El mexicano, psicología de sus motivaciones

Santiago Ramírez

Editorial Debolsillo, 2014

ISBN: 9700518256

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Por: Eugenia Narro
Bajo la cotidianeidad, bajo el sistema continuo y repetitivo que se cumple por costumbre, bajo un esquema de tradiciones, encontramos un montaje de acciones, ritos, códigos, usos y costumbres puestas en práctica. Se ha conformado de esa manera a través del tiempo. Basta asomarse a diferentes lugares del planeta, para constar que allí, con la misma evidencia, se hacen las cosas de diferente forma, no se buscan explicaciones, no se hacen conscientes las diferencias en las que las distintas culturas van poniendo en orden el mundo en el que habitan a través de su seres (De Certeau, Giard, & Mayol, 1999).
Para Michel de Certeau y colaboradores, en su libro “La invención de lo cotidiano 2. Habitar, cocinar” un tema primordial para el desarrollo de las sociedades, además de la cuestión económica y social, corresponde a la historia natural que posee una sociedad, refiriéndose a aquello que le brinda la tierra por derecho, únicamente por habitar ese punto geográfico en específico: los vegetales, las especies animales, la naturaleza del suelo y las condiciones climáticas son ejemplos de ello.
A lo largo de la historia, sin ser conscientes, todas las sociedades han protegido lo que la tierra les ha brindado. Basta revisar la historia de cada país para darse cuenta de ello. En el transcurrir cotidiano, se suele ir olvidando el pasado que nos ha marcado como naciones.
El presente trabajo, intenta rescatar el pasado para entender el presente, específicamente la forma de ser del mexicano, determinada por su historia. Desde mi punto de vista, es difícil encontrar mejor análisis que el que hace Santiago Ramírez en su libro “El mexicano, psicología de sus motivaciones”, libro en el que me basaré para escribir el presente ensayo. El autor, es un reconocido psicoanalista mexicano, dedicado a escribir sobre la mexicanidad desde un punto de vista psicológico. En su libro, hace un interesantísimo análisis de la caracterología del mismo, pasando forzosamente por su historia. Así, surgen las siguientes preguntas: ¿Cuál es nuestra esencia como mexicanos? ¿Hay sólo una? ¿Qué nos define? ¿Cómo somos? ¿Cómo nos marcó nuestra infancia? ¿Cuál es la caracterología que nos distingue como pueblo?.
 
Antes de seguir, considero pertinente hacer un breve paréntesis con el objeto de recordar qué es el carácter desde el punto de vista psicoanalítico:
 
Reich (1967), en su libro “Análisis del carácter” define al carácter como la representación del modo específico de ser de un individuo, es decir, es una expresión de la totalidad de su pasado. A diferencia de un síntoma, que puede desarrollarse de manera repentina, cada rasgo individual de carácter requerirá de años para su formación. Aunque a decir de Reich (1967), para que se dé la formación de un síntoma de manera repentina, deberá de haber una base caracterológica de reacción neurótica.
 
Así pues, la forma de reacciones típicas que varían de carácter a carácter, están determinadas por las experiencias infantiles, tal como lo está el contenido de los síntomas o de las fantasías.
La coraza caracterológica tiene una función económica definida: por un lado protege contra los estímulos del mundo exterior y por la otra defiende los impulsos libidinales internos. En este sentido, la resistencia caracterológica, se expresa en los aspectos formales del comportamiento en general, en la manera de caminar, de hablar, en las formas de expresión facial y en las actitudes típicas como la sonrisa, la altanería, la burla, la cortesía, la agresión etc.
 
Durante el proceso analítico, el carácter del paciente se irá convirtiendo en una resistencia, ya que la vida cotidiana desempeñará la misma función que en el análisis: será un mecanismo de protección psíquica. Dicho lo anterior, las situaciones en análisis, en las que aparecen las resistencias caracterológicas, son la reproducción exacta de las situaciones en la infancia en las que ponían en movimiento la formación del mismo.
 
