Froylán Avendaño

Una metáfora  es como un salvavidas. Y no hay 

Que  olvidar que hay salvavidas que flotan 

Y salvavidas que caen a plomo hacia el fondo. 

266  Roberto Bolaño 

La violencia dentro de una sociedad encuentra diferentes modos de expresión: algunos de ellos nos causan indignación, tal como la violencia usada en los asaltos a transportes públicos y cuyos videos inundan los noticiarios televisivos; otros nos exaltan, como aquellos actos violentos ocurridos durante marchas de distintas índoles ante las cuales simpatizamos, pues hacemos nuestro el grito que exige justicia; pero existen ciertos actos que nos cimbran de terror y nos cuesta siquiera nombrarlos, nos enmudecen por completo, o nos hacen hablar al vacío, como si las palabras expresadas no encajaran, produciéndonos un malestar al escucharlas o comunicarlas: cuerpos colgados en puentes, cadáveres descuartizados en bolsas de plástico, familias emboscadas y rafagueadas en un olvidado sendero de algún estado de la república mexicana, fosas clandestinas con cientos de personas, en un caos de descomposición, podredumbre y muerte. Pareciera que como país nos hemos quedado mudo ante el estruendo de las balas y el clamor de la violencia. Esta violencia es cada vez más descarnada, más cruda, más real. La muerte, en su aspecto más inhumano, más psicótico, destroza diariamente el tejido social que nos une, que nos comunica. Hablar de violencia en México es hablar del narcotráfico. Tema que como sociedad nos acompaña desde hace décadas; pero que en últimos tiempos pareciera irse recrudeciendo a tal punto que ya nada nos sorprende, que tendemos a normalizarlo, en un intento de escindir una realidad que nos ha alcanzado, buscando poder vivir el día a día sin sentirnos eternamente amenazados.  

Hablar del narcotráfico es complejo, pues resulta un tema que ante la angustia que nos suscita, nos invita abordarlo desde la comodidad del maniqueísmo, poniendo una barrera entre nosotros y aquellos monstruos que nos asustan; sin embargo, se trata de personas que no salieron de la nada ni llegaron de otro lado. Son producto de un tiempo, de un espacio, de una narrativa. Son mexicanos, como nosotros, aunque con historias de vida muy distintas a la de la mayoría de los presentes. Tampoco se trata de colocarlos en el papel de víctimas, de elementos pasivos atrapados en el actuar de un mundo. Son sujetos imputables de las decisiones que toman. 

Para entender al sujeto presente hay que desandar los pasos, conocer su historia. Es en esta historia que podemos encontrar el principio de las cosas. En la mayoría de los casos, la vida detrás de los actores del narcotráfico se caracteriza por la precariedad, la violencia y la segregación. La pobreza juega un papel de suma importancia en la dinámica de estas familias: al no tener la capacidad de sustentar una vida digna, y subrayo digna, el sustento económico se convierte en un factor de conflicto, en un generador de angustia por la sobrevivencia. Las respuestas ante tal carencia suelen ser pocas: la desesperanza, que puede sumir a algún miembro de la familia en la drogadicción o el alcoholismo; el abandono virtual de los hijos por la búsqueda del sustento en múltiples trabajos; o el abandono real de uno o de ambos padres debido a la emigración en pos del sueño americano. Hablamos de familias destruidas, fragmentadas. Winnicott propuso que para el buen desarrollo emocional de un niño era necesario apenas una madre suficientemente buena y un ambiente facilitador. Pues en muchos de los casos, los niños de estas familias tienen poquita madre, a veces, ninguna, suficientemente buena, casi nunca. 

La internalización es un mecanismo de suma importancia en la organización psíquica de un sujeto, abonando a la formación del Yo, el superyó, el ideal del yo y la configuración del Self. Grinberg nos dice: “La internalización es de gran importancia para los procesos proyectivos y, en particular, el buen pecho internalizado actúa como 

un punto focal en la formación del yo, desde el cual pueden provocarse los sentimientos buenos; y ésa es la precondición para lograr un yo integrado y estable y buenas relaciones objetales” (Grinberg y Grinberg, 1976). Inaugura, ni más ni menos, la existencia de un mundo interno. El introyecto de la función del pecho bueno fungirá como el núcleo yoico del sujeto, permitiendo que este objeto idealizado sirva como baluarte contra la confusión, la ansiedad y la persecución. Podríamos pensar que los demás aspectos del self, los demás introyectos e identificaciones orbitarán alrededor de este núcleo. Regresando a la inauguración del mundo interno a partir de los distintos fenómenos de internalización a lo largo de la vida de un niño con las condiciones familiares descritas hace un momento, no es difícil imaginar la calidad de objetos internos resultantes de esta cruda realidad externa: perseguidores, angustias, sentimientos de destrucción, desolación, rabia y muerte. Recordemos que la calidad del vínculo primario entre el bebé y su madre suele ser proporcional al vínculo de la madre con su propio mundo interno y el ambiente en el que se desenvuelve.  

