grenade-1519113Por: Valeria De La Rosa
 El primero que en vez de arrojar una flecha al enemigo le lanzó un insulto fue el fundador de la civilización” (Jackson, s.f.).
 
Siria, Ruanda, Pakistán, Afganistán….. Con solamente escuchar cada uno de estos nombres propios surgen representaciones determinadas frente a nuestros ojos. Imágenes que probablemente son tan terribles que preferimos olvidar o negar… tan duras que la angustia nos paraliza e impide el pensar. Y bien es quizá tiempo de darnos a la tarea de hacerlo. Se tiende a pensar que el psicoanálisis no tiene nada que hacer en el campo de lo social, y sin embargo, es Freud (1921) mismo quien dijo que “en la vida anímica individual aparece integrado siempre el otro….. Y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social.”
Con el auge de ataques terroristas suicidas, responsables de más muertes que cualquier otro tipo de terrorismo, escuchamos hablar de las víctimas y la contraofensiva militar, pero poco se habla de quien no le quedó más que su propia vida para comunicar. Es difícil comprender a quien comete atrocidades, y sin embargo, si queda esperanza para el reconocimiento mutuo, este comienza con atrevernos a escuchar. El psicoanálisis se presenta entonces como un método de investigación idóneo para, yendo más allá de los estereotipos, romper con el silencio y atrevernos a reflexionar.
 
Consideraciones acerca del terrorismo actual
A nivel internacional no ha sido posible establecer una definición para terrorismo. “De acuerdo a las naciones unidas, un acto terrorista es aquél que intencionadamente busca la muerte o herida mortal de civiles. No está dirigido al “enemigo” sino que busca exterminar de manera indiscriminada, provocar ansiedad, confusión y desorientación. A su vez, su objetivo final consiste en provocar al enemigo para elevar el nivel de conflicto” (De Masi, 2011). Entre los autores psicoanalíticos se habla de una “mentalidad terrorista” que se refiere a aquella en la que se está preparado a matar o lastimar inocentes por un motivo ideológico, político o bien religioso.
El terrorismo no es único de nuestros tiempos. A lo largo de la historia encontramos a los sicarii y los Shia del siglo XII y XIII, y posteriormente también a los kamikazes japoneses de la segunda guerra mundial. Pero a diferencia del terrorismo del pasado en el que aquél que atacaba podía salir con vida, en el terrorismo actual quien ataca sabe que solamente con sacrificar su vida podrá completar su misión. ¿Qué es lo que ha cambiado tan radicalmente que una de las ansiedades humanas más importantes, aquella que se desata frente a la muerte, se supera en servicio de la agresión?
La ausencia de angustia ante la muerte suele involucrar algún tipo de psicopatología. Sin embargo en la investigación no hay signo de que exista un tipo de patología del terrorista. Los individuos difieren en edad, sexo, cultura, religión e afiliación política. Se ha llegado a la conclusión de que, más bien, los elementos comunes deberían tal vez no buscarse en los individuos, sino en las dinámicas de grupo. Podría ser que las situaciones extremas experimentadas por el grupo lleven a un comportamiento paradójico a nivel individual. Entrevistas realizadas a 34 terroristas suicidas chechenos por Speckhard y Akhmedova (2006 en: De Masi, 2011) muestran que ninguno padecía de una enfermedad mental aparte de las consecuencias traumáticas tras haber experimentado violencia. La mayoría había perdido familiares en bombardeos sobre civiles o en operaciones de “purificación” rusa, y habían sido testigos de la muerte de familiares y amigos por maltrato físico en cárceles. La expresión “no hay palabras para describir” es la primera que viene a mi mente al imaginar dichas experiencias… yace aquí quizá la incapacidad de apalabrar de las víctimas que se convierte en el acto del perpetuador.
Datos como estos nos obligan a pensar en todos los refugiados que ahora se enfrentan con escenarios violentos día con día en Siria, en civiles que han perdido a su familia en Pakistán, e inclusive en minorías en Estados Unidos que se ven amenazados bajo un discurso discriminante con la propaganda política de Trump. Si bien no todos cometen ni cometerán actos terroristas, un pequeño porcentaje sí. ¿Cómo les comprendemos?
 