De este modo, el carácter posee, tanto una función defensiva, como una transferencia de las relaciones infantiles hacia el mundo exterior.
Tanto el carácter en la vida diaria, como la resistencia caracterológica en el análisis, tienen como función evitar el displacer, establecer y mantener un equilibrio psíquico y absorber energías reprimidas. Por lo anterior, el objetivo en sesión será disolver paulatinamente dichas resistencias caracterológicas para llegar al conflicto infantil central. Para Freud, siguiendo con Reich (1967), “determinados rasgos de carácter deben ser explicados históricamente, como derivados y continuaciones, socialmente condicionados, de los impulsos instintivos primitivos”. (Reich, 1967 p. 157-158)
 
La aclaración teórica anterior, tiene como finalidad poder entender no sólo la formación caracterológica de un individuo, sino la formación generalizada de la misma como sociedad. Para tal objeto, es indispensable tomar puntos generales de comportamiento, dejando por un momento de lado, la exploración individual. Lo cual es justamente lo que hace tan interesante el trabajo de Santiago Ramírez: siguiendo los principios propios del psicoanálisis tiene el atrevimiento de explicarnos las motivaciones y comportamiento propios del mexicano como sociedad.
 
Coincido con Santiago Ramírez, quien dictamina, que es de llamar la atención, con sus debidas excepciones, que psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas, han contribuido muy poco a la comprensión del tema en cuestión. En general son dichos estudiosos los que están más en contacto con las distintas formas de expresión del mexicano y sus manifestaciones inconscientes, pudiendo aportar información sumamente valiosa para su estudio.
 
Para Ramírez (1977), desde el punto de vista psicoanalítico, se considera al ser humano como una entidad biológica, que entra en contacto con un ambiente ante el cual su biología habrá de moldearse, expresarse, frustrarse o desarrollarse, de acuerdo con las condiciones que esa biología encuentra en el ambiente que la rodea. “Somos similares en tanto nuestra biología es parecida, y diferentes en tanto a las condiciones ambientales que hacen diferir nuestro destino del de nuestros congéneres” (Ramírez, p. 17).
 
El ser humano, sin importar en la cultura en la que se desarrolle, siempre nacerá con un grado de material instintivo el cual busca de manera constante satisfacer su demanda. Siempre se enfrentará a una cantidad de barreras y cuestiones de índole moral o social que se contraponen a dichas exigencias instintivas, ocasionando un bloqueo de las mismas.
 
Para el autor anteriormente mencionado, la necesidad posee distintas características, en donde siempre convergen la biología y la psicología. Una de ellas es la “necesidad básica” refiriéndose al hambre, la apetencia sexual etc. Por otro lado está la fuerza con la que un individuo es capaz de vencer obstáculos para lograr satisfacer su necesidad, obstáculos de orden social o moral como señalé anteriormente. Otra característica de la necesidad es su finalidad. Así, el aparato psíquico siempre se regirá por la ley del displacer-placer, por lo que la finalidad estará siempre dirigida a aliviar al aparato psíquico de la tensión. Y la última característica de la necesidad, será el objeto. Aquellas necesidades nutricias de afecto, calor, ternura, etc. que tiene el lactante y que el objeto será el encargado de proporcionarlas. Estas necesidades estarán ligadas al manejo de ideales, pautas y características del grupo familiar. Dichas necesidades podrán lograr su satisfacción en caso de que los ideales y la forma de ser de la madre, respondan adecuadamente a las exigencias instintivas del bebé, por el contrario, podrán verse frustradas cuando las necesidades del lactante estén en evidente oposición con los intereses, ideales y caracterología de su madre.
 
 
Existen conceptos básicos que el psicoanálisis ha llegado a postular, fuera de toda discusión, punto de vista con el que concuerdo plenamente. Entre ellos está el psiquismo inconsciente y la importancia de la infancia en el determinismo de las pautas de conducta. Esto debido, a diferencia de otras especies, a que el ser humano pasa por un periodo de dependencia prolongada. Otro concepto indiscutible es que, con el transcurso del tiempo, las pautas que fueron externas, se internalizan, generalmente para complacer al objeto exterior, se transforman en inconscientes pero siguen siendo operantes. De ese modo el objeto externo pasa a ser objeto interno, nunca dejando de buscar su complacencia.
De esta manera se define la conducta como una manera de establecer transacciones inconscientes con objetos que se han internalizado y que están operantes y activos. El último e indiscutible concepto que rescata el autor, es que el ser humano no puede considerarse una entidad independiente de su pasado, siempre estará determinado por él (Ramírez, 1977).
La última característica mencionada, se refiere a que toda relación que un sujeto establece, tiende a repetirse de manera compulsiva, es decir, tenderá a transferir en sus nuevas relaciones todas aquellas pautas que caracterizaban su relación primaria de objeto.
 