Autores como Bion explican de manera más profunda el desarrollo de la mente humana y la capacidad que tiene la misma para mentalizar las experiencias emocionales, dotando de sentido a la percepción sensorial y por ende a la vida. Para él, los estímulos externos e internos son vivenciados como experiencias sensoriales (elementos ß), siendo necesaria la intervención de una función abstracta llamada función α que permite la resignificación y subjetivación de dichos elementos, produciendo a su vez elementos α, elementos simbolizados que permiten la 

articulación y el entramado de narrativas capaces de dar sentido a la experiencia humana. Bion, explica: “Los elementos ß son característicos de la personalidad durante el dominio del principio del placer: de ellos depende la capacidad de comunicación no verbal, la capacidad del individuo de creer en la posibilidad de deshacerse de las emociones no deseadas y la comunicación de las emociones dentro del grupo” (Bion, 1992). Dichos elementos ß tienen íntima relación con el mecanismo de la identificación proyectiva, relacionada con la proyección de contenidos indeseables del mundo interno de un sujeto hacia el mundo externo y teniendo como resultado del excesivo uso de este mecanismo la escisión de la psique. Sobre los elementos α, Bion nos dice:Se puede suponer que los elementos α son mentales e individuales, subjetivos, en un alto grado personales, particulares e inequívocamente pertenecientes al dominio de la epistemología en una persona en particular” (Bion, 1992). La transformación de los elementos ß se lograría a partir de la función α, la cual fungiría como un gestor emocional que permitiría la alfabetización de los elementos crudos provenientes de las experiencias emocionales, dando como resultado la 

creación de una barrera de contacto que permitiría la alternancia entre los estados de consciencia e inconsciencia en la psique del sujeto, estableciendo un pasaje selectivo entre ambos y de esta manera permitiendo que los fenómenos mentales inconscientes no abrumen el funcionamiento consciente a la vez que la fantasía se ve protegida de los fenómenos conscientes y de las impresiones sensoriales del mundo externo. La permeabilidad de la barrera de contacto que mencionamos arriba, permitiría que ciertos elementos inconscientes puedan expresarse en la vigilia (como los sueños diurnos o fantasías), y que otros más sean reprimidos y se mantengan en el 

inconsciente para no perturbar la consciencia durante la vigilia.  

Se le llama función pues es parte de un sistema abstracto el cual fue denominado por Bion “aparato para pensar pensamientos”. El desarrollo del mismo depende en gran medida de la relación entre el recién nacido y la función materna. Antes de convertirse en un sujeto hablante, podríamos pensar al bebé como un aparato perceptual capaz de recibir y registrar tanto estímulos internos como externos; sin embargo, carente de poder distinguir su procedencia ni de darle un significado a cada uno de ellos. Es aquí donde la función materna se vuelve trascendental: será su psique la encargada de recibir, digerir y devolver los contenidos angustiantes y amenazadores proyectados por el recién nacido de tal manera que, al devolverlos, dichos elementos alfabetizados (menos angustiantes, con un significado, simbolizables) vayan generando en la mente del recién nacido un espacio donde se privilegie la mentalización de los estados emocionales.   

