Encuadre
Autor: Lara Durand

El encuadre en psicoanálisis es un tema recurrente en congresos, conferencias y simposios en los que participamos los que hemos elegido este modus vivendi. Y al parecer no hemos logrado aún ponernos de acuerdo en una definición que satisfaga las distintas escuelas y corrientes psicoanalíticas. Y esto no es casual ya que el encuadre es parte medular de la práctica psicoanalítica y que cualquier reflexión en torno a este concepto implica una revisión del conjunto de la teoría psicoanalítica. Varias son las razones de tales desacuerdos.

En primer lugar es necesario señalar que el término encuadre nace en los años 40 y que nunca fue utilizado por Freud. Éste, al hablar del trabajo psicoanalítico, se limita a dar algunos consejos tendientes a garantizar la eficacia de las sesiones, y que a lo largo de sus investigaciones va descubriendo, precisando y recomendando varias “técnicas” y a señalar lo que no hay que hacer. De hecho, con cada nuevo paciente, con cada nueva experiencia, a veces de manera meramente casual, Freud va elaborando y reinventando un conjunto de técnicas coherentes que facilitan el trabajo psicoanalítico. Si bien la cuestión del método es un tema recurrente en la obra de Freud, nunca llega sin embargo a elaborar una teoría del método (o encuadre) psicoanalítico como parte integral del conjunto de sus teorizaciones. Empecemos viendo lo que este autor nos dice al respecto.

En Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico (1912) Freud recomienda la “atención flotante”, advierte sobre la toma de notas durante las sesiones, invita a dejar de lado todo afecto y comprensión humana,  a someterse a un proceso psicoanalítico, a no ser transparente sino más bien como un “espejo” frente al paciente ”mostrar sólo lo que le es mostrado”. Aconseja asimismo dejar de lado toda ambición pedagógica, y “precaución y reserva” para con la colaboración intelectual del analizado.

En un artículo de 1913, “Sobre la iniciación del tratamiento”, Freud aconseja asignarle una hora fija a cada paciente que será solo suya aunque no la utilice. Él prefería trabajar con cada paciente seis veces por semana aunque menciona que en casos “benignos” con tres veces a la semana es suficiente, esto es para que el paciente no pierda contacto y sea más constante y la vida no se interponga a la cura. En cuanto a la pregunta que usualmente hacen los pacientes acerca de la duración del tratamiento, Freud dice que no hay respuesta, lo que sí se le debe de informar al paciente antes de que tome la decisión de iniciar el proceso de cura es que es un tratamiento largo. Freud no cree que es conveniente pedirle al paciente un mínimo de tiempo; el paciente puede interrumpir su tratamiento cuando él quiera pero es necesario advertirle que esto no será para su beneficio. Lo que buscan todos los que se analizan es llegar a la cura lo más pronto posible y se puede lograr, sólo que de forma lenta debido a la atemporalidad de los procesos inconscientes, a la prohibición que debe imponerse el analista de guiar al paciente al tratar aspectos de su vida por separado porque “la neurosis de un ser humano posee los caracteres de un organismo; sus fenómenos parciales no son independientes unos de otros, pues se condicionan y suelen apoyarse recíprocamente; siempre se padece de una sola neurosis…” (Freud, 1913).

En cuanto a los honorarios del analista, Freud dice en este artículo que “el hombre de cultura trata los asuntos de dinero de idéntica manera que las cosas sexuales, con igual duplicidad, mojigatería e hipocresía” (Freud, 1913). Aconseja no dejar pasar largos periodos de tiempo para que el paciente pague ni dejar que el tratamiento sea demasiado barato ya que no sería significativo para el paciente. El analista puede cobrar caro pero puede decir que nunca ganará lo mismo que médicos con otras especialidades; y por lo mismo, puede negar la asistencia gratuita, ya que según su experiencia, un tratamiento gratuito resulta ser más importante para el analista que para el paciente y las resistencias se vuelven más grandes ya que no existen motivos para la cura. Para justificar lo que cobramos, Freud negocia diciendo que el hacer más productivo y saludable al paciente a la larga le va a ahorrar dinero. “No hay nada en la vida mas costoso que la enfermedad y… la estupidez” (Freud, 1913).

En cuanto al diván, cuyo origen se remonta a la hipnosis, Freud lo recomienda primero, porque no soportaba el hecho de que los pacientes lo vieran durante mucho tiempo, y segundo, porque mientras escuchaba, Freud, que se dejaba llevar por sus procesos inconscientes, no quería que sus pacientes lo vieran haciendo gestos o expresiones e interrumpieran así sus asociación libres. Por último nos señala que la reacción del paciente ante el uso del diván puede ser material de análisis.