El psiquismo del ser humano, como se verá más adelante en la dinámica del mexicano, se podrá enfrentar de distintas formas al pasado, como puede ser: rebelándose a él, sometiéndose al mismo, intentando repáralo y modificarlo mediante los seres que dependen de él o por el contrario, reivindicando con ellos aquello que en su posición pasiva le fue negado por los objetos de los cuales dependía. Estas maneras de intentar resolver sus conflictos pasados, dependen de la configuración de cada individuo, sin dejar de lado las pautas y normas culturales en las que se desenvolvió.
 
Así, Ramírez (1977), comienza a entrar al tema en cuestión diciendo: “el mexicano se mueve en un terreno inhóspito, carente de seguridad; piso prestado, abonos que le brindan un anhelo de seguridad mensual con fraccionadores disolutos. Pero a pesar de todo, siente que su territorio es de él” (Ramírez, p.11).
 
Repetir para no recordar y recordar para no repetir es una frase muy común utilizada por los psicoanalistas, dicha frase tomará singular importancia a lo largo del trabajo. Para Santiago Ramírez (1977), es muy frecuente que la conducta de los pueblos obedezca a una serie sucesiva de repeticiones, en dichas repeticiones se expresa la historia en forma viva, actual y emotiva. Así mismo, considera que las configuraciones de una cultura son resultantes de fuerzas dinámicamente activas del pasado. Dicha postulación teórica se comprueba frecuentemente en el campo de la biología, la antropología y la sociología.
 
Resulta indispensable partir de nuestra infancia histórica como mexicanos para poder entender nuestra manera de ser como mexicanos, siempre partiendo de una historia que nos hace diferentes caracterológicamente al resto de las culturas en el mundo y que ha dado lugar a formas de expresión cultural únicas e irrepetibles.
 
Desde el México del siglo XVI, la población se limitaba a 2,400,000 habitantes (Iturnaga citado en Ramírez, 1977), desde ese entonces sabemos que la sociedad no era homogénea, había tensiones entre sus miembros por diferencias políticas, idiomáticas y militares. Existían juegos de fuerzas y conquistas militares para someter grupos y superponerse culturalmente a ellos.
El sometimiento creaba una situación ambivalente: se odiaba y admiraba simultáneamente al que sometía: al conquistador.
 
La marcadas diferencias sociales y jerárquicas entre las distintas clases sociales, principalmente entre el pueblo y la aristocracia militar y religiosa, eran tan extremas que constituían un conflicto constante.
Como punto central, es importante destacar que las motivaciones de las culturas Mesoamericanas tenían por objetivo metas espirituales y no materiales, las expresiones de estas culturas predominantes del siglo XVI eran principalmente agresivas.
 
A la llegada de los españoles, ya habían tensiones en la sociedad del mundo indígena y la imagen del español fue visualizada a decir de Santiago Ramírez (1977) de dos diferentes maneras: el grupo dominante indígena, vio una amenaza subjetiva en éstos. Consideraban que Quetzalcóatl surgía del oriente, los sentimientos de culpa tomaron cuerpo en el caballo y en el fuego de los conquistadores. En cambio, la clase social sometida, vio en los españoles la esperanza que habría de liberarlos de su dependencia. Esos dos factores fueron intuitivamente captados por los conquistadores.
 
 
Dicho lo anterior, el autor atribuye la posibilidad de la conquista a la propia estructura indígena más que a la fuerza militar y estratégica de los españoles: la imagen mágica y sobrenatural que el mundo indígena proyectó en los conquistadores posibilitó el sometimiento.
En ese momento se enfrentaban dos mundos, por un lado el español realista y aventurero del siglo XVI y por otra el mítico y mágico indígena. Los intereses eran muy claros, el primero enfocado en aspectos puramente materiales, el segundo enfocado en aspectos espirituales.
 
No fueron los españoles más poderosos precisamente los que pisaron el pueblo indígena, lo eran los españoles “segundones” que buscaban obtener un puesto que en su país les había sido negado. Así, estos personajes venían frustrados y anhelantes de obtener más y más “su deseo de posesión tiene el tamaño de sus limitaciones en la tierra de origen” (Ramírez, 1977, p. 39). De ésta última frase, se originó gran parte de la psicodinamia del futuro de México, resultado de la fusión de dos mundos con diferentes características, cualidades, necesidades y carencias.
 