Un abordaje psicoanalítico
Autores como Sverre Varvin, Vamik Volkan, y Salman Akhtar se encuentran entre aquellos que han dedicado una importante parte de su investigación al tema en cuestión. Gracias a sus aportaciones podemos ubicar que el individuo que comete un acto terrorista es preso de un fenómeno masivo y regresivo que desemboca en agresión. Para que ello ocurra deben de existir los siguientes elementos: 1) La exposición a un trauma prolongado por parte del grupo, 2) El establecimiento de la humillación como motivación y la satanización del otro, 3) La deshumanización del sujeto, y 4) El apego a una ideología fundamentalista (política o religiosa).
 
Veamos cómo cada uno de estos elementos impacta en la experiencia subjetiva de quien se convierte en terrorista suicida.
 

  1. La exposición a un trauma prolongado por parte del grupo

 
De acuerdo a Franco de Masi (2011), nuestra identidad se forma y consolida a través de la pertenencia e identificación con entidades mayores que funcionan como contenedores simbólicos. Mientras que la función inicial la funge la madre, posteriormente esta se extiende a la familia y el grupo social, la comunidad religiosa o política, y el país. Estos objetos tienen la función de protegernos de la desorientación y de la soledad, y por ello se les otorga un gran valor. Cuando estos contenedores se fracturan (por ejemplo en situaciones de guerra), emergen ansiedades que se asemejan a aquellas experimentadas en el estado de impotencia e indefensión al nacer. Si la exposición al sufrimiento es prolongado, de acuerdo a Rosenfeld (1971 en: De Masi, 2011), puede llevar a un deseo de auto destrucción. El odio y el enojo, cuyo objeto original era la madre que no podía ayudar al niño, se orientan a los deseos de vida que ahora se relacionan con sufrimiento.
A su vez, la representación de un trauma colectivo provocado por un enemigo étnico, nacional, religioso o ideológico, afecta la identidad del grupo. Si las circunstancias no permiten la elaboración de las pérdidas aparece un sentido de victimización y enojo. Millones de individuos depositan imágenes de su self dañado en sus hijos, quienes se convierten en portadores de la experiencia de trauma. Esto lleva a que se modifique la forma y el contenido de la identidad grupal, organizándose alrededor de lo que Volkan (2003) llama el “trauma elegido” que contiene la narrativa de victimización del grupo. Los individuos ahora pueden potencialmente percibir que es su tarea corregir el daño que les fue hecho y vengarse. Pensemor por ejemplo en la narrativa Israelí o pakistaní. Por otro lado Kernberg (2003 en: De Masi, 2011) muestra que traumas emocionales debidos a violencia colectiva, además de llevar a los miembros a sentirse como víctimas, los obliga a identificarse con el agresor (los padres son vistos como débiles) lo que acaba desembocando en mayor violencia. Se puede decir que tal como Freud (1939) postulaba que “el hombre no es una criatura tierna y llena de amor sino un ser entre cuyas disposiciones también debe de incluirse una buena porción de agresividad”, el impulso de destrucción latente en todos los seres humanos puede activarse mediante traumas que afectan no solamente al individuo sino a la comunidad.
Uno de los elementos que aparece cuando se habla de traumas colectivos es el sentimiento de humillación.
 

