María Dávalos 

“Hace dos años, tres meses y 10 días, un viernes común y corriente a la salida de la escuela, nos despedíamos de nuestros compañeros y alumnos, seguros de que volveríamos a vernos regresando de los días de descanso después del puente. Nunca nos imaginamos que no volveríamos a vernos, sino hasta muchos meses después. En el momento en el que nos avisaron que no podríamos volver, la incertidumbre invadió nuestras mentes, y empezamos a experimentar angustia y miedo, sensaciones que nos acompañarían durante largo tiempo”.

El COVID-19 emergió en China en diciembre de 2019 y la Organización Mundial de la Salud (OMS) la declaró Pandemia en marzo de 2020. México reportó oficialmente el primer caso el 28 de febrero, el 18 de marzo se informó de las primeras muertes por el virus y dos días   más tarde se declaró confinamiento total en cuarentena, dando paso al cierre de escuelas, centros comerciales, centros de diversión, entre otros. “El virus (SARS-CoV-2) creó una realidad caótica en todo el mundo, cambiaron nuestras rutinas, lo que era “normal” se volvió prohibido y lo que era una excepción, se volvió una regla”. (Treviño, 2022)

Los niños y adolescentes dejaron de ir a la escuela sin previo aviso y tuvieron que pasar algunas semanas para que los centros educativos pudieran organizar la logística que les permitiera atender al alumnado. Después de eso, comenzaron las clases virtuales, los maestros tuvieron que encontrar otra forma de enseñar, y los alumnos, otra forma de aprender. Y así transcurrió más de un ciclo escolar. En ese tiempo se vivieron cambios de casa, de escuela, pérdidas de mascotas, de abuelos, de amistades, divorcios, cambios físicos, de intereses y muchos dejaron de ser niños. 

Los pocos estudios que se han hecho en México del 2020 a la fecha señalan que los niños, niñas y adolescentes han experimentado miedos, incertidumbres, aislamiento físico y social, perdieron los espacios escolares por periodos prolongados de tiempo y muchos se enfrentaron a dinámicas atípicas y conflictivas en sus hogares. En este sentido, diversas investigaciones nos hablan sobre la importancia de enfocarnos en el área socioemocional como padres de familia, escuelas y profesionales de la salud, pues el duelo, el ‎aislamiento, las pérdidas y el miedo han generado o agravado trastornos de salud mental en esta población.

Después de muchos meses de espera las escuelas reabrieron sus puertas, todo estaba listo para recibir a alumnos y alumnas, quienes llegaron con una mezcla de sentimientos: alegría, emoción, esperanza, miedo e inseguridad; también regresaron pensando que todo seguiría igual que antes, pero se enfrentaron a espacios y personas nuevas, incluso sus compañeros, quienes eran bien conocidos en Zoom, ahora se veían diferentes.

Las expectativas eran muy altas, maestros que deseaban volver a contactar y conectar con sus alumnos, papás y mamás con la idea de que al regresar a los salones de clases sus hijos dejarían las pantallas y los dispositivos electrónicos, y todos sus problemas se resolverían. Y si, todo eso sucedió, pero se encontraban muy lejos de resolver todas estas dificultades, la etapa de emoción muy pronto pasó, para dejar ver lo que realmente sucedió.

En palabras de Juan Carlos Volnovich (2021): “A veces tengo la impresión de haberme dormido en un mundo y haberme despertado en otro y desde éste, se me hace difícil recrear cómo era ese otro mundo en el que me sentía inmune y poderoso. Cómo era ese mundo en el que los cuerpos circulaban por lugares, por espacios desplegados en un tiempo cronológico. Cómo funcionaban el espacio y el tiempo en esa era pasada, tan próxima y, aun así, tan lejana… El cuerpo del otro se ha convertido en una amenaza y la distancia entre los cuerpos se ha impuesto como un acto de amor… prohibido tocarse, prohibido acercarse. El contacto piel a piel, el olfato y el tacto, dos de nuestros cinco sentidos, quedaron postergados.”