Sánchez Albornoz, citado en Ramírez (1977) sintetiza la actitud hispánica con una sola frase: “España vino a las Indias con espíritu de cruzada y de rapiña, con la cruz en lo alto y la bolsa vacía, con codicia de riquezas y de almas y con la civilización y libertad occidental habrían de crear el mundo de hoy, en la punta de las espadas y las lanzas” (Ramírez, pp. 39-40).
 
Ya fue tarde cuando los nativos se dieron cuenta, que el conquistador no era el hermano que iba a liberarlos del padre cruel y agresivo que los sometía y tiranizaba en su contexto ya conocido, simplemente habían sustituido a un padre por otro. Eso sí, con formas novedosas y diferentes de sometimiento.
 
Aquel evento trajo consigo los cambios más drásticos y trascendentales para la cultura que habitaba el territorio desde antes de que llegaran los colonizadores, sus creencias fueron suprimidas, el mundo de sus valores quedó destruido, sus objetos primitivos y la relación con ellos también lo fueron. No hubo conciliación por parte de los españoles, simplemente no había cabida para eso.
 
Como paréntesis cabe destacar que a pesar de eso, siempre existió un intento por parte de las culturas indígenas por mantener a sus dioses por medio del sincretismo, lograron aplacar al conquistador dejando un poco de lo suyo.
 
La artista plástica Betsabeé Romero, plasmó de una manera muy interesante lo anteriormente señalado en su exposición temporal “ídolos frente a los altares” en el museo Diego Rivera Anahuacalli, en donde modificó algunas piezas de la colección del propio museo, añadiendo halos en los vestigios prehispánicos para ejemplificar a los dioses que se escondían detrás de las figuras cristianas, sin embargo, la propuesta de la artista fue poner en primer plano los dioses antiguos y a las deidades colonizadoras en segundo. Es interesante la propuesta, pues rescata un sentimiento de dolor propio del mexicano e invita a fantasear con la posibilidad de otros destinos para el país.
 
Continuando con la propuesta de Santiago Ramírez, esa mezcla cultural, dejó como herencia un número importante de castas, que como herencia, han ido marcando la constitución de lo que es ser mexicano. Sin embargo son sólo tres los principales grupos sociales heredados: el indígena, quien tuvo que renunciar drásticamente a sus antiguas formas de expresión, sin embargo permaneció homogéneo y unido como defensa ante un mundo en condiciones adversas para él. El hijo de indígenas por cuestiones monetarias tuvo que establecer identificaciones tempranas con su padre, a pesar de sus formas de civilización, la madre no era un objeto devaluado.
Así mismo, el indígena, tras la conquista, sufrió tal trauma que las posibilidades de lucha se vieron anuladas. Y como resultado se gestó una gran desconfianza de todo aquello que representa las demás castas.
Así, su manera de ser se caracteriza por el aislamiento como defensa (Ramírez, 1977).
 
Como segunda casta, se hablará del mestizo, resultado, en prácticamente la mayoría de los casos, de la mezcla de varones españoles con mujeres indígenas. De lo anterior, resultó una transculturación importante para la nueva forma de sociedad: las mujeres no estaban listas para desenvolverse en esa nueva forma de vida, se vivía en el fondo como una traición a su cultura original y el producto de ello eran individuos alejados del origen cultural materno y limitados por el mundo paterno, los estigmas de abandono y desprotección estaban presentes. Asimismo la valorización que hizo el hombre español de la mujer indígena no fue positiva.
La mujer se conformó en la cultura como objeto de conquista y posesión violenta, si bien, satisface las necesidades sexuales, siempre es en condiciones desvalorizadas. Dicho sentimiento de superioridad ante la mujer ha matizado muchos aspectos estructurales del matrimonio mexicano. Lo anterior no quiere decir que no hubiera un sentimiento de superioridad del varón en las culturas prehispánicas, pero sin duda era diferente, más aún con las nuevas y contrastantes relaciones entre matrimonios mestizos y criollos en esa época.
Los españoles destacaban una valía superior en las mujeres peninsulares, las solicitaban y esperaban con el mismo anhelo con el que esperaban el vino o el aceite de oliva que venía de su tierra; en ellas proyectaban todos aquellos sentimientos tiernos e idealizados.
De este modo, el mestizo representaba dos polos: por un lado, la fuerza, masculinidad y predominio social, por el otro, debilidad, feminidad, sometimiento y devaluación social.
 
