El misterio de la mujer
Autor: Monserrat López
Dios decidió que el cuerpo fuera visible y el alma invisible. Y sometió el cuerpo, sobretodo el femenino, a la mirada. Y esa mirada fue inconforme, exigente, severa, también volátil, una mirada que ordena, altera, clasifica: mutila.
El cuerpo femenino se desnuda o se viste según los designios de la moda, las transformaciones culturales o las infinitas mutaciones del deseo.

“Saña” Margo Glantz.

 ¿Qué quiere la mujer?
Desde tiempos remotos, han existido múltiples leyendas, mitos y cuentos en donde la mujer figura como un ser misterioso y mortal. Por ejemplo, Ulises ordenó a su tripulación que lo ataran al mástil para escapar al peligro y fascinación de las sirenas. Se dice que cualquiera que resuelva el interesante enigma de la Esfinge pagara con su vida. En India, la diosa Kali baila sobre los cadáveres de hombres asesinados. El palacio de un cuento de hadas está adornado con la cabeza de todos los que han intentado resolver las adivinanzas de la princesa. Sansón, invencible contra todos los hombres, es despojado de su fuerza por Dalila que corta su cabellera. Salomé, mujer de gran belleza, bailó para su padrastro a cambio de la cabeza de Juan Bautista en una bandeja. Sacerdotes quemaban mujeres que tomaban por brujas debido al temor a ser obra del demonio.
Hoy en día, esto continúa de modo similar. Es común que a deportistas se les adjudique una mala racha debido a que inician una nueva relación con una mujer, por ejemplo, a la cantante Jessica Simpson se le adjudicó el mal desempeño de su entonces novio, Tony Romo, durante la temporada de Superbowl.
Recientemente se encontró en un equipo de fútbol europeo, que varios integrantes compartían a la misma amante. Esto generó fuertes resentimientos entre ellos y por lo tanto, un ambiente tenso. “Millones de euros, meses de entrenamiento, cientos de patrocinadores, etc., y una sola mujer pudo arruinar un equipo”, se escuchaba en las noticias deportivas.
Esto no sólo sucede en el deporte y espectáculos, muchas veces en la política se ha cuestionado si una mujer puede tomar el dominio de una nación. Alrededor de la mujer es común encontrar en literatura y cine, que se le rodea con un misterio que puede ser letal. Freud también habla de un horror (Abscheu) que experimenta el niño por el sexo femenino. “La gran pregunta sin respuesta a la cual yo mismo no he podido responder a pesar de mis treinta años de estudio del alma femenina es la siguiente: ¿Qué quiere la mujer?”, se pregunta Freud, asimilándola a un continente inexplorado.
Mariam Alizade, psiquiatra y psicoanalista, responde: ¿Quién pregunta? ¿El hombre, abocado a investigar, movido por la curiosidad y la pulsión de saber acerca del sexo opuesto? ¿O las propias mujeres, en una suerte de autocuestionamiento inducido? En el “sin respuesta” asoma tanto la idealización del misterio femenino como la popular incomprensión en ese vulgar: ¿quién entiende a las mujeres?, expresado con suficiencia e ironía.
Las respuestas más populares que varios autores hasta ahora han dado, son que la mujer:

  • Quiere ser amada (Freud 1933, Aulagnier 1966),
  • Quiere un pene (Freud 1905, 1924, 1925)
  • Quiere ser confirmada narcisísticamente (Grunberger, 1964)

