El niño hospitalizado
Autor:Ana Nava

Cualquiera que ha estado hospitalizado o ha sido intervenido quirúrgicamente sabe la cantidad de estrés, dolor y preocupación que causa, tanto en el paciente como en su familia, dicho acontecimiento. A decir verdad, seguramente son pocas las personas que pueden decir que no han tenido, al menos, una experiencia hasta cierto grado angustiante en un hospital. Y si nosotros como adultos tenemos  dificultades para entender qué exactamente es lo que esta pasando, es importante que nos preguntemos cómo lo vive un niño. Ser ingresado a un hospital por lo general representa un momento de crisis dentro de la familia. La vida hospitalaria no esta pensada para los familiares y tampoco para los pacientes, sino para satisfacer las necesidades médicas y de enfermería del equipo del hospital. Es decir, a los hospitales por lo general no les interesa ser un espacio ameno y contenedor tanto para familiares como pacientes, sino funcional, eficiente y eficaz.  Esto los convierte en un espacio agresivo, con mucho movimiento, un lenguaje médico poco accesible y horarios extraños.

Todos los factores antes expuestos y aunados a la separación de los padres durante la hospitalización de los niños son claros generadores de estrés. Por esto, es necesario plantearnos cómo responder mejor a la hospitalización de un niño. Consideremos que la enfermedad es parte básica de la condición humana, que debido a que estamos hablando de altos niveles de estrés  se puede pensar que la hospitalización puede ser experimentada, en los menores como un trauma. Y tercero,  el impacto que genera la hospitalización se puede aminorar informándonos y actuando de manera más adecuada.

Históricamente se ha intentado entender y explicar la percepción infantil de la hospitalización y enfermedad. Langford (1948), observa que en los niños hospitalizados existen regresiones a etapas emocionales anteriores. Es decir, si el niño ya había logrado por ejemplo, controlar esfínteres, puede ser que vuelva a tener “accidentes”, si ya no usaba chupón puede ser que lo vuelva a querer usar etc. Plantea además que la mayoría de los niños considera su enfermedad como un castigo por desobedecer las recomendaciones paternas, sobre todo los niños con una mala adaptación al lugar de convalecencia. Beverly (1936) estudia al 90% de los  niños internados en el Memorial Hospital de Chicago. Según estos niños, habían caído enfermos por ser malos. 18 de 21 con diabetes opinaban que era por “tomar demasiada azúcar”, y el 90% de los que estaban enfermos del corazón afirmaban estar malos “por correr demasiado”. Peters (1978) concluye, a partir de trabajos revisados, que la mayor parte de los niños enfermos de manera crónica o que han tenido que sufrir hospitalización, consideran su enfermedad como una forma de castigo por una acción debida a ellos, disminuyendo con la edad esta tendencia a la autoculpa. En cuanto a esta idea de culparse por parte de los niños es importante revisar que, mientras más pequeños, necesitan más explícitamente la capacidad contenedora y de explicación de sus cuidadores primarios para enfrentar la enfermedad. Es decir es probable que  padres con menor capacidad de contener, explicar  y reconfortar sean aquellos que tienen hijos más angustiados y culpándose a ellos mismos de la enfermedad.

Brodie (1974) Se propuso comprobar si los niños que no están sometidos a enfermedad alguna muestran las mismas ideas aparecidas en estudios anteriores, y si la experiencia de una enfermedad reciente altera de algún modo la percepción que tiene un niño de su enfermedad. Examinó 408 niños sanos, mediante una escala general sobre ansiedad y un cuestionario colectivo centrado en su percepción de los tres aspectos siguientes: la enfermedad como castigo, la reacción de sus padres ante ella como  incómoda y la enfermedad como algo perturbador en las relaciones con el colegio y sus compañeros. Los resultados señalaron que sólo se encuentra la enfermedad como castigo y como algo perturbador de sus vidas en aquellos sujetos con puntuaciones altas en una escala de ansiedad, con independencia de su edad.

