selfportrait-1542279Por: Paula Gaviria
“Cristiano Ronaldo (Real Madrid) gana €18,200,000 al año. Le llevaría 10 minutos para ganar lo que tú ganas a la semana. Con tu sueldo actual, te llevaría 1032 años para ganar (su) salario anual… Si hubieras comenzado a trabajar en el año 985 estarías cerca de conseguirlo.”
Este es tan solo una parte del resultado que obtuve al registrar mi salario anual en la calculadora de la BBC que te permite comparar cuanto ganas tú frente a los “grandes futbolistas”. Resultado que no solo me dejó completamente desanimada y pensando en que tengo que cambiar de trabajo o pedir un buen aumento para reducir esa cifra unos cientos de años, si no también me hizo revaluar por qué se les pagan estos sueldos exorbitantes a hombres que persiguen y patean un balón, y por qué nos parece normal de tal manera que lo permitimos y fomentamos como sociedad. Entiendo que no hay otro como Ronaldo o como Zinedine Zidane, yo misma soy una fanática del futbol (del Real Madrid por si queda duda) y reconozco su talento y desempeño en la cancha. Lo que no entiendo es el valor, tanto monetario como cualitativo, que les damos a estas figuras públicas como sociedad. ¿Qué representan para nosotros? y ¿Por qué los hemos idealizado al extremo de la glorificación?
 
Los futbolistas son solo algunos de estas celebridades que parecen estar glorificados hoy en día, los modelos, actores y cantantes también gozan de este estatus de fama y por ende de estos sueldos abismales. Pero lo preocupante aquí, creo yo, no es que ganen en cifras de 8 dígitos y en monedas de valores altos, si no que valoremos más su trabajo frente al de otros que prestan servicios o que se dedican a la investigación y el desarrollo de tecnologías y productos, ocupaciones que brindan algún beneficio a la sociedad. Esto, a mi parecer, habla mucho y no muy bien, del discurso de poder que rige actualmente y los constructos sociales que en él se insertan. Al mismo tiempo que nos permite comprender el efecto que este tiene sobre los individuos y el desarrollo de ciertas psicopatologías que predominan hoy en día, conocidas como “enfermedades del alma”. ¿Será una producto de la otra? En este ensayo más bien me voy a enfocar en explicar las mutaciones en las micro políticas de los cuerpos y los afectos que se han dado por los cambios que ha sufrido el sistema económico, político y social en el último siglo. Cómo es que esto influye en el surgimiento e incremento de estos trastornos narcisistas y cómo a su vez estos trastornos promueven que este sistema prolifere. Pues aunque sí son las patologías producto de la vida actual, estas no dejan de ser variantes contemporáneas de las carencias narcisistas propias de todos los tiempos (Luis Hornstein, 2000).
 
Un cambio en el paradigma
A principios del siglo XX ya estaba instaurado un firme sistema económico capitalista y un sistema social disciplinario cuyo discurso de poder marcó las diferencias entre las funciones y los roles de los individuos dependiendo de su sexo, clase y edad. Las relaciones de poder propias de esta sociedad se sostenían sobre la alienación y naturalización de las diferencias de sexo, genero, sexualidad e infancia/adultez, lo que permitía atribuirles tareas sociales diferentes que aparentaban obedecer a un imperativo natural (Jaime Cuenca, 2013). El disciplinamiento general de los cuerpos muestra resultados diferentes en función del género, se da la reclusión de los hombres en las fábricas y los cuarteles y a las mujeres se les confina en el espacio doméstico y se les asignan las tareas del hogar. Pero la distribución de roles y funciones respecto al sexo y el género no resulta suficiente para proteger los intereses del régimen capitalista, por lo que fue necesario construir también el concepto de la niñez como un nuevo criterio más claro de delimitación social.
 