El mito de Tiresias
Tiresias, antes de ser adivino, fue mujer. Al menos durante un cierto tiempo. Como consecuencia de haber separado dos serpientes que copulaban, vivió en un cuerpo de mujer.
Más tarde, atacando nuevamente a una pareja de serpientes vuelve a ser hombre. Su paso por la condición femenina le brindó la experiencia de los dos sexos.
Un día en el cual Zeus discutía con Hera, afirmaba que, durante el acto sexual, la mujer lograba mayor placer, mientras que Hera sostenía lo contrario, decidieron consultar a Tiresias, dado que era el único que había conocido las dos condiciones. A la pregunta que le fue planteada respondió que, si existían diez partes de placer, el hombre gozaba de una sola mientras que la mujer gozaba nueve veces. Hera reacciona con furia a dicha respuesta y convierte a Tiresias en ciego, mientras que Zeus, satisfecho con la respuesta lo hace adivino.
Es importante señalar que es muy paradójica la apasionada reacción de Hera. Es como si se hubiera revelado un secreto que no debía salir a la luz pública o que no satisface a la propia mujer.
 El secreto de la mujer
Nicole Loraux (1989) subraya que decididamente los secretos femeninos deben permanecer bien guardados. Los ojos enceguecidos del adivino muestran que no tiene más necesidad de ver… dado que sabe. Pero tuvo que pagar un pesado tributo por haber puesto en valor el goce femenino. ¿Acaso dicho goce debería permanecer silenciado?
Clásicamente lo femenino ha sido culturalmente más ligado al sufrimiento o a la belle indifférence histérica que al goce. Ya sean los dolores del parto, las reglas, la frigidez histérica o el masoquismo, llamado femenino.
Jaques Lacan menciona que la feminidad es una construcción. Sí existen mujeres pero no LA MUJER. Culturalmente se busca ser una mujer, no se es mujer.
Menciona que la mujer tiene tres caminos posibles:

  •  Inhibición: ser asexuada, vivir sin deseo (como una monja o ama de casa).
  • Complejo de masculinidad: aparenta que la castración no sucedió (no necesariamente se convierte en homosexual, el feminismo radical puede ser una muestra).
  • Feminidad: implica el complejo de Edipo, hay elección de objeto y se buscan sustitutos del padre al mismo tiempo que identificarse con la madre.

Lacan describe que el goce es el placer en el displacer (masoquismo), al que también llama objeto A. En todo caso, de ese goce el sujeto no puede darse cuenta, no lo puede expresar en palabras. Esto es porque no está limitado por el significante. En el varón, en la medida en que el goce fálico se reduzca al pene, obstaculiza el del resto del cuerpo. Es cierto que el pene es un órgano de goce tan primoroso que puede hacer obstáculo a que goce del resto del cuerpo, a diferencia de la mujer. Por eso, el hombre debe haber perdido cierto peso el goce del pene (movimiento de libidinización), para que pueda haber algún acceso al goce femenino.
 Miedo a la mujer
Pero se calma al fin el fogoso abismo; y negra al través de la blanca espuma se abre una boca sin fondo, que no parece sino que ha de conducir a la infernal morada, según se sumergen y se pierden en ella las impetuosas olas atraídas a ese fatal embudo que gira en perpetuo movimiento.

“El buzo”, Schiller. 