Era de esperar que los primeros reportes sobre los efectos de la pandemia hablen de la aparición de síntomas como depresión, ansiedad y estrés, que se manifiestan en comportamientos disruptivos dentro y fuera del aula. 

Comprender y conocer las manifestaciones antes descritas de manera apropiada, es primordial para que niños y adolescentes logren salir fortalecidos (o no tan afectados) de este evento traumático que se contará como parte de la historia de la humanidad. Para ello, es necesario escuchar su voz, ya que la mayoría de los estudios realizados a nivel mundial, se han enfocado en utilizar cuestionarios dirigidos a adultos, ya sea padres, madres, cuidadores, maestros y maestras, para conocer los efectos de la pandemia en esta población.

En una escuela primaria, privada, situada en el poniente de la CDMX, se dieron a la tarea de escuchar a los estudiantes para conocer, de viva voz, cómo había sido su experiencia durante la pandemia y el confinamiento, puesto que, después de algunos meses de observación y de varios intentos de atender las “nuevas” necesidades de cada una de las generaciones y obteniendo resultados poco efectivos, decidieron realizar una investigación informal, con el objetivo de tener un diagnóstico del estado socioemocional del alumnado. El estudio consistió en que cada uno de ellos, respondieran, a través de dibujos y palabras, preguntas tales como: ¿qué cosas perdiste en este tiempo?, ¿qué te gustaría que regresara?, ¿qué ha sido difícil? y ¿cómo te imaginas el futuro? Los resultados muestran vivencias con gran ambivalencia, puesto que, por un lado, pudieron disfrutar de pasar tiempo en sus hogares y con sus padres, pero, por el otro, se enfrentaron a grandes dificultades como desmotivación por la escuela, preocupación por las interacciones sociales con los amigos, cambios físicos, preocupación por el rendimiento académico, enfermedad y muchas pérdidas. 

En palabras de algunos de ellos: “no pude ver a mis amigos”, “perdí mi paciencia y mi calma”, “en un momento perdí las ganas de vivir”, “perdí amistades y tiempo”, “quisiera ver más a las personas que quiero”, “me siento revuelta y con mucha tristeza”, “lo más difícil fue no haber salido de mi casa”, “me encerré en mi propio mundo”, “ahora me cuesta trabajo concentrarme”, “perdí mi libertad”, “extraño mucho a mi abuelo”, “fue difícil manejar el aburrimiento”, “me he sentido feliz pero sobre todo encarcelado”, “ya no quiero cubrebocas”.

Las escuelas son espacios de formación en la vida socioemocional de los niños y adolescentes, lugares en los que se manifiestan los primeros síntomas y signos de las repercusiones emocionales que presenta cualquier situación de crisis o trauma. Actualmente, los alumnos presentan falta de autocontrol, dificultad en la empatía, síntomas depresivos y autodestructivos, dificultades de adaptación, aislamiento social, irritabilidad, dificultades para llegar a acuerdos y para solucionar conflictos entre pares, conductas disruptivas, necesidad de satisfacción inmediata, entre otras. Pues además de las dificultades propias de la etapa del desarrollo en la que se encuentra el sujeto, influyen en gran medida las características del entorno en el que está viviendo, a las cuales hay que agregarle un nuevo elemento: la pandemia. 

Con respecto al trauma, Freud (1925) afirma que: “En el nexo con la situación traumática, frente a la cual uno está desvalido, coinciden peligro externo e interno, peligro realista y exigencia pulsional”. Freud perdió a su hija Sophie de 27 años, embarazada de su tercer hijo durante la llamada “fiebre española”. En palabras de Carlol Siegel, directora del Museo Freud en Londres: “A Freud le afectó mucho la muerte de su hija, aunque sospecho que ya estaba afectado por la Primera Guerra Mundial, con sus hijos varones en el frente, y la muerte poco después de su nieto e hijo de Sophie. Fueron años difíciles, de transformación personal y profesional, que afectó su actitud con los pacientes y su pensamiento”.  Nueve años después de aquella pérdida, en una carta que escribió a uno de sus colegas Ludwig Binswanger, expresó: “Sabemos que el dolor agudo que sentimos después de una pérdida seguirá su curso, pero también permanecerá inconsolable y nunca encontraremos un sustituto. No importa lo que suceda, no importa lo que hagamos, el dolor siempre está ahí. Y así es como debería ser. Es la única forma de perpetuar un amor que no queremos abandonar” (Freud, 1929). 

