(In)fertilidad y embarazo en la mujer actual

Autor: Fernanda Grageda

Independientemente de los debates que puedan girar alrededor de las diferencias, desigualdades e inequidades de género, el elemento biológico juega un papel fundamental y determinante en la constitución de cada sujeto.

Hoy me interesa hablar particularmente de la capacidad reproductiva de las mujeres y las implicaciones que tiene ésta sobre su vida. La menarca marca el inicio de una posible vida reproductiva en la mujer, aunque en esos momentos comúnmente no es sentida como tal. Algunas lo viven como algo penoso y otras celebran este acontecimiento que por fin les ha ganado el status de “mujer”. Pasan varios años en los que se repite el ciclo en el cual somos fértiles por algunos días, hasta que esta capacidad reproductiva llega a su fin con la menopausia.

Este caminar por la vereda fértil de ser mujer ha tenido distintas maneras de abordarse y vivirse. Hace cientos de años, el tener hijos era una tarea impuesta que tenía el fin de conservar el linaje familiar y afianzar la herencia consanguínea. Así, se garantizaba la presencia de las familias reales o nobles en la sociedad, y serían ellos los encargados de mantener vivo el nombre y sangre de familias privilegiadas. Lo importante entonces era tener hijos, después del parto había personas encargadas de su alimentación y cuidado mientras las madres tenían otros deberes sociales que atender. La mortalidad infantil era muy elevada y el vínculo madre-hijo no tenía importancia mayor a la ligazón sanguínea y hereditaria (Meler, 1998).

Con la Revolución Francesa, la burguesía subió al poder modificando la manera de concebir a los hijos. Como dice Foucault (citado en Burin, 1998, p. 165), para esta revolucionara sociedad “´el sexo es la sangre de la burguesía”, con lo que se refiere a que, en lugar de descendientes nobles, se buscan hijos sanos” (Foucault citado en Burin, 1998, p. 165). Se acentuó, entonces, el formar parejas por amor, más que por conveniencia, y se priorizó la salud de los hijos y sus cuidados por parte de las madres biológicas. La relación entre gestadoras y bebés cobró fuerza a su vez que el aspecto social se fue transformando para dar un debido lugar a esta diada.

Hacia el siglo XX, con el auge del psicoanálisis, “se comenzó a hablar más acerca de las dulzuras de la maternidad, y los padres se consideraron cada vez más responsables de la felicidad o la desdicha de sus hijos” (Meler, 1998, p. 168). Se fue construyendo entonces lo que Meler (1998) llama un “reino del hogar”, en el que la familia moderna se organizó, entonces, alrededor de la madre.

La mujer pasó de ser elemento clave para la conservación del linaje, a participante activa en la reproducción y crianza de sus hijos. De igual manera los papeles en la actualidad están teniendo cambios radicales poniendo en juego infinidad de posibilidades en sentido reproductivo, en relación con el profesional y personal.

En la vida de la mujer actual hay un momento crítico que la sitúa en una encrucijada entre dos factores que suelen generar dentro de ella una lucha psíquica y emocional. Por un lado, está en el auge biológico y mejor momento en cuanto a fertilidad, pero al mismo tiempo, se encuentra atravesando por una crisis de la mediana edad, tal como la define Mabel Burin (2002): un “estado de enjuiciamiento crítico, cuyo objetivo fundamental es la redefinición de la identidad, mediante un reordenamiento pulsional que permita la ruptura de los vínculos identificatorios anteriores” (p. 133). Es decir, con esta crisis la mujer comienza una especie de inquietante autoevaluación, con el fin de redefinir su identidad y poder gestar nuevos deseos alrededor de su subjetividad femenina, independiente de la cultura patriarcal. Esto le va a permitir pensarse más allá de la única equivalencia mujer=madre, y liberarse, si así lo quiere, del deseo maternal como constitutivo de la identidad femenina. (Burin, 2002).

Es complicado, entonces, que mientras atraviesa por esa prolongada crisis, se encuentre frente a la compleja decisión de tener o no un hijo, y si éste forma parte, o es necesario, para afianzar su identidad como mujer.

Es entonces cuando, para enfrentar esta crisis, se suscitan diversas maneras de actuar que están atravesadas, en gran medida, por la capacidad reproductiva de la mujer. Hay por ejemplo mujeres que tienen hijos en un intento por detener su propio crecimiento enfocándose al desarrollo del bebé y quitando el énfasis en su propio caminar, otras mujeres tienen hijos con la intención de retener a su pareja teniendo la ilusión de formar una familia y otorgando a su pareja la responsabilidad de dar respuestas a esas preguntas que ellas mismas se sienten incapaces de responder.

