El trabajo de la simbolización en el consultorio

Por: Cecilia Castilla

 

Uno de los elementos que caracteriza a la técnica psicoanalítica es que se trabaja por medio de la palabra, ya que a partir de ella es que comienza el análisis, ya sea cuando el paciente expresa su malestar y motivo de consulta, o cuando asocia libremente para después poder alcanzar un pensamiento reflexivo que relacione sus ideas con su inconsciente, y a su vez con su pasado y/o presente.

Pero ¿qué sucede cuando nos llega un paciente que está dominado en mayor medida por sus impulsos?, es decir bajo una compulsión de repetición que por inercia lo lleva a caer en la misma situación, sin tener alguna noción sobre el origen o las causas de sus malestares. Son aquellos pacientes que acuden a tratamiento porque se les ha recomendado o porque presentan dificultades para adaptarse y actuar de modo funcional en las distintas áreas de su vida, pero que no detectan el origen de su malestar.

Pareciera que son pacientes que al no identificar y nombrar sus síntomas y malestares, carecen de la capacidad de simbolizar que deriva del proceso de pensamiento secundario. Asimismo, tienden a conducirse y actuar sin registrar en su memoria los pensamientos y sin contactar o comprender el porqué de sus sensaciones.

Se trata de un cuerpo vacío, de una mentalidad paralizada que denota un psiquismo gobernado por el proceso de pensamiento primario, y que como tal, inscribe de manera primitiva las experiencias por medio de sensaciones que se quedan en la vacuidad, ya que no pasan a formar representaciones significativas.

Naturalmente solemos trabajar en la clínica con pacientes neuróticos con los que buscamos burlar al síntoma para romper la cadena de la compulsión de repetición y llevar los mecanismos defensivos a un nivel óptimo que permita el trabajo analítico; tal como por ejemplo suele suceder ante el discurso que presenta el paciente obsesivo, al cual buscamos quebrarle su coraza caracterológica relacionada con el control para poder llegar al punto ciego que permita mostrar las partes más vulnerables a trabajar. Del mismo modo que sucede con el discurso histérico cuando se confronta la “bella indiferencia” y/o se analizan los síntomas somáticos que de fondo encubren una verdad. Pero ¿cómo encarar al síntoma cuándo no se cuenta con la simbolización del mismo?, ¿o cuando ha sido desplazado a lo insignificante? (a lo no ligado), ¿cuál es el panorama ante la clínica de las psicopatologías relacionadas con “el vacío”?

Consideremos entre éstos pacientes los que Green (op. cit.) señala como aquellos que plantean nuevas demandas al psicoanálisis, como lo son: los pacientes con estados fronterizos, psicóticos, personalidades esquizoides, los trastornos de identidad, y las personalidades “como si”.

Como primer punto, es importante detallar lo que implica el proceso de la simbolización; en este sentido Roussillon (2013) explica que todo el tiempo hay representaciones sobre las experiencias, la diferencia entre las representaciones primarias y las secundarias, es que las primeras carecen de “simbolización”. Para que se pueda lograr el proceso de simbolizar es necesario que se construya una red asociativa interna en referencia a lo que se experimenta, lo cual a su vez, implica que se genere una representación interna de dicha vivencia. Es como tal un proceso de interiorización e introyección de estímulos y sensaciones que al ser configurados y asimilados, forman una inscripción psíquica.

Para Roussillon, una “representación psíquica” es una marca que implicó anteriormente un trabajo reflexivo de las percepciones; y que como tal, permite la “subjetivación”, por dotar al aparato psíquico de autonomía y funcionalidad. Simbolizar es juntar la percepción del medio que rodea, junto con el mundo interno, lo cual provoca una interpretación de la realidad, tanto externa como interna.

La consecuencia principal de que no se lleve a cabo el proceso, explica el autor, provoca que aparezca la dificultad para diferenciar el “yo”- con el “no yo”, o del yo con el objeto; lo cual explica los estados de confusión ya que el psiquismo tiende a verse atacado por las proyecciones e introyecciones, sin distinguir el origen y el destino de la pulsión.

