Karen von der Meden Gutiérrez

Los cuentos nos muestran una narrativa con la cual nos identificamos a nivel consciente, pero sobre todo inconsciente. Tomando ese contenido y transformándolo, nos hacen prestar atención a lo que se narra. Haciendo uso de los símbolos, de la personificación y del pensamiento mágico, se han construido historias de generación en generación que nos mantienen cautivos por algún motivo, aunque pareciera que conforme crecemos los cuentos y sus significados se alejan cada vez más de nuestros intereses y dejan de ser una fuente y espejo de identificaciones y motivaciones, muy distinto a lo que ocurre en la niñez. Sin embargo, hay marcas que perduran por una razón, tanto en la psique individual y en la identidad como en lo colectivo, y se han vuelto parte de la cultura, son metáforas con las cuales nos entendemos y vinculamos.

Bruno Bettelheim, psicoanalista autor de Psicoanálisis de los cuentos de hadas (1975), habló de la importancia que toman los cuentos clásicos en el desarrollo psicosexual de los niños y niñas, y sus conflictos internos. De acuerdo a Bettelheim, los cuentos tienen la cualidad de volver comprensible un entramado inconsciente complejo, dándole al niño la oportunidad de no sólo entender su situación emocional, sino también de encontrar caminos para resolver sus conflictos. Por esta razón, los cuentos y las fantasías ahí depositadas tienen una función de elaboración simbólica. Es interesante, entonces, pensar en lo que representan las figuras y las narraciones, y quisiera proponer en este trabajo ahondar en las elaboraciones relacionadas con un personaje específico, tanto por su significado como símbolo y por cómo nos la podemos encontrar como una figura real fuera de los libros: la madrastra malvada. 

Para iniciar, me gustaría usar un caso que Bettelheim presenta en su libro:

Cuando una de sus pacientes era muy pequeña, su madre murió en un accidente automovilístico y su padre se deprimió. Después de cumplir 7 años de edad, el padre se casó de nuevo y fue a partir de entonces que el cuento de “Nabiza”, o “Rapunzel”, se volvió muy importante para ella. Ella sentía que su madrastra era la bruja del cuento y que mantenía encerrada a la heroína, con la cual se identificaba. La niña se sentía prisionera en su nuevo hogar, con poco control sobre su propia vida, ya que fuerzas fuera de su control (la madrastra) se habían introducido en su casa. Recuerda que para ella las trenzas de Nabiza o Rapunzel simbolizaban la forma de alcanzar la felicidad y la libertad algún día, y que ella quería dejarse crecer el pelo para lograrlo de forma similar. El cuento en sí la reconfortaba en que algún día llegaría un príncipe para rescatarla, una esperanza en el futuro, y esto le permitió elaborar y adaptarse a su situación. Narra Bettelheim en su libro: “Si la vida le resultaba demasiado difícil, todo lo que tenía que hacer era imaginar que era Nabiza, con sus trenzas, y que venía el principie a salvarla y se enamoraba de ella.” p. 183. Sus interpretaciones giraron en torno a que, como en el cuento el príncipe se queda ciego al caer de la torre, esto representaba que también su padre había sido “cegado” por la bruja de su madrastra a quién prefería antes que a ella, al mismo tiempo que sin importar que la malvada bruja le hubiera cortado sus trenzas, su cabello volvería a crecer y así podría obtener su final feliz. 

Lo anterior trata con la elaboración de deseos, angustias y duelos de una niña frente a las adversidades en las que se encontraba. Su conflicto se centró en la bruja del cuento, al mismo tiempo que vivía una situación compleja con su madrastra en casa. Como los cuentos conectan directamente con lo inconsciente, tratan con las fantasías infantiles y les prestan una forma para ser representadas. Al hablar de la bruja-madrastra, pareciera que no podemos distinguir claramente entre lo que ocurre en la fantasía o en la realidad, una mezcla de ambas que se retroalimentan, además de los diversos mecanismos de defensa que entran en juego como la proyección y la introyección, la ambivalencia en los vínculos, entre otros aspectos a profundizar. Con todo lo que se ha dicho hasta ahora, me interesa pensar en la fantasía de la madrastra malvada y su por qué y para qué dentro de la psique: ¿Tendrá un propósito?

