Notas de principiantes

Mariana Flores 

“Es turbadora la facilidad con que el lenguaje se tuerce y no es menos que nuestro espíritu acepte tan dócilmente esos juegos perversos, deberíamos someter el lenguaje a un régimen de pan y agua, si queremos que no se corrompa y nos corrompa” Octavio Paz.

     

Cuando se empieza a escribir sobre un tema, por lo regular se intenta justificar la razón y por qué de lo que queremos desarrollar, en esta ocasión no intento hacerlo formalmente, prefiero a modo de preámbulo narrar brevemente la experiencia que me motivó a hacerlo.

Entrar a la formación psicoanalítica ha sido desafiante y más cuando no se cuenta con estudios previos tan afines como es la psicología;  las clases nos adentran como oleada para incursionar en un mundo teórico infinito, iniciamos o damos continuidad al propio análisis, el que se amalgama entre los conceptos y nuestra vida y; entonces llega el momento a mi consideración el más importante, “hacernos pertenecer a un espacio terapéutico”, ahora nos corresponde tomar el rol del analista, ese que algunas veces llegamos a ver en el Otro en la forma más  enigmática. Indudablemente las primeras experiencias cargan muchas de nuestras fantasías, posiblemente nos vemos en la imagen del mismo Freud, sentados en un sofá, cruzando la pierna y repitiendo al paciente la significativa frase con la que el padre del psicoanálisis abría sus sesiones: – “Antes de poder decir algo necesito escucharlo mucho, cuénteme lo que sepa de Usted1”.

En mi caso, ese primer encuentro fue con Lucía2,  una adolescente de 14 años, de expresión muy notoria en sus ojos, los que maquilla en una tendencia semejante al estilo “Emo3”. Ante mi expectativa de hacer sesiones hablantes e influir en las intervenciones de mi paciente, las semanas iniciales no fueron así. Lucía entraba al consultorio, se sentaba en el sillón con tono corporal de timidez, fijaba sus ojos en mí; y en nuestra mutualidad dar-recibir lo único que me entregaba eran “prolongados silencios”. En esos momentos no tenía claro nada sobre ella, mucho menos sobre mi papel como analista, debo confesar que mis primeras sensaciones fueron de angustia, sentía no tener ningún insumo con el cual corresponderle, lo único que sí tenía eran muchas preguntas ¿Por qué me angustiaba el silencio de Lucía? ¿Qué ocurre cuando no es posible conocer la palabra del paciente? ¿Cómo entenderlo en lo que no dice? en síntesis… ¿De qué hablaban los silencios de Lucía?

A través de la historia, el ser humano siempre se ha acercado a las cosas otorgándoles un nombre, de no ser así, da por hecho que no existen. Muchos pensadores consideran que uno de los grandes errores es, que para describir el mundo y vincularse con él, han sobrado palabras y ha faltado silencio; parece que desde niños nos enseñaron a temerle y más en la sociedad actual donde no hay identidad si se carece de nombre y silenciar es sinónimo de no ser visible.

En el mundo oriental el silencio tiene un alto valor, en tanto en el occidental ocurre lo contrario; causa temor, inseguridad, desconcierto e incluso al silencio que el Otro ejerce sobre nosotros lo llegamos a percibir como una falta. Mateu (2001) dice que es difícil respetar el silencio del Otro, sólo puede respetarlo quien bien lo conoce, quien vive los silencios y conoce su bella elocuencia”.

En Alemania se realizó un experimento4, que consistía en hacer que los alumnos tomaran sus apuntes durante todo el año en libretas usadas, se buscaba que fueran aprovechados todos los espacios que quedaban en blanco, algunos chicos conseguían sortear el obstáculo, aprovechaban la menor posibilidad, pero otros se dieron por vencidos. Los resultados a la postre fueron deficientes, en especial en la capacidad de desprendimiento e identificación con el prójimo. Su don de empatía resultó bastante inferior al de los usuarios de cuadernos nuevos, asimismo el talento musical tuvo un importante quebranto. Se llegó a la conclusión que desde muy temprana edad es necesaria la experiencia de la blancura, de la pureza y de los silencios profundos, elementos que sólo un cuaderno nuevo proporciona.

Hago referencia al experimento alemán porque lo que parece vacío puede ser un vínculo creativo, de gran apertura y posibilidades; en ningún momento pretendo desposeer de valor a la palabra hablada, de hecho, más adelante describiré su importancia, pero también plantearé sus límites; en suma, lo que intento es ampliar el campo del silencio.