¿Qué hubiera pensado Freud de esta pandemia? ¿La habría considerado como una situación traumática equiparable a la guerra? ¿Cómo hablaremos de ella dentro de algunos años? Algunos estudios han pronosticado que nos tomará, por lo menos 10 años, el poder reponernos y “superar” si es que lo logramos, la crisis que estamos viviendo. 

Freud llama traumática a una situación de desvalimiento que experimenta una persona, y posterior a ello, como parte de la autopreservación, se queda esperando a que ésta regrese, lo que provoca una angustia constante. Freud (1925) afirma que “la situación presente me recuerda a una de las vivencias traumáticas que antes experimenté, por eso anticipó ese trauma, quiero comportarme como si ya estuviera ahí, mientras es todavía tiempo de extrañarse de él”. Es esto lo que sucede actualmente, constantemente escuchamos “la pandemia aún no ha terminado”, todos los días nos enteramos de contagios en personas cercanas a nosotros, un aumento de casos en las noticias, la aparición de nuevas y más peligrosas cepas, medidas de seguridad que no son suficientes, y más recientemente la quinta ola de contagios.

Aunado al trauma, es también de gran pertinencia hablar del duelo. En esta época, todos los seres humanos nos hemos enfrentado a la pérdida, el dolor y la muerte. Millones de personas han tenido que lidiar con la muerte de algún ser querido, teniendo que vivir procesos de duelo normales, y en ocasiones patológicos, algunos sin poder hacer rituales de despedida y quedándose aislados y sin el apoyo de otros. En palabras de Freud (1925): “El duelo se genera bajo el influjo del examen de realidad, que exige categóricamente separarse del objeto porque él ya no existe más. Debe entonces realizar el trabajo de llevar a cabo ese retiro del objeto en todas las situaciones en que el objeto fue asunto de una investidura elevada. Esta separación genera un carácter doliente debido a la elevada investidura de añoranza del objeto.”

Niños y adolescentes también han vivido teniendo que realizar duelos todo el tiempo, por la pérdida real de personas cercanas, pero también por la pérdida de experiencias (ir al cine, viajes, salir al parque), de la socialización, de la relación con la familia y con la dificultad de leer el mundo verbal y no verbal como lo conocían. Además, muchos de ellos se han encontrado con madres, padres y maestros sumidos en angustias, depresiones y temores; quienes muchas veces no están disponibles para ayudarlos a procesar la situación, dejándolos solos frente a sus propios miedos. 

Cecilia Alcocer, analista en formación, en su artículo “El psicoanálisis después de la pandemia” escrito en agosto de 2021, se preguntaba “¿Qué sucederá con las instituciones escolares?, ¿se volverá de lleno a las aulas o bien será una modalidad mixta presencial y a distancia?, ¿o puramente a distancia?, ¿será esto una cuestión optativa para los chicos o bien para los padres de familia?”. Ahora, casi un año después podemos responder algunos de sus cuestionamientos: las instituciones escolares volvieron a abrir sus puertas, la mayoría de ellas (por lo menos las escuelas privadas de la Ciudad de México) están terminando un ciclo escolar totalmente presencial, con el mismo número de alumnos dentro de los salones de clases, mismos horarios y rutinas; el modelo mixto no funcionó, la virtualidad dejó de ser la mejor opción; quienes regresaron a las aulas ya no son los mismos.

Sin embargo, las exigencias si son las mismas, o peor aún, han aumentado. Los niños y adolescentes, al igual que sus padres, están acostumbrados a la inmediatez, y es lo que nos siguen exigiendo, soluciones inmediatas, como por arte de magia, en donde “si no lo veo, no existe” o “no pasó nada”. Pero es una realidad que tenemos que esperar que pase el tiempo, que las heridas vividas durante la pandemia sanen, es necesario darle voz a los más pequeños, permitirles expresar y elaborar lo que vivieron, permitirles sentir y no pretender que nada pasó y que todo será igual, como si esos meses después del 20 de marzo no hubieran existido.

