Benjamín Martín del Campo

“Desde que hemos superado el error de creer que el olvido, habitual en nosotros, implica una destrucción de la huella mnémica, vale decir, su aniquilamiento, nos inclinamos a suponer lo opuesto, a saber, que en la vida anímica no puede sepultarse nada de lo que una vez se formó, que todo se conserva de algún modo y puede ser traído a la luz de nuevo en circunstancias apropiadas, por ejemplo en virtud de una regresión de suficiente alcance”.

  -Freud, S. (El Porvenir de una Ilusión, 1927).

¡El incon(s)ciente habla! 

El diagnóstico es la cosificación de la individualidad, resultado de la articulación reducida de una sociedad empobrecida de carácter humano. 

En el mes de febrero de 1868 fue encontrado en París en una habitación cerca del barrio de Odeón el cadáver de Barbin, quien se había suicidado inhalando los vapores de un hornillo de carbón. Deja un manuscrito autobiográfico en la mesilla de noche. Años más tarde, Foucault, incansable historiador de lo (a)normal, rescata el texto junto con el informe médico y legal. Barbin era un hermafrodita, según el diagnóstico del doctor; y, al mismo tiempo, había vivido como mujer hasta hace poco, según el diagnóstico legal. Pero más que un intersexual, Barbin era una persona. Escribe con la intención de ser escuchado, no de ofenderte sino de ser comprendido. 

La esencia del ser-humano recae en las actuaciones que resultan del contacto social, a partir de la experiencia individual. Durante la edad media, los padrinos eran los encargados de determinar el sexo del ahijado/a hermafrodita (Metzler, 2010). En la mayoría de los casos, acertaban con lógica. Pero actualmente el sexo no depende (por completo) de las características fisiológicas del sujeto, sino de lo que decida como rol social e interacción sexual de elección. Es difícil mantenerse al día con las actualizaciones de las –anteriormente llamadas- desviaciones sexuales. Son estas perversiones las que provocaban el furor entre los psicólogos de inicios del siglo XX; pero, para los médicos y analistas, los hermafroditas continúan siendo un nuevo problema. 

Fuera de la rama de las parafilias y cerca de los trastornos de la personalidad, los intersexuales son un propio mundo inexplorado e indefinido por los expertos. Condenados al impar de filiaciones, deambulan entre las identificaciones idealizadas y la discordancia del cuerpo mismo. A diferencia de los sexos definidos, a los hermafroditas no se les permite la elección de ser, sino la posibilidad de adaptación a un rol de género que más se asimile a su fisiología y psicología. Éste es el caso de Herculine (o Alexina) Barbin. A los 25 años escribe una autobiografía desgarradora, en la que habla sobre su experiencia de vida como mujer; para luego descubrir, después de un examen médico, que tiene órganos masculinos mal formados. Es criada para ser monja e institutriz, donde tiene una experiencia lésbica con su mejor amiga. A partir de un dolor en la “cavidad vaginal” y la falta de su menarca, Alexina comienza a descubrir que el sexo que se le ha sometido y otorgado no concuerda con las concepciones que tuvo de sí misma hasta entonces. Es aislada del convento para comenzar una vida fuera de todo lo que conformaba su entorno.

¿Qué importancia tiene el estudio del caso? Herculine presenta un interesante reto por definir; tomando en cuenta su contexto, su crianza estrictamente espiritual y femenina; así como la repentina sorpresa de su descubrimiento sexual. El diagnóstico de su caso no se limita a la rama psíquica, sino la médica y legal: ¿cómo se estipula el sexo del hermafrodita?, ¿qué implicaciones tiene su constitución para el médico?, y, más importante: ¿qué experiencia psicológica tiene el sujeto hermafrodita? ¿Cómo se constituye, se define? Aunque en el lenguaje tengamos una palabra para el sexo-medio: intersexuales, ¿qué significa carecer de un propósito sexual prestablecido? Si es que a partir de lo que el cuerpo es en sí, definimos y acompañamos lo que llegará a ser. Herculine no era consciente de que carecía de los genitales “apropiados” para ser mujer: le crece un poco de busto durante la pubertad, tiene un pene pequeño que carece de orificio y se asemeja a un clítoris, aparenta tener una vulva cubierta de vello púbico con una entrada vaginal y posee una abertura femenina desde donde orina. Físicamente, es una mujer fea y de apariencia incómoda para los demás. Abandonada por su familia y criada por monjas, es alienada por sus hermanas espirituales y carnales. Sufre de constantes enamoramientos hacia sus compañeras mayores, les rehúye a las interacciones masculinas. Se identifica con las cualidades que le han sido atribuidas. Vive a través de otros en función de lo intangible: Dios. Y, así como adora lo que no puede ver o absorber, recae en la fantasía para negar lo que sospecha sobre sí misma. En duelo con su propio cuerpo, madura hasta donde la culpa le permite y manifiesta primitivos mecanismos de defensa para protegerse de su propia verdad. 