  1. El establecimiento de la humillación como motivación y la satanización del otro

 
Si pensamos en contextos socio-políticos actuales en los que sea evidente el surgimiento de terrorismo, podemos ubicar una historia de ocupación. En una ocupación la relación se convierte en una de dominación y sometimiento que engendra humillación. Se puede encontrar dicha humillación en actos que van desde la imposibilidad de encontrar un trabajo y de desplazarse libremente, hasta la violación a los derechos humanos que conllevan en última instancia la pérdida de dignidad humana.
De acuerdo a Assoun (1991), cuando se es expuesto a traumas y a humillación en un contexto de violencia política y social, se tenderá a experimentar dichas situaciones como heridas que afectan a nivel individual y grupal. Se trata de heridas narcisistas que implican al otro…….. Sentir vergüenza significa que me causan vergüenza. Tras experimentar dicho daño el sujeto puede mostrarse vergonzoso de vivir y llega a odiar aquello que lo obliga a la humillación… odia legítimamente lo que lo disminuye. Los efectos de la humillación crónica pueden ser la desvalorización de si mismo, una menor capacidad para la empatía, sentimientos de desesperanza y tendencia al enojo.
Como resultado, se recurre a una escisión primitiva en la que hay una fuerte tendencia a proyectar en otros los aspectos vergonzosos de si mismo, en un intento de restaurar lo valioso del self. Se pueden desarrollar ansiedades paranoides así como una identificación con el agresor que resulta de haber sido víctima. Se desea entonces destruir al otro, no solamente para eliminar esas características que inconscientemente pertenecen a sí mismo, sino también para restaurar la identidad y el honor del grupo (Varvin, 2003). Dichos mecanismos conllevan una satanización del otro que encontramos prácticamente en todos los movimientos terroristas (Hindu, Sikh, Cristiano, Musulmán, Judío). Funge además como maniobra defensiva puesto que protege al sujeto de la empatía, el arrepentimiento, y la culpa…. se coloca fuera de la ley puesto que tiene derecho a cometer una injusticia ya que la sociedad ha cometido una injusticia en contra de él (Assoun, 1991).
Ya con estos tres factores podemos empezar a formular el contexto socio político de quien se convierte en terrorista suicida y comprender con ello cuál es su motivación. Podemos pensar en la exposición al trauma y la violencia como el caldo de cultivo para una fragilidad yoica que puede luego resultar en el acogimiento de una mentalidad terrorista como defensa para sobrevivir. Comienza a aparecer ante nosotros no el criminal individual, sino la víctima de un contexto, y las investigaciones lo sustentan. Entrevistas realizadas por Sarraj, psiquiátra palestino en la Franja de Gaza en 2004, nos enseña que el 37% de los niños soñaban con convertirse en mártires de mayores. El doctor menciona que “los niños no eran manipulados por grupos terroristas, simplemente atendían funerales, veían la televisión, y eran testigos de las muertes provocadas por el conflicto con Israel. Su vida cotidiana estaba permeada de violencia. No les tenían que enseñar a “odiar al enemigo”, simplemente debían crecer en un campo para refugiados” (De Masi, 2011).
Sin embargo crecer en un campo de refugiados no basta para estar dispuesto a sacrificar la propia vida en un acto que busca acabar con la vida de inocentes. Pero la conjugación de trauma, humillación y satanización sí deja los cimientos para que con la deshumanización y el fundamentalismo, el terreno acabe de estar preparado para que surjan dichos actos.
 

  1. La deshumanización del sujeto

Para Akhtar (2003), la deshumanización se encuentra en el centro del fenómeno terrorista. De acuerdo al autor, todos tenemos una tendencia a la deshumanización que puede ser activada en condiciones de estrés bio psico social, humillación, pobreza, y ausencia de solidaridad y comprensión. En campos de concentración por ejemplo, se encontró que los individuos dejaban de experimentar emociones y se convertían indiferentes a aquello que los rodeaba tras la repetición de traumas y ataques sistémicos a la dignidad (Franco de Masi, 1991).
Siguiendo a Bion (1962), los seres humanos no nacemos con un aparato para percibir emociones pero lo desarrollamos conforme la madre va confirmando y respondiendo a las preconcepciones emocionales del niño. La madre debe ser capaz de entender el miedo, la ansiedad o el deseo que el niño proyecta sobre ella. Si la madre carece de una capacidad receptiva, el infante no podrá comprender sus propias sensaciones y necesidades. El niño que es ignorado o no apreciado puede concebir un odio interno por el mundo y un deseo de morir. Si bien no me atrevo a decir que ninguna madre en un contexto de violencia puede ser receptiva con su hijo, si considero que tomando en cuenta los niveles de estrés bio psico social, ésta función se ve gravemente comprometida. El adulto no alcanza a metabolizar su propia experiencia y lo que refleja a sus hijos es su propio miedo. La angustia de muerte del infante no puede ser neutralizada por los padres (ellos la viven realmente también) y los niños introyectan un sentimiento abrumador de desastre. Lo que potencialmente puede resultar, es la pérdida de contacto con las emociones que se encuentra en la base de la deshumanización.
Es solamente después de destruir cualquier emoción que una persona puede morir en el proceso de matar a otros, si surgiera empatía o lástima, ya no podría llevar a cabo dicho acto. La deshumanización se extiende además a su propia persona, se crea una indiferencia total por su vida y la vida de los demás (Franco de Masi, 1991). Se trata entonces de una especie de disociación que previene el surgimiento de ansiedad que de otra manera aparecería frente a la propia muerte. Es justamente la disociación la defensa que aparece en sujetos cuya vida está en constante amenaza… se describen como “muertos en vida” y son precisamente ellos quienes corren el riesgo de convertirse en terrorista suicida. Vivir es igual a exponerse al dolor y el sufrimiento. Muriendo se elimina, no solamente al enemigo responsable de dicho sufrimiento, sino a la parte viva de si mismo que está condenada a vivir en agonía.
Y bien si el terrorismo es el resultado de una combinación específica de dinámicas sociales y motivaciones personales, no podría existir sin la exaltación del sacrificio dentro de la comunidad… sin el apego a una ideología que idealiza el acto.
 

