b-w-views-02-1462940Por: Rocío Valencia
No es lícito… suponer que ninguna generación es capaz de ocultar a la siguiente sus procesos anímicos de mayor sustantividad. Freud.
 
En la práctica clínica en ocasiones nos enfrentamos con dificultades para encontrar las causas de los síntomas del paciente en su historia personal, por lo que sería fundamental como analistas explorar en el ámbito de lo transgeneracional para hacer la conexión entre los síntomas actuales y la historia de las generaciones previas.
Freud planteaba que lo que se reprime es la representación y no el afecto, por lo que éste podrá tomar diferentes destinos. Lo reprimido siempre intentará irrumpir y llegar a la conciencia, evidenciándose a través de síntomas, lapsus, actings, en la compulsión a la repetición y/o a través de los sueños. De tal manera que aquello que insiste en ser elaborado a través de diversos síntomas también se proyecta en las siguientes generaciones, viviéndose como irrupciones violentas, como algo innombrable para ellos que puede manifestarse a través de enfermedades psicosomáticas, adiciones, compulsiones, etc. De tal forma que la situación traumática podrá tener sus influencias en generaciones posteriores si no es elaborada e integrada al psiquismo del sujeto.
Abraham y Torok (1978, en Werba, recuperado en 2017) se refieren al enquistamiento en el inconsciente del sujeto, como aquellas deformaciones inconscientes de otro, que son asimiladas como “un fantasma” a través del mandato de un antepasado, de tal forma que “el fantasma” pasa del inconsciente de un padre al de un hijo.
 
La herencia arcaica del hombre no incluye solamente disposiciones, sino también contenidos, huellas mnémicas referidas a lo vivido por generaciones anteriores.

  1. Freud

El primero en hablar del enfoque transgeneracional fue Freud en Tótem y tabú (1913), al referirse a la transmisión de generación en generación a través de lo inconsciente.
Freud propone dos vías de transmisión: la primera es a través de la cultura y la segunda está constituida por esta parte orgánica de la vida psíquica de las generaciones ulteriores donde las prohibiciones llegaron a ser una parte integrante, añade “ Las prohibiciones atañen las más de las veces a… la libertad de movimiento y de trato, en muchos casos parecen provistas de sentido, es evidente que están destinadas a indicar unas abstinencias y renuncias, pero en otros casos su contenido es enteramente incomprensible, recae sobre nimiedades sin valor alguno, se asemejan en todo a un ceremonial” (Freud, S. 1913, Pp. 30).
Pero ¿Qué es lo transgeneracional?… Es la acción que se refiere a la cadena de transmisión de significados que pasa de generación en generación y que abarca modelos de identificación ideales, mitos, pero también de lo que se omite por efecto de represión, “los fantasmas”, los secretos familiares, lo sabido no pensado de Christopher Bollas y cito “El objeto puede arrojar su sombra sin que un niño sea capaz de tramitar esta relación mediante representaciones mentales o de lenguaje… Es posible que sepamos algo sobre el carácter del objeto que nos afecta, pero que no lo hayamos pensado todavía” (Bollas, 2009). En consecuencia, fragmentos de generaciones anteriores van a formar parte del inconsciente de generaciones posteriores, enunciados que adquieren la fuerza de mandatos, cuya determinación es inconsciente y pugna por manifestarse a través de la transmisión generacional.
Otro camino que participa en esta cadena de transmisión, se relaciona con las huellas que no alcanzan representación simbólica. En otras palabras, aquellas impresiones que superaron las posibilidades de transmisión psíquica y que circulan como energía no ligada, que se lega como herencia por la intensidad de su impacto traumático ya que no lograron asimilación psíquica. También puede ocurrir que en el contexto familiar, se tienda a distorsionar o calificar la percepción individual, o que la familia se cohesione alrededor de la transmisión de significados congelados de generación en generación.
El enfoque transgeneracional explica dinámicas inconscientes familiares que hacen que el paciente repita ciertas situaciones de vida y cómo es que algunas conductas pueden estar determinadas por la historia psicológica de generaciones anteriores. Para que se tome cuenta el proceso psíquico genealógico del paciente, tiene que ponerse en perspectiva la historia de la familia, comprenderla, tomar el rol y resolver las situaciones excluidas de la conciencia familiar.