En el escrito “¿En qué punto y con qué material se debe comenzar el tratamiento?” (Freud, 1913) Freud nos dice que es el paciente quien debe de elegir con qué quiere empezar. Freud les decía a sus pacientes, “Antes que yo pueda decirle algo, es preciso que haya averiguado mucho sobre usted; cuénteme, por favor, lo que sepa de usted mismo” (Freud, 1913). Freud nos aconseja no esperar ni propiciar un relato sistemático, y nos advierte que para evitar la contaminación del tratamiento, es importante que el análisis se quede entre él y el analista.

En lo que respecta a las interpretaciones, Freud propone que es necesario primero establecer una alianza terapéutica y nunca iniciar y formular  la interpretación antes de que el paciente este próximo a ésta.

En los años 20 tuvo varias divergencias sobre asuntos técnicos con sus contemporáneos que pretendían realizar algunos cambios, y al final de su vida llega hasta a cuestionarse seriamente sobre las posibilidades y futuro del psicoanálisis.

De alguna u otra manera Freud inventa, crea y recrea a lo largo de su experiencia psicoanalítica un marco que implícitamente aceptan el analista y el paciente, una serie de normas a las que se someten para que pueda tener lugar el trabajo psicoanalítico. Cualquier infracción de estas normas por parte del paciente es motivo de análisis, cualquier infracción por parte del psicoanalista deberá ser objeto de autoanalisis.

En este sentido podemos decir que, de acuerdo a Freud existen dos dimensiones de lo que hoy llamamos encuadre:

  1. El encuadre externo conformado por todos los dispositivos que impone el analista como por ejemplo el horario, la duración de las sesiones, la escenografía” (diván o frente a frente), los arreglos financieros, las excepciones (vacaciones, días feriados, etc.) , etc.
  2. El encuadre de orden psíquico, que podemos resumir en dos normas fundamentales:
  • La que somete al paciente a hablar asociando libremente y,
  • La que somete al analista a no satisfacer al paciente en sus deseos transferenciales.

En los años 40 algunos autores, entre los que destaca Winnicott, empezaron a utilizar el término encuadre y a tratar de definirlo. Este autor define el encuadre como “la suma de todos los detalles de la técnica”. Esta definición no sólo incluye los límites y el contrato, sino también la forma en que el analista actúa frente a los diferentes aspectos del tratamiento. Introduce el concepto de espacio transicional, un espacio intermedio entre lo subjetivo y lo objetivo, entre la realidad y la fantasía. Es en este espacio transicional donde el paciente puede por fin crear, ser epontáneo, jugar, un espacio en el que son dos los que vehiculizan un inconsciente. Un segundo aporte importante de Winnicott es el de la validez e importancia de la intervención.

Otro autor que se propone teorizar sobre el encuadre es Bleger quien considera que todo suceso psicoanalítico está compuesto por dos elementos:

1       Un elemento variable ligado a la dinámica individual del paciente, un proceso que se convierte en el objeto de análisis y de interpretación.

2       Un elemento constante, un “no proceso”.

De acuerdo a este autor el encuadre lo constituye el conjunto de elementos constantes que deben posibilitar el advenimiento del elemento variable, el desarrollo del proceso hacía una cura. En este sentido el encuadre es siempre algo implícito, del que no se habla, y que se hace visible a partir del momento que no se respeta, momento en el que se convierte a su vez parte del proceso y tiene que ser por tanto analizado. Y aunque muchas veces el material que surge de este rompimiento puede ser muy interesante para los fines interpretativos, no recomienda provocar esta ruptura. (Bleger, 1967).

Etchegoyen, en su libro, “Los Fundamentos de la Técnica Psicoanalítica” (1986), nos proporciona una síntesis de lo que Freud y otros autores entienden por encuadre y contrato, a parte de darnos su propia opinión. Para este autor el contrato se hace para definir las bases del tratamiento, tener claros los objetivos, las expectativas y las dificultades del tratamiento ya que invariablemente van a presentarse ambigüedades que se pueden analizar en base a lo establecido al inicio del tratamiento. Así mismo, es importante ser claro y conciso en el momento de formular el contrato y tomar en cuenta al paciente. No se expresa el contrato de la misma forma para un obsesivo que para un psicótico, sobre todo en lo referente a la regla fundamental.