Siguiendo con las características del mestizaje, los contactos emocionales del padre con la madre y con el hijo, fueron mínimos. Casi siempre acompañado de violencia “en la forma o en el modo” ( Ramírez, p.60). Al español, se le debían todo tipo de consideraciones sin que él las tuviera con el medio que lo rodeaba.
 
Frecuentemente, los padres en esos casos, se embriagaban y abandonaban el hogar. La mujer de una manera pasiva y abnegada, aceptaba la situación. Cuando se llegaba a establecer un vínculo del padre con su familia, a decir del autor, fue más por culpa que por cariño. Entonces, la imagen que el niño mestizo se formó de su familia fue muy peculiar: un padre ausente que continuamente le negaba las identificaciones con él. Ya no pertenecía a un mundo indígena que le posibilitara obtener identificaciones primarias y tampoco le daba cabida a un mundo criollo, aspirado por él. Así que internamente se rebelaba ante un mundo indígena que lo privó de sus anhelos y por otra estaba cargado de hostilidad hacia un padre violento y extranjero. De grande, destinado a seguir con su esposa la misma pauta de superioridad, aun cuando esta sea mestiza como él (Ramírez, 1977).
 
Se habla en pasado, pero la herencia de la forma sigue estando vigente aun en nuestros días, con algunas modificaciones propias del pasar histórico.
 
Pareciera paradójico, los intentos compulsivos del mestizo por seguir aquellas identificaciones tan pobres, adoptando y transformándose en características machistas. “El machismo del mexicano, no es en el fondo sino la inseguridad de la propia masculinidad; el barroquismo de la virilidad” (Ramírez p.62).
 
El contacto con la mujer estuvo en miras de afirmar la superioridad del hombre. Esta caracterología también distingue al mexicano de nuestro siglo, permeando en las diferentes clases sociales.
 
La actitud del macho mexicano es equiparable al comportamiento del adolescente, el cual está cargado de ansiedad principalmente en la esfera sexual y se expresa en formas como “vieja el último” “dame a tu hermana” etc. Lo anterior es una manera de ocultar de cualquier forma los aspectos femeninos de la personalidad, que no están neutralizados por las identificaciones masculinas óptimas, así lo femenino, se vuelve una identificación temida. En contraste, como manera de sacar la hostilidad del mestizo hacia el padre anhelado, surgen expresiones como “gachupín” o “gringo”.
El resultado de la mezcla de español con indígena, resultó en un comportamiento por adoptar las modas del primero, aunque “mestizándolas” y siempre dándoles un toque nuevo y original brindado por su parte indígena. Expresando de ese modo la ambivalencia hacia sus figuras (Ramírez, 1977).
 
De esta manera el mestizo reivindica siempre con respecto a su origen. Esta reivindicación, a decir de Santiago Ramírez será siempre el motor de su conducta: “se encuentra arraigado a su tierra, pero reivindica de ella…” “… se sabe indio pero reniega de ello” (Ramírez, p.64) con frases como “indio pata rajada” o “pinche indio”. Se queda con la parte española valorada, pero también reclama eso: “mueran los gachupines”. De esa manera coloca sus objetos malos en el exterior para no sentirse destruido.
Se muestra así, en conflicto, angustia y tensión constante con su historia. Sin embargo, a decir del autor, la angustia es el principal motor para mover al ser humano y su cultura, lo cual dará como resultado contrastante una valiosa expresión de sí. Manifestada como punto positivo en la gran creatividad y cultura que caracteriza al mexicano.
 
En cuanto a la mujer indígena, madre del mestizo, tuvo que renunciar a su estilo de vida y costumbres. Además, al no sentirse realizada en su papel de compañera o pareja, su maternidad se intensificó para repararse a través de sus hijos. Por ende, el vínculo del niño con su madre durante sus primeros meses de vida será muy fuerte, sin embargo tenderá a negarse para no poner en duda su identidad masculina. Para Ramírez (1977), la identificación con el agresor, ha motivado históricamente al mexicano. Sin embargo, ante cualquier frustración, regresa al vínculo primitivo buscando un sustituto en el alcohol.
 
