Estilos interpretativos lingüísticos complementarios
Autor: Miriam Hernández
David Liberman
Todo tratamiento analítico despierta en el paciente dos series de constelaciones con efectos antagónicos: una que tiende a la transformación y la otra que se opone a este progreso. Éste último es el que se encuentra relacionado con la repetición, es decir, con la pulsión de muerte, que en algunos casos pudiera incluso llevar a una imposibilidad de continuar el tratamiento analítico.
El éxito de un análisis, en su mayoría ha sido discutido desde la psicodinamia del paciente, esto es, sus resistencias, potencialidades, fortaleza yoica, impulsividad, nivel de integración objetal, etc. Sin embargo es interesante e importante considerar el papel y trabajo desempeñado por parte del analista, que incluye desde una formación adecuada, hasta sus propias resistencias frente a ciertos tipos de pacientes, etc.
En el entrenamiento psicoanalítico, he encontrado que una finalidad importante y difícil es la búsqueda y hallazgo de una identidad como psicoanalista. La diversidad de supervisores y, en mi caso, la experiencia de dos procesos analíticos completamente diferentes, me hizo cuestionarme ¿qué hay debajo de cierto estilo o forma de llevar un análisis con un paciente? Más allá de la personalidad del analista o el marco teórico de preferencia, ¿debemos encontrar una forma de hacer psicoanálisis o necesitamos tener cierto grado de elasticidad con la posibilidad de un éxito mayor? De ser así ¿cuánta elasticidad se puede integrar sin poner en riesgo el encuadre o la situación analítica?
Visualizar qué elementos por parte del analista son los que pudieran dificultar e incluso imposibilitar el análisis de un paciente, tal vez pone en jaque la teoría sobre los criterios de analizabilidad y por otro lado la accesibilidad. Etchegoyen dice a esto: “sería difícil que un paciente no sea accesible perse, es más lógico decir que en la práctica el paciente no lo ha sido para mí y que estoy involucrado en su fracaso”.
Lo anterior me hace pensar en Claudia, una paciente quien tras dos años de análisis presenta una transferencia erótica muy intensa, resistencia añadida a una forma de vincularse conmigo en términos adhesivos. Ante este avasallante desafío me encontré frente dos posibles escenarios:

  1. Desde el punto de vista de los criterios de analizabilidad de Zetzel, era visible que su estructura (en cierta medida psicótica) en conjunto con la posibilidad de una reversión de la perspectiva, implicaba el sendero en el que Claudia no pudiera beneficiarse más del proceso analítico.
  2. Desde la perspectiva de Betty Joseph donde es el terapeuta quien se amolda al paciente, seguir buscando nuevas y diferentes formas interpretativas y flexibilizarme ante dichas resistencias, implica que hay un camino aún por recorrer.

Opté por la segunda alternativa (con supervisión de por medio, cabe señalar).
Una propuesta que me ha ayudado a visualizar una alternativa es la de David Liberman, quien precisamente integra el papel del analista en la búsqueda de un medio más específico que pueda contrarrestar dos fenómenos terapéuticos:

  1. La “entropía psíquica”: Es decir las resistencias por parte del Ello, o la parte del paciente que tiende a detener el cambio.
  2. La “iatrogenia”: Fenómeno en el cual hay un peligro de que en el proceso terapéutico se establezca un circuito cerrado si es que decrece el monto de elaboración que el terapeuta aporta al paciente. El resultado es una posibilidad más de daño que beneficio.

En este sentido, para Liberman, el analista y su capacidad de elaboración inconsciente, la plasticidad yoica y la situación analítica, inciden en la posibilidad de mayores alcances terapéuticos.
Así, el empleo de una manera sistemática del proceso de elaboración del terapeuta, como una contribución más por parte del analista será el punto nodal de su aportación al psicoanálisis: “El terapeuta, lo único que aporta al circuito comunicativo, debido a su capacidad de elaborar, es un cambio de código que introduce entre los mensajes del paciente, lo que permite que el analizado, al hacer consciente lo inconsciente, adquiera mayor información y organización en su aparato psíquico con un menor número de interferencias.”
Menciona que cada vez que el analista no cambia su forma de escuchar y observar al paciente de acuerdo con el nivel al que este ha regresado, se ve amenazado de deterioro tanto en su capacidad analítica dentro de la sesión y elaboración fuera de ella.
En un vínculo psicoanalítico iatrogénico, el paciente no es captado por el terapeuta sino a la inversa, el paciente va conociendo al terapeuta y lo va condicionando cada vez más, así un esquizoide reforzará su esquizoidía, un depresivo aumentará su dependencia, un actuador perfeccionará sus técnicas de inoculación masiva de sus problemas en los demás, un obsesivo se convertirá en un más hábil discutidor, un fóbico racionalizará mejor sus evitaciones y, si tiene rasgos contrafóbicos, por identificación proyectiva perfeccionará sus técnicas para hacer asustar a los demás y un histérico de conversión aumentará su capacidad para representar autoplásticamente sus papeles y atraer más y mejor a un auditorio.
Liberman determina 6 estilos de comunicación (verbal, paraverbal y no verbal) del paciente, únicamente los mencionaré sin detenerme a describir cada uno:

  • El paciente reflexivo que busca incógnitas y no crea suspenso
  • El paciente lírico
  • El paciente épico
  • El paciente narrativo
  • El paciente dramático que crea suspenso
  • El paciente dramático que crea impacto estético

En un mismo paciente podemos encontrar distintos estilos según qué motivaciones y defensas predominan en determinado momento. Cuando un proceso es realmente terapéutico podemos encontrar como indicios mutaciones estilísticas seriadas que nos hablan de movimientos psíquicos.
Así mismo, el autor agrupa estos 6 estilos de comunicación en 3 grupos:

  1. Pragmático: Relacionado con la pericia en la negociación. Los pacientes con predominio pragmático acuden a análisis con una segunda intención que ocultan conscientemente al analista, por lo cual se encuentra relacionado con los rasgos psicopáticos que generan contratransferencialmente preocupación ya terminada la hora analítica. Ej., paciente con adicción que en lo textual acude para dejar el objeto adictivo, aunque una parte consciente planee acudir únicamente para aplacar familiares.
  2. Semántico: Parecen cumplir fielmente con la regla fundamental, cree que está analizando y el analista cree que está interpretando, pero en la realidad no sucede ninguno de estos procesos. Lo anterior debido a que el paciente tiene formas de codificar y decodificar la información con operaciones muy rígidas Está relacionado con la reacción terapéutica negativa. Ej., paciente esquizoide que teóricamente “asocia libremente”, pero sus asociaciones carecen de sentido introspectivo pues únicamente enumera eventos.
  3. Sintáctico: Pacientes que se comprometen con lo que dicen, si desconfían lo dicen, tienden a confiar en que el análisis los ayudará. Tienen la posibilidad de unir el habla, la lengua, pensamiento, significado, función simbólica.

A cada uno de estos estilos corresponde un estilo de interpretación del terapeuta, la cual provee al paciente de matices que necesita para ir generando en el diálogo analítico frases con más y más “sentido”. Como psicoanalistas lo que nos interesa es descubrir dentro de un universo posiblemente infinito de formas de captar y combinar elementos verbales y no verbales, cuál es la combinación de señales que transmite con mayor certeza el significado de un tipo especial de mensaje: llamado mensaje inconsciente.
Los estilos de interpretación del terapeuta son una táctica que le permitirán hacer formulaciones en donde lo que se le dice al paciente es emitido en un lenguaje verbal que complementa el estilo lingüístico del paciente.
Para fines del seminario, me centraré únicamente en dar un pequeño esbozo sobre la técnica interpretativa complementaria a los pacientes con tendencia pragmática (estilo épico: sociopatía, esquizofrenia, psicosis, etc.).
Como se mencionó anteriormente, estos pacientes acuden a análisis como un acto con una segunda intención que dista de los propósitos terapéuticos. El estilo de estos pacientes es inoculatorio, y dentro de esta característica hay muchos tipos de personalidades, de acuerdo a la persona elegida a inocular y a lo que se inocula. Constantemente cambian de personajes y escenarios por lo que generan desconcierto en el analista, puesto que tienen la finalidad de que el analista no lo capte y así las sesiones tengan un sentido para ellos.
Envían mensajes con la finalidad de movilizar a quien lo recibe. Por lo anterior, tienen habilidad para presentar en análisis “la circunstancia en turno”, es decir, una narración de eventos verídicos pero con la finalidad de generar en el analista cierto sentimiento hacia uno de sus objetos y así cobrar cierta venganza; por ejemplo inocular en el analista el sentimiento de odio hacia el padre del paciente, para obtener la sensación de revancha.
Suelen presentar episodios de acting out dentro y fuera de la sesión y es muy difícil el establecimiento de una alianza terapéutica debido a la desconfianza y la segunda intención del paciente. En este sentido el primer paso es que el paciente pueda tener un mínimo de confianza básica en el analista.
Si el analista se enfoca de manera textual en lo que dice el paciente y no cuestiona el que no presente accidentes paraverbales (inflexiones de voz, cambios en la velocidad, ritmo, etc.), entonces el terapeuta queda atrapado en el mensaje textual, así hará una traducción psicoanalítica creyendo que hace una interpretación, el paciente al escucharlo dará un sentido distinto a lo que el terapeuta supone. Un ejemplo es decirle “siento mucho el que hayas perdido a un ser querido”, será comprendido por el paciente como escuchar que el analista se está disculpando porque se hace responsable de la pérdida.
En estos pacientes está afectada su capacidad metacomunicativa, es decir, “dan por sentado” que los demás entienden exactamente lo que ellos pensaron. En este sentido es complicado para ellos entender las normas y encuadre analítico. El analista debe hacer un esclarecimiento exhaustivo del encuadre. Suelen mostrar actuaciones relacionadas con el tiempo y el dinero en el tratamiento. Al interpretar estas resistencias, suelen comprenderlas como:

  1. Quejas por parte del analista por las faltas o llegadas tarde
  2. Analista únicamente interesado en el dinero, no importa si viene o no a sesión
  3. Interés del analista en tener pacientes, falso interés en él
  4. Interpretaciones vividos como ataques

A estos pacientes, Liberman propone utilizar la interpretación complementaria del estilo narrativo, la cual encontramos comúnmente en el paciente obsesivo. Habla de interpretaciones detalladas y concretas, evitando abstracciones. Incluir elementos de tiempo y espacio, incluyéndose el analista como persona presente que recuerda y conecta los pensamientos y acciones del paciente, por ejemplo “recuerdo que la sesión pasada hablaste sobre tu pareja, veo que hoy te sientes enojado”. Una interpretación de este estilo puede ayudar al paciente a ubicar temporalidad y a reconocer al analista como una figura presente y constante con la cual pueda identificarse.
Para el manejo de las actuaciones agresivas, propone fijar estrictamente el encuadre; así se protege al paciente y el analista mismo limitando la agresión. En caso de que el analista no respete dicho encuadre, el paciente lo interpretará como confirmación de la falsedad del analista, que hace manejos como él y que no cumple.
La rigidez en el encuadre conlleva el riesgo de que el paciente no lo tolere y se vaya, sin embargo dice el autor, únicamente aceptando perder al paciente, se puede tenerlo como paciente. En algunos casos será necesario agregar algunas especificaciones adicionales al encuadre en la medida que el paciente de motivos a que se establezcan.
Otra situación común con estos pacientes es que dan por sentado que el analista es cómplice en una alianza, de la cual el analista no sabe y que por el simple hecho de haberlo aceptado como paciente, es cómplice de sus intenciones secretas.
Retomando el caso Claudia, tratando de ejemplificar lo anterior, al inicio del tratamiento mostraba gran necesidad por obtener cambios de horario, reposiciones, sesiones adicionales o sesiones telefónicas. Al volver el encuadre rígido y sin posibilidad de cambio, comenzó a llegar a tiempo, sin embargo las llamadas telefónicas continuaban, y buscó medidas diferentes de romper el encuadre, como seguir a la analista después de su sesión, obsequios caros y múltiples intromisiones en la vida privada de la analista.
Fue necesario entonces agregar especificaciones al encuadre (posteriores a las interpretaciones pertinentes) como el que no podía seguirme, bloquearla de redes sociales y el que los regalos no serían aceptados. Me parece que su segunda intención, siguiendo a Liberman, es comprobar su hipótesis de ser “rechazable”, en lo textual habla de buscar aprobación, pero en realidad sus actuaciones inoculan la sensación de rechazo y culpa por sentir dicho rechazo, por lo tanto cualquier interpretación a sus actuaciones es vivida como que se ha herido a la analista o se le ha faltado al respeto con sus faltas o que en realidad está interesada en su dinero y no en ella.
Al generar un encuadre estricto, Claudia comenzó a presentar la transferencia erótica, con las mismas finalidades de comprobar ser “rechazable”. Cuando mencioné al inicio del trabajo que la opción de que la paciente no pudiera beneficiarse más del tratamiento, y de una reversión de la perspectiva, me refería a que es una resistencia tal que imposibilitaba hablar de cualquier otro tema y que incluso ella misma planteaba “vengo solamente a verte, ya no tengo nada más que trabajar”, tal vez el finalizar el tratamiento implica justamente el aliarme a su premisa: “yo vengo a demostrar que no tengo cura y que todos me rechazan”.
Como conclusión, me parece interesante la propuesta de Liberman como un modelo que nos permite atender diferentes tipos de pacientes amoldándonos a las necesidades de cada uno. Comprender en dónde se encuentra un paciente y tomarlo como punto de partida para establecer los alcances y objetivos terapéuticos en vez de considerar que al no calificar dentro de ciertos parámetros son intratables, es algo que se acomoda a mi forma de ver el psicoanálisis.
Por otro lado me pregunto ¿será omnipotente pensar que somos capaces de atender todo tipo de pacientes?, si perfeccionamos la técnica y nos formamos adecuadamente ¿será siempre un error de nuestra parte?
Veo que en esta propuesta es posible encontrar una flexibilidad muy amplia, pues mientras el analista utiliza un estilo esquizoide frente a una histeria con la finalidad de no enredarse en su seducción, la risa y el abrazo del mismo analista frente a un obsesivo será el elemento que necesita para que este paciente logre incluir las emociones. Veo como la figura caricaturizada del analista rígido y serio es poco efectiva y que para mí ser psicoanalista incluye flexibilidad.
Bibliografía

  • Liberman, D., 2009. Lingüística, interacción comunicativa y proceso psicoanalítico, Ed. Letra Viva, Buenos Aires.
  • Etchegoyen, H., 2002. Fundamentos de la técnica psicoanalítica, Ed., Amorrortu.