  1. Una ideología fundamentalista

Para un sujeto que se encuentra desorientado, ansioso y desesperanzado, la unión a una afiliación política o religiosa fundamentalista permite la reconstrucción de su identidad. Se trata de una narrativa que define la causa de la situación desesperanzadora, identifica a los culpables, y justifica los actos violentos. El individuo y el grupo pueden entonces encontrar una manera colectiva de expresar su sufrimiento y humillación. Bohleber (2003) ubica los siguientes elementos en la narrativa fundamentalista: el mito de un pasado ideal, el sueño utópico de una sociedad en la cual el paraíso perdido sea restituido, una defensa agresiva contra las influencias externas, y una cultura de muerte, es decir, una cultura en donde morir por una causa sea un hecho glorificado (no son vistos como suicidas sino como héroes). El grupo puede convertir lo vivido pasivamente en activo sometiendo a otros a la humillación que ellos vivieron perpetuando así la violencia. Actuando en nombre de la ideología, el sentimiento de culpa que acompaña al acto destructivo puede ser evitado (el discurso legitima la violencia promoviendo el “nosotros bueno” y “ellos malos”). (Khalid, Olson, 2006).
Podemos pensar además en que el individuo entra en una dinámica de grupo en la que éste se convierte en el objeto para la sustitución de un ideal propio no alcanzado por el yo. Se idealiza y entonces pasa a ser parte de la libido narcisista del sujeto, quien lo integra como objeto propio. Mientras que el yo se hace cada vez más modesto, el objeto se convierte cada vez en algo más grandioso y se apodera del yo (Freud, 1921). Ubicamos una doble masa artificial, aquella religiosa y militar. Los jefes aman a todos los miembros y el sujeto se halla ligado libidinalmente a él… en el proceso pierde su voluntad. Esto le permite retomar lo que le fue negado sacrificando su yo… y el impulso de autoconservación en el camino. En dicho proceso actúa, ya no en nombre propio, sino en nombre de su comunidad, envía un mensaje al “enemigo” para darle voz a su pueblo, deja atrás la humillación, y llega al paraíso prometido todo en nombre de una instancia mayor que él.
Me atrevería a añadir un último elemento que me parece significativo… aquél del silencio impuesto. La experiencia clínica nos refleja diariamente la importancia del poner en palabras para elaborar… simbolizar y representar nuestra historia desde un punto distinto, y ser escuchados y acompañados en ese proceso. Y bien hemos sido indiferentes al sufrimiento de poblaciones enteras que se encuentran alejadas de nosotros. De acuerdo a la UNICEF, medio millón de niños murieron en Iraq entre 1991 y 1998. Puede ser considerado un genocidio. Las víctimas son “silenciadas”, y con ello la elaboración del trauma les es negado. Lo que queda es perpetuar la violencia con la contraofensiva militar. Quizá entonces hay que escuchar no sólo en el consultorio, también en lo social.
 