En esta misma línea encontramos estudios acerca de la actitud materna en los primeros estadios de la vida, donde algunas madres se muestran satisfechas mientras sus bebés dependen de ellas, pero experimentan desagrado ante su crecimiento, cuando éstos comienzan a hablar y caminar. Es entonces cuando suelen buscar otro embarazo, con el fin de repetir esa experiencia gratificante de tener a un ser humano completamente dependiente de ellas (Merel, 1998).

Todo esto lleva a preguntarnos ¿Por qué o para qué tener un hijo? ¿Se le tiene como un deseo y proyecto de pareja o se le tiene para sentir que se cumplió con rol dentro de la sociedad? Las preguntas son variadas y las respuestas infinitas y, la mayoría de las veces, poco claras. Lo que sí es un hecho es que dentro de la capacidad fértil de la mujer se juegan diversos factores que no tan fácilmente se logran nombrar y elaborar.

Un aspecto de mucho peso es el social. Burin (2002) sostiene que “un sujeto mujer es particularmente sensible a que su cultura la posicione, especialmente en el análisis realizado a las leyes que gobiernan la cultura patriarcal” (p. 47). Si bien, en la sociedad actual se están abriendo gran variedad de posibilidades en relación a la reproducción, no es sencillo que la mujer se deslinde de la posición que asume en relación a la cultura que pertenece. Elegir algo distinto a lo que se espera socialmente puede ser un proceso que toma tiempo, a la vez que requiere una importante fortaleza yóica así como un trabajo profundo de análisis personal para la creación de un espacio propio y satisfactorio, producto de una ardua negociación entre lo personal y lo social.

Hace no muchos años las mujeres se embarazaban a una edad en la que su capacidad reproductiva estaba en auge. Esto ha cambiado y como consecuencia se han implementado diversas técnicas de reproducción asistida que permiten a la mujer tener hijos a una mayor edad, dándole tiempo y con él la oportunidad de madurar y acomodar lo necesario para crear un espacio tanto físico como mental para un hijo. A pesar de estos avances científicos podemos dar cuenta de que la madurez física y psíquica no siempre va de la mano.

Sucede también un fenómeno interesante en el cual el embarazo es idealizado, percibido parcialmente como algo únicamente hermoso. Se deposita en él la esperanza de una nueva vida, de un nuevo comienzo, y se piensa en un bebé como aquel que vendrá a resolver conflictos. Sin embargo, la realidad es abismalmente distinta, el embarazo puede generar ambivalencia y traer consigo diversas angustias que dan a la mujer mucho que elaborar y procesar. Ser mamá es complicado “en el ámbito emocional o mental, los problemas más frecuentes tienen que ver con la tensión y/o ansiedad que despiertan ciertas fantasías, como son el temor a morir durante el parto, el miedo a maltratar o rechazar al bebé, la angustia de no llenar las expectativas familiares y sociales de ser una “buena madre”´ (Lartigue, 2004. P. 37).

Silvia Tubert (citada en Meler, 1998, p. 187) se detiene a analizar la diferencia entre el deseo de ser madre y el de tener un hijo, que, aunque parece ser la misma cosa son muy distintos. El deseo de ser madre se caracteriza por ser narcisista, centralizado en la capacidad corporal de embarazarse, parir y amamantar, y en la configuración social del rol materno. En éste se idealiza la maternidad. Por otro lado, se encuentra el deseo de tener un hijo que va acompañado de una mayor madurez personal y establecimiento de cierta capacidad de donación por parte de la madre. Atender a un ser desvalido y empatizar con él, otorga a los padres la posibilidad de retribuir la deuda por la vida, reparar, en la medida de lo posible, los traumas infantiles y en cierta medida elaborar la muerte al transmitir los logros del sí mismo adulto a la próxima generación (Meler, 1998).

Comúnmente la mujer se embaraza atravesada por el deseo de ser madre y, con el tiempo y el paso de la vida de los hijos, va elaborando los duelos por la renuncia a la omnipotencia, a la madre que se quería ser y al hijo que se idealizó y no llegó. Pasando entonces al deseo de tener un hijo y dándole lugar como sujeto más que como una extensión narcisista. (Tubert citada en Meler, 1998, p. 187).