El sexo es tan parte de la vida como la muerte, todos provenimos de él; y, sin embargo, es un tema vergonzoso para la mayoría de nosotros. Para Alexina, a quien le es impuesta la vida religiosa y escolar, resultan las cuestiones de la sexualidad humana oscurecidas por su acontecer. Sin embargo, y siempre tenemos que tener presente lo siguiente: ¡el inconsciente habla! No son casualidad sus encuentros sexuales durante su estancia en el convento, la discordancia que percibe entre su cuerpo y sus acciones; Herculine es la representación del empuje biológico sobre el psicológico, la consumación de las hipótesis sexuales impuestas y encarnadas. También es la manifestación de una sexualidad inherente que termina por manifestarse. Otro epígrafe en la historia de la represión. 

La manera de escribir de Herculine conmueve al lector, su autobiografía está centrada en el enamoramiento que sufre con una compañera y el horror que experimentan los amantes al asimilar la decepción de sus encuentros y futuros propósitos. Describe que se ve privada del afecto de su madre tras la indiferente muerte de su padre. Aquí la culpa (que tiene también su manera de ser escuchada). Desde los 7 años es alejada del seno materno y es llevada a “la santa casa”, donde recibe una educación estrictamente religiosa ¿Habrá que hablar de la crianza espiritual, también?… Alexina llora desconsoladamente a menudo. Algo “le falta”, no se siente cómoda con su situación y, más específicamente, con quién es. Aún sin conocer la misma “falta”, es capaz de sentirse invadida por la vacuidad de su cuerpo. Curiosamente, habla de la belleza de otras monjas y compañeras: desde temprana edad, reconoce la importancia de lo sublime por encima de lo grotesco. Dicha sensibilidad es intrínseca, característica de su personalidad a lo largo de su lectura autobiográfica, y reafirmada por su aprehendida feminidad. Lo que la diferencia no es su nobleza, sino su capacidad sensible para apreciar con recato lo que la rodea, aun en situaciones adversas. Surge lo femenino, lo pasivo, para apoderarse de lo masculino-activo. Reprocha el comportamiento del hombre amoral y se logra identificar con todas las características femeninas positivas de su tiempo: la sumisión, el decoro, el pudor, el cuidado y la prudencia. 

Desgraciadamente (¡para su fortuna!) crece con una agobiante lujuria que somete mediante una masturbación desorganizada y apresurada. Tiene orgasmos interrumpidos y sufre de excesiva culpa por tocarse. Fantasea con tomar de manera sexual a una compañera desde una posición primitiva –coitus a tergo-. Aquí da los primeros indicios de su sospecha como intersexual, se traspasa de la posición femenina a una masculina y dominante. Y de manera un poco apresurada, no puede contenerse y nos presenta a Léa, de quien se enamora sin “ser especialmente hermosa (…) cuyos rasgos son de una proporcionalidad encantadora, e incorporaban los dolorosos estigmas de un mal que parece sobre todo buscar sus víctimas entre las más jóvenes y las más felizmente dotadas” (Foucault, 1978 pp.28). Con apenas 12 años, Herculine queda cautivada por la delicadeza de la inmensidad del ser de su amada. Sus descripciones sobre Léa revelan la feminidad con la que aprecia la singularidad de su compañera, a pesar de sus fantasías masculinas. Ya en la pubertad, manifiesta un interés por el sexo opuesto. Espía a sus “hermanas mayores” mientras se bañan. Para anular el sacrilegio, va a sobar y besar los pies de una estatua de la virgen que está al final de sus dormitorios. Mientras reza y pide perdón a Dios -su figura paterna-, se excita. Erotiza y fetichiza a objetos que le parecen sublimes. Lo hace con inteligencia y diligencia, pues sabe que nadie la sancionará por estar besando los pies de una estatua sagrada. Este secreto le produce un inmenso placer. Se somete a la culpa de manera exquisita y disfruta de ella para definirse. 

