envy-1397775Por: Roxana Inclán
El presente trabajo pretende explorar la envidia como una expresión de la pulsión de muerte dentro de las relaciones de objeto, identificar a la envidia como un aspecto que se encuentra dentro del tratamiento psicoanalítico, así como la influencia de ésta en la reacción terapéutica negativa, fenómeno presente en el espacio analítico.
Retomando a autores como Otto Rank, citado en Freud (1937), y su propuesta acerca de la angustia del nacimiento, Klein (2012) fundamenta toda su teoría entorno a la angustia primaria como modelo de las angustias posteriores.
Recordemos que el bebé, desde recién nacido se encuentra impotente ante una indefensión, tanto biológica como psíquica. Freud alude que esto se debe a la gran cantidad de estímulos, necesidades internas y frustraciones a las cuales se tiene que enfrentar el bebé y de las cuales no es capaz de enfrentar por sí mismo, es decir, se enfrenta a un aumento de tensión o excitación (Freud, 1926). Por consiguiente, el bebé siente angustia de aniquilamiento, esto quiere decir que “la angustia debe considerarse como producto del estado de desamparo psíquico del lactante, que evidentemente constituye la contrapartida de su estado de desamparo biológico” (Laplanche, 1996).
Aunque Klein (2012) coincide con lo anterior, agrega que la angustia primaria surge de la agresión o bien, del instinto destructivo que es innato del ser humano, siendo así, que la elevación de la tensión de la cual habla Freud solo sirve para fortalecer dicho instinto sádico destructivo.
Klein (2012) habla de un anhelo del niño por regresar a esa unidad prenatal con la madre a partir del anhelo de un pecho inagotable y siempre dador de gratificación. Esta misma idea la podemos observar en Freud (1922), quien menciona que el bebé busca retornar a un estado de no necesidad y, por lo tanto, de completud. Del mismo modo este último, introduce la idea de que son dos pulsiones las que rigen la vida anímica del ser humano; una de ellas es la pulsión de vida cuya función es la de crear, unir y vincular; por otro lado, la pulsión de muerte tiene el objetivo de “transportar lo vivo al estado inorgánico”, es decir, regresar a un estado inanimado.
Posteriormente, Klein (2012) hace énfasis en el papel que tiene la primera relación de objeto del infante ya que ésta funge como prototipo de sus propios objetos internos y sus próximas relaciones, tal como sucede en el análisis a través de la transferencia en la cual se revive esta relación primaria.
Ahora bien, esta primera relación se da a partir de impulsos sádicos orales donde el infante percibe al pecho de la madre como una fuente de alimento y, por lo tanto lo percibe como un objeto con función creadora de vida. Como consecuencia de su desamparo y de estos impulsos sádicos orales, el bebé busca apoderarse de los contenidos de este pecho. Por otro lado, el bebé proyecta sus propios impulsos sádicos destructivos, en el pecho de la madre, por lo que “el peligro instintivo interno” como lo hace llamar Klein (2012), se convierte entonces en un peligro externo.
A razón de lo anterior, dentro de la primera posición esquizoparanoide que plantea Klein, el bebé escinde. Esto quiere decir, que, en esta posición, por un lado está el pecho bueno y gratificador del cual quiere adueñarse y posteriormente con el cual se identificaré el infante; por otro, el pecho malo agresivo que frustra, y del cual buscará protegerse a partir de ataques destructivos. Estos ataques dirigidos al objeto malo, provocan que el bebé esté a la espera de una venganza o retaliación aún mayor por parte de éste, al cual más tarde Klein relacionará con el estadio temprano del superyó (Klein, 2012).
Posteriormente, en la posición depresiva el bebé toma conciencia de sus propios impulsos destructivos. Del mismo modo, se percata que el pecho bueno y el malo son un mismo pecho y, por consecuencia, al haber atacado al objeto malo, también agredió al objeto bueno, ahora introyectado como objeto interno y considerado un objeto total. Esto haces surgir el sentimiento de culpa. Al descubrir que su objeto es alguien separado a él, se percata lo desamparado que está sin ese objeto total y se da cuenta de la dependencia que tiene hacia él. Por lo cual como última instancia adquiere así una necesidad para reparar, crear, conservar al objeto amado y adaptarse a la realidad (Segal, 2016).
De la lectura de Klein (2012), de lo anterior pueden advertirse diversos escenarios posibles: uno de ellos es que el bebé, ante estos descubrimientos niega la existencia de un objeto total y vuelve a escindir el objeto, rompiendo así con la oportunidad de vincularse de manera total con el objeto; otro posible escenario es que intente reparar al objeto de forma omnipotente y maniaca, creyendo que, si él fue capaz de destruirlo, él también es capaz de repararlo sin que aparezca el sentimiento de culpa o pérdida; un tercer escenario es que debido a que el objeto bueno que ha perdido es parte de su mundo interno, aparece en él la ansiedad de ser él mismo destructor de su mundo interno y siente que no hay esperanza de recuperarlo; y un escenario adicional es que al descubrir su dependencia aumente su deseo de poseer y proteger al objeto de su destructividad, del mismo modo en este escenario el infante acepta su propia vivencia de dolor, así como la aparición del sentimiento de culpa.
 