De acuerdo a lo anterior, se puede comprender el por qué son sujetos que se ven atrapados en la compulsión de repetición, misma que perciben como un ataque exterior constante, pero que en realidad se suscita por la necesidad de descarga de las instancias psíquicas del individuo, aunque durante el proceso no sean reconocidas como tal. En este sentido, Roussillon (op. cit.) explica que se repiten experiencias que no fueron simbolizadas, y que por lo tanto, provocaron y continúan generando malestar, como por ejemplo sucede con los eventos traumáticos.

La repetición es un intento de reparación en el que se busca generar, a partir de esa experiencia, una sensación placentera, así como también es la búsqueda de la integración. Por ello, destaca Roussillon (op. cit.) que el lenguaje verbal es también un indicador de este proceso de traducción e integración psíquica, lo cual remite a la palabra plena, y no a la palabra vacía.

Ahora bien, para profundizar en cuanto al trabajo analítico con pacientes que presentan dificultades para simbolizar y elaborar, se tomará en cuenta aquellos a los que Betty Joseph (1977) considera como “pacientes de difícil acceso”, refiriéndose a aquellos que denotan en su funcionamiento mecanismos esquizoides en los que escinden su personalidad durante el tratamiento psicoanalítico, dejando entrever una imagen falsa de sí mismo que impide que se lleve a cabo un trabajo profundo, y que a su vez limita que la dupla terapéutica acceda al entendimiento psíquico del paciente; cabe señalar que dicho comportamiento es inconsciente, bajo la intención defensiva de proteger la parte “enferma” y/o “más vulnerable del yo”, ya que como lo aclara la psicoanalista, se trata de las partes más infantiles y necesitadas del self, que ameritan un mayor grado de dolor y sensibilidad para ser trabajadas analíticamente en el consultorio, debido a que el paciente no se encuentra preparado para hacerlas conscientes y elaborarlas.

Desde su formación psicoanalítica, respecto a la falta de simbolización, Green (op. cit.) habla de una desinvestidura de catexias que vincula con una depresión primaria, en la que surge una desinvestidura radical que tiene como objetivo generar un estado de vacío, de “no ser”, de desconexión. Cabe mencionar que esto genera que el analista se identifique con el vacío que le es transmitido, por lo que siente atacado su aparato mental.

En este sentido Green (op. cit.), toma el concepto de “psicosis blanca”, a la que considera como un núcleo psicótico caracterizado por “la inhibición de las funciones de representación”, que surgen como respuesta ante la sensación de persecución y también por la depresión derivada de la pérdida de objeto. Es por ello que el paciente se defiende mediante el ataque de los pensamientos, no sólo los suyos, sino los de quienes lo rodean.

Por otro lado, es importante destacar las características que ayudan a identificar la presencia de dicho fenómeno, al respecto B. Joseph (op.cit.) indica que los parámetros podrían ser: la sensación contratransferencial de superficialidad y vacío por parte del paciente en la relación analítica; además de, un estado de apatía y pasividad ante las interpretaciones del analista; la intensa utilización de la identificación proyectiva; y la vinculación con el analista como si fuese “un igual” o como si no estuviese presente.

Aunado a lo anterior, se recomienda que ante este tipo de circunstancias se trabaje con lo que el paciente ha proyectado y por ende, con lo que el analista ha vivenciado como identificación proyectiva; situación en la que el trabajo analítico debe apuntar a regresar al paciente, mediante interpretaciones, todo aquello que hasta el momento le ha sido intolerable y que ha re-vivenciado y re-presentado en la relación transferencial. También Joseph (op. cit.) sugiere ser tolerante y no caer en las provocaciones inconscientes del paciente, en las que busca mediante el “acting out”, el control del analista.