Fraimberg y cols. (1987, en Vergara, M. 2013), postularon que en toda crianza existen fantasmas visitadores del pasado no recordados de los padres, que se manifiestan en el cunas familiares como huéspedes permanentes que claman por la tradición, los derechos de permanencia y que han estado presentes por dos o tres generaciones sin haber sido invitados.
Son esos “fantasmas” los que compelen a la repetición del pasado en el presente, es decir, los conflictos pasados no resueltos de los padres interfieren en la relación actual con sus hijos. De tal manera que desde el momento del nacimiento, el bebé es cargado por el pasado percibido de sus padres quienes parecen condenarlo a repetir y reeditar “los fantasmas” de su infancia, el bebé se convierte en el portador de un secreto familiar.
Lebovici (1993) pone énfasis en la transmisión generacional sobre los conflictos infantiles de los padres con la infancia de los abuelos, construyéndose así lo que él llamó “el mandato transgeneracional”. El rol que juega el bebé es entonces de ser portador de un mandato de la transmisión familiar que participa en el equilibrio familiar.
Otros autores como Faimberg (1996, en Cueik, 2014), mencionan que el niño va a estar identificado con una historia que pertenece a otro -un antepasado-, pero que no es una identificación de la cual puede escapar ya que pertenece a la misma línea como sujeto. Se dice que son alienantes porque al niño se le impone como un mandato y se le despoja de la posibilidad de acceder a la verdad de su identidad y queda identificado con aspectos que no le pertenecen. Debido a esto, no queda un espacio psíquico propio del niño.
El interés en psicoanálisis por las dimensiones transgeneracionales, marca una liga desde una dimensión intrapsíquica al estudio de las relaciones entre lo intrapsíquico y lo interpersonal. En dónde lo Interpersonal comprende temas como los de la realidad externa, el contexto y las relaciones entre personas, por un lado llevándonos al pasado del sujeto más allá de sus orígenes, hasta sus ancestros y por el otro al funcionamiento en el aquí y ahora de la familia (Vergara, M. 2013).
Kaës (1993, en Werba, recuperado en 2017) hace una distinción entre la transmisión intrapsíquica y lo intersubjetivo, refiriéndose a que no es lo mismo lo que se transmite entre los sujetos que lo que se transmite a través de ellos. Para él la transmisión intrapsíquica presupone la ausencia o cancelación de espacios intersubjetivos y señala que lo que se transmite son elementos inconscientes que no pudieron ser elaborados y que se organizan a partir de lo negativo y que se transmite de una forma violenta. Señala junto con Abraham y Torok (1978, en Werba, recuperado en 2017), que en la transmisión transgeneracional falta o fracasa la metabolización psíquica de aquello que nunca ocurrió, de lo que no ha sido representado o no es representable.
En cambio, en la transmisión intergeneracional o intersubjetiva si habría espacio y estaría dado por un grupo familiar, lo que se transmite son elementos asimilables necesarios para el desarrollo del psiquismo, con sus defectos en el plano intrapsíquico y en el intersubjetivo o interpersonal.
Pero ¿qué es lo que se transmite a las nuevas generaciones?… se transmiten deseos, costumbres, historias, ceremonias, odios, amores y desamores, deudas, culpas, traumatismos, duelos no superados, secretos que no fueron dichos seguramente por ir en contra de la ética familiar o por la vergüenza que generaría el que éstos fueran revelados tales como asesinatos, violaciones, incesto, adopciones, hijos ilegítimos, etc. Lo que se transmite no sólo se encuentra en las frases, palabras o gestos de las personas, sino que también en lo que no es dicho, lo que no se quiere saber o de lo que no puede hablarse. Granjon, E. (1990) se refiere a éste déficit de la simbolización inconsciente no elaborado como “Voces del silencio” que aspiran a irrumpir y hacerse escuchar a través de la transmisión generacional.
Freud (1914) en recordar, repetir y reelaborar, señalaba que en la compulsión a la repetición el enfermo no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa y lo repite, ya fuera porque fue reprimido o porque nunca estuvo en la conciencia. Y menciona que “el olvido de impresiones, escenas, vivencias, se reduce las más de las veces a un bloqueo de ellas”.