Utilizando la biológica como base se establecen límites temporales precisos que delimitan la infancia, señalando la pubertad como su frontera indiscutible. El adulto reconoce que los niños a menudo incumplen las normas o “modales civilizados” que ellos ya han interioriorizado y dominado y “en cuanto infractores de las normas civilizadas, los niños son tan “otros” a los adultos burgueses como los “salvajes” de los pueblos colonizados….Esos “otros” que supuestamente no son capaces de interiorizar la disciplina “civilizada” se ven sometidos a vigilancia por quienes ya la han incorporado” (Cuenca, 2013). Este condicionamiento social de la infancia permite establecer una diferencia más entre las conductas disciplinadas e indisciplinadas respecto al código de prácticas determinadas por la sociedad capitalista burguesa. Código que fundamentaba las relaciones de poder que lo conformaban como un sistema patriarcal entre niños asexuados e inocentes y adultos reproductores y trabajadores, necesario para la obtención de capital. Había que educar a la próxima generación y garantizar que llegarían a una edad laboral adecuada, previniendo que procrearan antes de concluir sus estudios, antes de terminar la adolescencia.
 
El sistema económico, político y social capitalista de principios del siglo XX dependía de la alteridad[1], del reconocimiento de un otro al cual dominar. Esto se justificaba sobre una base biológica que interpretaba las diferencias como signos de unas figuras dispuestas en pares de oposición: mujeres y hombres, homosexuales y heterosexuales, adultos y niños, civilizados y salvajes (Cuenca, 2013). Ser designado como mujer, como niño, como negro o como adulto depende de la posición que tiene el individuo respecto al código de prácticas socialmente determinadas. Prácticas que buscan la coherencia e inteligibilidad de las cuerpos y esto se logra por medio de las prohibiciones y la vigilancia. En la sociedad de la disciplina la productividad depende del sujeto del “deber”, sometido a otro que le mande y le dicte cómo comportarse dependiendo de su categoría (Byung-Chul Han, 2012). Este “deber” en términos de productividad eventualmente se topa con su límite y es necesario sustituir el discurso del mandato por otro que promoviera la obtención de capital.
 
Es así como se pasa de la sociedad de la disciplina a la sociedad del rendimiento (Han, 2012), y se instaura lo que Jaime Cuencas (2013) denomina como el capitalismo seductivo:
 
La disciplina deja de ser condición suficiente para la acumulación de capital y, por tanto, el principal medio para el ejercicio del poder. Lo que se exige ahora a los cuerpos disciplinados es un máximo potencial de seducción. Cada consumidor debe ser él mismo una oferta atractiva en el mercado. Es este, entonces, un régimen seductivo del poder.
 
Surgiendo otro desplazamiento en el modo de concebir y experimentar la edad, sustituyendo la oposición binaria entre adultos y niños por la de adolescente y viejo. Esta oposición concibe a la edad como algo relativo a la actitud y no a la maduración biológica, como una condición maleable, una cuestión de disposición y esfuerzo. En nuestra sociedad la condición juvenil deviene central, como si en ella residiera la promesa de felicidad. Ya que para obtener éxito social es necesario parecer joven o tener un estilo de vida juvenil, su opuesto, la vejez, entonces se percibe como un estado de fracaso vital. Los roles de la edad ya no son asignados por códigos como en el régimen disciplinario, pues “ser joven hoy no significa pertenecer a ninguna fase de un proceso biológico, sino mostrarse capaz de seducir a los demás en un interacción social mediada por el consumo” (Cuencas, 2013). Esto es evidente en la ropa, tanto la señora de 50 como la niña de 3 años visten con jeans, playeras y tenis, igual que los adolescentes.
 
En el régimen seductivo los límites de la edad se vuelven difusos, poniendo a la adolescencia como norma de los cuerpos y los afectos. Lo que antes fue un periodo que delimitaba el final de la infancia y el principio de la vida adulta ahora parece ampliarse hacia abajo y hacia arriba en el ciclo vital, la edad se uniformó a imagen de la adolescencia (Cuencas, 2013). Lo mismo ha sucedido con el sexo y el género, que al ser consideradas en la actualidad como decisiones del individuo también se vuelven maleables. Al asumir un carácter subjetivo el sexo, el género y la edad ya no son ajenos a la voluntad de los individuos como solían serlo, ahora con los medios y dispositivos adecuados uno puede convertirse en el objeto de su deseo. Uno de los medios más efectivos y populares por lo mismo es la cirugía plástica. Que le permite a los individuos no sólo quitarse años al remover las marcas de la edad, o moldear su cuerpo para conseguir aquello que siente que carece o le sobra, pero que también le da la oportunidad a algunos de hacer un cambio de sexo. Pues como explica Cuencas:
 
“El mercado pone a disposición del consumidor todos los medios necesarios para su propia transformación…la fascinación por la mercancía evoluciona en la voluntad de transformarse a uno mismo en mercancía, de mimetizarse con los  contenidos inertes de la fantasmagoría…Convertirse en mercancía es un trabajo costoso y a tiempo completo.” (Cuencas, 2013).
 