 Entonces la pregunta a “¿Qué quiere la mujer?”… ¿Está vigente?, ¿Es válida? ¿O es una pregunta masculina que habla de la imposibilidad de comprensión de un sexo por otro? Tal vez las nuevas preguntas serían: ¿asusta al hombre la sexualidad femenina? El mito de Tiresias según el cual la mujer goza nueve veces y el hombre una, ¿se corresponde con la realidad física de la posibilidad multiorgásmica femenina?
Acaso, las condiciones de la sexualidad masculina ligadas a la erección y su pérdida, ¿podrían condicionar el Donjuanismo masculino, el deseo de tener muchas mujeres que compensen un oculto sentimiento de inferioridad?
Según Karen Horney en El Miedo a la Mujer (1937), como vimos en los primero ejemplos, los hombres no se han cansado de idear expresiones de fuerza violenta que los atraen hacia a la mujer, y, juntamente con este anhelo, del miedo que ella le arrastre a la muerte y la perdición.
Es por eso que el hombre pugna por liberarse de su miedo a la mujer objetivándolo. Dice: “no es que yo le tenga miedo, es que es un ser maligno capaz de cualquier crimen (….) Es la personificación misma de lo siniestro”.
Horney tiene discrepancia con Freud, donde señala que la mujer posee impulsos de castración mientras que el hombre tiene un sentimiento de repugnancia creado por la ausencia de pene. Señala notar que muchas de sus pacientes durante la relación sexual tienen el deseo o fantasía de apropiarse del pene de su pareja y no dejarlo salir. En cambio, ella menciona que el hombre es el que muestra ansiedad por miedo a la vagina, levemente disfrazado de repugnancia. No en sí a la ausencia de pene.
En un experimento, la Dra. Baumeyer de Desdre jugando pelota con los niños de una guardería, les enseña que está rajada. Abre los bordes de la hendidura y mete adentro un dedo, que quedó sujeto por la pelota. De 28 niños varones, sólo 6 lo hicieron sin temor y a 8 no hubo manera de convencerlos. De 19 niñas, 9 metieron el dedo sin asomo de temor y las demás cierto recelo pero sin aprehensión grave.
Por lo tanto, Horney concluye que si el hombre adulto sigue considerando a la mujer como un gran misterio, la portadora de un secreto que él no puede adivinar, esta sensación suya sólo puede referirse, en última instancia, a una cosa: la maternidad.
Normalmente la madre es la cuidadora de los niños y la que prohíbe la masturbación desde que son pequeños. Sus impulsos destructivos hacia su madre generan una ley de Talión. La menstruación también puede estar relacionada con miedo a la castración.
La niña, la que recibe, teme que su vagina al ser tan pequeña para el pene del padre, sea destruida y desgarrada. El niño, el que da, teme que su pene sea demasiado pequeño para la vagina de la madre y por lo tanto ser insuficiente. Es decir, su ansiedad no es de castración sino la amenaza que se plantea su amor propio.
Por lo tanto, los varones retiran de la madre la libido y la ponen en su órgano genital. Su miedo es en realidad, miedo a penetrar con el pene la vagina de la mujer.
La ventaja para el hombre de este movimiento de libido, es que con eso logra apuntalar su amor propio masculino, que parece sentirse mucho más amenazado en su esencia misma por la admisión del miedo a las mujeres que del miedo a un hombre (al padre). El miedo al padre es más tangible y menos misterioso que a la mujer.
El deseo de ser mujer, que los niños manifiestan sin reparo, reacciona con ansiedad y miedo a la castración. Esto refuerza el narcisismo fálico y la vagina por lo tanto que ignorada, negada.
Esto nos lleva a preguntarnos: ¿qué desean los hombres? Freud lo dice, al principio de El Malestar en la Cultura: “poder, éxito y riqueza. Y desdeñan los verdaderos valores que la vida nos ofrece”. Es más fácil para el hombre objetivizar lo que quiere y obtenerlo. La mujer sólo tiene que estar. No importa si es frígida, puede tener relaciones, embarazarse y tener hijos. El hombre tiene que hacer, tiene que ser eficaz y fuerte: conquistar. Por eso las mujeres que son ambiciosas muchas veces tienen miedo de estar teniendo un “atributo masculino”.
Los hombres se defienden de su miedo a la pérdida de amor propio por medio de:

  •  No desear a una mujer que sea igual o superior.
  • Preferir prostitutas o mujeres fáciles.
  • Menospreciarlas para elevar amor propio.

Ernest Jones (1927) analiza 5 casos de homosexualidad femenina y comprueba que las mujeres tienen tan terribles temores por el porvenir que los hombres, a pesar de “ya estar castradas”. No es entonces la envidia de pene, sino la aphanisis. Esto es, la abolición de la sexualidad o separación en ambos sexos. Entonces, para Jones, la fase fálica no es natural en el desarrollo.
Según Jones la etapa fálica se divide en:

  •  Protofálica: el niño piensa que todo mundo tiene pene y la niña que todo mundo tiene vagina.
  • Deuterofálica: empiezan a dividir el mundo, no en “masculino” y “femenino” sino en “fálico” y “castrado”.

