenta de la existencia en el individuo de un conocimiento que va más allá de lo que él cree saber de sí mismo, pero que por diferentes motivos psicodinámicos, se encuentra vedado. Para Lacan, existe una diferencia radical entre el Yo y el Sujeto, encontrándose inclusive éste último totalmente descentrado y excéntrico del eje de la estructura Yoica. Sobre esto, nos dice: “El sujeto como tal, funcionando en tanto que sujeto, es otra cosa y no un organismo que se adapta. Es otra cosa, y para quien sabe oírla, toda su conducta habla desde otra parte, no desde ese eje que podemos captar cuando lo consideramos como función en un individuo, es decir, con un cierto número de intereses concebidos sobre la areté personal” (J. Lacan, 1955). Para ello, Lacan esquematizó la relación del individuo en el esquema Lambda, que nos ayuda a localizar ese más allá al que hacíamos referencia, más allá del Yo, el Sujeto y la palabra plena.

El esquema “L” se encuentra compuesto por 4 elementos: a, que simboliza al Yo; a’, que representa al otro, al semejante, al otro individuo; A, en representación del gran Otro y S, que funge como variable del Sujeto. Como se puede apreciar en el esquema, todos los elementos se encuentra interconectado por una flecha; sin embargo, la conexión entre A y S se encuentra “obstruida” por el eje imaginario, evitando una transmisión directa como se muestra en a y a’, a esta línea divisoria Lacan llamaba la barrera del lenguaje. Antes de continuar con la barrera del lenguaje, que es el concepto que atañe a mi trabajo, explicaré brevemente los cuatro elementos del esquema.

 

a: Aquí se encontraría la estructura Yoica, producto de las identificaciones e introyecciones hechas por el individuo durante su desarrollo de vida. Estructura

psíquica ligada al pensamiento secundario, el examen de la realidad y la capacidad de síntesis. Es decir, la estructura Yoica como la conocemos. En su teorización, Lacan hace importante hincapié en la representación de completud que caracteriza dicha estructura, en la ilusión de unidad, de síntesis, de ausencia de fisuras que pueden ser ubicada en etapas tempranas como lo es la fase del espejo, donde la captación y fascinación de la figura devuelta por el reflejo dotará al niño de elementos narcisistas que cimentarán el amor propio.

 

a’: El otro se presenta como el alter ego, el semejante. Para Lacan Yo y otro son intercambiables, pudiéndose afirmar que el yo es otro y el otro es yo. Estas fórmulas son fácilmente demostrables en los fenómenos de proyección e identificación. La fascinación que mencionábamos arriba, en la fase del espejo, se da también con el otro, el semejante. La misma fascinación vivida por el infante al reconocer su figura como unidad en el espejo, llega a sentirla ante la figura del semejante. Lacan nos dice: “El sujeto es nadie. Está descompuesto, fragmentado. Se bloquea, es aspirado por la imagen, a la vez engañosa y realizada del otro, o también su propia imagen especular. Ahí encuentra su unidad” (J. Lacan, 1955). Lacan subraya la reciprocidad narcisista existente entre el Yo y el semejante que nos permite el intercambio entre ambos señalado en la fórmula del Yo es otro y el otro es Yo.

 

S: A lo largo de su enseñanza, Lacan intenta diferenciar de manera constante al individuo del sujeto. Recordemos que para Freud la realidad de una persona se encuentra más allá de lo que les plenamente consciente, dándole al inconsciente un lugar preponderante en la estructuración psíquica. A esto hace referencia Lacan cuando habla del Sujeto, llegándolo a llamar en algunos seminarios el Sujeto del inconsciente. Durante el seminario II se subraya la disimetría radical que existe entre el sujeto y el Yo. No se trata aquí de una simple equivalencia dicotómica entre negativo y positivo, mal y bien, negro o blanco; sino de realidades totalmente radicales y carentes de coherencia entre ambas, complejizando de esta manera el saber esencial del sujeto. Gran parte de aquello sobre lo cual el individuo posee certeza reflexiva es solamente un conocimiento superficial, racionalizado y justificado secundariamente de lo que es su propio ser, el cual realmente descansa en su deseo.

 

A: El gran Otro no es el semejante como tal, no se encuentra objetivizado en una persona o personas en específico. Se trata de lo que Lacan conceptualizará como la “alteridad fundamental” o como “el tesoro de significantes”. No puede haber identidad alguna y trasciende todo lo ilusorio, lo imaginario, por lo que escapa a la relación Yo-otro. Hablamos aquí del registro de lo simbólico, el lugar en el que está constituida la palabra y que precede al Yo, siéndole ajena. El lenguaje precede nuestro nacimiento, es independiente a nosotros, pertenecemos a éste. El sujeto se encuentra instaurado en una serie de significantes que lo ubican en una estructura familiar e inclusive social.