Como se ha visto, el análisis que se hace se centra principalmente en el hombre, la mujer es constantemente puesta en segundo término incluso por el autor. Esto es reflejo de una sociedad de hombres en el que la participación de la mujer existe en función de explicar al hombre, tal como lo hace Freud también en su teoría. A la mujer, se le permite expresarse sólo a través de sus hijos.
 
Por último, hablamos de la casta criolla; quienes “importaban” a las mujeres de su tierra y tenían familias puramente españolas en tierra indígena. Pronto comenzaron dichas mujeres a pedir el apoyo de mujeres indígenas para el cuidado del hogar y de los hijos, las llamaban nanas o madres en otomí. Así, el niño criollo también creció con dos objetos: uno, el valorizado pero distante y el otro el desvalorizado pero quien brindaba seguridad, calor y afecto. He aquí, siguiendo a Santiago Ramírez, la situación contradictoria del niño criollo. La cultura despreciaba a quien alimentaba sus necesidades primarias. Sumado a que sus padres sobrevaloraban una tierra con la cual el infante no tuvo contacto.
 
En esta misma línea Ramírez (1977) señala: “las necesidades de magnificencia del segundón (refiriéndose al colonizador), crearon un estilo arquitectónico señorial y ostentoso; rápidamente la ciudad fue una expresión fenomenológica de las instancias psíquicas de la época orientadas en esa dirección” (Ramírez, p.54). De este modo, el español, adquirió grandiosidad, necesitando afirmarlo en su comportamiento de “nuevo rico”. Para el autor, la característica principal del criollo es la necesidad de reparar; reparar aquello de lo que careció y reparar la cultura de la que procede.
 
Lo indígena, que era lo devaluado a los ojos del español, trató de ser borrado, los antiguos nombres, fueron sustituidos por la “nueva”: la nueva España por ejemplo, y los nombres indígenas si lograron un lugar, fue como apellidos maternos: San Andrés Tetepilco, Santiago Tianguistengo. Renovar y reparar.
 
Ahora, nos encontramos con un punto que comparten ambos productos, tanto mestizos como criollos, la representación que tienen de la mujer como un objeto desvalorizado y que en ambos casos fue el objeto que les brindó las necesidades de amor, seguridad y afecto. Sin embargo, el destino de ambos fue muy distinto, el criollo tenía un padre orgulloso de él, lo cual le permitió mantener una semejanza con su objeto, el mestizo no.
Aun así, ambos crecieron bajo un conflicto intenso de identificaciones múltiples y complejas. Lo cual dejó necesariamente insatisfecha una parte de su personalidad.
 
Mientras los demás grupos se redujeron, los mestizos crecieron en un alto porcentaje, coloreando las reacciones emocionales del mundo mexicano. De esa manera, comenzaron a obtener fuerza en la sociedad, dando como resultado la lucha de independencia, que no es más que la rebeldía contra el padre. En ella, es interesante como se pone como estandarte simbólico a la Virgen de Guadalupe, quien simboliza a la madre India. En dicha lucha, tanto el mestizo como el criollo intentan apoderarse de manera desesperada de las formas de representación masculina: el poder y la paternidad (Ramírez, 1977).
 
En aquellos tiempos, Estados Unidos había cobrado un papel importante en nuestra nación; era visto como el hermano mayor, igual en jerarquía y rebelde contra el padre Europeo. Poco a poco dicha imagen de igualdad se fue modificando con la mutilación geográfica y pasó a ser, del hermano mayor, al padre posesivo y castrador. También, la influencia tanto francesa como estadounidense que adoptó México en dicho periodo, comenzó nuevamente a trazar un hilo conductual del mexicano, admirar lo ajeno y despreciar lo propio: se admiraba la literatura, la música y el gusto sobre todo francés y se comenzaron a planear líneas de enseñanza posterior para el pueblo, siguiendo dichos ejes. Así, el poder adquirió una nueva forma de padre a modo de dictadura constante. Resultado, a decir de Santiago Ramírez, ocasionado por una falta de maduración psicológica adecuada y una falta de planeación inteligente.
 
Desde otro punto de vista propuesto por Agustín Yáñez (citado en Ramírez,1977), pasando por alto demás datos históricos, la revolución fue en nuestro país un parte aguas para el destino y carácter de los mexicanos: destapada la revolución mexicana, la mujer pudo hacer expresiva una sexualidad reprimida, expresaba su masculinidad impulsando al guerrillero. Fue una época que como nunca, ni después, la mujer fue antes mujer que madre.
 
