Por Concha Jiménez de la Cuesta, miembro de la SPM
Querido Roberto, te fuiste sin que me pudiera despedir como me hubiera gustado y sin que te pudiera decir lo importante que eres en mi vida.
Tengo muchas cosas muy significativas que agradecerte, y aunque de casi todas te di las gracias en el camino, quiero volver a enumerarlas.
Gracias a que mi tía Isabel te conoció, la vida de mi familia cambió: el trabajo que hiciste junto con ella, fue el principio de una larga historia en la que siempre estuviste presente y fuiste importante de diferentes maneras.
Influiste para que la salud mental de muchos familiares mejorara, o por lo menos no empeorara.
Gracias a ti mi mamá buscó su propio análisis y decidió formarse como analista, y por identificación le seguí los pasos, aceptando la invitación que constantemente me hacías para entrar a la formación desde que yo era adolescente.
Fuiste mi mentor, mi maestro, mi supervisor, mi jefe, mi colega; en algunas ocasiones también fuiste mi súper yo, como cuando me presionaste para recibirme de la maestría y terminé de escribir la tesis en dos semanas, y en otras mi paño de lágrimas, como cuando Alfonso se fue así, sin más.
Hace 18 años me invitaste a dar clases y fui tu feliz adjunta por un breve periodo, ya que después me impulsaste a ser la aterrada maestra que poco a poco ganó confianza en sí misma bajo tu tutela y me enamoré  de la docencia.
Estuviste presente en algunos de los eventos más dolorosos de mi vida, solidario y cercano me enseñaste, junto con Luisa, a poder acompañar en el dolor a los seres amados y a los pacientes.
Te agradezco todo lo que me enseñaste, te agradezco la confianza que siempre depositaste en mí, tu acompañamiento constante, pero sobre todo, el enorme cariño que siempre me demostraste.
¡Hasta siempre Roberto!”
 
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