Es necesario hacer hincapié en lo que Joseph (op.cit) considera como el objetivo primordial ante este tipo de personalidades, que es encontrar la forma de establecer contacto con las partes más necesitadas y con las ansiedades primarias, en la que será necesario que el analista haga uso de su escucha, objetividad, astucia, creatividad y su flexibilidad para la óptima comprensión del mundo interno del analizado.

Por su parte, Green (op.cit.) propone también ampliar el estudio del análisis de la contratransferencia como herramienta para dar cabida a todo tipo de casos, en el que la elaboración imaginativa del analista será esencial para lograr dicho objetivo, así como también menciona “la función del encuadre analítico” como un primer organizador psíquico, por los efectos de la simbolización que de él se desencadenan.

Es indispensable que nos ajustemos a las demandas y necesidades que ameritan las psicopatologías mencionadas, por ello en un primer momento, el cambio debe ser del analista, no del analizado. Debido a que no habrá cambios significativos hasta que el analista pueda comprender el mundo interno del paciente, y por ello, en parte es necesario que el analista pueda pensar y comprender a través de su proceso primario, es decir, sentir con el paciente o entrar en las ensoñaciones que se presentan; ello sin perder su capacidad analítica, ya que será necesaria para procesar y/o digerir los contenidos desligados y no elaborados.

Para Green (op. cit.) todo dependerá de la sensibilidad del analista, de la mano se considera que será necesaria la plasticidad o la capacidad para permitirse sentir la desestructuración del paciente, pero sin perderse con el mismo, para después volver a armarse y establecer una base que permita la organización e integración.

Asimismo Green hace énfasis en que la forma en la que el analista perciba y comprenda el mundo interno del paciente, se verá influenciada por la manera en la que percibe su propio mundo interno, por lo que resulta esencial tener un óptimo trabajo analítico.

Cabe mencionar, que dentro del trabajo elaborativo que se presenta, el analista debe reaccionar, en un segundo momento, ante el vacío por medio de sus pensamientos, es decir que use el proceso de pensamiento secundario para procesar los contenidos del paciente, con lo cual no sólo salva su psiquismo, sino que ayuda a restructurar o movilizar la función pensante del paciente, ya que abre la posibilidad de que comience a cuestionarse y habilita la capacidad de simbolizar.

En este sentido, Green (op.cit.) recomienda no llenar abruptamente a los pacientes de pensamientos, ya que puede resultar contraproducente por ser visto como el objeto persecutorio, por lo que señala que el analista debe ofrecer al paciente “la imagen de la elaboración”, situándola desde los alcances que ofrece.

Green, cita a Bion, para explica que la meta principal en este tipo de análisis es el trabajar con el paciente mediante una operación doble: “que consista en dar un continente a sus contenidos y un contenido a su continente”.

A manera de conclusión se considera que ante el cambio de las patologías o de su configuración, sean necesarios nuevos planteamientos respecto a la intervención del analista con la finalidad de lograr adaptar las necesidades del paciente con las capacidades psíquicas que presente. En las que se sugiere comprender, en un primer momento, el porqué de la ausencia de la simbolización en el paciente, además de hacer uso de la contratransferencia, de la creatividad en la medida de sus posibilidades, y del planteamiento de un encuadre que brinde contención. Lo cual favorecerá el proceso en el que sus contenidos se puedan movilizar y pasen de la representación primaria a la simbolización, que a su vez, permitirá que el paciente comience a hacer suyos los pensamientos e identifique sus síntomas mediante una perspectiva reflexiva; aspectos que en conjunto favorecerán la integración en su psiquismo, y por ende, la subjetivación e identidad, además de llevarlos a contactar en mayor media con su realidad psíquica y externa.

 

Bibliografía:

  • Green, A. (1990). De locuras privadas. Buenos Aires: Amorrortu editores.
  • Joseph, B (1977). El paciente de difícil acceso. En “Prácticas Psicoanalíticas Comparadas en las Neurosis”. Buenos Aires, Editorial Paidós.
  • Roussillon, R. (2013). Las simbolizaciones primarias y secundarias. En Revista de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica de Madrid. España.

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