El capitalismo seductivo promueve entonces una sociedad de rendimiento con la idea de que todo es posible pues todo es iniciativa y proyecto, cada quien se convierte en un empresario de sí mismo encargado de movilizar todos los recursos a su disposición para exhibir su exitosa capacidad de seducción. “Y la sensualidad es un capital que hay que aumentar. El cuerpo, con su valor de exposición, equivale a una mercancía.” (Han, 2012). Los propios consumidores son ahora los que se exhiben ante los demás, pero no como sujetos, si no como objetos sexuales, cargados de potencial de seducción. “Donde se juega el potencial de seducción…es en la sensación que se desprenda del modo en que unos signos cualesquiera se conjuguen entre sí…de su sintaxis (Cuencas, 2013)”. Estos signos respecto al cuerpo, los hábitos y los afectos los dictan las nuevas tendencias que aportan a los estilos de vida una supuesta novedad, no son más que potentes estímulos para el consumo. Los individuos se han vuelto curadores de su propia imagen, uniendo estos signos que son lo que usan, lo que comen, lo que consumen y con quien lo consumen. De tal forma que logran  a través de esta sintaxis vender una imagen. Hoy en día es normal oír el término “vegano”, “crossfittero” o “hipster”, pues cual sería el punto de esta sintaxis meticulosamente hecha si no hay otros que confirmen y cataloguen al otro como tal y lo tomen o “consuman” en la forma en que se promueve? Pero las modas y novedades hacen más que generar capital, la cultura actual del constante igualar eliminan la alteridad a favor de diferencias consumibles[2] (Han, 2012).
 
En nuestro deseo de asemejarnos a aquellas celebridades que aparentan personificar el ideal de la juventud perpetua,  igual que ellos conseguir el éxito, nos debemos ajustar a la ley sintáctica que rige el uso de los signos de “moda” (Cuencas, 2013). Pues para el sujeto de la sociedad del rendimiento lo más importante es el éxito, y este éxito únicamente lo puede medir en la valoración que los otros hacen de la exhibición correcta del mismo, los otros como espejos de la condición del uno, pues confirman en el otro lo que desean ver en uno mismo. “Observando las reacciones de los demás a la propia exhibición y corrigiéndola en consecuencia los usuarios se vigilan a sí mismos por persona interpuesta” (Cuencas, 2013). No es extraño que los medios sociales como Facebook e Instagram sean tan populares hoy en día, pues de forma instantánea podemos recibir esta valoración del otro por medio de un “like” y así reconocer nuestro atractivo.  Han (2012) considera que este es el motivo por el cual actualmente:
 
Vivimos en una sociedad que se hace cada vez más narcisista. La libido se invierte sobre todo en la propia subjetividad. El sujeto del amor propio emprende una delimitación negativa frente al otro, a favor de sí mismo. En cambio, el sujeto narcisista no puede fijar claramente sus límites. De esta forma, se diluye el límite entre él y el otro. El mundo se presenta solo como proyecciones de sí mismo. No es capaz de conocer al otro en su alteridad y de reconocerlo en esta alteridad. Solo hay significaciones allí donde él se reconoce a sí mismo de algún modo. Deambula por todas partes como una sombra de sí mismo, hasta que se ahoga en sí mismo.
 