El niño en la deuterofálica va a sobreestimar el pene, retraer libido de relaciones objetales a narcisismo. En alguno varones adultos va a persistir la angustia y horror ante deseos femeninos, por eso van a negar la vagina.
Según Didier Anzieu en La Mujer sin Cualidad (1993), tal vez no es sólo la ausencia de pene sino la confusión entre ser y tener. Femenino y materno, permanecen desconocido por su pliegue interior es vinculado con la carencia y ausencia, y vista como el negativo del hombre.
Se le ve a la productividad materna con divinidad porque esconde por detrás un poder mortífero y misterioso en la mujer. Por eso: “las buenas madres son frígidas”. El deseo sólo existe por la ausencia de objeto, por lo negativo de la presencia, y provoca angustia por la incompletud narcisista. La mujer es representante de la incompletud del yo. Es el negativo.
El falo es en realidad un símbolo de privilegios otorgados a varones. El hombre se identifica con el padre fálico y en el pene que es un emblema institucionalizado. Lo oculta rechazando todo lo femenino, mientras que la mujer es la envidiosa y culpable sobre la que proyecta ese deseo y parte “femenina” no asumida.
Según Christian David (citado por Janine Chausseguet-Smurgel, 1928), introduciéndose en el “continente negro” de la feminidad, todo explorador sabe que puede extraviarse.
Al niño le da curiosidad saber qué relación existe entre la erección de su pene y la vagina. Reviste un valor particular porque la sexualidad femenina es un inicio forzoso de la curiosidad infantil, tanto en la niña como en el niño. Misterio que se resuelve difícilmente y no racionalmente sino como vivencia afectiva.
Se plantean los problemas acerca de la feminidad a través de datos de la clínica psicoanalítica masculina. Se concibe en toda la mitología a la mujer como un hombre fallido. Es imposible tener concepciones inferiorizantes o idealizantes acerca de la sexualidad femenina que no estén ligadas a perturbaciones neuróticas. Se le muestra menosprecio, por ejemplo a la menstruación, himen, amamantar, menopausia, etc., y al mismo tiempo se le idealiza, se glorifica al cuerpo femenino, a la gestación, la maternidad, etc.
Engels (1884) planeta que el motivo que nace desde que empieza el sedentarismo durante la época prehistórica, lo que económicamente hace más viable que sea el varón el que tome la mayoría de los cargos de poder. Antes había un intercambio polígamo en ambos sexos. Sin embargo, había dos diferencias biológicas evidentes. Las mujeres contaban con menor fortaleza física y tenían la capacidad de embarazarse.
Mariam Alizade (2004) menciona que el discurso latente enseña que la realidad de un sexo no implica la posición psíquica en ese mismo sexo. “Femenino” y “mujer no son ideas exactamente superponibles. En esta línea decía Leclaire que (1979, p.193):
“La experiencia psicoanalítica muestra hombres-mujeres, mujeres-hombres y la diferencia sexual, la llamada sexual, no tiene pues, nada de natural. Una de las principales metas del psicoanálisis estribaría en construir el concepto psicoanalítico de sexo… no se progresó mucho al respecto salvo con la teoría de la castración aunque sólo bosqueja un fantasma de hombre”.
“¿Qué quiere la mujer?” se convierte en una pregunta-síntoma de Freud y de la cultura. Según Alizade, lleva el sello de la propagación de una inquietud oscurantista que ubicó a las mujeres en un espacio bizarro. El enigma de la mujer, la nada de mujer, su sede cósmica de misterio, su trágico enigma, caminan la vertiente de una angustia sin nombre. Por lo tanto, el enigma femenino tiene un precursor en la pregunta iniciática: “¿de dónde vienen los niños?”.
 El embarazo

El lago sonriente invitaba a bañarse,

El niño dormía junto a la verde orilla;

Siente entonces un susurro

Dulce como la flauta,

Como de voces de ángeles

En el paraíso.

 

Y cuando él se despierta lleno de gozo,

Las aguas ondulan en torno a su pecho,

Y una voz le dice desde lo profundo:

“¡Querido niño, eres mío!”

Yo al hechizo que sueña,

Yo le arrastro al fondo.

 

“Canción del Pescador”, Guillermo Tell.

La creación, gran incógnita de los seres humanos, se materializó entre sangre, dolor y jadeos, en esos sorpresivos vientres portadores de hijos. La ambivalencia hizo su camino al sembrar de extremismos al cuerpo de la mujer, divino por un lado y devaluado por el otro. Lo femenino y lo maternal se conjugan sobre un cuerpo de mujer y hacen resaltar el lado enigmático de su representación.
Si a los hombres les tocó poseer una carne genital protuberante que se erigió mediante la cultura con un valor narcisista máximo, a las mujeres les tocó una carne genital interior, cóncava, escondida y sangrante. Lo invisible aunado a la cultura dominada por el sistema patriarcal, convirtieron, por momentos, a las mujeres en espíritus (ángeles y demonios), en seres extremos (vírgenes y prostitutas) y, por sobre todo, en encarnaciones de lo enigmático y seductor.
El objeto señuelo, el oscuro objeto del deseo, el continente negro, apuntan a una suerte de magia de la feminidad.
El Techo de Cristal
Las mujeres han vivido todos estos siglos como esposas, con el poder mágico y delicioso de reflejar la figura del hombre, el doble de su tamaño natural.