Se repite todo cuanto desde las fuentes de lo reprimido ya se ha abierto paso hasta su manifiesto: sus inhibiciones y actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter, sus síntomas. Pensando esto en relación a la temática abocada podemos pensar que quien ha sufrido de un traumatismo que no pudo elaborar, podrá repetir la situación como una forma de intentar elaborar pero cuando esto no es logrado, el acontecimiento es transmitido a un hijo de forma inconsciente, actuando y repitiendo también este legado que recibe, y deberá realizar el esfuerzo que sus padres no pudieron llegar a cabo. Gomel (1997, en Cueik, 2014) mencionaba que “lo no ligado ancestral retorna bajo el sesgo de la compulsión a la repetición, perforando la capacidad representativa de la psique”.
Las vías del acting out y la compulsión a la repetición, se manifiestan como la tendencia a procurar en algún nivel de procesamiento aquello que ha superado las posibilidades del aparato psíquico en la construcción de ligaduras, en la capacidad para simbolizar. El retorno de los reprimido es una manifestación de cómo el yo es capaz de llenar lagunas mnésicas.
Los temas de la muerte, del incesto, del parricidio, del abandono, muerte, delitos o crímenes sexuales son los temas recurrentes en las acciones de transmisión transgeneracional. Sin embargo, es fundamental señalar que lo más importante no es el aspecto del trauma en sí mismo, sino la incapacidad del sujeto o del grupo para elaborarlo. En donde la angustia puede tomar dos caminos: La compulsión a la repetición y el que abre la historia a una solución y a separaciones creativas motivadas por la angustia que habría caracterizado la elaboración del trauma o duelo.
La transmisión transgeneracional del trauma se convierte sólo en un problema cuando muestra cómo los hechos no digeridos de eventos traumáticos generan “fantasmas y vacíos mentales” que serán transmitidos por generaciones. Las víctimas del trauma viven una desintegración, siendo una de las mayores víctimas de esta desintegración la capacidad para pensar.
Cuando una generación sufre un traumatismo, si no es echa la introyección adecuada se constituirá en las siguientes generaciones una verdadera prehistoria de su historia personal (Tisseron, 1995). Los acontecimientos son invisibles para quienes “lo vieron” ya que no puede hablarse sobre ellos muchas veces por generar culpa o vergüenza. En la siguiente generación se dice que la situación traumatizante es “innombrable”, es decir no hay representación verbal, los contenidos del hecho son ignorados y éste sólo es presentido. En la tercera generación los acontecimientos se vuelven “impensables”, éstas personas ignoran el acontecimiento que fue ocultado pero pueden expresar síntomas de esto a través de sensaciones corporales, enfermedades psicosomáticas, emociones o imágenes extrañas, que no se explican por su propia historia.
El hijo de padres con clivaje por lo tanto, deberá lidiar con esto que no le pertenece a él sino a sus padres de los cuales depende psíquicamente. Se dice que el niño es portador de “un fantasma” por lo que puede desarrollar dificultades de pensamiento, de aprendizaje o temores fóbicos obsesivos. Tumas (1985 en Cuiek, 2014), cree que cuando ambas generaciones materna y paterna son poseedores de un secreto grave, hay un gran riesgo de psicosis.
La transmisión transgeneracional de los duelos suspendidos o traumatizados no superados, que están escondidos detrás de secretos o enmascarados con el silencio distan mucho de ser sanos. Para que se dé una transmisión sana, la identificación no deberá ser alienante, sino que debe respetar la autonomía del sujeto. La cual se construye a base de las identificaciones, mismas deben permitir asumir su propia identidad, expresar su creatividad, sin dejarlo alienado. De tal manera, que un integrante mediante un trabajo de análisis de la tercera generación podrá llegar a realizar elaboración del duelo que quedó suspendido, y realizar un proceso de desidentificación de las identificaciones alienantes existentes.
Garland, (1999), Brown, (2011), Fraimberg, 1980; Laub & Podell, 1995, en Cavalli, (2013), coinciden que en el trabajo con pacientes traumatizados, el analista debe aumentar su propia capacidad para tolerar los afectos del paciente, ya que las ansiedades primitivas son reactivadas manteniendo al yo lejos del evento traumático y convirtiéndolo en un objeto fóbico que genera disociación (Bolognini, 2011), o se asimila a la muerte (Gerson, 2009), similar a lo que Bion (1962) denominó “terror sin nombre”.