Nos encontramos utilizando el mecanismo de negación para evitar pensar y sentir lo que la pandemia nos ha traído y dejado. Lo cual se ha permeado en los sistemas escolares y familiares, en un intento de regresar a la vida como se conocía y olvidar el tiempo de encierro y aislamiento social. En palabras de Meirieu (2021), “todos necesitamos curar el presente, las heridas de nuestra sociedad, lo cual nos llevará un tiempo importante. Nuestros niños, niñas y jóvenes están marcados psíquicamente por la muerte, la enfermedad, el uso del cubrebocas, el encierro y la incertidumbre, lo que ha ocasionado en ellos un estado de inseguridad y de angustia psíquica.”

Actualmente el entorno social y familiar es más frágil y vulnerable, padres y maestros también están afectados por sus propios procesos y duelos. Duelos por pérdidas reales, y micro duelos por haber perdido espacios, momentos, rutinas y la vida como antes se conocía. Esto los lleva a tener que contener en sí mismos las tensiones que esta situación les genera, para poder después hacerlo con otros, lo cual no siempre es fácil. Algunos padres han podido tomar consciencia de las dificultades de sus hijos, pero también de sus propias limitaciones para ayudarlos, lo cual genera aún más angustia.

Estudios internacionales han explicado las consecuencias de la pandemia en los niños y niñas a nivel psicológico, familiar y social, destacando el temor al contagio y la presencia de múltiples duelos a partir de la pérdida de sus rutinas habituales. Además, se han demostrado mayores niveles de estrés, desgaste, ansiedad y depresión en padres y madres durante la pandemia, así como un mayor deterioro en la salud mental de este grupo en comparación con otros adultos sin hijos. (Olhaberry, M. et al, 2021)

Actualmente se tiene la idea de que los niños, teniendo cubiertas sus necesidades básicas, es decir, si son cuidados y alimentados, todo lo demás se dará de manera automática. Pero todos los días nos demuestran niveles muy altos de sufrimiento. ¿Por qué suponer que niñas y niños tienen que transitar este tiempo como si no pasara nada, como si ellos no estuvieran afectados?, ¿cómo recuperar el tiempo perdido?, ¿realmente se puede recuperar este tiempo?

En esta situación pandémica, nos encontramos con miedos, representados por elementos externos que se interiorizan y acaban llenando el mundo interno. Algo invisible está entre nosotros, un peligro real al que todos estamos expuestos y con el que debemos convivir al mismo tiempo que intentamos protegernos de él. Cada nueva ola de contagios, trae con ella nuevas tensiones. Por ejemplo, ahora existe un nuevo personaje en la dinámica escolar: “el niño covid positivo”, quien arrastra a todos de nuevo a la virtualidad, lo cual puede dar pie a dinámicas que perjudican una vez más la socialización. 

El reto es, cómo podemos ayudar a los niños y adolescentes a desarrollarse emocionalmente en un entorno diferente del que conocíamos, teniendo en cuenta los aspectos descritos y las respuestas de cada individuo a esta realidad. Las escuelas, al tener un mayor alcance, deberían estar obligadas a atender, de manera prioritaria, la salud emocional de sus alumnos, diseñando y aplicando programas que permitan hablar de la crisis, de los sentimientos y miedos que aparecen día con día, permitir a los niños y niñas conocer sus emociones, así como estrategias que les permitan regularse, para después, poder interactuar de manera “sana” con todas las personas que los rodean, para aprender a solucionar conflictos, a pedir ayuda cuando la necesitan y a poner límites cuando algo no les gusta. También que sepan que hay esperanza, y que todas las crisis se superan. 

Y como analistas, será importante acompañarlos dentro del consultorio, pero también a los adultos que los rodean, pues en la medida en la que trabajemos juntos, saldremos triunfantes. 

Para terminar, quisiera compartir la siguiente frase: “No hay un ser humano en este mundo que no se tranquilice un poco al ser escuchado, visto y sentido” (Desautels, L.)

Bibliografía