Si imaginamos el caso contrario para esta mujer, y que no hubiera podido hacer uso del cuento de Rapunzel, o cualquier otro recurso, para elaborar sus fantasías edípicas y sádicas durante su niñez por temor a sentirlas demasiado amenazantes, su Yo y sus funciones y capacidades creadoras podrían haberse visto limitadas a lo largo de su desarrollo. Por lo tanto, las fantasías tienen una razón de ser que tendrá que ver con la historia personal y con los objetos al alcance del sujeto, sin embargo, las representaciones a las cuales se dirigen tienden a desplazarse y depositarse aparentemente lejos de los objetos primarios. El caso de la madrastra malvada de los cuentos es interesante porque es un objeto al que se dirigen ataques y proyectan fantasías sádicas, y que además participa de la dinámica familiar, tanto así que la acerca al escenario del conflicto fuera de los cuentos. Cabe aclarar que la fantasía de las madrastras malvadas no tiene como único objeto a una madrastra de carne y hueso, puede dirigirse a otras figuras significativas de la vida del sujeto y que éstas suelen formar parte del núcleo familiar, por ejemplo: una madre o una abuela. Al observar familias compuestas por madrastras y padrastros, las pulsiones libidinales y agresivas (impulsos sádicos y sexuales) tienen más objetos para ser descargadas y nuevas constelaciones a sortear en cuánto a identificaciones y rivalidades. En la dinámica familiar, no sólo se toman en cuenta los deseos y angustias de los niños y niñas, pensando en los hijos, también los adultos experimentan conflictos que se verán influenciados por cómo atravesaron sus etapas de vida previas y como resultado esto modificará cómo se relacionan con los hijos o hijastros. La historia de los integrantes de la familia, lo inconsciente de cada uno, juega un papel dinámico en el entorno familiar, más allá de la psique de un solo sujeto. De manera que, cabrían dos posibilidades para analizar la figura de la madrastra malvada que nos podemos encontrar en las familias, desde la visión de un sujeto que la encuentra en un objeto familiar y desde una figura parental (que puede incluir, como ya se mencionó, a otros individuos que no sean textualmente madrastras) que parecería actúan como las villanas de los cuentos. Se tratarán estos dos acercamientos desde la revisión teórica con el propósito de también ser de utilidad en la práctica clínica, no obstante, vale la pena decir que no son exhaustivos ni aplicables a cada caso, se trata más bien de recalcar la importancia de la fantasía y sus funciones.

  1. Blancanieves

Partiendo de que Blancanieves es la protagonista del cuento, quién debe crecer y enfrentarse a los obstáculos para llegar a su final feliz, estamos hablando del recorrido que hace el Yo al madurar. Pero no se presenta como un sujeto con virtudes y defectos, ella es en extremo bondadosa y bella, todo lo bueno, y no es real. Alguien que se ve a sí mismo de esta manera, estaría negando sus deseos más reprochables y angustiantes, se deshace de éstos mediante la proyección. 

“Las relaciones entre Blancanieves y la reina simbolizan los graves problemas que pueden darse entre una madre y una hija. Pero, al mismo tiempo, son también proyecciones, en dos personajes distintos, de las tendencias incompatibles en una misma persona” 

(Bettelheim, B. 1975, p. 283)

La fantasía de la madrastra malvada se basaría en que el pecho malo (desde la línea kleiniana) se proyecta a la figura de la madrastra que entonces se vuelve malvada con todos los rasgos que se pueden odiar. También tendría la función de abrir camino al odio por el objeto con un cierto tipo de aceptación social, es decir, abiertamente. Parece ser de consenso social, intuitivo más que racional, que las madrastras sí pueden ser unas malditas. La madrastra se volvería entonces una representación escindida de la madre, una madre mala que niega satisfacciones, que prohíbe o quita. Se proyectaría la agresión en la madrastra con el objetivo de deshacerse de la propia agresión que se vive como peligrosa y para que quede claro que la madrastra es la culpable y la única villana del cuento. Cabe mencionar que lo que se proyecta varía más allá de la agresión, podemos hablar de conceptos como el narcisismo, lo castrante, lo persecutorio e incluso una imagen de la sexualidad como amenazante, con el propósito de justificar el odio y el castigo de la madrastra malvada. El mecanismo de la identificación proyectiva, siguiendo a Klein, es un movimiento para expulsar las partes no deseadas de la personalidad y depositarlas en algún objeto externo, negando y desconociéndolas, al mismo tiempo que el Yo se siente más preparado para hacerle frente al objeto odiado externo que reconocer e integrar internamente. (Grinberg, L. 1976, p. 50)