Mahler (1980) piensa que el niño viene envuelto en un sistema de significantes y que sin necesidad de la palabra puede comunicar antes del nacimiento, para ella, los primeros vínculos se ven determinados no solo por el discurso en el sentido explícito; y esto se hace evidente cuando la madre reconoce lo que está necesitando el bebé que lleva en el vientre.

En consonancia, Spitz (1993) concibe al rostro humano como un precepto visual privilegiado, por lo tanto, la sonrisa es una de las primeras manifestaciones de comunicación fecunda y silenciosa, entonces si hay intercambios de gran significado que se hacen en ausencia de la palabra hablada ¿por qué le hemos dado tanta estelaridad en la forma en que nos vinculamos y por ende en el psicoanálisis?

Sin duda para el psicoanálisis el conocimiento de la palabra del paciente es la llave de acceso a su inconsciente. Es importante lo que la literatura señala “Freud parecía no ser amante de largos y pesados silencios, por eso los define como resistencia del paciente, repetición de una antigua actitud homosexual, resistencia a recordar o la mudez como figuración de la muerte” (Freud 20205)  Asimismo, Ferenczi (2019)6 relacionó quedarse callado con la retención de las heces y Greenson (2004) intentó dar cuenta de variantes del silencio, para él cuando el analizante permanecía callado entendía que no estaba dispuesto consciente o inconscientemente a comunicar sus pensamientos o sentimientos al analista.  

Por otro lado, desde la filosofía es interesante cómo los griegos pensaban que en la medida en que hablamos somos hombres, Aristóteles7 afirmaba: “El hombre carente de palabra como determinación de su ser, es un cadáver”

Como ya lo he mencionado, el ser humano tiene la necesidad de nombrar las cosas, de separarlas y definirlas; un niño quiere saber cómo se llaman para hospedarlas en su mundo, así que cuando es adulto cree que este llega hasta donde alcanza el lenguaje; por consiguiente, una de las principales tareas en la práctica psicoanalítica es sacar todo aquello que el paciente dice, piensa y siente del anonimato otorgándole un nombre. En alguna ocasión un paciente me dijo: – “Faltan palabras cuando el alma llora”.

Para Villoro (1996) las palabras pueden expresar con gran certeza cómo son las cosas, pero no lo que son en realidad, existen objetos, circunstancias y sensaciones que son indecibles, por eso la palabra no puede conquistar todos los territorios; hay espacios que sólo pueden ser inteligibles desde el silencio, es algo similar al ojo que mira y no puede mirarse.

Reitero, no pretendo desposeer a la palabra de su valor, considero que puede haber una sugerente conexión entre palabra y silencio, esta nace cuando reconocemos que el silencio no es la ausencia de habla; y que es una tarea humana aprender a vivir sin palabras para ciertas cosas; el filósofo Heidegger lo explica de una manera muy clara cuando dice: “Sin embargo al hombre como poseedor de la palabra le es posible también callar, le es dado el silencio como ámbito para el resguardo de lo más íntimo y determinante (…) solo porque hablamos podemos callar”. Esta frase me hace pensar que de forma automática el lenguaje reclama la participación del silencio, sin embargo, nuestra cultura nos ha llevado por el camino contrario ¿Cuántos de nosotros en nuestros intentos de pensar podemos encontrar un lugar en el silencio? ¿para cuántos de nosotros el silencio del paciente es cansado y pesado? ¿Para quién de nosotros la escucha silenciosa se convierte en un desafío?

Llegué a pensar que para el psicoanálisis existían solo tres tipos de silencio: el resistencial; el que se espera del analista; y aquel que sucede como conexión entre palabra y palabra para dar origen al diálogo; sin embargo, en mi búsqueda encontré  múltiples silencios que podemos ver en la expresión humana; me gustaría en la mayor parte del trabajo voltear la mirada al silencio significativo, aquel que no es experiencia muda, ni vacía, ni calla lo que el paciente no quiere decir; por el contrario, tiene una dimensión activa, dado que es la pausa del mundo que se interroga el paciente. Por ello, de una manera muy atrevida para mi poca experiencia quiero ampliar las formas en que aparece el silencio recuperando las categorías que hace Rosa Mateu Serra desde el proceso de comunicación, y a su vez ir incorporando a ellas ideas de distintos psicoanalistas que parecen encontrar un lugar en cada tipo.

  1. Los silencios clásicos en el psicoanálisis:

El silencio resistencial:

Tiene su incidencia en el sistema del yo, es la impotencia del sujeto para realizar su verdad en la palabra. En este silencio se producen situaciones de alta inestabilidad transferencial al proyectarse en el analista los fantasmas más angustiantes. Los factores a los que se anuda es la angustia infantil. 

