Adriana Villarruel

Desde hace un par de años en mi práctica analítica, comencé a atender pacientes de forma virtual y esto abrió una situación vincular desconocida para mí en la que algunos de mis pacientes al igual que yo, se encontraban atravesando de una u otra manera el duelo migratorio. Además de eso, buscaban asistir a un proceso terapéutico con una analista que compartiera con ellos tanto su nacionalidad como el hecho de también haber tomado la decisión de irse de su país en busca de una vida mejor.

Esta situación comenzó a movilizar en mí aspectos que Freud nombró como “puntos ciegos”, ya que, mi percepción analítica se veía atravesada por el duelo migratorio, un duelo lleno de elementos y complejidades difíciles de abarcar, por lo que comencé a cuestionar mi actuar analítico en términos de abstinencia, neutralidad, transferencia y contratransferencia, debido a que los contenidos alusivos a la migración de mis pacientes despertaban en mí diversos afectos, en especial cuando compartíamos terrores, anhelos, culpas y enojos similares.

Lo cual me llevó a hacerme muchas preguntas que podrían encontrar algunas respuestas dentro de los múltiples conceptos psicoanalíticos disponibles para pensar en el tema. Mi intención es nombrar de manera breve cada uno para que funcionen como un marco de referencia, sabiendo que el desarrollo de cada concepto por separado exigiría su propio trabajo. Al mismo tiempo me interesa conocer y ampliar la perspectiva teórica de cara a la realidad actual.

Así que plantearé la siguiente interrogante como punto de partida: 

¿Qué sucede con la neutralidad y la abstinencia del analista cuando los pacientes buscan asistir a terapia por una afinidad previa hacia este como la nacionalidad más la experiencia de haber emigrado?

Con respecto a la neutralidad, Laplanche y Pontalis (1996), mencionan que una parte de este aspecto apunta al discurso del analizado, en el sentido de ser neutrales al no otorgarle prioridad a un tema específico que asociemos con algún prejuicio teórico o a significaciones diversas que nos atañen, añadiendo que la neutralidad obra como una recomendación técnica, ya que no significa que su ejercicio garantice la objetividad del analista, considerando a este último como una función, es decir, interpretando y sosteniendo la transferencia sin intervenir como ser psicosocial.

Para mi sorpresa durante la investigación del concepto, me encontré con más detractores que defensores del concepto de neutralidad, uno de ellos es Renik (2002), el cual refiere que aunque dicho principio apunta a que la imparcialidad del analista frente a los conflictos evitaría afectar la libertad de elección del paciente, es difícil creer que inclinarnos hacia ciertas interpretaciones, señalamientos, tipo de encuadre, etc., sustentadas por supuesto en nuestra formación continua, análisis y experiencia de vida, sería algo tan subjetivo como cualquier otra opinión que de cierta forma guiaría el camino del análisis del paciente, por lo que el autor sostiene que en cuanto hacemos interpretaciones que contribuyan al autoconocimiento del paciente, nos alejamos también de la neutralidad, aseverando que “¡la única forma en la que un analista puede ser neutral, es siendo inactivo!”.

Dicho autor afirma que sería más provechoso discutir acerca del momento y la forma en la que comunicamos o elegimos permanecer en silencio, en términos de si sería o no lo adecuado para la resolución del conflicto del paciente. Por lo que en vez de aferrarnos a la idea de una neutralidad ficticia, podríamos desarrollar otras formas de trabajo analítico que no permitan que el analista influya de manera limitante en los pacientes.

Coincido con Renik (2002), en el sentido de que sería mejor aceptar que la subjetividad del paciente y la nuestra es lo que hace que cada vínculo sea único, la contratransferencia despertada que amenazaría de cierta forma nuestra neutralidad movilizando afectos, opiniones más experienciales que teóricas, etc., es lo que en buena parte permite que se abran paso interpretaciones que de haber sido nosotros completamente neutrales difícilmente hubieran tenido lugar.

Dicho esto, sumo el planteamiento de Racker (1973 c.p Eizirik, 2002), donde refiere que el analista tendría que acceder a tomarse a sí mismo como objeto de observación de análisis de manera continua, ejerciendo una disociación interna, lo cual abriría la posibilidad de ser objetivo de cierta manera ante el analizado, aunque más que una objetividad positivista, sería aquella que evitaría bloquear nuestra subjetividad, estando conscientes de la implicación ésta, alejándonos de esta manera “del ideal neurótico de la objetividad…” y “del mito del analista sin angustia y sin rabia” (Racker, 1973 c.p Eizirik, 2002).