Comienzan las frotaciones. Durante las rutinarias ceremonias religiosas, Alexina se envenena con un sentimiento de furor. Se sobre-excita con los cánticos, los rituales y la sucesión delicada de la misa. Su postura es esencialmente masoquista. Durante su primera comunión, no se emociona por los muchachos que visitarán la procesión, sino por cuál de sus compañeras estará al lado de ella para rozarles el brazo. Se coloca cerca de otra compañera llamada Sara. Recuerda estrujar su hábito cuando están juntas de rodillas. Es tímida y recatada, en cuanto al afecto (inclusive infantil), pero no puede dejar exclamar la emoción que siente al ser abordada por las chicas mayores. Se enamora por segunda vez, con menor intensidad, de su compañera mayor, Sara. Revive la tragedia a través del entendimiento del contacto con el Otro. Encuentra un gusto especial en las figuras delicadas, casi estáticas, como las estatuas. Se describe a sí misma como “seria”, menciona “haber leído mucho” y ser “reflexiva”; se siente trastornada por la lectura de la Metamorfosis de Ovidio. No es casualidad que el texto la atraiga tanto. Aquí otro impasse inconsciente. En su adolescencia, se enamora de un chico con facciones femeninas. Cumple los 17 años. Habla de los hombres como “ignorantes”; se retuerce de excitación con lo blando y lo débil del comportamiento femenino. Los curas, quienes representan a la figura paterna, le parecen repulsivos y los reta constantemente. Rechaza al joven y a los sacerdotes, desprestigia sus cualidades por pertenecer al sexo opuesto.

“Yo había nacido para amar”, nos dice Herculine (Foucault, 1978, pp. 44). Es a través del rechazo que encuentra el propósito de su existencia. Sin embargo, menciona: “no sospechaba nada sobre las pasiones que agitan a los hombres”. Su sexualidad carece de utilidad dentro del convento. De manera lineal, vemos el progreso de la negación de su cuerpo sobre la mente. Alexina contextura el fantasma que la persigue. Como en la anamorfosis, donde un artista crea una perspectiva tridimensional a partir de un punto exacto que delibera la perspectiva original para crear una tercera, Herculine divisa todo en un plano bidimensional. No se atreve a posicionarse en el punto exacto que devela la tridimensionalidad que abarca la realidad sobre la que se sostiene. Controlado y doblado del sistema espiritual, las demandas y roles de la época, no le queda más que aislarse y re-escribirse en soledad. 

Para Herculine, la esclavitud simbólica de leyes promulgadas que propone Foucault, es vivida por la tormenta del rechazo. El diagnóstico es regido por la sociedad para moldear al sujeto: “ahora mujer”, “ahora hombre” … “ahora esto, lo que sea que seas”. La intersexualidad es la encarnación de las batallas tópicas inconscientes. Ser-a-medias escinde gráficamente a la persona, la devora de adentro hacia fuera. Inviste totalmente sus afectos una vez que son desplazados. Aunque para Freud el inconsciente del aparato psíquico es bisexual y el lugar donde la energía fluye libremente, para Lacan el inconsciente se estructura como lenguaje. Entonces, ¿cómo se estructura el lenguaje de un intersexual que reconoce inconscientemente ésta “falta”? Para Herculine, la atracción es dirigida al sexo opuesto (pero impuesto): el femenino. Su lesbianismo no habría de ser catalogado como una parafilia, sino como una expresión natural de la estructura del lenguaje inconsciente que no está determinado por fijaciones perpetuas, sino por un Yo fuertemente reprimido y un Superyó extremadamente punitivo. En casos como estos, pareciera que el diagnóstico es lo más relevante para definir a la persona, se pregunta “¿qué es?”; cuando la pregunta habría de ser: “¿Quién es?”.

Y, ¿quién es Herculine? Se presenta el informe médico, las descripciones textuales de sus órganos sexuales; así como el reporte legal que procede al suicidio. La terminología de ambos está repleta de puntos de contacto superficiales, no existe una descripción general de su condición sino un reducido análisis de los hechos. Desde el aspecto psicológico, el texto es tan rico como para dar cabida a enormes estudios sobre la sexualidad humana y un análisis de lo inconsciente que se sustenta por su propio peso. No hay necesidad de diagnóstico psicológico formal: Herculine merece una lectura en cada etapa del desarrollo, por cada capítulo y hoja. Recordando que escribe su biografía como una carta suicida, nos vemos transportados, acompañados de la mano, junto con él –¡y ella!- a lo largo de su tragedia. El diagnóstico no es solamente la simplificación del patrón continúo de conductas animadas por la mente, sino lo que acentúa las características de los hitos en las personas. El comportamiento ha de ser entendido siempre en contexto específico, causado por un pasado medio atestiguado. Pues cada individuo envuelve y exterioriza sus síntomas de la manera en que mejor le conviene. Adaptación y mecanismos de defensa devienen en la personalidad.  