El silencio del analista:

Lacan (2020) reconoce dos tipos; el primero es aquel que el analista entrega como respuesta de una buena escucha, con el cual crea el espacio necesario para la apertura del inconsciente. No se trata de que el analista no desplace su silencio, calla no solo para que el paciente hable sino también para que escuche. La escucha es un acto fundamental y esta brota en el silencio, es una intención de corresponder, por tanto, pone a prueba todos los sentidos más allá del oído; el segundo tipo, define la resistencia del analista, en este punto el silencio puede tomar valor como acto, pero como todo acto no tiene garantía su resultado y puede ser un acting del analista. 

Silencio de conexión: 

Se presenta entre el emisor y el receptor para dar sentido a una corresponsabilidad en la palabra. Una palabra puede abrir la puerta al mundo interno del paciente, pero dos o más pueden cerrar esa puerta. Es una discontinuidad en la continuidad del fluir, permite detenerse y pensar, es una reanudación.Los silencios en el proceso de comunicación y que pueden aplicar en la práctica psicoanalítica.

2. Los silencios en el proceso de comunicación y que pueden aplicar en la práctica psicoanalítica.

El silencio mudo: 

Parece asimilarse al silencio resistencial porque refiere a lo que el paciente no puede decir, a la palabra en espera o lo que aún no ha advenido. La palabra resistencia en su definición tiene una connotación como medida de oposición de dos fuerzas, desde mi punto de vista este silencio posee en su significado la voluntad del paciente a decir algo pero su incapacidad para poder hacerlo, Colina (2018) dice: “Su voz no está callada sino silenciada, su voz se acopla a palabras que no se dicen, sino que muchas veces no se encuentran, porque tampoco se ha accedido a ellas, son voces que permanecen dentro pero que existen con huella y resuenan” 

El silencio acallado:

Lo acallado es lo silenciado, lo callado es sinónimo de mutismo. Este silencio tiene una cualidad interesante porque no es la ausencia de voz, sino la ausencia de comunicación. A diferencia del silencio resistencial, este callar no ha salido del lenguaje, incluye la palabra distanciada o una palabra irónica. A este lugar Lacan (2020) lo denomina “el lugar del muerto” y en un fracaso se corre el riesgo de perder la alteridad.

Silencio de afectación: 

Indica una respuesta del que escucha como respeto, aceptación, atención, indiferencia u hostilidad y se puede presentar tanto en el emisor como en el receptor. En este sentido se recibe algo “El silencio cobra una función fálico-uretral, erótico-anal y aún sádico-oral”, es por ello por lo que el receptor aprehende el efecto que marcan los silencios en la inhibición o satisfacción que experimenta” Lacan (2020)

Silencio de evaluación: 

A través de él se indica asentimiento o disentimiento; la ausencia de la palabra evoca al yo corporal a manifestar voluntaria o involuntariamente. Me callo, todo el mundo está de acuerdo en que frustro al hablador (…) un gesto, una mirada, un silencio sancionan lo dicho por el paciente y puede plasmar un enigma ahí donde reinaba la sabiduría. (Lacan 2020)

Silencio manipulativo: 

Es aquel donde la respuesta esperada es la angustia del receptor, se da principalmente en donde el abandono, la pérdida o la aprobación son áreas sensibles de la persona que escucha, es un silencio tornado en forma de castigo que significa desaparecer por completo al Otro.

Silencio contemplativo o meditativo: 

Algunos pensadores han considerado a la meditación un psicoanálisis mudo, es un espacio interior importante para encontrar la visión correcta del mundo, un movimiento de auténtico retorno al origen.

Silencio significativo:

Es la ausencia de ego por lo que el sentir arraiga la morada más profunda, es el acompañante de la palabra, es el silencio que nutre en la cura, es el camino hacia sí mismo, es un puente de intimidad entre el ser humano y su existencia. 

Las categorías anteriores son el resultado de armar y hacer embonar distintos conceptos; mi intención fue desatender posibles prejuicios sobre el silencio, intenté recuperar diversas formas de encontrarlo en la práctica psicoanalítica, es decir, en el consultorio y en la propia vida del paciente; por lo tanto, creo poder responder a las preguntas que me planteé al inicio de este trabajo.

En sentido estricto lo que Lucía logró con sus prolongados silencios fue dar vida a un psicoanálisis en esas cuatro paredes. Sentí que me visualizaba como Otro, como una receptora de ellos. Antes exploré en Lucía la idea de un devenir a la infancia, algo casi como un cierre esfinteriano, no puedo negar que también sentí con ellos un peso que debía soportar; pero en la medida que no los rechacé, y me quedé atenta a ellos de la misma manera que lo haría al escuchar su voz, fuimos creado un vínculo de mutualidad, percibo que Lucía experimentó algo semejante a aprender a estar sola en la presencia de la madre en un sentido muy Winnicotteano. 