La socióloga mexicana Karina García Reyes (2020) publicó en el periódico el País parte de su tesis de investigación de posgrado en la que detalla el porqué fracasa la guerra contra el narco, entrevistando de manera directa la vida de 33 jóvenes anteriormente miembros de distintos cárteles mexicanos que decidieron contar su historia. Ella recalca dos puntos importantes en los hogares de sus entrevistados: el imperio de la desesperanza causada por la pobreza y la violencia intrafamiliar. Los entrevistados describían el recurrente tema del rencor hacia sus padres, ante la frustración de ver cómo golpeaban y abusaban física, sexual y emocionalmente de sus madres. Para que la madre a través de su reverie sea capaz de metabolizar y devolver los contenidos angustiantes del bebé, debe ella misma poder mentalizar sus propios contenidos. Para ello es de vital importancia un ambiente facilitador que fungiendo como sostén habilite a la madre para desenvolver las funciones que abonen en el desarrollo emocional del nuevo ser en crecimiento. La pobreza y la marginación son elementos que no ayudan. Como lo describíamos, gran parte de estas familias gastan su existencia en sobrevivir: sobrevivir a un sistema económico que los borra en cuanto ayuda, pero que les exige cuota por su existencia; sobrevivir a la violencia intrafamiliar, a la violencia emocional de diario, sobrevivir a la desesperanza. Imaginemos por un segundo la capacidad de maternaje que puede tener una mujer que es violentada constantemente, donde la angustia es frecuente ante el temor de la llegada de su pareja, donde, irónicamente, la frustración ante la pobreza es el pan de cada día, donde el rencor y el odio son el resultado de una vida miserable. ¿Cómo esperar que una mujer o familia viviendo bajo estas circunstancias sea capaz de sostener otra vida si cada día es una lucha encarnada por la suya propia?  

Freud pensaba que si el niño era capaz de tolerar la frustración, esto claro con la previa ayuda, acompañamiento y contención que la madre le brindaba (función continente), el niño sería capaz de alucinar la ausencia del pecho bueno y mantener lleno su espacio mental en espera de su regreso. Pero, ¿qué pasa si el niño es sometido, siguiendo el paradigma de familia arriba escrito y de una madre sumida en en la angustia y la desesperanza, a constantes frustraciones y elementos no alfabetizados ante la ausencia de un continente? Bion nos dice: “El no-pecho” se concreta como un objeto negativo y odioso que impide la formación y el mantenimiento del espacio mental abierto reservado para el regreso del pecho bueno. En este último caso, las impresiones sensoriales que se han acumulado, los elementos beta, deben ser evacuadas mediante identificación proyectiva” (Bion, 1965). Este autor explicaba dicho fenómeno a partir de una fórmula simple: el objeto ausente como un perseguidor presente. Como mencionábamos en la cita anterior de Bion, la tensión emocional busca ser expulsada y depositada en el mundo externo a partir de la identificación proyectiva o a través de la participación social del tipo no-pensado. Es decir, aquel contenido persecutorio y sádico no simbolizado, es volcado en el acto. La realidad psíquica en su función de continente no es capaz de “pensar” las experiencias emocionales y éstas tienen que ser expulsadas en crudo a la realidad externa. Entonces las voces callan y las armas hablan. Los diferentes actos atroces perpetrados por los actores del narcotráfico en México serían la puesta en escena de un mundo interno desgarrado, donde los objetos internos amenazan con su sadismo, donde la locura se esconde detrás de una fuerte escisión que busca 

desesperadamente darle sentido al estilo de vida que llevan. Su realidad se vuelve demasiado real. Meltzer en su libro “Vida onírica”, refiriéndose a los objetos internos, nos dice: “En otras palabra, si una persona no confía en sus dioses internos, debe vivir en un estado descrito vívidamente por Kierkegaard como “desesperación” (Meltzer, 2019). Desesperación ante una historia que los hizo a un lado, ante una familia que los hizo a un lado y ante una sociedad que hace lo mismo. A través de lo que Melanie Klein denominaba la identificación proyectiva excesiva, buscan establecer mediante el terror que generan en el otro una fantasía omnipotente que les permita huir de una realidad psíquica dolorosa, pero también de una realidad externa igualmente desoladora: no importante cuánto poder acumulen, de cuánto dinero dispongan, nunca serán parte real de esa sociedad que atormentan y la cual, a la vez que les teme, los repudia. 

En Vida Onírica, Meltzer nos dice: “La creación de símbolos idiosincráticos en oposición a la manipulación de los signos convencionales, marca la línea divisoria entre el crecimiento de la personalidad y la adaptación” (Meltzer, 2019). Esto es justo lo que como sociedad no hemos podido crear. La pobreza en México existe en tiempos electorales y como depósito proyectivo de males que nos aquejan como la violencia, la corrupción y el robo. Como país hemos instaurado una narrativa en la que el pobre no tiene cabida en este país más que como pobre. El poder adquisitivo y el consumismo ha relegado a una porción poblacional al asistencialismo por parte del gobierno y a la invisibilidad, por parte de la sociedad, estrategia que sirve muy bien para aplacar culpas, pero no para crear mecanismos reales que les permita salir de la carencia que los perpetúa en el tiempo, en el pasar de generaciones. Se dice que en México el único delito es ser pobre, y sí, es un delito que se paga con cadena 

perpetua.  

