Alejandra Vargas 

No existe sujeto aislado. El sujeto es y se construye a partir de sus vínculos 

 -Marcelo Viñar

     

Publicaciones en búsqueda de “psicóloga con las 3Bs”, linchamientos virtuales a lo desconocido, quejas por la “poca profesionalidad” de quien atiende a sus pacientes 45 minutos y no da tiempo extra o de quien tiene la osadía de sugerirle a sus analizandos trabajar con dos sesiones semanales; la palabra propia es ley y aplica para todos por igual. Todo esto es el pan de cada día en redes sociales por no mencionar también las páginas de Instagram que condenan todo lo que no está “basado en evidencia”, pero que limitan la experiencia humana a una serie de síntomas citados del DSM en turno.   

¿Bajo qué parámetros un proceso de psicoterapia se vuelve bonito y barato? ¿Será aquél donde el paciente no adolece? La situación parece una polarización confusa ya que, en las mismas redes sociales también encontramos personas levantando la voz ante las injusticias sociales, compartiendo sus experiencias de vida con quien el internet es la única fuente de conexión con lo externo o acercando información a quien no tiene acceso a ciertos conocimientos de arte, política, o economía y por supuesto la salud mental. Sin olvidar también que, la psicoterapia o el mismo proceso psicoanalítico lamentablemente son un privilegio en nuestro país. 

Lo actual, comprendido no solo como la temporalidad de hoy en día sino también como un actuar que involucra a otros (Fischbein, 2020) se da, principalmente, en el terreno de los virtual y éste a su vez, ha favorecido la cultura de la hipermodernidad. Algo que me cuestiono a menudo, es en qué momento esa lucha por los derechos, por un trato equitativo o por querer que el lenguaje evolucione con nosotros, se ha vuelto algo selectivo que termina a veces por no tolerar frustraciones mínimas, pero necesarias de la realidad externa. 

Lipovetsky (2006) ofrece una posible respuesta a dicha interrogante. Para el autor, hay 3 momentos importantes que marcan un cambio cultural. El primero, es la modernidad instaurada a partir de la Revolución Francesa y sus ideales de libertad que terminaron por ser institucionalizados. La segunda época es la modernidad donde la libertad fue cuestionada y llevada a un cambio; se puso el dedo sobre el renglón del individualismo y la liberación social y esto terminó en hedonismo, pero el disfrute no duró mucho tiempo puesto que la falta de límites y la predominancia del pacer generaron la necesidad de sobreproducir alternativas que ofrecen soluciones rápidas, pero fugaces. Así, se instauró la tercera época: la hipermodernidad donde el sujeto se angustia al estar inundado de opciones, se siente solo y desea saberse capaz, sobre todo, de mantenerse al día con los cambios apabullantes que son la única constante de la época. 

Las redes sociales propician dicha angustia y soledad ya que la persona siente la presión de cumplir con la construcción virtual que ha hecho de sí y termina por dirigir su agresión hacia su persona. Cómo no hacerlo cuando Instagram, Facebook, Bumble y Tik Tok se vuelven las instancias que vigilan el actuar y el ser a modo de panópticos y escaparates virtuales (Fischbein, 2020). 

De este modo, pienso que Freud acierta con su análisis en El malestar de la cultura cuando dice: 

El hombre se ha convertido en una suerte de dios prótesis, por así decir, verdaderamente grandioso cuando se coloca todos sus órganos auxiliares; pero estos no se han integrado con él, y en ocasiones le dan todavía mucho trabajo. Épocas futuras traerán consigo nuevos progresos, acaso de magnitud inimaginable, en este ámbito de la cultura, y no harán sino aumentar la semejanza con un dios. Ahora bien, en interés de nuestra indagación no debemos olvidar que el ser humano de nuestros días no se siente feliz en su semejanza con un dios (Freud, 1930, p.90).

Es decir, el ser humano crea herramientas que se califican de “culturales” por su valor útil en la protección y la generación de recursos. Algunos de estos artefactos le permiten entonces superar sus límites en diversas áreas. La consecuencia es que, los ideales culturales que se depositaban en figuras de omnipotencia que no tenían los límites humanos, como eran las deidades, ahora son logrados acortando la brecha entre la persona y la deidad. Sin embargo, con cada nuevo invento, surgen nuevas problemáticas y necesidades. Queda claro que, aunque el internet y la virtualidad traen un sinnúmero de ventajas, también repercuten en toda la persona del sujeto.