Así que el hecho de compartir experiencias previas, complejiza la labor al tener que separar mi propia experiencia migratoria de la de mis pacientes, teniendo que estar atenta a mi proceso de duelo y siendo al mismo tiempo una puerta de entrada a un entendimiento profundo de los complejos sentimientos persecutorios de desamparo y desarraigo ejemplificados en los siguientes sueños de dos pacientes:

Paciente 1: “Sueño que me quedo atrapado en el aeropuerto de Venezuela por un problema con el pasaporte. Sueño eso unas 5 veces al mes”.

Paciente 2: “Sueño que aparezco en Venezuela y no tengo como regresarme y eso me da miedo” … “además lo he hablado con otras personas (que también emigraron) y sueñan algo similar”.

Comparto lo planteado por Grinberg y Grinberg (1982), cuando afirma que la migración entra en el campo de una experiencia traumática desde la mirada de los traumatismos acumulativos, cuyos efectos atraviesan los cimientos de la identidad y transforman la misma de manera permanente.

El trabajo intenso de elaboración de dichos traumas acumulativos, incluye por supuesto a los sueños, en este caso de carácter evacuativos y repetidos, citando a Grinberg y Grinberg (1982): “como ocurre en las neurosis traumáticas con la finalidad de descargar la angustia y la culpa; luego, estos sueños se irán transformando, e irán adquiriendo una calidad cada vez más elaborativa, con elementos que representarán recuerdos del pasado y de las relaciones con los objetos amados. Todo ello llevará a una mayor reintegración del yo”. (p.66).

El Paciente 1, afirmaba en la primera sesión que al estar previamente en terapia con otro psicólogo venezolano que vivía en Venezuela, sentía que éste subestimaba sus problemas, sobretodo en términos de trámites y el sin fin de dificultades inherentes a abrirse paso en un nuevo país, siendo una de sus primeras expectativas de tratamiento que yo pudiera comprenderlo en ese sentido, ya que sabía que yo radico en México desde hace algunos años.

Entrando en el tema de la abstinencia y sin ánimos de agotar el tema de la neutralidad, Laplanche y Pontalis (1996), afirman que bajo este principio, en el análisis el paciente encontrará las mínimas satisfacciones sustitutivas posibles de sus síntomas, es decir, como analistas estaremos atentos a no satisfacer las demandas, ni a actuar los roles impuestos por éste. Esto desde la postura de que al ser privado el paciente de ciertas gratificaciones en cierta etapa de vida se fue desencadenando la neurosis, reemplazando dichas gratificaciones por los síntomas, por lo que el principio de la abstinencia posibilita que se instale la neurosis de transferencia. (Ferrari y cols. 2004).

Además, el analista no intervendría desde sus teorías, creencias y saberes de diversa índole, con el objetivo de evitar caer en la sugestión o en la arbitrariedad. Citando a Ferrari y cols (2004): “no es la experiencia de vida lo que se transmite de analista a analizado, sino la capacidad de adentrarse en el mundo del inconsciente” (p.3).

Me pregunto si acceder a la demanda manifiesta y recibir al Paciente 1 sabiendo la experiencia compartida, entra en el campo de la satisfacción de la misma, sin embargo, creo que eso también puede ser una vía de entrada para discriminar lo que Freud (1912), planteaba cuando afirmaba que “el médico no debe ser transparente para el analizado, sino, como la luna de un espejo, mostrar sólo lo que le es mostrado” (p.117)., alegando que el hecho de compartir defectos y conflictos como si hubiera igualdad de condiciones, transformaría la relación analítica, ya que, se invertiría debido a que el paciente encontraría más interesante el análisis de médico que el personal. 

Esto marcaría la diferencia entre el límite de la información sobre mi vivencia migratoria y la del paciente, mostrando que puedo fungir como objeto que represente partes de su identidad al compartir modismos, expresiones y chistes típicos del país, así como normalizar situaciones inherentes al proceso de duelo como los sentimientos de culpa, rabia, soledad, tristeza, impotencia, deseos de rescatar a los que se quedaron, etc.