Envidia
Freud, citado en Laplanche & Pontalis (1996) introdujo el término de envidia del pene al referirse a la envidia que aparece cuando la niña descubre la diferencia de sexo y se da cuenta de la falta de pene. Debido a lo anterior, la niña se siente lastimada y se instala en ella el deseo de poseer un pene como el del varón. Más tarde esta envidia del pene se reprimirá y aparecerá en modalidades diversas tal como el deseo de poseer un hijo.
Klein, como es común en su teoría, plantea la envidia en un estadio más temprano y aclara que, si bien existe la envidia de pene, ésta tiene como antecedente una envidia primaria.
Esta envidia primaria surge ante la voracidad y la frustración de no haber sido satisfecho en la totalidad de sus necesidades. El bebé tiene la fantasía de que la madre, quien ésta llena de todo el alimento que él desea, fue quien lo privó de dichos contenidos con la intención de su propia gratificación. Debido a lo anterior, incrementa el sentimiento de odio y por tanto, busca, no solo apropiarse de esos contenidos, sino atacar a dicho objeto hasta destruirlo (Klein, 2012). Por lo tanto, Petot (2016) refiere que el pecho bueno termina siendo bueno y malo a la vez: por un lado es bueno porque es fuente inagotable de todo lo bueno y por ende deseable; y malo, debido a que guarda de manera egoísta todo para su propia satisfacción y genera frustraciones al infante.
Recordemos que en el estadio temprano del superyó, el infante fantasea con la idea de que los padres se gratifican mutuamente de manera continua. Esto ocasiona que los impulsos destructivos del infante no solo se dirijan contra la madre sino que comienzan a extenderse al padre o sustitutos de éste, ocasionando envidia, a partir de la idea de que es privado de las gratificaciones (Klein, 2012).
Es importante recalcar el papel que tiene la voracidad en este fenómeno de la envidia ya que su objetivo es introyectar los objetos y cualidades de éstos de manera agresiva y con un inagotable apetito. Debido a que los medios por los cuales logra satisfacer esa voracidad son destructivos, una vez que logra introyectar los objetos, aparece la fantasía que lo que recibió está dañado y lo va a destruir (Heinshelwood, 1989). Por lo tanto, cuando la envidia es acompañada con una gran voracidad, lo único que consigue introyectar el infante son objetos malos, dañados y persecutorios. El hecho de introyectar objetos malos a su vez aumenta su voracidad de apoderarse de más objetos buenos que mitiguen el estado interno, sin embargo, las consecuencias son las mismas.
Segal (2016) menciona, por tanto, que uno de los objetivos de la envidia es ser uno mismo tan bueno como el objeto, pero cuando se percata que esto es imposible, entonces el objetivo cambia y ahora desea arruinar lo bueno que posee el objeto para suprimir la fuente de envidia.
Ahora bien, Klein (2012) considera que la envidia es una expresión oral-sádica que proviene del instinto destructivo y, que al igual que éstos también tiene una “base constitucional”. Sin embargo, esto no quiere decir que todos podemos llegar a envidiar con la misma intensidad ni optemos por las mismas defensas para enfrentarla.
Bien decía Segal (2016) que si las gratificaciones y, por ende, los impulsos libidinales son más fuertes que el objeto malo y sus propios impulsos agresivos, es posible que el bebé se identifique con el objeto bueno, logre una integración del yo y del objeto más estable y, por consiguiente llegue a tolerar más el instinto de muerte, incluyendo la envidia misma. Esta idea no se aleja a la de Freud donde menciona que la pulsión de libido tiene la tarea de neutralizar la pulsión destructora (Freud, 1940).
Es conveniente señalar que Klein, citada en Petot (2016) menciona que el objeto no se limita al pecho como órgano. Para que predomine el pecho bueno, éste no solo debe brindar alimento y calor, sino también asegurar la contención de la angustia de persecución y de aniquilación, así como brindar el sostén necesario.
 