La incapacidad de los padres para tolerar, procesar los afectos y comportamientos del niño generan ansiedades similares a lo que Bion llamó “temor sin nombre”, éste concepto evoca al tipo de angustia que puede tener un bebé que ha proyectado su miedo en su madre y ésta, en lugar de metabolizar este temor con su función de reverie devolviéndoselo mitigado se lo devuelve “sin nombre”, sin una representación, lo cual lo vuelve mucho más grave y amenazante que el miedo que antes sentía el bebé.
Mientras este “objeto mortal” esté separado, el self y el ego del sujeto se sienten seguros, las angustias aniquiladoras se mantienen a raya y se fomenta la ilusión de protección (Garland, 1999; en Cavalli, 2013). La reintegración del suceso traumático en el yo pone en riesgo la organización interna del yo, por lo que el yo pone en marcha mecanismos de defensa para evitar el contacto con él. Es a este estado particular de la mente al que se refiere la transmisión transgeneracional del trauma.
El trauma es atemporal, no puede ser historializado y crea una condición interna en la cual la capacidad ya conseguida de ordenar, procesar, pensar simbólicamente y confiar se derrumba. Siguiendo a Garland (1999) y Laub (2012), es posible postular que esta condición interna sea la que se transmite y crea más trauma en las generaciones posteriores.
Ferro, 2010, en Cavalli, (2012) se refiere a lo «mortal» como resultado de la incapacidad de la mente para digerir, comprender y encontrar una representación de los acontecimientos corporales y psíquicos como se describe ampliamente en la literatura psicoanalítica. Tal capacidad de representación “requisito previo para la salud mental” depende inicialmente de la función contenedora de los padres. Cuando el ambiente no es capaz de cumplir una función contenedora, deja un vacío, una irrepresentabilidad. Y justo éste vacío se siente como mortal, teniendo un valor traumático porque genera ansiedades que no tienen nombre.
Los eventos se convierten en experiencia cuando llegan a ser significativos, cuando adquieren un nombre, cuando se conocen y se inscriben en el plano de lo simbólico y su ausencia por lo tanto, muestra que no existe pérdida, sino su negativa (Botella & Botella 2005, p.156; en Cavalli, 2013), es decir, una no representación.
“Lo mortal” puede generar un vacío mental, que la tercera generación tiene que absorber en la difícil tarea de dar sentido a lo que parece una absoluta falta de sentido. Cavalli (2013), señala que la interpretación tiene que construirse generacionalmente por tres generaciones para poder diferenciar lo indiferenciado, que se ha transmitido y que el tiempo, el lenguaje y la narrativa tienen que ser contenidos dentro de él.   De ésta manera la función del analista de tolerar las ansiedades y afectos del paciente funciona como un valor anti-traumático, generando la posibilidad de dar vida a lo «mortal», generando esperanza y con ella la capacidad del yo de crear orden y de integrarse.
La creación de la figurabilidad representa un valor anti traumático esencial para la recuperación psíquica. Lo anterior se logra creando contacto con lo irrepresentable en el vacío ‘(Moore 2009, en Cavalli, 2013). De lo contrario, se establece una situación similar a la “madre muerta” de André Green en la relación entre las generaciones. Como lo expresa Gerson (2009, en Cavalli, 2013), «la presencia duradera de una ausencia dentro de la psique puede concebirse mejor como un tercero muerto». Este tercero, hecho de hechos no digeridos crean aniquilación, ansiedades, sombras como un fantasma en el desarrollo de la segunda generación y que la tercera generación parece absorber en sí misma.