Estas palabras, provenientes del gran Otro, lo apresan, lo vuelven un eslabón más de la cadena de significantes que lo atrapa y le hace repetir. Es justamente esta estructura de significantes que el análisis pretende descubrir. La relación entre el Sujeto y el gran Otro representa para Lacan al inconsciente, de ahí la fórmula “el inconsciente es el discurso del Otro”. Para ejemplificar esto, Lacan utiliza el siguiente caso clínico: “Conocí a un sujeto cuyo calambre de escritor estaba ligado a algo que su análisis reveló: la ley islámica en la que había sido educado disponía que al ladrón le fuera cortada la mano. Y esto nunca lo pudo tragar. ¿Por qué? Porque a su padre lo habían acusado de ladrón. La niñez del sujeto transcurrió en una especie de profunda

suspensión respecto de la ley coránica. Toda su relación con su medio original, el sostén, el orden, los cimientos, las coordenadas fundamentales del mundo quedaron obstruidos, porque había una cosa que él se negaba a comprender: por qué si alguien era ladrón le tenían que cortar la mano. Por esta razón además, y precisamente porque no la comprendía, este sujeto tenía cortada su propia mano” (J.Lacan 1955). Sin embargo, el acceso al conocimiento del inconsciente no se da de manera natural, pues, como lo muestra el esquema, dicha comunicación se encuentra obstaculizada por el muro del lenguaje, la mediación del sustrato imaginario entre el Yo y el otro. Esta fascinación narcisista entre semejantes impide acceder al conocimiento pleno del sujeto, pues esto supondría una ruptura de la ilusión de unidad que representa el ego,

una herida narcisista a la que no se está dispuesto a enfrentar. Esta relación imaginaria entre Yo y Yo podemos verla en la convivencia diaria de la mayoría de las personas, donde un Yo íntegro, unificado y perfectamente ordenado emite un mensaje hacia otro Yo de las mismas condiciones, esperando recibir de éste el mismo trato. En el discurso surgido de estas conveniencias sociales se despliega un juego de reconocimiento narcisista hacia el otro, una especie de encumbramiento yoico donde el Sujeto queda totalmente nulificado, excluido de la escena. Pongamos como ejemplo el diálogo entre una locutora de radio de un programa n y sus invitados:

 

-Locutora: Bienvenidos a nuestro programa. Hoy contamos con una serie de ilustres invitados a quienes recibimos calurosamente. Hola A, te veo guapísima, no sé lo que te haces para estar tan atractiva.

 

-A: Hola O. Tú sí que estás encantadora y el programa que diriges es el más interesante de cuantos hay actualmente en la radio.

 

-Locutora: Gracias A, de todo corazón. Presentamos a continuación a nuestro segundo invitado. Hola B., desde luego que por ti no pasan los años. Estás fabuloso!

 

-B: Gracias O., estoy encantado de estar aquí contigo, porque creo que sabes llevar las riendas como nadie y le das tu toque personal a cuanto haces, te felicito.

 

En este pequeño extracto de una entrevista podemos notar el encumbramiento yoico y el narcisismo puesto en escena, y aunque se podría argüir que la actitud de la conductora y los entrevistados está justificada por tratarse de una entrevista radiofónica, hemos de reconocer que este tipo de discursos es el que se repite con mayor frecuencia en las relaciones humanas del día a día.

Llevando este pequeño ejemplo a un nivel más general, dicho encumbramiento yoico está presente en cualquier lugar que miremos: la televisión, el marketing, los ideales de lo que se debe ser o no ser para ser exitoso, feliz, joven, etc. Dichos ideales exigen la búsqueda de un sujeto realizado, siempre sano, políticamente correcto, abierto de mente, progresista, actual, a la moda, siempre feliz, pocas veces reflexivo, inclusivo, etc., etc., etc. Si algo nos ha enseñado el psicoanálisis es que sujetos así no existen, como lo mencionaba al inicio del trabajo, esa imagen de hombre o mujer totalmente adaptados, sin fisuras ni hiancias que el discurso imaginario se esfuerza en sostener, es sólo eso, un imaginario que nos recuerda a la fascinación dada en el sujeto durante

la fase del espejo. Y es en este punto donde se abre camino el analista, evitando quedar atrapado en esta fascinación discursiva. Saber que, inclusive, cierta parte del discurso con el cual el individuo se identifica, cierta parte de la descripción que hace sobre sí mismo, no es más que una forma de encubrir una falta, un deseo renegado. Esto nos obliga a nosotros, como analistas, a salirnos de esta relación imaginaria, de lo que puede o debe decirse entre dos personas “civilizadas”, alejarnos muchas veces de lo que es considerado políticamente correcto. Es por eso que el diálogo analítico se aleja tanto del diálogo que se tiene diariamente entre dos personas. El diálogo analítico busca encontrar lo más genuino del individuo, el sujeto inconsciente que pugna por salir y que el Yo detiene, esconde, niega. Sólo con el conocimiento pleno y el reconocimiento de sus faltas, sus fallas, sus deseos, sus culpas y sus carencias, el sujeto podrá romper las cadenas que lo atan a ser algo que no es y que tanto le pesa.

 

Bibliografía

 

  • Lacan, Jacques (2008). El Yo en la teoría de Freud y la técnica psicoanalítica. Seminario II: saber, verdad y opinión. Editorial Paidós.
  • Lacan, Jacques (2008). El Yo en la teoría de Freud y la técnica psicoanalítica. Seminario III: El universo simbólico. Editorial Paidós.
  • Lacan, Jacques (2008). El Yo en la teoría de Freud y la técnica psicoanalítica. Seminario IV: Una definición materialista sobre el fenómeno de la consciencia. Editorial Paidós.
  • Lacan, Jacques (2008). El Yo en la teoría de Freud y la técnica psicoanalítica. Seminario VI: Freud, Hegel y la máquina. editorial Paidós.
  • Lacan, Jacques (2008). El Yo en la teoría de Freud y la técnica psicoanalítica. Seminario XI: La censura no es la resistencia. Editorial Paidós.
  • Lacan, Jacques (2008). El Yo en la teoría de Freud y la técnica psicoanalítica. Seminario XIX: Introducción del gran Otro. Editorial Paidós.
  • Greenson, Ralph (2004). Técnica y práctica del psicoanálisis. México. Editorial Siglo XXI editores.