El resto de los niños rechazó esas ideas, a diferencia de los datos encontrados en estudios de tipo clínico sobre el impacto emocional de la enfermedad. Es decir, que un sistema de apego y de desarrollo en el niño le permitirá afrontar cualquier evento angustioso de mejor manera. Digamos que a raíz de este estudio podemos asumir que, aunque el niño hospitalizado se encuentre en un momento de crisis que ha tenido un exitoso sistema de regularización de la ansiedad y la frustración, podrá afrontar este evento de mejor manera. Aunque quizá, sus padres se encuentren más desorganizados que de costumbre porque podríamos pensar que debía tener ya introyectada la capacidad de auto regularse, esto último en estricta relación con la edad. Es decir, si un bebe de meses es hospitalizado y ha tenido una madre suficientemente buena, será necesario que durante el momento de estrés la madre continúe funcionando como traductor de los estímulos al bebe. Si un niño de diez años es hospitalizado y ha tenido una madre suficientemente buena, entonces podremos pensar que tendrá ya la capacidad introyectada de permanecer más tranquilo y dar explicaciones más apegadas a la realidad, a diferencia de otros pacientes con cuidadores primarios deficientes.

En cuanto a para qué son los procedimientos médicos y qué hacen exactamente los doctores, Steward y Regalbuto (1975)  concluyen que los niños menores de 6 años piensan en categorías binarias y de modo egocéntrico, refiriendo todo objeto o proceso a sí mismos y en términos de lo que pueden percibir acudiendo por ende a explicaciones mágicas. A partir de esa edad, se relacionan las experiencias propias con las de otros, viendo aplicaciones más amplias y secuencias causales. Este pensamiento mágico y binario puede llevar a que los niños tengan fantasías de ser “vaciados” durante un procedimiento médico, generando angustias de castración y mutilación. Es por esto que las intervenciones médicas deben de ser explicadas a los niños paso a paso y de acuerdo con su edad, tranquilizando así estas fantasías y permitiendo que la realidad gane terreno. Por otro lado, Brewster (1982) estudia las ideas de los niños hospitalizados o con enfermedades crónicas y concluye tres estadios: el primero es entre los cinco y seis  años. Durante este,  se considera que el fin de la enfermedad y el del personal  es castigar al paciente por haber sido “malo”. Durante el segundo,  entre siete y diez años, los menores  creen que la intención del tratamiento es que mejore pero que los médicos y enfermeras sólo saben si siente dolor por su expresión de dolor, si llora, chilla o se queja. Es durante el tercero, a partir de los once años que los niños pueden inferir tanto la intención del procedimiento, como la empatía del personal que lo lleva a cabo. Es importante señalar que aunque cambie y madure la explicación que los niños le dan a su propia enfermedad, no implica que el dolor, la angustia y los miedos que causan los procedimientos y la hospitalización misma sean sentidos de manera distinta. Por un lado tenemos esta explicación al parecer muy racional y que se refiere a un sistema de creencias. Pero el sistema de apego y el emotivo no necesariamente están ligados a este plano explicativo. Es por esto que hay que tener  cuidado en encontrar una concordancia entre las explicaciones de los niños y la angustia y comportamiento que se generan dentro del hospital.

En cuanto a la capacidad de enfrentar la enfermedad por medio de mecanismos de defensa más sofisticados, podemos considerar el trabajo de Cristina del Barrio Martínez.  En  1990 hace un estudio amplio que implica muchos grados de comprensión de la enfermedad; así como qué la causa, porqué se causa, qué tipos hay, gravedad, curación y prevención entre otras.