También el mecanismo de la proyección fortalecería una escisión marcada entre quién es una persona “buena” o “mala”, una dicotomía que llegaría a servir de base para las identificaciones y para las relaciones objétales. Es decir, “Ella es la mala, eso me hace la buena”, traspolado a “Ella es el agresora, yo soy la víctima”, reconociendo al otro como tal pero también a sí misma, con el resultado de que la persona ahora actúa de acuerdo a esta identificación adoptando pensamientos y actitudes que considera adecuados desde este rol. Es una maniobra que defiende al Yo, pero que mientras escinde a los objetos, también se encuentra dividido en mayor o menor medida. Entre más integrado esté el Yo, tendrá mayor capacidad de integrar a los objetos y relacionarse con éstos, con intentos de repararlos, mientras que cuándo la escisión del Yo y de los objetos es lo principal, éstos se viven amenazantes y persecutorios. De ahí que Blancanieves sea toda buena, la reina toda mala, y que quién proyecta en la segunda figura lo destructivo se sienta perseguido y en peligro de ser destruida y robada de todo lo que tiene. 

Existen diversas versiones del cuento de Blancanieves, en algunas cambia el escenario, en otras la protagonista es adoptada, y también se pueden encontrar textos donde no se habla como tal de una madrastra sino de una madre celosa. Si bien las figuras del rey y la reina pueden variar, al final están representando a los padres; del mismo modo, aunque pueden observarse cambios en las narraciones, unos que subrayan más la vanidad de la villana o ponen un castigo diferente al final del cuento, la historia trata principalmente con los deseos edípicos de la hija para el padre y los consecuentes celos de la madre que son tan intensos que llega incluso a desear la desaparición de Blancanieves. 

Al cursar por el Complejo de Edipo, los celos que experimentan los niños son intensos y éstos se proyectan fuera de sí mismos para tratar de hacerlos más manejables. Simultáneamente, como los impulsos sádicos se depositan ahora fuera del Yo, el sujeto puede identificarse más fácilmente con los personajes buenos, en este caso con el de Blancanieves. En lugar de “estoy celosa de todos los privilegios de mi madre”, pasa a la fantasía de “mi madre siente celos de mi”. Siguiendo a Bettelheim, en este movimiento no sólo el sentimiento de inferioridad se transformaría en uno de superioridad, también se eliminaría el sentimiento de culpabilidad por desear deshacerse de la madre contra la que siente que compite y por el resentimiento al otro que no ama como se quisiera. Este conflicto se observa en ocasiones con mayor claridad durante la niñez a comparación de en años posteriores, sin embargo, vale la pena decir que dependiendo de la etapa de desarrollo y de la situación actual, el conflicto infantil edípico se reedita una y otra vez, por lo que podemos encontrarlo tan vivo como en los niños y niñas de 4 años como en los adolescentes o en adultos. La atención del sujeto se centra principalmente en la angustia que vive y en cómo defenderse de ésta. 

De acuerdo a Sibylle Birkäuser-Oeri, psicoanalista de corte jungiano, las mujeres que se identifican con las heroínas de los cuentos de hadas que se ven enfrentadas a sus madrastras, se desconocen a sí mismas, en tanto hay una profunda escisión de lo femenino. Hay un rechazo y represión a la “sombra”, sus impulsos agresivos y destructivos, y esto obstaculiza la integración de su Yo. En su libro La llave de Oro, Birkhäuser-Oeri (2003) menciona que quién permanece ignorante de su tendencia a los celos, no puede seguir evolucionando, pero que como Blancanieves, se puede avanzar mediante un proceso doloroso al tomar consciencia de esta contradicción interna. En relación a lo anterior, León Grinberg dice lo siguiente: 

“La persona celosa cree profunda e inconscientemente que si no es amada, o le parece no serlo, es porque no es digna de ese amor. Suele reaccionar con furia y agresión para encubrir y contrarrestar sus sentimientos de humillación y culpa y la vivencia de carecer de cualidades […]”  

(Grinberg, L. 1976, p. 99)

Grinberg plantea que esto sólo reforzaría el mecanismo de la proyección de todo lo desagradable y causa de angustia en el objeto, ya sea en el culpable de no amar como se quisiera o en el rival por ese amor. De esta forma, se busca dejar de ser la persona que odia, carece y siente celos, y además poder condenar al otro que ahora tiene todo lo que no se puede ver ni aceptar en uno mismo. 