Sin embargo, a lo largo de los casi cien años de práctica psicoanalítica, se ha podido evidenciar que dicha actitud analítica de reflejar solamente lo que se nos es mostrado, es prácticamente imposible, siendo este un obstáculo en nuestro actuar profesional que añade al proceso analítico un monto de tensión importante. Así que dada la conflictiva en nuestra práctica a partir del ejercicio complejo de la neutralidad y de la abstinencia, el concepto de contratransferencia ha agregado un valor fundamental, mismo que abre la siguiente interrogante:

¿Desde qué lugar pensar la contratransferencia cuando se comparte una experiencia compleja como el duelo migratorio con el paciente? 

Freud (1912), mencionaba la importancia de que el analista se encuentre en un proceso analítico para dar cuenta de su mundo interno y el impacto de este en su actuar profesional, lo cual atañe a la preservación de los principios de abstinencia, neutralidad, transferencia y contratransferencia. Ahora bien, con el desarrollo de este último concepto, definido como el “conjunto de las reacciones inconscientes del analista frente a la persona del analizado y, especialmente, frente a la transferencia de éste” (Laplanche y Pontalis, 1996 p.84)., la participación del analista comenzó a alejarse con el pasar de las décadas de la metáfora del cirujano propuesta por Freud, para aproximarse a un uso más extensivo de la contratransferencia en donde se incluye el entendimiento derivado de su propio análisis, sus reacciones emocionales más la conexiones que pudieran haber entre ambas y lo que el paciente nos muestra con respecto a su mundo interno (Moguillansky, 2007).

Siguiendo la idea de la participación emocional del analista y agregando otro concepto inherente al tema como lo es el de la transferencia, mencionaré las dos propuestas generales de la misma de acuerdo a Ferrari y cols. (2004) , entendiendo la primera como las proyecciones o repetición de los modelos infantiles del paciente sobre el analista que actúa desde la neutralidad y la abstinencia rigurosamente, es decir, con una escasa participación emocional, o la segunda propuesta, considerando la transferencia como parte del vínculo analítico en donde participan los afectos, reacciones y vivencias del analista.

De esta manera, se abren otros caminos como la propuesta del “campo dinámico” de M. y W. Baranger (1969 c.p Ferrari y cols. 2004 ), en este campo intervienen analista y analizado desde la interdependencia y aunque los roles siguen siendo asimétricos, el analista es entendido como un participante pleno en el proceso el cual mantiene su yo observador siempre activo, por lo que desde la intersubjetividad existiría una “tensión oscilatoria” que predominaría entre las individualidades del paciente y del analista “al concebirse un campo relacional estructurado por el juego de identificaciones proyectivas recíprocas”.

Agrego brevemente a la postura intersubjetiva el planteamiento de Stern (c.p. Ferrari y cols. 2004), el cual alude a una invitación que permita la creación de un medio intersubjetivo entre ambos, en el que el conocimiento de los contenidos de estados afectivos, deseos, creencias y demás material que pueda existir en la mente de cada uno, apuntaría a lograr un conocimiento relacional compartido dentro del espacio analítico, posibilitando la existencia de momentos de genuina conexión entre paciente y analista.

Me inclino más a pensar desde esta última propuesta y sabiendo que el hecho de coincidir de alguna forma en términos de experiencias, opiniones, gustos, ideologías, etc. con los pacientes no es algo novedoso ni fuera de lo común, la situación analítica de compartir elementos derivados del duelo migratorio, abre un terreno que incide en los afectos despertados en el analista durante la narración de problemáticas inherentes a su pacientes inmigrantes y a su propia historia.

“Es agobiante” comentaba el Paciente 1 al hablar sobre su responsabilidad de enviar dinero a Venezuela, ya que, ayuda económicamente a su núcleo familiar y además sentía “el deber” de sacar a su hermano del país, situación que se concretó hace un mes. Al mismo tiempo, refería que deseaba dejar de sentirse culpable por saberse afortunado y haber construido una posición económica que le permite vivir mejor que sus familiares, como si él no pudiera disfrutar de su estilo de vida porque en Venezuela “están jodidos”. 

Teóricamente una de las formas de pensar este fragmento puede ser como una expresión de la culpa depresiva mencionada por Grinberg y Grinberg (1982), que pudiera sentir dicho paciente, la cual lo moviliza a desarrollar preocupaciones y  tendencias reparatorias dirigidas a sus objetos primarios, afirmando que dicho proceso permite una adecuada elaboración del duelo, sin embargo,  este autor plantea que “la migración es un proceso tan largo que tal vez no termine nunca, como nunca se pierde el acento de la lengua natal” (p 51-52).