Reacción Terapéutica Negativa
Freud (1923) introduce en su artículo, El yo y el ello, el fenómeno de la reacción terapéutica negativa. Describe que existen pacientes que “reaccionan de manera trastornada frente a los progresos de la cura. Toda solución parcial, cuya consecuencia debiera ser una mejoría o una suspensión temporal de los síntomas, como de hecho lo es en otras personas, les provoca un refuerzo momentáneo de su padecer, empeoran en el curso del tratamiento, en vez de mejorar”. Posteriormente, en “Análisis terminable e interminable”, Freud (1937) menciona que la reacción terapéutica negativa apunta a la pulsión de agresión o destrucción derivada de la pulsión de muerte originaria.
Por otro lado, Abraham, citado en Etchegoyen (2014), hace hincapié en el papel que tienen tanto el narcisismo, la rivalidad competitiva y la envidia en el desarrollo de esta reacción, así como la relación que existe entre la reacción terapéutica negativa con el sadismo oral y, por ende se agregaría la voracidad. Siguiendo esta línea Melanie Klein, Joan Revière y Herbert Rosenfeld abordaron la reacción terapéutica negativa a partir de la teoría sobre la envidia y la de las relaciones de objeto.
En la reacción terapéutica negativa, aparece una respuesta paradójica, una persona que reconoce haber recibido un beneficio, responde negativamente y  empieza hacer críticas destructivas. En el caso de la envidia, aparece la misma reacción incomprensible, el paciente transforma al objeto bueno en un objeto malo sin ningún ataque sádico previo del infante, es decir, que el niño se siente frustrado y agredido sin antes haber atacado (Petot, 2016).
Como bien sabemos, en la transferencia se reviven las primeras relaciones de objeto del paciente, por lo que Klein (2012) propone que este empeoramiento en el análisis se debe a que el paciente envidia al analista por sus interpretaciones que son reflejo de su capacidad creadora, tal como envidia y odia al pecho bueno por su capacidad de dar vida y de nutrir. Es por esto que tiene la necesidad de atacarlo y destruirlo a partir de la fantasía de que empeorando él, la función creadora del trabajo analítico se vea comprometida. Es a partir de este ataque envidioso que el objeto, lleno de bondad, puede llegar a volverse persecutorio, característico de la posición esquizoparanoide. Aunado a lo anterior, el sujeto tiene la fantasía de que tanto el progreso como el triunfo, implican un conflicto demasiado grande ya que teme despertar la rivalidad de los demás, en este caso del analista, si progresa (Etchegoyen, 2014).
Joan Rivière, basado en la idea de Klein, plantea que la reacción terapéutica negativa está relacionada con la posición depresiva (Etchegoyen, 2014). Una vez atacada la función creadora del analista por la envidia generada, aparece un sentimiento de daño suscitado por ésta que genera una angustia y una confusión en cuanto a la bondad del objeto, lo cual tiene por efecto incrementar la voracidad y los impulsos destructivos (De Urtubey, 2003).
Esto quiere decir, que ante el daño ocasionado por los ataques envidiosos, el yo puede utilizar defensas de índole maniacas o más esquizoparanoides, para evitar tanto el sentimiento de culpa que pudiera generar su propia destructividad, tanto para negar su dependencia.
Algunas de las defensas que podemos observar en este fenómeno de la reacción terapéutica negativa son: la confusión, en la cual, al convertir un objeto bueno en malo se mitiga la culpa por el daño ocasionado al objeto primario, de ahí que la paciente se muestra dudoso con respecto a los beneficios del tratamiento; otra defensa es la huida desde el objeto de amor hacia otras personas admiradas, como en la paciente que menciona que sus amigos pueden ayudarla o que está interesada en buscar a otro especialista; una defensa adicional y la más observable es la desvalorización del objeto, pues no se puede envidiar algo que es despreciado, observado en comentarios como “esto no me está sirviendo, platicar lo puedo hacer con mis amigos”; y, por otro lado, la desvalorización del “Self” que permite desmentir la envidia y a la vez castigarse por ella; entre otras más (Hinshelwood, 1989).
Podemos observar que en la reacción terapéutica negativa participan en gran medida tanto la desvalorización del objeto como la del Self que se percibe con el empeoramiento del propio paciente, así como el reproche dirigido al analista ya sea implícito a través del empeoramiento o señalado por el paciente de manera explícita.
Se puede llegar a pensar a la reacción terapéutica negativa como una expresión de la envidia que ataca al objeto con el fin de dañar lo que uno quiere poseer de éste, sin embargo puede considerarse que esta reacción también puede funcionar mas bien como una defensa ante una envidia más intensa localizada en el sistema inconsciente del paciente, quien en aras del análisis que atenta contra la censura que la mantiene reprimida, se defiende mediante los mecanismos antes mencionados con el fin de no expresar esa envidia y destrucción, al menos no con esta intensidad que puede ser muy angustiante para él mismo.
Lo anterior podría pensarse en pacientes donde pudiera ser que atacan al análisis no solo como una expresión de la envidia sino como una defensa ante una envidia más intensa y destructiva que genera una gran angustia y que se mantiene profundamente reprimida, esto quiere decir que es preferible atacar antes de que se haga más consiente esta gran destructividad.
Retomando a Rivière (Etchegoyen, 2014) la reacción si bien se relaciona con la posición depresiva, opera más bien como una “forma de control para evitar la catástrofe de la posición depresiva” que se avecina con el propio análisis. Es decir, frente a la idea de haber dañado al objeto bueno, el sujeto busca a partir de defensas maniacas negar su propia destructividad, así como, la culpa por el objeto dañado y pérdida de éste.
Klein en algún momento describe un estadio maniaco-depresivo caracterizado por la oscilación del yo entre dos lugares: uno marcado por afectos depresivos propios de la posición depresiva, en donde surge la culpa y el sentimiento de haber perdido al objeto; y el otro, por un principio maniaco que niega lo anterior (Petot, 2016).
Esto hace pensar que los tonos y expresiones de la envidia podrían variar según la posición en la que se encuentre el sujeto y, que por tanto su propósito en la reacción terapéutica negativa difiere de paciente en paciente e incluso entre un momento y otro en un mismo paciente. En este sentido, derivado de la oscilación entre el estadio maniaco-depresivo antes mencionado, podría preguntarse si es que la razón por la cual el sujeto expresa la reacción terapéutica negativa, únicamente es utilizada como defensa propia ante la destrucción derivada de la envidia o, estando en una posición maniaca utilice la reacción terapéutica negativa como una forma de protegerse así mismo y negar la destrucción del objeto. Incluso, cabe preguntarse si existen casos donde dicha reacción se deba a una fase más depresiva donde aparezca como una defensa donde no solo se protege a sí mismo sino también al objeto, aun cuando esto sea de forma deficiente y paradójicamente “lo ataca para defenderlo de una agresión más destructiva”.
Por otro lado, Segal (2016) menciona que finalmente las defensas maniacas no logran aliviar la culpa subyacente, ni brindar una satisfacción plena duradera. Esto haría un poco más comprensible, sin llegar afirmar que son equiparables, lo que plantea Freud con respecto de la reacción terapéutica negativa y su relación con el sentimiento de culpa. Menciona que este fenómeno se debe a que “el superyó ha sabido más que el yo acerca del ello inconsciente {no sabido}” (Freud, 1923). Este superyó severo y sádico tiene la necesidad de hacer padecer al yo con la finalidad de imponerle un castigo. A mi parecer este ello inconsciente no sabido pudiera relacionarse con una envidia y destructividad más primitiva apegada al instinto de muerte por la cual tiene que penar el yo. Por tanto, “este superyó le dice al yo que no merece una buena interpretación” (Etchegoyen, 2014), es decir que no merece el bien que le dan.
 