Del Barrio propone que el criterio más frecuente en todas las edades, para considerar la gravedad de una enfermedad es el de sus consecuencias mortales, esgrimido por el 50% de los niños entrevistados. El grado de complicación de la enfermedad fue citado por el 23% de los casos. La duración de la enfermedad el 15%. Tomando en cuenta las distintas edades, capacidades y formas de comprensión de la enfermedad, podemos pensar que por lo general se presenta angustia de aniquilación y por lo tanto, activación de mecanismos de defensa primarios como la negación, proyección, escisión, etc.

Propone además que, a lo largo del desarrollo, se observa una elaboración creciente de las características generales del pensamiento del niño cuando intenta explicar cómo se desarrolla la enfermedad. Primero: se habla de un estado de confusión vs. distinción entre el yo y lo que no es el yo; después confusión vs. distinción entre lo externo y lo interno del yo. Poco a poco, los niños desarrollan la capacidad de entender la relación causa – efecto inmediata y estática vs. proceso secuencial. Y así, la explicación se va complejizado entendiendo a un agente único vs. interacción de factores. Se presenta la Magia/aleatoriedad vs. justificación biológica. Y así, empiezan a lograr incluir las anécdotas singulares vs. abstracción de casos particulares y después la dominancia de lo perceptivo vs. descripción del funcionamiento no perceptible.

Hasta lograr conocimientos aislados vs. coordinación de los conocimientos a partir de distintas fuetes y aplicación de los mismos en contextos diferentes al de origen. Concluye, que la evolución en las ideas sobre la enfermedad, su causa, curación y prevención, guarda una estrecha relación con el desarrollo cognitivo general del sujeto. La evolución de las características generales del pensamiento, descrita por Piaget y la escuela de ginebra, parece aplicarse a esta parcela del conocimiento biológico acerca de si mismo que es la enfermedad.  Es por esto que podemos argumentar la importancia de dar a los niños la información adecuada a su edad para bajar la angustia con respecto a la enfermedad, hospitalización y sobre todo, tranquilizar las fantasías que por lo general son muy sádicas y dar paso a la realidad.

No lograr integrar el dolor y angustia de un niño puede tener implicaciones importantes a futuro. Explica Lander en (1992) que  un dolor severo cambia las memorias en el niño sobre experiencias dolorosas previas, causando ansiedad y preocupación sobre las experiencias de posible dolor a futuro. Plantea que este tipo de expectativas pueden prevenir que el paciente se recupere emocionalmente de una experiencia de dolor. Por lo tanto, los niños hospitalizados y sus experiencias de dolor, miedo y angustia son un reto para el sistema de salud. Las posibles consecuencias  pueden ir desde dificultad para enfrentarse a momentos de enfermedad u hospitalización en el futuro.

Posibles consecuencias patológicas derivadas por una situación traumática. Síndrome de estrés post traumático. Depresión y trastornos de ansiedad, hasta poca tolerancia a la frustración.

En conclusión vemos que hay muchos estudios dirigidos a la comprensión de la enfermedad y a las posibles causas que entienden los niños. Pero poco se habla del trauma que de hecho es una hospitalización, de las angustias despertadas y de las consecuencias de las mismas. La visión de los niños respecto a su enfermedad es multifactorial, y por lo tanto, cada caso debe ser tratado con singularidad para poder evaluar los distintos componentes relacionados al caso. La hospitalización, es por lo general, un trauma y por lo tanto es importante afrontarlo como tal.

Bibliografía

  • Barrio Martínez, Cristina. La comprensión infantil de la enfermedad. Madrid: Anthropos, 1990.
  • Vollrath, Margarete E. et al. “Dyadic Personality Effects on Family Functioning in Parents of Newly Hospitalized Children” en Journal of the International Association for Relationship Research. 2010, vol. 17, pp. 27-40.
  • Kortesluoma, Riitta-Liisa et al. “Hospitalized Children Drawing their Pain: the Contents and Cognitive and Emotional Characteristics of Pain Drawings” en Journal of Child Health Care, 2008, vol. 12 (4), pp. 284-300.