Teniendo en cuenta la prolongada o casi interminable resolución del duelo y sumado al hecho de que dicha migración está marcada por la imposibilidad de volver, esta y otras anécdotas activan afectos en el que analista y analizando entran en el terreno de las dificultades técnicas condensadas en el concepto de “mundos superpuestos” de Puget y Wender (1982), planteando que aunque paradójicamente parecería que el mundo superpuesto generaría mayor cercanía entre ambos, también sería la razón que alejará el acceso al inconsciente del paciente, debido a que el contenido anecdótico será protagonista y motivo para el analista de retirarse a su mundo interno.

Es así como aquellos datos anecdóticos que produzcan afectos penosos o negativos en el analista de forma inmediata, puede generar la intención de obtener mayor información del hecho o tender a la compulsión interpretativa, por lo que los autores sugieren optar por el silencio para lograr una reincorporación oportuna, ya que, la calidad de las interpretaciones se verá afectada al provenir de intereses personales extraanalíticos. 

Dicho esto, me parece que la experiencia compartida entre mis pacientes y yo, fue el punto de partida para dirigir la mirada hacia experiencias compartidas a nivel mundial que también atravesaron y transformaron la identidad de cada uno de nosotros, como lo sigue siendo la pandemia y todos los innumerables elementos derivados de la misma.

Otro experiencia compartida que me parece importante mencionar es la atención en línea que fue vivida durante el confinamiento como la única opción no solo para atender pacientes, sino también para continuar con nuestra formación como analistas, y aunque no es una forma nueva de ejercer la práctica clínica, seguimos estando en el terreno de las dificultades que atañen al encuadre, la transferencia y contratransferencia despertadas ante escenarios como un paciente tomando su sesión en el carro, en un café o poder observar reflejos de su mundo interno al ver su habitación y pasar de solo mostrar parte de nuestras preferencias con la decoración de nuestros consultorios a mostrarlas mutuamente a través de la pantalla.

Agrego por último, una experiencia que remite a los mundos superpuestos con respecto al conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, complejizándose aún más cuando se inserta en el consultorio de la siguiente manera:

Paciente 1: “Me estoy muriendo de la ansiedad, estoy aterrorizado” refiriéndose al tema de la guerra y sus repercusiones en Europa (lugar en el que reside) como el aumento de los servicios básicos y la escasez de aceite. Esto le recuerda a la situación vivida en Venezuela cuando comía 2 veces al día “arepa sola”. Lo cual lo llevó a sentirse bajo una amenaza importante, sin deseos de querer salir al percibir el ambiente como en la época en la que se acaparaba comida.

Es así como tanto la experiencia migratoria, la pandemia, la atención a distancia forzosa u opcional y la guerra, nos abren las puertas para pensar en que seguramente podremos seguir encontrando otras experiencias compartidas que entrarían en el terreno de los mundos superpuestos, afectando de una u otra forma nuestra labor, motivándonos a cuestionar los conceptos fundamentales del espacio analítico. 

Más allá de abandonarlos por completo, cosa que tampoco tendría mucho sentido, prefiero tomarlos como puntos de partida, pienso que la situación actual nos obliga a pensarlos de manera constante, para sentir la seguridad y la confianza de que nuestras intervenciones pueden seguir siendo óptimas y efectivas al utilizar nuestra subjetividad como nuestra aliada, en pro de la investigación del mundo interno del paciente, sabiendo que nuestra historia, elección de corriente psicoanalítica, supervisor y analista, estarán presentes y condensadas en todo momento. 

Para finalizar, me gustaría mencionar como referencias para próximos trabajos, que existen conceptos que sumarían a la comprensión del fenómeno de las subjetividades inmersas en el vínculo entre paciente y analista que comparten problemáticas como el duelo migratorio, como lo es lo transgeneracional, el trauma compartido, así como otro de los conceptos derivados de la teoría de los “mundos superpuestos”, como la “atención interesada y autorreferencial” (Puget y Wender, 2005-2006) y por supuesto las resistencias existentes que podríamos pensar desde dichas perspectivas. Esto con la intención de contribuir a la crítica planteada por los autores mencionados en cuanto a que “en general se ha logrado con mayor fortuna lo que el analista no debe ser o hacer, más que lograr precisar cómo debe ser” (p. 8).

REFERENCIAS