El manejo que hace cada mujer de su fertilidad nos da cuenta de sus procesos internos. El uso de la píldora del día siguiente, la terminación frecuente de embarazos, la infertilidad u obsesión por concebir son algunas representaciones de condiciones psíquicas presentes. Hay muchos casos en los que, una mujer que se pensaba infértil, logra concebir después de haber adoptado a un hijo. Hay quienes, por otro lado, eligen adoptar a un bebé independientemente de su capacidad reproductiva. Si bien no descarto el elemento médico, creo que las fuerzas inconscientes y motivaciones son distintas en cada mujer y caracterizan sus elecciones.

Marie Langer (citada en Meler, 1998, p. 267) propone diversas causas que explican la infertilidad en la mujer, dentro de las cuales se encuentran “conflictos infantiles tempranos, deseos insaciados de recibir mayor amor maternal, celos y odio hacia los hermanos, identificaciones viriles para obtener a la madre en exclusividad, rechazo respecto al padre” dificultad en renunciar a las gratificaciones infantiles anheladas, entre otras. Por su parte Silvia Tubert (citada en Meler, 1998, p. 268) piensa la infertilidad es un síntoma, y como tal su sentido debe ser descubierto.

La realidad es que la infertilidad puede ser mucho más compleja y consistir en un entramado difícil de deshacer y constituido tanto de factores físicos, psíquicos, culturales y sociales, así como de las características individuales de cada mujer, su historia, personalidad y salud mental. Cuando hablamos de infertilidad física ¿será que en algunos casos también estamos hablando de infertilidad psíquica? Tener un hijo, ya sea de manera natural o asistido por técnicas reproductivas, no significa necesariamente que habrá un espacio en la psique para el nacimiento del bebé. Es necesario que al dar vida a un hijo sea en ambos aspectos, tanto físicamente, pero sobretodo emocionalmente lo cual puede ser una ardua tarea.

En su libro Adiós a la Sangre, Mariam Alizade (2005) hace un interesante recorrido que atraviesa la mujer con el fin de su era reproductiva: la menopausia. En él habla de la importante transformación y elaboración de duelos que tiene que atravesar la mujer durante el proceso climatérico, mismos que, en un adecuado manejo, dan lugar a una “fertilidad simbólica interior” (Alizalde, 2005, p. 61).

Pienso entonces, que la fertilidad va mucho más allá del aspecto físico. Tenemos la capacidad de dar vida a un ser humano, pero también tenemos la capacidad de dar vida a proyectos, ideas, relaciones, pensamientos, formas de vida, entre muchas cosas más. No tenemos que ser madres para realizarnos y tener una vida plena. Ser mujer no es ser madre, aunque una mujer pueda elegir tener hijos. Ser mujer no se reduce a ser fértil y reproducirse, a tener hijos y dedicarse a ellos. La capacidad reproductiva y creativa va más allá de un hijo. Concuerdo con Burin (2002) cuando plantea el gran “valor que tiene para la constitución de la subjetividad femenina la configuración de deseos múltiples” (p. 48).

Aunque una mujer puede elegir tener un hijo, éste no necesariamente es sinónimo de fertilidad, fertilidad no es sinónimo de mujer. Ser mujer es muchas cosas, es una elección, un sentimiento, una creación y redefinición constante, sobre todo frente a los difíciles cambios y presiones sociales a las que nos enfrentamos todos los días. Cada una construimos, dentro del infinito repertorio de opciones, nuestra identidad como mujeres, ciudadanas, parejas, hermanas, madres, tías, amigas, compañeras, personas. Las mujeres, al igual que los hombres, podemos dar vida de muchas maneras. Tener hijos no es la única opción.

Bibliografía

  • Burin, M. Y Meler, I. (1998). Género y familia. Poder, amor y sexualidad en la construcción e la subjetividad. Paidós. Buenos Aires.
  • Alizade, M. (2005). Adiós a la sangre. Reflexiones psicoanalíticas sobre la menopausia. Buenos Aires. Argentina: Grupo Editorial Lumen.
  • Alizade, M. Et als. (2004) Ser y hacer de las mujeres. Reflexiones psicoanalíticas. Buenos Aires, Argentina. Editorial Lumen. 
  • Burin, M. (2002). Estudios sobre la subjetividad femenina. Mujeres y salud mental. Buenos Aires, Argentina,