Existen otras normas que no se deben de decir desde el principio, como el caso de los regalos, ya que puede ser material de trabajo y da pie a interpretaciones. En una ocasión, un paciente de Freud, Smiley Blanton, le comenta que ha estado ahorrando para comprar sus obras completas, Freud le regala una copia de sus libros y debido a esto, los sueños de Smiley se volvieron más oscuros por lo que Freud le interpretó que hubo un cambio en la transferencia y así se podía dar cuenta de las dificultades que producen los regalos en el análisis.

En el contrato también se incluye la terminación del análisis, donde si las dos partes no están de acuerdo, se habla de una interrupción de análisis.

De acuerdo con Etchegoyen, el analista sabe que el paciente no va a cumplir con el contrato ya que el contrato no se hace para ser cumplido, si no para ver cómo el paciente se comporta frente a él.

Las variables cambian continuamente pero el encuadre cambia lentamente y no en relación directa con el proceso, si no en base a normas generales, por ejemplo, Etchegoyen dice que no se deben de subir o bajar honorarios sólo por el material del paciente, si no por datos de la realidad, ya que si se modifica el setting por el material, deja de ser analizable. Laplanche y Etchegoyen piensan que “toda acción sobre el encuadre constituye un acting out del analista” (Etchegoyen, 1986).

El encuadre debe de ser firme pero también elástico, se debe de escuchar al paciente y tomar en cuenta sus deseos. “El proceso inspira el encuadre pero no lo debe determinar” (Etchegoyen, 1986).

La psicología del yo afirma que el proceso analítico es de naturaleza regresiva a lo que ayuda el setting. También afirman que Freud creó el encuadre para lograr la regresión del paciente y que el analista pueda controlarla. Piensan que el encuadre implica privación sensorial, frustración afectiva, limitación del mundo objetal y ambiente infantil ya que muchos creen que el encuadre infantiliza al paciente principalmente por el silencio del analista. Lacan, por ejemplo, acepta esto diciendo que con “la oferta (de hablar) ha creado la demanda”.

De acuerdo con Etchegoyen, la regresión en el proceso analítico no tiene que ver con el encuadre, si no con la enfermedad: “el paciente viene con su regresión, su enfermedad es la regresión” (Etchegoyen, 1986). El encuadre solo detecta y contiene la regresión. Por lo tanto, la regresión depende del grado de enfermedad y no del setting. Esto lo argumenta diciendo que a medida que avanza el análisis y se va resolviendo la neurosis de transferencia y disminuye la regresión pero el encuadre se mantiene constante. A parte de que así lo dijo Freud, el encuadre sirve para formar la alianza terapéutica. Según Etchegoyen, el encuadre no se creó para promover la regresión, si no al contrario, el encuadre es la respuesta a la neurosis de transferencia.

El encuadre es el marco donde se ubica el proceso y Freud lo hizo a partir del descubrimiento de la neurosis de transferencia para que el tratamiento se desarrolle de la mejor forma posible. Así mismo, el encuadre protege al paciente de lo que el paciente descubra del analista y de los errores de éste último, por eso el encuadre contiene al paciente.

Etchegoyen hace una distinción entre la técnica y el estilo, donde la técnica sale de los consejos que dio Freud, que ahora es una técnica universal y el estilo depende de cada analista. Smiley Blanton escribe sobre lo que le dijo Freud acerca de la técnica, “… en el asunto de los ensayos sobre la técnica siento que son completamente inadecuados. No creo que pueda proporcionar los métodos técnicos a través de artículos. Debe hacerse mediante una enseñanza personal. Por supuesto los principiantes probablemente necesitan algo para empezar. De otro modo, no tendríamos nada para seguir adelante. Pero siguen las orientaciones en forma consciente, pronto se encontrarán con problemas. Entonces, deben aprender a desarrollar su propia técnica” (Blanton, 1974).

Como podemos ver, cada autor, de acuerdo a sus teorías e interpretaciones de Freud, desarrolla su propia encuadre para que sea coherente con sus ideas, y esto complica mucho la posibilidad de una definición universal.

Bibliografía

  • Blanton, S. (1974) Diario de mi análisis con Freud. Buenos Aires: Ediciones Corregidor.
  • Bleger, J. (1967) Psicoanálisis del encuadre psicoanalítico. Revista de Psicoanálisis, vol. 24.
  • Etchegoyen, H. (1986) Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
  • Freud, S. (1913) Sobre la iniciación del tratamiento. (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis I). Obras completas tomo XII. Buenos Aires: Amorrortu Editores.