Esther Yaffee 

Mucho hemos hablado de lo que implica callar ciertas cosas que han sido impactantes para un sujeto y que posteriormente llegan a tener efectos sobre su psique e inclusive sobre su cuerpo. Sobre lo que no se dice, pero se actúa más tarde. Sobre lo que no se elabora ni se metaboliza. Un poco así como los asuntos a los que comúnmente se les refiere como lo “que se lleva hasta la tumba”.

Una razón que suele ser suficiente para callar algún acontecimiento puede ser lo vergonzoso, lo que da culpa y genera displacer poner en palabras. La culpa que pasa a primer plano es tal que el recuerdo queda sin palabras para ser contado, queda como un secreto, que no necesariamente tiene que ser reprimido, simplemente no se vuelve a hablar de aquello.

Pero, ¿quién dice que lo que no se cuenta no se transmite?

En este escrito me interesa profundizar en lo anterior yendo más allá de los efectos de lo no-dicho en el propio sujeto. Explorar cómo es que no solo afecta a quien ha vivenciado la experiencia en carne propia y lo ha silenciado, sino más bien en los efectos que recaen sobre sujetos que ni siquiera han llegado aún al mundo como para ya tener una carga que les será transmitida, la de sus ancestros.

Esto me lleva a hablar sobre lo transgeneracional, lo que se transmite de manera consciente o inconsciente de generación en generación.

Como si el castigo al que le temen los que sienten culpa, terminará siendo depositado en las generaciones posteriores. El castigo es el hecho de cargar algo que no les pertenece y que genera síntomas en aquel que lo recibe.

”…cómo explicar la transmisión de una historia que no pertenece a la vida del paciente, al menos en parte, y que clínicamente revela ser organizadora del psiquismo del paciente, cómo dar cuenta de esta doble condición, contradictoria, de un psiquismo vacío y, al mismo tiempo, ”demasiado lleno””.(Kaes, et. al, 2006. p.81).

Cuando hablamos de la historia familiar de algún paciente, y preguntamos sobre sus padres e incluso sus abuelos, lo que buscamos es retroceder en la historia de éste, entendiendo que lo que le sucede hoy, así como su comportamiento, su manera de pensar y sus ideales, tienen un comienzo que no es necesariamente a partir de que se planeó la llegada de éste al mundo, sino que lo pensamos como un sujeto inmerso en una historia que si bien es suya, también en parte es de sus padres y lo fue de sus abuelos. El paciente que nosotros recibimos es el portador de aquello que ya se ha vivido en otro momento, y que él puede o no estar consciente de que carga un legado.

En un primer momento, antes de que el bebé nazca se dice que el grupo al que va a pertenecer ya lo ha catectizado en el sentido de que al nacer, tendrá depositada una voz que le demandará un modelo ideal, con la premisa de que de esa forma no se perderá la continuidad y la identidad del grupo, que en este caso es la familia. A esto se le atribuye el nombre de contrato narcisista (Jaroslavsky s.f), que se instaura entre la pareja parental y el hijo. Además, Aulagnier (1975) nos asegura que como los padres están inmersos en extragrupos socioculturales como lo pueden ser la religión, el trabajo y los amigos, quiere decir que traen consigo la influencia de estos grupos y que entonces también la depositarán en su hijo. “Este discurso parental debe tomar en cuenta la ley a la cual ellos mismos están sometidos, destacando los efectos de imposición que él tiene sobre los mismos” (Jaroslavsky, s.f).

De inicio, ya vemos cómo el niño por un lado, será depositario de una pre investidura de ideales de pareja, y a su vez del medio social. Entonces, para que en su momento el hijo, logre separarse de sus padres sin frenar la continuidad del contrato narcisista, tendrá que recurrir a referencias identificatorias de su medio social y de este modo logrará la permanencia del grupo. Ya habiendo hecho esto, podremos decir que ahora el niño ha catectizado el modelo ideal que se le propuso y en su psiquismo quedará instaurada la inmortalidad del grupo.

Teniendo claro lo anterior, podemos entender por qué es que el contrato narcisista estructura al niño. No nada más le asegura una certeza de su origen, si no que le ofrece referencias identificatorias, y un futuro para sus sucesores.

Ya nos decía Freud en Introducción al Narcisismo (1914), que el ideal del yo es una formación entre la psique del sujeto y sus conjuntos sociales; y el estudio del psicoanálisis nos ha demostrado la importancia que puede tener para los sujetos el cumplir las expectativas de dicho ideal; hemos entendido que la culpa y la frustración constante, muchas veces se origina de lo inalcanzable que este ideal puede llegar a ser.