Conclusión
Hemos llegado al final de nuestro recorrido. Hemos visto que la exposición al trauma prolongado produce por un lado un deseo de auto aniquilación y por otro un sentimiento de victimización que se convierte en la identidad de grupo. A ello agregamos la humillación que representa una herida narcisista que desemboca en enojo y legitima la agresión, y la satanización del otro que es a la vez una narrativa impuesta culturalmente. A la par encontramos la deshumanización como defensa para sobrevivir y el encuentro con una ideología fundamentalista que otorga un sentido… la esperanza de recuperar la dignidad para ellos y para su grupo.
El fenómeno específico que lleva al terrorismo suicida es entonces la unión patológica del sufrimiento individual con la mentalidad omnipotente y destructiva de la organización política o religiosa. El peligro solamente puede aumentar si respondemos con la satanización o reprimiendo de manera militar, puesto que es esto mismo lo que acaba reforzando aquello que se intenta eliminar. Es necesario ampliar la visión que se tiene de aquellos que han sido heridos histórica o actualmente, y ver el contexto de agresión para comprender cómo el círculo de violencia comienza y se mantiene. Abrir un espacio de reflexión se torna entonces indispensable. Yace quizá ahí la voz de los psicoanalistas. Con nuestro bagaje teórico pensemos en compartir la importancia de promover la capacidad de pensamiento en poblaciones oprimidas, darles voz para la elaboración de duelos, y espacios para la afirmación de su identidad. Quizá así sea posible fomentar la empatía y romper con los remordimientos transmitidos de forma transgeneracional que perpetúan la violencia.
Podemos comenzar por escuchar lo que a aquél no le quedó más que su propia vida para comunicar.
Por último, es importante mencionar que lo expuesto anteriormente es tan sólo un acercamiento a una parte de un fenómeno sumamente complejo que requiere de mayor profundidad. Cada fenómeno terrorista particular merece ser analizado en un espacio propio. Sin embargo, creo que conociendo algunas de las precondiciones para el surgimiento del fenómeno, ya tenemos una gran tarea por la cual comenzar.

 
Bibliografía

  • Akhtar, S. (2003). Deshumanization: origins, manifestations, and remedies. In: Violence or Dialogue? Psychoanalytical Insights on Terror and Terrorism. London: Karnak.
  • Assoun, P.L. (1999). El perjuicio y el ideal, hacia una clínica social del trauma. Buenos Aires: Nueva visión.
  • Bion, W. (1962). Learning from Experience. London: Tavistock
  • Bohleber, W. (2003). Collective phantasms, destructiveness, and terrorism. In: violence or Dialogue? Psychoanalytical Insights on Terror and Terrorism. London: Karnak.
  • De Masi, F. (2011). The enigma of a suicide bomber: A psychoanalytical Essay. Londres: Karnak Books.
  • Freud, S. (1921). Psicología de las masas y análisis del yo. España: Alianza Editorial.
  • Freud, S. (1939). Malestar en la cultura. Obras Completas. Vol XXI. Buenos Aires: Amorrortu.
  • Kernberg, O. (2003). Sanctioned social violence: a Psychodynamic View. En: the enigma of the suicide bomber. Londres: Karnak
  • Khalid, U; Olson, P. (2006). Suicide Bombing: A Psychodynamic View. Journal of American Academy of Psychoanalysis: 34: 523-530
  • Rosenfeld, H. (1971). A clinical approach to the psychoanalytic theory of the life and death instinct: an investigation into the aggressive aspects of narcissism. In: The enigma of a suicide bomber: A Psychoanalytic Essay. London: Karnak
  • Varvin, S. (2002). Terrorist mindsets: destructive effects of victimization and humiliation. Psyke&Logos. 24, 196- 208
  • Varvin, S. (2003). Humiliation and the victim identity in conditions of political and violent conflict. Scandinavian Psychoanalytical Review: 28: 40 – 49
  • Volkan, S. (2003). Traumatized societies. In: Violence or Dialogue? Psychoanalyticall Insights on Terror and Terrorism. London: Karnak.

 
 
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