Después de su revisión médica, Alexina se ve forzada a confesar al monje de su parroquia la verdad sobre su extraña morfología corporal. Se le priva del convento de manera inmediata, se le aleja de sus amores –Léa y Sara-; se le pide que se vista como el género que le es re-impuesto, que actúe como hombre. Y, ¿cómo actuar como hombre si no conoce nada de ellos?  Legalmente, se cambia el nombre a uno de varón: Herculine. Se despide de Alexina… Y está bien, está bien que sucedan estos eventos. No hay otra manera de escapar de ellos (entiendo el contexto y la época). Pero nadie se preocupa por Alexina, lo importante ahora es Herculine ¡Recordemos cuán difícil es decirle adiós a la amada! Sustraigamos el sentimiento de abandono, la melancolía, la pesadumbre, la oscuridad que opaca al pensamiento y la visión. El amor es un estado de locura. Herculine se despide de Alexina, una madre, una hermana, una amante. Se le parte en dos el cuerpo, el corazón y la psique ¿Cómo vivir perpetuamente escindido?, ¿de qué sirve el diagnóstico en su experiencia? Es más importante escuchar lo que acalla el inconsciente, mapear lo que las pulsiones no pueden contener; notar dónde es que inviste sus afectos. 

El diagnóstico es un recurso clínico que nos ayuda a entender mejor al paciente para ofrecer un tratamiento personalizado, sí; pero, ¿qué utilidad tiene para el paciente? En ocasiones, la ética del psicólogo se ve opacada por el morbo o la indiferencia. La Psicología es una ciencia que dedica su formación a la mejora de la salud mental y, como analistas, tenemos la obligación moral y legal de preservar y promover dicho estado. Me enojan las señoras de las Lomas que dan terapia después de haber tomado un curso de Logoterapia; detesto a los curanderos baratos, a los chamanes y los astrólogos. Odio a los psicólogos sin pasión que se acomodan con la licenciatura. Diagnosticar conlleva una gran responsabilidad y preparación. Por suerte, Alexina tuvo la asesoría de un buen sacerdote durante su develación sexual. Pero el suicidio terminó por condenar a este ser humano seccionado. Es una muerte común entre los que son forzados a descubrir que se les fue otorgado el sexo inadecuado. Y, ¡qué manera de matarse de nuestra heroína! Asfixiarse es invadir al cuerpo, contaminarse conscientemente. Herculine quiso llenarse de humo porque se sentía enferma y vacía por dentro -no fue una tarea fácil-; y suicidarse es un acto que requiere de mucho valor. Nadie tuvo el coraje suficiente para acercarse a ella y preocuparse por su condición, ¿un trato humano la habría salvado?  

Sin la posibilidad de poder categorizar y definir el cuerpo intersexual, sin saber identificar las implicaciones psicológicas que repercuten en un mal diagnóstico, se trae a la luz el caso de Alexina y Herculine Barbin. Rescato a ambos nombres porque merecen ser mencionados. Pues, tanto en el ámbito médico como legal, es importante predecir las posibles consecuencias de un mal diagnóstico. Así como un “es una niña” podría destruir por completo la historia de un hombre, un “es psicótico”, puede destruir la vida de un individuo. El diagnóstico es la herramienta clínica de carácter médico con propósitos legales. Para los psicólogos, casos así estimulan el morbo y la curiosidad, pero suelen reducir y cosificar al paciente. La ética se esfuma durante la contratransferencia y se sustituye por el morbo. Es responsabilidad del analista reconocer su propósito y no dejarse invadir por el discurso ajeno. Pero es también responsabilidad del psicoanalista encontrar la cura a través del amor: mediante una buena escucha, un contacto afectivo y sincero que trascienda los complejos y prejuicios. El verdadero propósito terapéutico debe adecuarse a las necesidades del sujeto, del hombre, de la mujer, o de lo que hay en medio de ambos sexos. Siempre respetando, dialogando con su inconsciente y estimulando las súbitas revelaciones de su Ello. 