Todo lo anterior me lleva preguntarme lo siguiente: un sujeto que se siente culpable, lejano a su ideal y a todo lo que le fue transmitido, por haber cometido algún acto, o por haber sido testigo de algo vergonzoso, como lo puede ser un homicidio; una adicción; una violación; un incesto; entre otras, ¿podrá acaso imaginarse que hacer callar dicho evento, tendrá un efecto sobre sus hijos? ¿o sus nietos?…lo dudo un poco, pero no tanto.

En la religión judía hay un precepto escrito en los libros del Talmud (Éxodo 20:5) que refiere que algún pecado cometido puede tener consecuencias posteriores dentro de la 3ra o 4ta generación. A pesar de que este precepto tiene varias interpretaciones, hay quien lo toma en el sentido literal y al hacerlo así la culpa es mayor. Lo que se esperaría según la religión, es que la persona busque repararlo de distintas maneras, peeeero, por el otro lado pienso que también puede llegar a reforzar el querer guardarlo como un secreto, ya que el acto cometido o presenciado seguramente hace que su ideal del yo, se vuelva aún más lejano y se le suma la culpa que implica el pensar en que su familia pueda ser castigada.

Cuántas veces no hemos escuchado frases así: “uyyy mijita eso te lo pudo haber contado tu abuelo, pero como ya murió nunca lo sabremos” o, “híjole esa parte de la historia no me la sé, nunca me quedó clara, de eso no se habló”. Cuántos mitos familiares se han creado a partir de la interrogación de ciertas épocas de la vida de algún ancestro. Ante estas frases que se repiten de generación en generación, Abraham y Torok, 1978 (en Schutzenberger, 2008) dirían que eso que no se está diciendo, que se agudizó por el silencio y el hecho de eludirlo, es lo que será elocuente y actuante.

Ahora bien, después de haber hecho referencia a lo que se transmite de padres a hijos y que conforma al ideal del yo; me permitiré entonces pasar a hablar sobre lo que se transmite desde más allá de los padres, posiblemente desde los abuelos. Con esto me refiero a los secretos que se han formado debido a la culpa que representa para uno, el agregar a su biografía algo que prefiere mantener en lo ajeno y así limitar sentirse tan lejano de su ideal.

A esta modalidad de transmisión que se da a través de las generaciones, Kaes 1993 (en Losso, A y Losso R, s.f) la llama el modo transpsíquico. Antes de definirla, hace una diferenciación con el modo anteriormente explicado, en el que los padres a través del contrato narcisista, “nutren” al hijo con la catectización y le permiten una subjetividad, ya que a través del tiempo el niño va siendo consciente de lo que le fue transmitido y logra su propia elaboración.

No obstante en el modo transpsíquico, sucede algo distinto. Aquí no existe un espacio de elaboración de los contenidos recibidos entre generaciones. “Son contenidos “en bruto”, casi sin procesamiento, lo que puede ser sentido por el receptor como…algo extraño que aliena y que perturba. El espacio intersubjetivo queda severamente limitado. Lo que se transmite no es transformado; es pues una transmisión repetitiva” (Losso, A y Losso R, s.f).

Es decir que todo lo que no fue elaborado por las generaciones previas debido a la culpa que provocó, se va a transmitir en forma de secreto. Pasará de manera transgeneracional y los sucesores tampoco podrán elaborar. En cambio, sólo podrán repetir debido a que los contenidos les fueron pasados de manera “enquistada” y eso obstaculiza el proceso de su introyección, por el contrario, se incorporan de manera en que el sujeto queda pasivo frente a lo que podría haber transformado (Losso, A y Losso R, s.f).

Aquí es cuando diríamos que pareciera que nuestro paciente no fue heredero de su historia, sino más bien prisionero de ésta. Kaes (1998) nos dice que lo que se transmite es lo que nunca se contuvo, no se retuvo y no se recuerda…la culpa. “Estas configuraciones…son transportadas, proyectadas, depositadas, difractadas en los otros, en más de un otro: forman la materia y el proceso de la transmisión” (Kaes, 1998 pp. 183).

Para ejemplificar lo que describo, tomaré como referencia una situación descrita por Werner Bohleber en su publicación “Recuerdo, trauma y memoria colectiva. La batalla por el recuerdo en el psicoanálisis” (2007). Cuenta acerca de las familias que tuvieron ancestros simpatizantes con el nacionalismo alemán en la época de la Segunda Guerra Mundial. Aquellos que participaron en los horrores inolvidables, pero que al terminar la guerra, su mundo interno impidió que pudieran hacerse cargo psíquicamente de la culpa que les seguía, entonces procedieron a rechazar el recuerdo de lo sucedido como una autoprotección. Esto me lleva a pensar si con autoprotección se refieren a un miedo de ser perseguidos o castigados frente a lo ya cometido, y que se relaciona con lo que se ha mencionado previamente sobre el ideal del yo.