Conclusiones
Detrás de la reacción terapéutica negativa interfieren una gran variedad de factores tales como la envidia, el instinto de muerte, el sentimiento de culpa, la necesidad de castigo, la necesidad de controlar al objeto y repararlo maniacamente, así como “el deseo de controlar la unión y liberarse para ser dependiente” (Etchegoyen, 2014) y que muchas veces podría confundirse con una transferencia negativa o una resistencia.
En relación con lo señalado en el presente ensayo, Freud, citado en Leplanche & Pontalis (1996) mencionaba que “la intervención de la agresividad es un rasgo particular del tratamiento psicoanalítico: « […] el enfermo, en el curso de otros tratamientos, evoca sólo transferencias afectuosas y amicales en favor de su curación […]. Por el contrario, en el psicoanálisis […] es preciso develar y utilizar para el análisis, volviéndolas conscientes, todas las nociones, incluidas las hostiles»“. Esto podría ser una de las razones por las cuales la gente no opta por acudir a psicoanálisis ya que es difícil para el ser humano aceptar su propia destructividad, por lo tanto algunas personas optan por otros tipos de tratamientos o, en su defecto, abandonan el tratamiento psicoanalítico tal como la paciente del presente ensayo.
Debemos recalcar que en muchas ocasiones, la falta de técnica puede confundirse con la reacción terapéutica negativa (de Uturbey, 2003). Entre las razones por las cuales pasa esto se señalan a continuación:

  • No se permite la asociación libre del paciente y por consiguiente no aparecen los elementos inconscientes que debieran manifestarse.
  • No hay una atención flotante y no se logra percibir estos elementos agresivos inconscientes del paciente.
  • No se interpreten, o al menos no en modo y tiempo adecuado, los impulsos agresivos del paciente. Entorpeciendo así la función de Reverie al no permitir que se metabolicen los impulsos destructivos de una forma menos angustiante.
  • No interpretar las reacciones de las interpretaciones brindadas al paciente como bien decía Avelino González citado en Cobar, & Gaitán (2011).
  • Negar los impulsos agresivos del paciente y contrariamente, se enaltezcan las cualidades libidinosas que puede generar incrementar el sentimiento de culpa del paciente por su propia agresión.
  • No analizar la transferencia del paciente.
  • No interpretar en transferencia.
  • No analizar la contra transferencia y terminar actuándola.
  • Interferencia de elementos propios de la personalidad del analista no analizados, tales como la omnipotencia al no aceptar las criticas que pudieran ser constructivas y negar las fallas, la misma envidia y agresión, el masoquismo y la negación de ciertos indicios que pudiera arrojar una reacción terapéutica negativa por miedo a fracasar.

De lo anterior se debe tener siempre presente la importancia de analizar la transferencia del paciente, la propia contratransferencia, el análisis propio y la supervisión.
 
Bibliografía

  • Cobar, A & Gaitán, A. (2011). Obras de Avelino González Fernández. Pionero del psicoanálisis en México. Sociedad Psicoanalítica de México. México.
  • de Uturbey, L., (2003) Sobre la reacción terapéutica negativa. Revista Uruguaya de psicoanálisis. Volumen 97. Páginas 9 – 28. Uruguay.
  • Etchegoyen, H (2014) Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires – Madrid. Amorrortu Ediciones.
  • Freud, S. (1920-1922) Sigmund Freud. Obras Completas. Más allá del principio de placer. Psicología de las masas y análisis del yo y otras obras. Vol. XVIII. Amorrortu editores. Argentina.
  • Freud, S. (1923-1925) Sigmund Freud. Obras Completas. El yo y el ello y otras obras. Vol. XIX. Amorrortu editores. Argentina.
  • Freud, S. (1925-1926) Sigmund Freud. Obras Completas. Presentación autobiográfica. Inhibición, síntoma y angustia ¿Pueden los legos ejercer el análisis? Vol. XX. Amorrortu editores. Argentina.
  • Freud, S. (1932-1936) Sigmund Freud. Obras Completas. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis y otras obras. Vol. XXII. Amorrortu editores. Argentina.
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  • Hinshelwood, R. (1989) Diccionario del pensamiento Kleiniano. Amorrortu ediciones. Argentina.
  • Klein, M. (2012) Obras Completas Melanie Klein. El psicoanálisis de niños 2. Ediciones Culturales Paidós. México.
  • Klein, M. (2012) Obras Completas Melanie Klein. Envidia y gratitud y otros trabajos 3. Ediciones Culturales Paidós. México.
  • Laplanche, J. & Pontalis, J. (1996) Diccionario de Psicoanálisis. Ediciones Culturales Paidós. Argentina.
  • Petot, J. (2016) Melanie Klein. El yo y el objeto bueno (1932-1960). Ediciones Culturales Paidós. México.
  • Segal, H. (2016) Introducción a la obra de Melanie Klein. Ediciones Culturales Paidós. México.

 
 
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