  1. La madrastra malvada

“No sabemos por qué la reina de Blancanieves no puede envejecer y sentirse, al mismo tiempo, satisfecha del proceso de su hija al convertirse en una muchacha encantadora. Algo debe haber sucedido en el pasado para hacerla vulnerable hasta el punto de odiar a la hija que debería querer” 

(Bettelheim, B. 1975, p. 262)

Si bien, como se mencionó antes, hay mucho proyectado en esta figura, también es cierto que hay mujeres que parecerían acercarse a lo que se ve en los cuentos, con todo y artimañas. Un ejemplo de la cultura mexicana lo podemos encontrar en las villanas de las telenovelas donde se presenta esta imagen escindida, así como en la mitología griega cuándo se trata de Hera y su castigo terrible a los hijos de Zeus con otras figuras femeninas. Generalizando, podría decirse que esta figura representa a una mujer poderosa pero contrariada, que utilizaría los recursos necesarios para salirse con la suya. Tomando como punto de partida a la diosa Hera y a la reina del cuento de Blancanieves, nos encontramos a sujetos con heridas narcisistas en tanto se sienten traicionados y vulnerables. En el caso de Hera, diosa griega del matrimonio, la figura del amante le es infiel y esto representa una afrenta terrible a su identidad, mientras que la reina de Blancanieves se vive amenazada por dejar de ser la más bella del reino y así perder su posición. En ambos casos, alguien tiene que pagar tan grave ofensa al Yo.

Siendo que el narcisismo es un elemento fundamental para el desarrollo del Yo, también encontramos que uno de los símbolos más aceptado del narcisismo en los cuentos es el espejo mágico de la reina, mediante el cual reafirma una y otra vez su belleza, aquello que parece definirla, mucho tiempo antes de que Blancanieves llegara a ser su rival al crecer. Desde una postura jungiana, Sibylle Birkhäuser-Oeri dice al respecto:

“Normalmente, con ayuda de un espejo uno constata su aspecto. Refleja nuestra imagen, así que desde el punto de vista simbólico representa un proceso reflexivo, un acto de autorreconocimiento que sirve para examinarse. Pero la reina manipula esta inteligencia para constatar el aspecto de otros. El espejo está al servicio de sus celos. […] La forma en la que su espejo le confiesa la verdad una y otra vez tiene algo de demoníaco. Porque instiga el conflicto de un modo implacable.” 

(Birkhäuser-Oeri, S. 2003, p. 71).

Retomando a Bettelheim (1975), él plantea que si bien los cuentos de hadas comprenden que los niños no pueden evitar sus deseos edípicos y los conflictos que se presentan, no son igualmente comprensivos con los padres que se permiten representar sus dificultades edípicas con los hijos y, por lo tanto, merecen un severo castigo. Aquí se estaría hablando de deseos, rivalidad y los celos que se reviven en los padres dentro de la dinámica familiar. Si una madre experimenta angustia intensa al temer por su lugar como la más querida y deseada por su pareja, quizás actuaría como una madrastra malvada y buscaría deshacerse del rival que percibe en los hijos, su Blancanieves personal en la fantasía. 

Por otra parte, Domínguez García (1999) hace un estudio histórico sobre los cuentos de hadas desde una crítica de la rivalidad femenina como factor impuesto por la cultura patriarcal, argumenta que la figura de la madrastra en los cuentos clásicos siente que su presente y futuro son amenazados por hijas que no le pertenecen, y por las cuales no perderá lo que ha conseguido. Si bien esta conclusión se formuló a partir de los cuentos, sí nos hablan de realidades en los que las mujeres sólo logran tener posición y poder mediante la “belleza y virtud”, y son premiadas socialmente de acuerdo a estos parámetros, por lo que esto mismo puede ser arrebatado y ellas hechas a un lado por una rival. Jacqueline Schectmann (1993, citado en Domínguez, B., 1999) también analiza la lucha de las madrastras desde los cuentos y al llevarlo a lo familiar plantea que rivalizan con sus hijas, como en su juventud lo hicieron con otras mujeres, en términos de juventud y belleza. Estamos tratando con un mundo competitivo y cruel, que si bien lo podemos encontrar en un contexto real, también se puede vivir así internamente y acompañarse de una gran angustia.