Lo interesante aquí es lo que sucedió con la descendencia que vino al mundo después de ellos. La siguiente generación creció creyendo en que sus padres no habían sido victimarios, el secreto familiar provocó que las familias enteras tuvieran parte de su biografía, incompleta y nublada. Provocó un recuerdo escindido, por una parte, tenían una imagen idealizada del padre y lo consideraban víctima. Pero por el otro lado y de manera inconsciente, los hijos terminaban siendo parte de proyectos que ayudaban a reconstruir las vidas de los sobrevivientes del holocausto, permanecía la imagen de un padre que había estado comprometido con los crímenes (Domansky,1993 en Bohleber, 2007).

Algunos miembros de una nueva generación asistieron a procesos terapéuticos y se cayó en cuenta que “a pesar de haberse distanciado mucho del mundo de sus padres en sus identificaciones yoicas y en su actitud consciente, no podían resolver la escisión de la imagen paterna” (Bohleber, 2007 pp.126). Había algo del secreto que guardaban sus padres y abuelos que nunca pudo resolverse, habían sido receptores de secretos encriptados y difícilmente podrían ser metabolizados. Podríamos pensar que los prisioneros de sus padres ahora eran sus propios hijos y nietos, no en el sentido literal sino en el simbólico, en el mundo interno de éstos.

Ahora bien, si el yo del sujeto es quien construye el secreto, y es el mismo yo quien le rinde cuentas a su ideal. Podemos pensar en que por un lado, el secreto se apoya en los mecanismos de defensa para evitar un castigo, ya que podría pensarse que “no hay menester de amenazas externas de castigo porque existe un reaseguro interno” (Freud, 1913 pp.35). Además, el secreto le da continuidad a los preceptos familiares, que como anteriormente se mencionó son parte de un contrato narcisista que cada familia estableció. De esa forma el yo del sujeto, evita una herida narcisista de verse desvinculado de su familia y sus ideales; y a nivel individual de una carga vergonzosa que lo aleja del “deber ser” que hasta ahora ha introyectado (Iglesias, 2017).

Ya habiendo mencionado cómo es que la culpa y el secreto se relacionan con el narcisismo, me interesa hablar sobre las distintas formas en que generaciones posteriores pueden sentirse involucrados con algo que no les pertenece y les es lejano de su consciencia, tanto, que se lleva al acto, a la repetición, o al cuerpo. “Lo innombrable puede adquirir la forma de fobias, compulsiones obsesivas, problemas en el aprendizaje, etc. que no están sólo ligadas al conflicto entre deseo y prohibición, sino también al conflicto entre el deseo de saber y las dificultades que el contexto impone a dicho conocimiento” Tisseron, 1995 (en Werba s.f, pp.298).

Así mismo, Werba (s.f) agrega que en los descendientes se pueden registrar síntomas bizarros y angustias sin nombre que carecen de sentido y que no se pueden explicar por su propia vida psíquica, ya que entre generaciones poco a poco se van perdiendo ligaduras con lo no dicho, y que se podría llegar a extender hasta una psicosis.

Para este punto, me parece importante hacer la diferencia entre lo que se incorpora de manera inconsciente y lo que es transmitido conscientemente. Un ejemplo de esto último puede ser cuando alguien cae en cuenta de que generaciones previas a él, estuvieron involucrados en ciertos acontecimientos y que a quién le causan culpa es al sujeto actual. Podría ser, el enterarse de que sus ancestros estuvieron involucrados en temas de esclavitud y entonces ahora, de manera consciente y en búsqueda de repararlo, el individuo se involucra en movimientos en contra de la muerte de afroamericanos (“Black lives matter”). En ese caso estaríamos hablando de algo que no fue un secreto, ni siquiera podríamos decir que en sus ancestros hubo culpa, pero eso no quiere decir que quien ahora se involucra (su descendiente) no pueda empatizar con las víctimas de sus antepasados.

Regresando a la línea de que no es consciente y pensando en que los contenidos transgeneracionales pasan sin detenerse de inconsciente en inconsciente, por medio de proyecciones, desplazamientos, y fantasías hasta llegar a alguien que termina por actuar; pienso que tiene que existir alguien que sea más propenso a adquirirlos, más sujeto a la actuación. Me cuestiono, ¿qué factores lo determinan?