Esta descripción del sujeto de la sociedad del rendimiento se parece a la que da Luis Hornstein (2000) en su libro sobre el narcisismo respecto a la perturbaciones narcisista que “se hacen notar como riesgo de fragmentación, pérdida de vitalidad, disminución del valor del yo. Una angustia difusa. Una depresión vacía”. Pareciera que esta auto-vigilancia que exige el régimen seductivo actual genera una relación consigo mismo exagerada, inclusive patológica. Por lo que no es inusual que en el discurso de una gran cantidad de personas podemos escuchar como “coexisten imagenes grandiosas del yo con una intensa necesidad de ser amados y admirados…. (pues) su vida se centra en la búsqueda de halagos…esperan gratificaciones narcisistas de los otros…hablando de sus propios intereses con una extensión y detalle que parecen inadecuados” (Hornstein, 2000).  Puesto que el capitalismo seductivo elimina por todas partes la alteridad para someterlo todo al consumo, ya que esta no es consumible (Han, 2012). Eliminado al otro como sujeto por medio de su codificación económica, convirtiendo al otro en un objeto consumible, en un objeto más que poseer, utilizar y desechar. Esto conduce a la erosión del otro, pues para que exista el otro es necesario una asimetría y una lejanía que nos permita reconocer la frontera entre el yo y el otro, la autonomía del objeto. Es lo que Cuenca (2013) define como “nuestra conversión en mercancía”.
 
Bleichmar: narcisismo y complejidad
 
Hugo Bleichmar propone un sistema narcisista interno para confrontar los trastornos narcisistas en el paradigma de la complejidad (Hornstein, 2000). Sistema constituido por cuatro variables: las representaciones valorativas del yo, el sistema de ideales, el sistema de ambiciones heroicas y la conciencia crítica. La interacción de estas variables afecta el balance narcisista, su reactivación y su variabilidad. A continuación explicare cada una de las variables y cómo estas se relacionan con el discurso de poder actual.
 
Las representaciones valorativas del yo. Abarcan el cuerpo, la mente, las cualidades morales, las habilidades instrumentales y relacionales. Cada persona utiliza recursos particulares para compensar las representaciones insatisfactorias: lo intelectual, lo relacionan y la representación corporal (Hornstein, 2000). En cuanto a la representación corporal pueden ser modificaciones a la imagen por medio de dietas, ejercicios u operaciones. Lo relacional se puede ver afectado por la medición del éxito y el reconocimiento de otros, cuantificable por medio de las redes sociales en el número de amigos que se tiene y de “me gusta” que se obtiene.
 
El sistema de ideales. Los valores que marcan qué es deseable y qué es condenable. En el régimen seductivo lo deseable sería estar en buena forma, ser atractivo, ingenioso o transparente, haciendo lo que sea necesario para asegurar el éxito y la aprobación por medio de la seducción. Aquello que es condenable resulta del fracaso de la exhibición fallida, de aquel culpable por no poder desarrollarse como proyecto, las figuras de la indisciplina representadas por el cuerpo inactivo (Cuenca, 2013).
 
El sistema de ambiciones heroicas. Los modelos de grandiosidad o figuras idealizadas con las cuales el sujeto aspira a identificarse. Estas pueden ser los mismos padres u otras figuras del entorno. Si se trata de una hipernarcisización primaria el sujeto estaría identificado con unos padres megalómanos que volcaron sobre él sus propios sentimientos de grandiosidad y excepcionalidad (Hornstein, 2000). Las celebridades también son figuras idealizadas en la actualidad, que encarnan en una imagen viva un deseo de identificación (Cuenca, 2013). Pues representan aquellos valores deseables que dicta el sistema de ideales, son atractivos, exitosos y cuentan con un altísimo potencial de seducción.
 
La conciencia crítica. Compara las representaciones del yo con el sistema de ideales y con el de las ambiciones. Se debe especificar su severidad, su grado de sadismo, así como su grado de autonomía o dependencia respecto de los juicios que los otros significativos o que el consenso realizan sobre el sujeto (Hornstein, 2000). El tú puedes de la sociedad de la productividad puede ser más sádico que el tú debes de la sociedad disciplinaria, pues al ser coacción propia no es posible ninguna resistencia contra sí mismo, no hay posibilidad de excusa o expiación pues no se puede culpar a un otro ni hacerlo responsable del fracaso. Con esto surge una crisis de culpa (Han, 2012). Esta conciencia crítica también se manifiesta en “la fantasmagoría seductiva que nos atormenta mostrándonos a nosotros mismos como seres carenciales…que es cada vez más irreal y nuestras carencias cada vez más numerosas” (Cuenca, 2013), haciéndonos conscientes de nuestras limitaciones al intentar parecernos a ese ideal que lo tiraniza.
 