Al transcurrir las sesiones Lucía ya me iba mostrando a través de la palabra, una angustia localizada en el deseo de la figura materna fue muy interesante descubrir cómo para Lucía al no cumplir las expectativas exigidas, advertía a una madre sorda. Parecía que mi paciente no hablaba para no perder, por temor a dañar o ser dañada. Es extraordinario como aquello que tiene más que decir sobre nosotros mismos “se mantiene silencioso” por ello concluyo que los silencios no presentan un vacío o ausencia, sino que pueden ser vertiginosos espacios de alteridad. Nasio (2012) señala “El analista no es un interlocutor que está allí sólo para interpretar (…) sino que su función es acercarse al límite donde no hay palabras ni del paciente ni las que él mismo posee”.

En definitiva, la relación analítica no se irrumpe con el silencio del paciente, sino que va aportando matices a la dinámica transferencial y contratransferencial. Para Winnicott (1993) El silencio es entendido desde la mirada habilitante del despliegue, donde uno en el silencio del otro puede encontrarse también así mismo.

Para concluir y siguiendo con el caso de Lucía, me he preguntado ¿Cuándo empezaron a ser significativos sus silencios?  Ante mi poca experiencia en la clínica, quise poner como protagonistas de la escena todos los silencios, comprendía que las palabras estaban detenidas porque había algo para lo que no alcanzaban, ahora sé que en el tratamiento hay un dolor a ser conquistado, lo podría asociar a un rompecabezas donde faltan piezas, es difícil unir las piezas de un paciente que las ha perdido irremplazablemente, dice la poetisa Biagoni  “Nada y solo nada se puede decir cuando de verdad se accede al dolor de fondo”

Notas:

1 Fragmento recuperado de Maure, G. (2020) El silencio del analista. Serie psicológica del deporte.

2Nombre Ficticio de la paciente.

3 Emo. Es una subcultura que tuvo sus orígenes a mediados de la década de los 80´s en Estados Unidos, creada en torno al género musical rock. Emo es el acotamiento de la palabra emocional. En la actualidad son adolescentes que habiéndose sentido incomprendidos se identifican con el grupo, la característica peculiar es la tendencia a la tristeza, a la melancolía y a las autolesiones.

4 Fragmento recuperado de Morabito (2014) El idioma materno.

5 Freud (2020) citado en Maure, G. (2020) El silencio del analista. Serie psicológica del deporte. 5ª edición p.p.11

6 Citado en Ortíz, F. (2019) El silencio en el psicoanálisis. Mas acá de la resistencia. Balmes, Barcelona. p.p.4

7 Citado en Betancourt, W. (2015) El decir del silencio: Un homenaje a Martín Heidegger.    Universidad del Valle. Colombia p.p. 15

Bibliografía

  • Betancourt, W. (2015) El decir del silencio: Un homenaje a Martín Heidegger.    Universidad del Valle. Colombia. Recuperado de: https://www.scielo.org.com.pdf
  • Colina, S. (2018) El lugar del silencio, la palabra y la voz en el campo psicoanalítico. Universidad de la República de Uruguay. Recuperado de: https://sifp.psico.edu.uy
  • Greenson, R. (2004) Técnica y práctica del psicoanálisis. Siglo XXl, México 
  • Mahler, M. (1980) Simbiosis humana, Las vicisitudes de la Individuación. Edit, Joaquín Mortiz. México.
  • Mateu, R. (2001) El lugar del silencio en el proceso de la comunicación. Universidad de Lleida, España. Recuperado de:  https://dialnet.uniroja.es 
  • Maure, G. (2020) El silencio del analista. Serie psicología del deporte. 5ª edición. Recuperado de: https://www.elrivalinterior.com.pdf
  • Morabito, F. El idioma materno. Edit. Sexto Piso. España.
  • Nasio, J. (2012) El silencio en el psicoanálisis. Edit. Amorrortu. 
  • Ortíz, F. (2019) El silencio en el psicoanálisis. Más acá de la resistencia. Balmes, Barcelona. Recuperado de https://www.epbcn.com
  • Spitz, R. (1993) El primer año de vida en el niño. Fondo de Cultura Económica. México.
  • Villoro,L. (1996) La mezquita azul, Universidad Nacional Autónoma de México. México. 
  • Winnicott, D. Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Estudios para la teoría de un desarrollo emocional. Edit. Paidós. México.