Kaes, 1996 (en Iglesias, 2017) explica que la fuerza de un tabú depende en gran medida de la importancia que tenga para el transmisor. Funciona como un contagio. Entonces si el Tabú es contagioso, su propagación funciona bajo las reglas del mismo. Hay ciertas personas que tienen más fuerza para hacerlo; en este caso, la potencia depende del deseo inconsciente de quien funge como transmisor. Además, Freud (1913) aseguraba que el Tabú se prefiere mantener en secreto, porque de otro modo se incitaría a los otros a la tentación y a la imitación; es decir, que la desobediencia a la prohibición también se contagia. Yo agregaría que el contagio depende del contacto, de la cercanía consciente o inconsciente entre los individuos.

Alguna vez escuché a una conocida decir: “con mi nieta la más grande tengo una conexión que no puedo explicar, se llama igual que yo, pero algo tenemos, en algo más nos parecemos”.

Y me pregunto yo, ¿será más susceptible a ser portador de un secreto encriptado, quien tiene el mismo nombre que alguno de sus padres, o abuelos? ¿Será un factor determinante?

“En ocasiones sucede que la persona acepta, y/o asume…las depositaciones y se comporta en pos de los demás y no de ella misma, dejando de lado la capacidad de re-significar ese nombre, o nombramiento, que se le ha dado o que ha sido impuesto” (Ledezma, 2016 pp.38). El nombre entonces, es una vía de cercanía entre inconscientes que permite que los contenidos sean transmitidos de manera aún más directa.

Hay nombres que de solo escucharlos, ya se nos ha ocurrido con que relacionarlos, nos suenan a algo. Decimos entonces que los nombres tienen un significado.

Además, a cada nombre le corresponde una traducción dependiendo del idioma de donde proviene. Por ejemplo, Olivia en latín es “la que trae paz”, Sasha en griego significa “protectora” y Malka en árabe es “reina”. 

Por otra parte, tenemos nombres que nos dicen mucho más y se relacionan con lo que se ha mencionado a lo largo de este escrito. Por ejemplo, Alayda que en francés significa “riqueza de otros”, y Adelaida, de origen germánico que significa “de doble linaje”.

Pienso entonces, que la transmisión dependerá no nada más de portar un nombre, sino de lo que signifique éste; de si es o no importante para el individuo y sobre todo, de la carga que haya tenido dicho nombre antes de saber que alguien más se llamaría así. Aclaro, que con cargas me refiero no nada más a las conscientes, cómo sería el sentirse reina por llamarse Malka, sino a lo que ha quedado ahí, guardado como un secreto y que no por eso deja de ser parte de su historia, de su nombre. Y por eso, de manera inconsciente, habrá que ser transmitido de una forma u otra “su nombre se ha fusionado con su persona de una manera muy particular. 

Armoniza con esto el hecho de que la práctica psicoanalítica encuentre múltiples ocasiones de apuntar a la intencionalidad del nombre en la actividad inconsciente de pensamiento” (Freud 1913, pp. 62). Me refiero a esos contenidos que encontrarán la manera, o la persona para ser puestos en escena.

Entonces se podría decir que si bien, el ser nombrado de alguna forma, puede ser una vía de transmisión de contenidos inconscientes, deben de existir otras muchas razones por las cuales uno se vuelve más propenso a ser portador y/o actuador de algún secreto.

Conclusión:

Dije en un primer momento, que la historia de nuestros pacientes también fue la de sus padres y en parte la de sus abuelos. Ahora agrego, que la culpa que llegó a ser de alguno de ellos, provocará sin lugar a dudas un impacto a través del tiempo; sobre todo cuando fue un secreto.

Por lo tanto, a veces nos tocará ser analistas de quien originalmente carga la culpa.

Nos tocará pensarlo como individuo que tendrá descendientes y que parte de lo que les transmitirá, va a depender en gran medida de lo que ahora pueda o no elaborar.

Nos tocará abrir las puertas del consultorio para que lo vergonzoso no se quede sin palabras y por lo menos, puedan quedar dentro nuestras paredes, en la transferencia y dentro del espacio mental del paciente. Ya que si lo que no se contiene, no se sostiene pero igual se transmite, la función nuestra de contener será lo que marque la diferencia para la historia que tenemos frente a nosotros y que pasará a ser en parte la de sus hijos y nietos.

Otras veces, seremos analistas de aquellos que han sido herederos de secretos. Que ahora se han transformado en actuaciones, somatizaciones y patologías; ante las cuales tendremos que estar atentos y escuchar, no solo al paciente sino a su legado, a su historia y a lo que nunca le dijeron. A veces, nuestro modo de escuchar es a través de la transferencia, otras veces a través de las palabras y el llanto del paciente, pero en bastantes ocasiones nos tocará escucharlo a través de su historia.

Bibliografía:

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