Las teorías nos ayudan a esgrimir un conjunto de patrones que simplifican el tratamiento, son una pauta general de interpretaciones y herramientas terapéuticas. Pero toda teoría psicológica parte de la interacción humana. Nos olvidamos con demasiada frecuencia la importancia del contacto humano, de la escucha activa, de un acompañamiento bilateral. Nada podemos hacer por el paciente que él no pueda hacer por sí mismo. La lectura biográfica de Herculine replantea una propuesta interesante, sí; pero hay que ver más allá de la historia y prestar atención al sentimiento que la acompaña. El aislamiento involuntario, la encarcelación, el hambre, todo el alud de conductas de segregación rompen a Alexina y la reparan en Herculine, un ser que no pide ser producido por el mundo. A lo largo de su libro, sin darse cuenta, escribe en primera persona del singular en femenino, luego en masculino y luego en femenino. Para contar su historia debe personificar aquello que es en sí y fue en sí: dentro de ella misma no hay dualidad, ni batalla. Es la congregación de sus seres deviniendo en uno mismo.

Explicar algo no quiere decir que lo comprendamos del todo, o siquiera que tengamos la autoridad para definirlo. Es esencial reconocer la cualidad del diagnóstico, eliminar todo precepto ad hoc; todo experto sigue aprendiendo y cada caso es la condensación de vivencias pedidas, causales, accidentales e históricas. Evitemos la proyección y reconozcamos nuestras debilidades. El diagnóstico simula una situación de poder que demanda una dirección y una ontología ¿Saber es poder? No es la totalidad de la comprensión, sino una sustitución formal a una conducta humana y generalizada. De otro modo, no existiría la psiquiatría. La etimología griega de la palabra se define como: a través del conocimiento. Y es verdad, es mediante el conocimiento sistematizado que podemos “diagnosticar”. Es una herramienta de uso clínico que protege al analizante de su propio discurso, es el síntoma encarnado. Pero el objetivo del diagnóstico ha de provenir del futuro del mismo, la dirección a la que apuntala y las fijaciones a las que se aferra el sujeto. 

Hacia el final del libro, de su autobiografía y carta suicida, Herculine-Alexina escribe: “El culto a los muertos ha nacido conmigo” (Foucault, 1978, pp. 120). Aquí implica dos posturas: la primera que lo muerto ha nacido con ella, es decir que ha sido maldita desde el alumbramiento; la segunda, que el tributo a lo desconocido se reafirma con su existencia. El culto no es más que un ritual que envuelve a lo que nos atemoriza morir para reducir la angustia que produce. La muerte está acompañada de vida, es necesaria para morir y la muerte es el resultado de la vida. De vez en cuando, las in-humanidades como Herculine nos recuerdan que pueden producir a musas como Alexina. Existen individuos que han sido malditos con una carga y un trayecto destinado a la tragedia. Es importante no dejarlos morir del todo, pues sus vidas son más valientes que las de nosotros. Desplegando una admirable honestidad, la historia de ésta mujer que deviene en hombre, tomemos como ejemplo la importancia de un mal diagnóstico en cualquier etapa o contexto. Un gran profesor que tuve, decía: “siempre es mejor una mala verdad que una buena mentira”. Ya sea que la verdad o la mentira venga de alguien más o de nosotros mismos, dado que estamos condenados a cumplir lo que nuestro inconsciente estructure para nosotros. No existe nada más allá de lo que podemos imaginar.

Bibliografías 

  • Foucault, M., Barbin, H. (2007) Herculine Barbin, llamada Alexine B. Presentado por Michel Foucault, selección de Antonio Serrano. Talasa Ediciones: Madrid.
  • Freud, S. (2001). El Porvenir de una Ilusión. Tomo XXI. Amorrortu: Buenos Aires.
  • Metzler, I. (2010). Hermaphroditism in the Western Middle Ages: Physicians, Lawyers and the Intersexed Person, “Studies in Early Medicine I – Bodies of Knowledge: Cultural Interpretations of Illness and Medicine in Medieval Europe”, BAR International Series 2170 (2010).

Pintura: Laqueu, Jean-Jaques (1974). Et Nous aussi Nous serons méres, car…! (We too shall be mothers, because…!). Libreria Nacional de Francia: Paris. Dibujo sobre tela.