Se habla generalmente del mexicano como generalidad mestiza, que es ciertamente la casta que mayormente predomina hoy en día y ha ido marcando la caracterología de nuestro país.
De ese modo, el mexicano, desde su infancia ha tenido que enfrentarse a una situación muy peculiar; la extrema cercanía siempre junto a un pecho que lo calma a pesar de cuestiones sociales o morales. Arrebatada e interrumpida drásticamente por el nacimiento de un hermano menor, quien lo retira del pecho y lo lleva a enfrentar el mundo externo que se torna hostil: integrado por un padre que “brilla por su ausencia”. Es desde muy temprana edad en la que el niño comienza a burlar a ese padre violento. A decir del autor, es ahí donde se inicia la psicopatía del mexicano, privado de identificaciones masculinas constantes y seguras, comienza a exhibir gritos de masculinidad con tintes de machismo que matizarán el resto de su vida. En este caso, la imagen de la madre, se vuelve ambivalente: en lo particular y en sus formas de expresión, se le adora y se le odia por no haberle dado un padre bueno y por haberlo hecho presenciar un mundo hostil después de saborear la gloria junto a ella.
 
De tal forma, surgen las dos maneras de expresión en la conducta cotidiana del mexicano: el alcoholismo y el guadalupanismo, una expresión psicopática y la otra sublimada, según el autor.
Así, el mecanismo principal del mexicano, es la negación; niega todo aquello que le importa “me importa una madre” y manifestando lo que más le importa cuando dice “me dieron en toda la madre”. (Ramírez, 1977)
En cambio, la mujer desde esta línea, en ningún caso fue privada de las identificaciones con la figura materna, siempre se asumió con abnegación y con esperanzas de seguir reproduciéndose.
 
Hablando de contrastes culturales y formas de representarlo en la vida cotidiana de las mismas, las abuelas mexicanas incansablemente tratan a los nietos como propios, siendo una manera, de encontrar, como en el pasado, seguridad y valor dentro de su entorno, en cambio la abuela americana, negará hijos y nietos para resaltar el principal valor que le da su entorno: el atractivo físico.
Resulta sumamente contradictorio el hecho de que la mujer mexicana sea venerada por ser madre, pero altamente despreciada por ejercer su sexualidad, situación que estaba en vigor desde antes de la conquista.
 
El autor, cree fundamental para comenzar a evitar toda la dinámica anterior, que los padres mexicanos no interpongan más a sus hijos en su propia relación, es decir que los hijos sepan que el papel genital de los padres no está en contradicción al papel maternal. Con lo anterior no quiere decir que exista tal cual un coito en presencia de ellos, el tema está en el mensaje que se les da.
 
¿Por qué el hombre mexicano ha brillado por su ausencia?
 
Una de las razones comprobadas en estudios realizados a mujeres que han sido abandonadas por sus parejas, el abandono coincide con el embarazo de las mismas. Desde el punto de vista psicoanalítico descrito por Santiago Ramírez, ello revive el sentimiento de abandono de la madre por el nacimiento del hermano menor. De esa forma, abandona reivindicando por haber sido abandonado.
Según datos estadísticos, el promedio de amamantamiento de una madre mexicana es en promedio de 11.8 meses y la principal razón para el destete es el siguiente embarazo de la misma.
 
En esta línea, Santiago Ramírez, presenta una hipótesis muy interesante para entender los actos delictivos del mexicano, que en ningún caso son consecuencia de la escases de recursos. Más bien, son el resultado de motivaciones puramente psicológicas: los actos psicopatológicos en la vida cotidiana del mexicano, son un intento por desquitarse contra el padre hostil y cruel que les tocó padecer en su infancia.
Analizando los principales temas de canciones características de la cultura mexicana, hacen alusión a desamores y abandonos, casi siempre acompañados de sentimientos de venganza hacia ese objeto abandonador. Casi siempre expresados bajo una conducta maniaca que niega la depresión.
 
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Bibliografía
 

  • De Certeau, M, Giard, L & Mayol, P (1999). La invención de lo cotidiano 2. Habitar, Cocinar. Universidad Iberoamericana, México.

 

  • Ramírez, S (1977). El mexicano, psicología de sus motivaciones. Editorial Grijalbo, México D.F.

 

  • Reich, W (1967). Análisis del carácter. 1ra edición, 5ta reimpresión. Editorial Paidós, España.

 
 
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