¿Qué hace la madrastra malvada frente a estas amenazas? Domínguez García (1999) postula que las mujeres que se han moldeado bajo estos parámetros de rivalidad, se ven representadas en la vida real y en los cuentos como figuras que seducen a los hombres como arma, incluidos los hijos, y que con las hijas y/o rivales, buscan anular su personalidad y sexualidad. Bettelheim habla de esto mismo pero haciendo referencia al Yo, a una niña que frente a sus deseos los reprime; no obstante, si lo pensamos desde la reina, el simbolismo hallado en Blancanieves al caer dormida después de ser envenenada representaría inhibir la sexualidad y la maduración como el objetivo de la reina, eliminar al otro como competencia. 

En algunas versiones, la reina malvada no sólo manda matar a la princesa, sino que le pide al cazador su corazón como prueba de lo ocurrido, o en otros casos los pulmones y el hígado, para luego comérselos. Comer los órganos de Blancanieves simboliza la incorporación de las cualidades buenas, las cuáles se perciben como faltantes en sí misma. Esto nos habla del narcisismo y de los procesos de identificación. Por otro lado, el incorporar y destrozar de esta manera nos remite a la envidia de la que habla Klein, como una expresión oral y anal-sádica de impulsos destructivos, que busca en última instancia quedarse con lo bueno que puede proveer el pecho materno de forma voraz y dejándolo inservible y vacío (Klein, M. 1976, Capítulo 10). De esta manera, Blancanieves habría sido engullida y deshecha para servir a los propósitos de la reina. Se buscaría introyectar lo bueno del objeto, mientras que sobre el mismo objeto se proyectan las partes malas de uno mismo, por lo que la angustia persecutoria frente al daño al objeto y las represalias tanto internas (por lo introyectado) y externas (por la proyección) no se haría esperar. En otras palabras, al envidiar y destruir al objeto, luego éste no puede ser introyectado como objeto bueno (al estar dañado y muerto), y se vuelve un perseguidor interno como consecuencia. 

Haciendo un resumen, podríamos decir que la angustia que se experimenta es causada por el terror a perder el poder dado por la condición de belleza y juventud desde los parámetros sociales, así como temer la pérdida del amor en las relaciones más significativas. Esto entonces se podría experimentar como abandono por otros y desvanecimiento de la identidad en mayor o menor medida: “¿si ya no soy la más bella o la más amada, entonces qué o quién soy?”. 

Después de analizar la representación de la madrastra malvada, desde los cuentos y desde su razón de ser en la psique, considero que hay algunos puntos importantes a tomar en cuenta: las similitudes entre ambas representaciones. Una hija y madre celosas, con tintes narcisistas y envidiosos, con dificultades para integrar y que se defienden de la angustia mediante la proyección de lo amenazante y más desagradable de sí mismas. Considero que, como la figura de Blancanieves, la reina también se siente celosa y vulnerable, pero en una versión infantilizada de mujer madura, que no llegó a consolidar un sentimiento de valía como sujeto y en sus relaciones significativas. Una mujer, un sujeto, que durante sus etapas previas atravesó crisis dónde los celos y la envidia tuvieron mayor énfasis al resolver los conflictos, que proyectó fuera para intentar lidiar mejor con ellos y que no consiguió integrarlos a su personalidad de forma satisfactoria, por lo que terminan siendo los otros quiénes carecen, odian y sienten celos, pero ella la que actúa. La vanidad y la sensualidad son para la reina conceptos que definen la feminidad, así como la competencia, mientras que el maternaje y la cooperación con otras mujeres le será difícil al ser vistas principalmente como enemigas, ya que sólo habría lugar para que una de ellas sea la mejor de todas. Aquí hablamos de la rivalidad y la superioridad, una hija y una madre que compiten, y de la cual podría devenir una identificación como la agresora en un momento posterior, cuando ahora la hija se convierta en madre o madrastra, o en mujer rivalizando con otras, o sujeto con dificultades para integrar y reparar a sus objetos. De esta forma, ambas terminan deseando inconscientemente ser el objeto bueno y de deseo, pero sintiéndose amenazadas hasta en sus círculos más cercanos. 

Bibliografía

  • Bettelheim, B. (1975) Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Ediciones Culturales Paidós.
  • Birkhäuser-Oeri, S. (2003) La llave de oro: Madres y madrastras en los cuentos infantiles. Turner publicaciones. 
  • Domínguez García, B. (1999) Hadas y brujas: la reescritura de los cuentos de hadas en escritoras anglófonas contemporáneas. Publicaciones Universidad de Huelva. 
  • Grinberg, L. (1976) Teoría de la identificación. Editorial Paidós. 
  • Klein, M. (1975) Envidia y Gratitud. PAIDOS.