Bion utiliza el concepto de sentido común desde varios vértices, siendo uno de ellos el público y social. En el sentido social le permite a un sujeto mantenerse de acuerdo con las creencias del grupo y por lo tanto, pertenecer a éste. Si el vínculo del sentido 

común con el sujeto no puede darse, se compensará con el incremento en el narcisismo a costa del socialismo. Cuando este sentido común no puede establecerse se busca atacar o destruir dicho sentido común, aumentando las conductas megalómanas o psicóticas. Es en esta encrucijada que se encuentran 

muchos jóvenes que ingresan a las filas del narcotráfico: por un lado, una historia de desolación, violencia y carencia; por el otro, una sociedad que carece de verdaderos mecanismos que les permitan salir del agujero en el que se encuentran atrapados. La espada y la pared. 

No es fortuito que Karina García Reyes (2020) haya decidido titular su investigación con el nombre de “Morir es un alivio”. Entre sus conclusiones, subraya que los jóvenes entrevistados se consideraban como personas “desechables”, donde el sentimiento de marginación y la falta de un propósito, los llevaba a valorar poco su 

propia vida y pensar en la muerte como un alivio, un escape de dicha condición. “Se autodefinen como “ellos”, los marginados de la sociedad. No se consideran “nosotros”, parte de la sociedad civil. También reproducen la ética individualista que permea México desde la entrada del neoliberalismo a fines de los 80” (García, 2020). Podríamos pensar en ellos, desde la forma en que estos jóvenes se perciben, como no-sujetos, no sujetados a un grupo, a una sociedad, a una red simbólica que les permita la interacción con el semejante. Esto tiene claramente su consecuencia. Green (2014) nos dice que la pulsión de vida se encuentra bajo la dependencia de la relación con el otro, con el semejante, y, agregaría yo, de la relación con una sociedad, una cultura, lo que Lacan llamaría el gran Otro. Es esto lo que le permite a una persona sujetarse, depender de un grupo social, asumiendo sus normas y reglas (que sin dicha sujeción se vuelven mandatos y sumisiones), dotándolo de un sentido, un propósito de vida. Cuando este mecanismo de sujeción falla, primero, en los objetos primarios, después, en la sociedad, la persona queda sumida en un limbo, y, ante la disminución de la pulsión de vida, podemos apreciar la desmezcla pulsional que abre el paso a las expresiones resultantes del aumento de la pulsión de muerte. “Las apariciones de la pulsión de muerte se dan mucho más allá del principio del placer, donde un psiquismo agujereado frena sólo de manera muy insuficiente la muerte, la del otro o la propia” (Green, 2014). Lo que Green (2014) explica es la muerte psíquica del sujeto, el psiquismo como un lugar impensable, donde la desinvestidura del mundo interno, y por ende del mundo externo, busca evacuar las tensiones de la vida con el objetivo de reducirlas a cero, tendientes al deseo del no-deseo, relacionado con lo que este autor conceptualizaría como narcisismo negativo o de muerte. Un estado mental en el que la muerte es un alivio.  

Ante los estragos que la marginación económica y social puede causar en las familias y por ende en los niños de nuestra comunidad, es nuestra obligación moral levantar la voz desde nuestra trinchera, buscando que lo que el psicoanálisis nos ha ayudado a entender, trascienda las 4 paredes de nuestro consultorio, buscando impactar también en lo político y social. Sólo haciendo visible la problemática podremos esperar en algún momento que las políticas económicas y sociales de nuestro país se planteen seriamente en incluir a quienes por tantos años han sido segregados. Cuando las armas suenan y la violencia y el miedo nos hacen callar, no nos queda más que alzar las voces y unirlas en una. 

Bibliografía 

  • Green, André (2014). ¿Por qué las pulsiones de destrucción o de muerte? Buenos Aires: Amorrortu. 
  • Grinberg León y Grinberg Rebeca (1976). Identidad y Cambio. Buenos Aires: Editorial Paidós.
  • Grotstein, James S (2009). Dreaming as a ‘curtain of illusion’: Revisiting the ‘royal road’ with Bion as our guide. The International Journal of Psychoanalysis. 90:733-752. 
  • Meltzer, Donald (2019). Vida onírica: Una revisión de la teoría y de la técnica psicoanalítica. México: Paradiso Editores.