Janine Puget (1993, en Vinocour, 2001) afirma que existe un espacio psíquico que abarca la relación Yo-Otros, donde se mantienen las representaciones creadas a partir de la relación entre el yo y la cultura. Esto ocurre porque la sociedad a la cual pertenecemos deja su huella en las representaciones psíquicas de los vínculos entre la persona y los otros que pertenecen a la misma comunidad y la crean. La sociedad y las representaciones culturales conforman nuestro ideal del yo en tanto aquello que conforma la autoestima y el sentido de sí; éste a su vez, dictamina inconscientemente nuestras formas de actuar y actitudes.

En relación con esto, existe el término “hecho social” explicado por Durkheim (1951, en Vinocour, 2001), como aquellos sucesos que ocurren en una sociedad y que son impuestos a los individuos sea que los ocupen o no. Son formas de pensar, actuar, vestir, sentir o creer, como religiones, cultos o prácticas colectivas y generales que existen más allá de la práctica individual de estos sucesos y que pueden tener una consecuencia negativa para quien amenace con no perpetuarlos. 

Ejemplos de esto en la hipermodernidad los encontramos en la llamada “positividad tóxica” que es romantizada y distribuida a través de medios de comunicación accesibles. Aunque pareciera que la salud mental toma un papel importante, los procesos dolorosos, las emociones incómodas como el enojo, la culpa o la envidia y las renuncias son negadas y cubiertas por frases como: “puedes hacer todo lo que te propongas” o “manifiesta cosas buenas y ocurrirán”. También me vienen a la mente movimientos que tienden a negar a favor del bienestar a toda costa, como la cultura del “body positivity” que, aunque tiene argumentos importantes a considerar, también puede caer en dejar totalmente de lado temas de salud reales asociados con la obesidad.

La cuestión de la falta de límites y de la cercanía que pudiera sentir el sujeto con figuras omnipotentes me invitan a pensar en el narcisismo. Las relaciones simétricas actuales complican el vínculo con figuras de autoridad como son los padres o las instituciones. A final de cuentas, la cultura enmarca no solo la psicopatología, si no también los rasgos de carácter y métodos de afrontamiento y vinculación.

Un concepto que me llama la atención por su relevancia en relación con la hipermodernidad, es el de personalidad normótica de Christopher Bollas. El autor la explica como una mentalidad “inherente a los objetos materiales, a ser un objeto mercancía en el mundo de la producción humana” (1991, p. 167). Se trata de personas “anormalmente normales” que parecen sociables, funcionales, adaptables, equilibradas y seguras. Pueden divertirse y tener sentido del humor, más no vivir la tristeza.  

Carecen de introspección y de total interés por la subjetividad propia o ajena; ya que no puede tolerar el dolor emocional, lo evitan a toda costa y evacúan su subjetividad y sus funciones internas colocándolas en elementos materiales del exterior, de modo que sus contenidos mentales quedan vacíos de simbolización. Como robots, acumulan hechos y son productivos porque la acción y la rutina dictan sus vidas y aunque pueden vincularse con sus semejantes, planear eventos y reuniones, no logran ni les interesa intimar. Muy característico de nuestros tiempos, es que no se debaten aspectos morales de bien y mal a partir del yo y el superyó o la culpa y la reparación, si no de lo aceptado socialmente y el “qué dirán”. Todo esto se debe a fallas en el ambiente familiar, tales como falta de muestras de afecto salvo por medio de objetos materiales, carencia de aliento a la creatividad o la imaginación y ausencia parental (Bollas, 1991).

Bollas (1991, p. 176) dice: “como la personalidad normótica omite simbolizar en el lenguaje sus estados anímicos subjetivos es difícil indicar la violencia en el existir de esta persona, pero ella está presente, no en sus dichos, si no en su manera de excluir la vida”. Como consecuencia del rechazo a lo emocional, su quiebre se da en las adicciones, sea consumo de alcohol, trabajo excesivo, algún TCA o enfermedades psicosomáticas con una dolencia concreta (Bollas, 1991). Es interesante pensar en los retos que estos sujetos representan para el Psicoanálisis, tanto el rechazo a la simbolización verbal como a los afectos y al vínculo.