“Una Habitación Propia”, Virginia Woolf.

 El “techo de cristal” es un término sociológico creado junto con Mabel Burin. Es la superficie superior invisible en la carrera laboral de las mujeres, difícil de traspasar.  El sentimiento de culpa ha sido la gran herramienta disciplinadora de la cultura patriarcal respecto del despliegue de los deseos femeninos. Es patologizar las ambiciones de las mujeres.
Toril Moi (2002) ha escrito: “Es tiempo de renunciar a la fantasía de encontrar la clave del ‘enigma de la femineidad’. Las mujeres no son esfinges. No hay enigma alguno por resolver.” Quizás la mujer del tercer milenio quiera ser pensada por el psicoanálisis como persona en su totalidad, no en las márgenes del pensamiento como “lo distinto y enigmático” sino como un ser par en el complejo concierto humano.
 La mujer mexicana
Santiago Ramírez menciona que la ambivalencia padre español-madre indígena es formulada así: “El mestizo va a equiparar paulatinamente una serie de categorías: fuerza, masculinidad, capacidad de conquista, predominio social y filiación ajena al suelo, van a cargarse con fuerte signo masculino.  Debilidad, femineidad, sometimiento, devaluación social y fuerte raíz telúrica serán rasgos femeninos e indígenas”.
El varón mexicano tiene idealizada a la mujer en lo que se refiere a sus funciones biológicas y su capacidad de procrear; la propia idealización al encubrir montos importantes de agresión condiciona que el hombre se resista a aceptar los cambios de rol femeninos.
El hombre mexicano empieza a aceptar la colaboración económica de la mujer, pero aún lo vive como competencia y amenaza potencial, con intensidad diferente dependiendo de la patología individual, en la medida que se exacerban: la angustia de castración, fantasías de abandono, conflictiva anal vinculada con la necesidad de control, fantasías de someter–ser sometido, etc.
Según Avelino González (1980), México está en una época y zona geográfica en que ya están resquebrajando las corazas de un tipo de sociedad patriarcal pero todavía imperan los conceptos, valores y prejuicios.
No debe extrañarnos por lo tanto, que el hombre como varón mexicano tenga más conocimiento de la sexualidad masculina que de la femenina en cuanto a lo subjetivo se refiere.
 Conclusiones 

  • Es evidente que el misticismo es algo que rodea a la feminidad hasta la fecha, aunque aún no se sabe si su origen es ontológico o filogenético.
  • No sólo la feminidad despierta angustias de castración sino heridas narcisistas en el hombre que producen deseos de conquista.
  • No se puede dejar de lado el tema del misterio de la maternidad. Está directamente relacionado con el de la feminidad.
  • Vivimos en una sociedad falocéntrica que favorece el rechazo a lo femenino no sólo por parte del hombre, sino de la mujer misma.

 Bibliografía 

  • Horney, K. (1885-1952). Psicología femenina. México : Alianza, 1989.
  • Chasseguet-Smirgel, J. (1928). La Sexualidad femenina. Janine Chasseguet-Smirgel ; Chistian David … [et al.]. Madrid : Asociación Psicoanalítica de Madrid ; Biblioteca Nueva, 1999.
  • Anzieu, A. (1993) La mujer sin cualidad: resumen psicoanalítico de la feminidad. Madrid : Biblioteca Nueva.
  • REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 3, 2009, págs. 627-634. El divino goce. La posición femenina y los místicos. Juan Eduardo Teson.
  • REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 3, 2009, págs. 555-581. Mesa redonda: “Variaciones sobre el tema del amor y la sexualidad”. Claudia L. Borensztejn. Alcira Mariam Alizade, Leticia Glocer Fiorini, Lucía Martinto de Paschero Y Andrés Rascovsky
  • GRADIVA VOL. V, NO. 2, 1991-92. El estatus cambiante de la mujer en México: su lucha por identidad fuera del hogar. Dra. Rosalba Bueno de Osawa, Dr. Roberto Gaitán González, Dra. Amapola González Fernández. .
  • IMAGO AGENDA NO. 81, 2004., págs. El enigma de la mujer. Mariam Alizade.
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Imagen: Morguefile/AnitaPeppers