La estabilidad-inestabilidad del balance narcisista no depende únicamente de la interrelación de estas cuatro variables, sino de las defensas que se utilicen para restablecer el equilibrio cuando se vea amenazado en algún momento de la vida, ya sea porque se sientan inferiores a sus padres, a otras figuras del entorno o ante cualquier situación que despierte en el individuo sus sentimientos de inferioridad, es en este momento que surge la dificultad o fracaso en el mantenimiento de la autoestima (Hornstein, 2000).
 
“Lo especifico del narcisismo, en la clínica, es el sistema de significaciones o perspectivas desde las cuales se organiza la captación de cualquier actividad, pensamiento, sentimiento o tipo de vínculo: todo es vivido en términos de valoración del sujeto, de su ubicación dentro de una escala comparativa de virtudes o defectos, de superioridad/inferioridad con respecto a modelos ideales o a personajes del entorno que los encaminaría.” (H. Bleichmar citado en Hornstein, 2000)
 
Tomando en cuenta el valor que le da Bleichmar al sentimiento de estima de sí en el desarrollo de las angustias narcisistas creo que es importante identificar como es que el sueño de una juventud eterna afecta la manera en la que nos percibimos a nosotros mismos y a los demás. Pues no solo nos parece normal pagarle en cifras de seis dígitos a modelos y futbolistas, si no que la manera en la que miramos al otro se ha distorsionado, se ha vuelto deficitaria. Al ver al otro no como un sujeto si no como un objeto al que poseer o aprehender, entonces ya no sería otro. “No se puede amar al otro despojado de su alteridad, solo se puede consumir. En ese sentido, el otro ya no es una persona, pues ha sido fragmentado en objetos sexuales parciales” (Han, 2012). Si el objeto externo, ya sea la madre o un sustituto de la figura materna, es incapaz por su propia patología de investir narcisísticamente al bebé, se requerirán constantemente suministros narcisistas externos pues no se lograra crear una ilusión de valor de sí-mismo (yo ideal). Un ideal del yo que inviste al yo (Hornstein, 2000). Esto no solo explicaría el aumento de los trastornos narcisistas en el consultorio, también explica una sensación de vacío psíquico general y una búsqueda del mismo tanto en la fantasía como en el pensamiento.
 
Creo que es necesario denunciar el sistema de ideales que rige el discurso de poder actual y evidenciar su callada eficacia. No solo para tener una mejor comprensión dinámica que nos guíe en el consultorio. Pero también para que como sociedad podamos recuperar la alteridad, la capacidad de experimentar y de mirar al otro como un otro, reconociendo sus límites. Evitando así que el otro desaparezca y terminemos por convertirnos todos en mercancía. Así como Ronaldo que parece representar el modelo de grandiosidad de nuestra sociedad, pues representa el ideal de la juventud, ya que tiene el cuerpo, el dinero y el estilo de vida que el régimen de la seducción ha promovido como el más deseable. Me parece que es por esto que los glorificamos, porque ellos parecen haber logrado el ideal al que el resto únicamente aspiramos.
 
 
Bibliografía
 

  • Cuenca J. (2013). Peter Pan Disecado Mutaciones políticas de la edad. Bilbao, España: Consonni.
  • Han, B. (2012). La agonía del Eros. (R. Gabás, Trad.) Barcelona, España: Herder Editorial.
  • Hornstein, L. (2000). Narcisismo: autoestima, identidad, alteridad. (R. Gabás, Trad.) Buenos Aires, Argentina: Editorial Paidós.

[1] Por alteridad me refiero a la condición o estado de ser otro. Lo que implica una relación de oposición entre el yo y el no-yo.  Por lo que se reconoce lo que es ajeno y por ende no nos pertenece si no que le pertenece al otro.
[2] La alteridad no es consumible, pues es aquello que le pertenece al otro a lo que no tenemos acceso, y al ser del otro, de ese no-yo, no podemos hacer uso de eso diferente. Pero al eliminar la oposición, aquellas diferencias biológicas y sociales por medio de la homogenización cultural lo único que queda es la diferencia en los objetos consumibles. Pues a través de las transformaciones sociales y biológicas pareciera que las personas eliminan la individualidad para poder pertenecer al ideal colectivo.
 
 
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