Por otro lado, la virtualidad como hecho social tiene sus ventajas psíquicas. En enero del año en curso, la Asociación Psicoanalítica Internacional presentó el Webinar: Hope and Rebirth, Psychoanalytic Reflections on Generation Z en el cual, analistas de diferentes partes del mundo reflexionan en conjunto sobre las nuevas generaciones. La posibilidad de tener este tipo de encuentros es ya en sí, una maravilla. Desde Lituania, Darius Leskauskas (IPA, 2022) considera que la tecnología juega a favor de la formación de la identidad; puede volverse un Yo auxiliar para el adolescente que está en proceso de separarse de sus padres y que, al alejarse del Yo auxiliar que éstos le otorgan, experimenta un debilitamiento Yoico. Por otra parte, considera que los teléfonos inteligentes favorecen la resolución de conflictos interpersonales dando un espacio para expresar emociones o creando una identidad virtual que compense déficits narcisistas. 

Desde Estados Unidos, Sumru Tufekcioglu (2020) explica que el Millennial, al haber nacido en la era de la información, donde se siente cómodo, es en las vivencias virtuales. Son personas que han tenido mayor libertad para explorar cuestiones de identidad, género y sexualidad y también, que piensan que el mundo externo debe adaptarse a sus necesidades y no ellas a éste. Lo virtual es lo que conoce, y es en donde se han desarrollado, de modo que esto repercute realmente en su personalidad y sus problemáticas. Existe un sufrimiento genuino al no poder encontrarse con las demandas de la realidad externa. Dentro de un mundo que bombardea agresivamente con opciones rápidas a los individuos, es un verdadero dilema escoger y asumir la renuncia.  Entonces, más allá de solo hablar de una “generación de cristal”, es importante cuestionarnos acerca de estas personas que cada vez más constituirán el mayor porcentaje de analizandos en nuestros consultorios y aquello que esto representa para nuestras intervenciones, siendo también que los analistas en formación serán cada vez más pertenecientes a estas nuevas generaciones. 

Así como la manera de sufrir actualmente no es la misma que hace algunos años, tampoco lo es el compromiso que se adquiere para enfrentar aquello que produce el sufrimiento (Fischbein, 2020). Es aquí donde me pregunto hasta qué punto el Psicoanálisis sigue siendo vigente para una sociedad rápida y temerosa del propio mundo interno. En la esfera clínica, el tiempo, lo social y lo individual juegan un papel de suma importancia. El paciente hipermoderno llega con demandas específicas que suelen consistir en: un tratamiento rápido, la eliminación de síntomas y por supuesto, una inversión económica mínima tanto en términos monetarios, como en energía psíquica para el proceso. Es frustrado por su analista y deja el consultorio antes de siquiera establecer una neurosis de transferencia.

En una sociedad donde se quiere siempre ser joven, el psicoanálisis es una propuesta “alternativa” porque analizarse implica crecer (Villar, 2017). Me parece pertinente utilizar también el concepto de Puget (2206) “resistencia vincular” que se refiere al intento de eliminar las diferencias para conformar un grupo uniforme. El sujeto hipermoderno se aleja del análisis; le rehúye a su subjetividad; no se permite concebir que, como en las pérdidas, lo que tiene que doler va a doler y en cambio, recurre a publicaciones de Instagram, cursos de coaching o al Mercurio Retrógrado para encontrar explicaciones genéricas libres de responsabilidad consigo mismos.

Cuando me cuestiono esto, siempre me contesto que el Psicoanálisis ofrece, ahora más que nunca, un espacio para pensarse, sentirse y vincularse; para frenar la rapidez con la que encaramos la cotidianidad y dejar de ser a través de una pantalla. Sin embargo, también es verdad que hemos tenido que hacer ajustes, como dar sesiones en línea y es justamente el límite de esta flexibilidad la que considero importante dialogar en conjunto. Sumru Tufekcioglu (2020) habla sobre el impacto que tienen los cambios culturales en la psicopatología y la necesidad consecuente de revisar la técnica en psicoterapia y en Psicoanálisis. Yo agregaría que también es importante trabajar lo que podemos perder de vista al ser analistas en formación que pertenecen a la hipermodernidad sea cual sea nuestra generación. Por ejemplo, al igual que a los analizandos, pudiera frustrarnos el progreso de nuestra técnica o el sentir que no estamos logrando los avances esperados, corriendo el riesgo de no respetar los procesos de los analizandos o adjudicándonos algo que se co-crea. Del mismo modo, peligramos de darle al paciente interpretaciones intelectualizadas, una tras otra para su consumo, como a un cliente que buscamos satisfacer, alejándonos del aspecto emocional.  