Angela Connolly, en su artículo “Curación de las heridas de nuestros padres” (2011), desarrolla tres aspectos fundamentales de la transmisión intergeneracional: muerte del tiempo, muerte del lenguaje y muerte de la narrativa. Describe una relación entre la primera generación con la segunda y la tercera que evoca el concepto de André Green (2012) de la madre muerta. Según Green, el sentimiento de vacuidad del paciente, sus repeticiones constantes y su desesperación están vinculadas a la privación materna y a la incapacidad de la madre para contener y responder a las necesidades emocionales del niño, Debido a que crecer con una “madre muerta” emocional, el niño termina viviendo en un “mundo desértico y mortal” (Green 2012). Cuando falta la matriz psicológica proporcionada por la madre “continente” en su función de reverie y con ella su capacidad de diferenciar, ordenar y dar sentido, todo se torna “mortal” y paralizante. La diferenciación sólo es posible si el niño no se siente “abandonado” por las ausencias mentales de su madre, y logra un estado de separación de ella: la aceptación del paso del tiempo, el logro del lenguaje y el reconocimiento de una narrativa individual, creando un sentido del yo (Knox, 2011).
La función analítica estaría avocada a la capacidad del analista para tolerar los afectos y ansiedades del paciente y de esta manera comenzar a dar forma al acontecimiento traumático realzando el pensamiento simbólico (Faimberg 2005; Moore 2009; Gerson 2009; en Cavalli, 2013). El analista debe ayudar al paciente a integrar el acontecimiento traumático en el sentido de identidad de la persona, permitiéndole al paciente alcanzar lo que se llama “Testificar” (Polonia 2000, Laub 2012, Gerson 2009); que significa separarse de la narración de otros e integrar el suceso traumático en una forma subjetiva y coherente en su yo. Sólo de esta manera el trauma puede ser “olvidado” y “recordado”, en lugar de estar siempre presente. Para ello Cavalli (2013) sugiere que el analista debe generar interpretaciones para que lo impensable se vuelva pensable y encuentre una representación en la mente de los pacientes.
Faimberg (1988, en Vergara, 2013), hace uso del término “Telescopaje generacional” a la transmisión inconsciente de una generación a otra de secretos y modos que son expresados por la generación que se manifiestan a través de síntomas no explicables de forma lógica. Menciona que la causa del Telescopaje se encuentra, en gran parte en la forma en la que los padres han estado subordinados al decir y al no decir, y que está ligada a dos tipos de situaciones:
 

  1. Aquellas en las que hay un clivaje del yo (Abraham y Torok, 2005, en Cavalli, 2013), donde una situación traumatizante quedó cristalizada y guardada en una parte del yo.
  2. Las relativas a la dimensión narcisista de la configuración de edípica, en la cual los padres con características narcisistas quieren a su hijo de esta forma. (Tisseron, 1995; en Badoni, M. 2002).

 
En ambas situaciones se deja lejos al sujeto la posibilidad de formar su propia identidad. En la transferencia, estas ocurrencias resultan ser áreas mudas, en la medida en que son eliminadas del pensamiento, y en la contratransferencia hay una ansiedad de no saber, que es sentido por el analista.
Pero ¿qué son los secretos?… el secreto viene del latín secretus y deriva de sercenere que significa poner aparte para que no se vea, que se oculta para que sólo lo conozcan pocas personas. Para Freud por ejemplo, un secreto es algo consciente que se decide que no puede ser contado, hay una intención de callar algo que de ser dicho provocaría una herida narcisista individual o en la familia. A diferencia de lo privado el secreto estaría dado cuando a alguien les es negado el derecho saber algo de lo cual debería estar informado y se tiene una privacidad de la cual se sueña y dentro de los vínculos también existe la misma.
El problema del secreto reside, no tanto por la gravedad del hecho que esté siendo ocultado, ya que puede haber secretos en todas las familias y sin que esto genere mayores dificultades ni desgaste emocional, sino en la existencia del secreto en las personas cuando intentan preservar con la sintomatología un secreto familiar, que incluso pueda llegar a generarse en los portadores y en los descendientes de estos. (Cueik, M. 2014).
Los secretos familiares son temas de común acuerdo, en donde la familia mantiene algo bajo silencio ya que es de saberse se ocasionaría vergüenza, culpa o temor a los miembros de la familia. Los secretos tienen su origen en los tabús de la sociedad que censura estos modos de actuar y producen efectos y síntomas en adultos y niños durante más de una generación. François Dolto señalaba que lo que es callado en la primera generación, la segunda lo lleven el cuerpo. Y que los niños manifiestan lo que no se habla a través de sus síntomas.
 
Bibliografía

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