Preguntas a las que invito al diálogo surgen a raíz de tener que adaptarnos y coexistir en estos espacios virtuales. Por ejemplo, si el coincidir en un espacio virtual será pronto asemejado a un coincidir con el paciente en el supermercado o en un espacio público y qué medidas habría que tomar al respecto. ¿Cuál sería el equivalente a un saludo rápido, a una sonrisa o a una evasión de la mirada a nivel virtual?

Pienso, por ejemplo, en las pacientes que me contactan tras dejar mi tarjeta en una publicación dentro de un grupo en común donde se solicita un apoyo psicoterapéutico. El compartir dicho espacio ha sido motivo de temas transferenciales y por supuesto, contratransferenciales importantes, como el preguntarme si puedo interactuar en el grupo, poniendo mis opiniones, apoyando alguna causa o preguntando algo y si esto pudiera alterar las fantasías de mis pacientes sobre mí o la actitud de abstinencia necesaria para el Psicoanálisis. Gran sorpresa me he llevado cuando me preguntan si vi tal publicación o si resulta que dejé mi contacto en la publicación de la amiga de alguna paciente sin saberlo junto con las emociones que esto puede generarle.

A propósito de los grupos, es inevitable pensar qué tan viable es adaptarse a la mercadotecnia actual o permanecer en una abstinencia clásica. No es extraño encontrar psicoterapeutas de diferente enfoque ofreciendo descuentos por cierta cantidad de sesiones o disminuyendo sus cuotas porque en comentarios anteriores, hay quienes ofrecen sus servicios en cantidades excesivamente bajas ¿Cómo sobrevivir la propia práctica clínica sin desvalorizar nuestra labor ni hacer de la salud mental un producto consumible más, pero poder aprovechar los espacios virtuales para darnos a conocer? Este ejemplo me ha demostrado en más de una ocasión que lo clásico siempre tiene algo que enseñarnos y que perdurará. Por ejemplo, me he percatado de que los pacientes referidos duran más tiempo en análisis que los pacientes que llegan de redes sociales. 

Finalmente, todos estos son dilemas reales que naturalmente surgen siendo yo una analista en formación Millennial que trabaja principalmente con Millennials y coexiste en la hipermodernidad. 

Bibliografía

  • Bollas, Ch. (1991). La sombra del objeto. Argentina: Amorrortu
  • Fischbein, J. (2020). Los sufrimientos actuales desde la teoría y clínica psicoanalítica. Psicoanálisis Ayer y Hoy. Revista digital. No. 22. Recuperado de: https://www.elpsicoanalisis.org.ar/nota/los-sufrimientos-actuales-desde-la-teoria-y-clinica-psicoanalitica-jose-eduardo-fischbein/
  • Freud, S. (1930). El malestar en la cultura. Tomo XXI. Argentina: Amorrortu.
  • IPA. [International Psychoanalytical Association] (2022). IPA Webinar: Hope and Rebirth, Psychoanalytic Reflections on Generation Z. [Video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=5ibya2-85bQ&t=1459s
  • Lipovetsky, G. (2006). Los tiempos hipermodernos. España: Anagrama.
  • Puget, J. (2002). Qué difícil es pensar incertidumbre y perplejidad. Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires. Recuperado de: https://www.psicoanalisisapdeba.org/wp-content/uploads/2021/01/2020-apdeba-psicoanalisis-separata-janine-puget.pdf
  • Tufekcioglu, S. (2020). The Millennial Turn in Psychoanalysis. The Psychoanalytic Quarterly. Vol. 39. No. 4, 813-830.
  • Villar, P. (2017). El psicoanálisis como alternativa en la hipermodernidad. Psicología, Conocimiento y Sociedad. Vol. 6, no. 2. Recuperado de http://www.scielo.edu.uy/pdf/pcs/v6n2/v6n2a13.pdf
  • Vinocour, S. (2001). Hecho clínico-hecho social. Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas. No. 8. Recuperado de http://www.aperturas.org/articulo.php?articulo=0000159