Nicole Del Rincón

A pesar de haber pasado un año 2020 completamente bizarro, con tantas altas y bajas, y con un encierro mental y físico, llegó diciembre y pareciera que hasta cierto punto se adormecieron las memorias que dejó “el año de la pandemia”; en un año común y corriente, este mes, habría sido el detonante generalizado de fiestas, “reuniones” familiares, y del clásico cierre de ciclo y por supuesto, las ceremonias y costumbres para recibir un nuevo año. Y resalto “Un año común y corriente”, aunque a pesar del virus, la pulsión de muerte se hizo presente en una gran mayoría de personas, que en contra de las indicaciones, realizaron sus fiestas decembrinas.

Diciembre trae consigo dos fechas importantes, la Navidad, una de las festividades más importantes del cristianismo, y el festejo de Año nuevo, en base al calendario más común, siendo éste el gregoriano; a excepción de algunos países y otras religiones en las cuales se celebra este evento otros días del año. A pesar de que la Navidad ha sido festejada desde hace siglos, puesto que representa el nacimiento del niño Jesús, resulta inconcebible para muchos que el origen de esta festividad no es en absoluto cristiano, sino pagano. La primera vez que se escuchó hablar de las navidades celebradas el 25 de diciembre (tal y como lo conocemos hoy) surgió casi dos siglos después del nacimiento de Cristo por lo que, incluso después del nacimiento del niño Jesús, las Navidades se seguían celebrando en torno a la figura de Saturno que los romanos implantaron.

Hay que destacar el hecho de que, en la actualidad esta fecha ha ido perdiendo su significado religioso de origen, antes se hacía más presente en el festejo y los rituales, pedir posada, las oraciones en la cena, el protocolo de colocar al niño Dios en el pesebre el día 25 de diciembre, entre muchas otras más; todo tenía una razón de ser. Hoy en día, los regalos cobran mayor relevancia para las nuevas generaciones.

La tradición de los regalos tiene origen en la antigua Roma, donde se llevaba a cabo la fiesta de Saturnalia, entre el 17 y el 24 de diciembre. Durante esos días se honraba a Saturno, dios del grano, y a la agricultura, se celebraba con grandes banquetes e intercambio de regalos; de aquí que se entregue un regalo a las personas queridas en Navidad. Aunque no se puede negar que más que regalar a las personas queridas, se ha vuelto un sacrificio y un compromiso con el otro. Generación tras generación, se ha pasado de regalar velas y dulces (como se hacía en un principio) a dar regalos de gran esfuerzo económico, y ha surgido un sentimiento de obligación al regalar porque el otro también lo hace.

Las de diciembre, son fechas en las que se hace visible la manía, en las que se tiene esa sensación de tener más energía de la habitual, se convive, y se viven en exceso: Los regalos, la comida y el alcohol al por mayor, los cuales son distintivos de estas fechas; y cuando se acerca el año nuevo, se hacen promesas de mejora en todos los aspectos, que por lo general, no se concretan por la carencia de perseverancia, disciplina y compromiso más allá de la efervescencia de la “magia de los primeros días del nuevo año” ¿Por qué la ancestral costumbre de esperar el inicio de un nuevo año o de una nueva semana para empezar a concretar aquello que se desea alcanzar o para erradicar aquellos hábitos o vicios que no se quieren ni deben continuar? Y es así que diciembre empieza con manía, pero como bien es sabido, ésta en ocasiones funciona como defensa de la depresión, por lo que no es de extrañarse el recibir enero con una ola de sentimientos depresivos.

Y aunque las festividades decembrinas son propiamente del último mes del calendario, es cada vez más notorio que después del famoso “Halloween” las personas inician la decoración característica con sus adornos navideños en casa y oficinas; pareciera que hay cierta urgencia porque lleguen los festejos de fin de año, pero ¿Por Qué? Tal vez sea que este mes del año es el que crea la ilusión de estar fuera de la normalidad o el retorno a esa inocencia de la niñez en que sin filtros se disfrutaba de todo aquello que representaba la Navidad. Y todo lo que implica parece justo lo que se necesita, y especialmente indispensable en este año que acabamos de vivir.

Soy de la idea de que este gusto o emoción por la Navidad ocurre porque hay una disminución o pausa de la cotidianidad, por lo que como consecuencia se pueden pensar o hacer cosas nuevas o diferentes al resto de los meses, por lo que genera esa sensación de agrado de que hay algo mejor que hacer que la rutina como tal. Adicionalmente, porque se agudiza el deseo en la mayoría de los seres humanos, se permiten desear cosas para sí mismo y para los seres queridos.

En el ámbito de las buenas intenciones y deseos, el mes de diciembre puede ser pensado por algunos como el tiempo para dar rienda suelta a las exigencias y necesidades de todo rubro, sin embargo, para otros, solo caben los deseos buenos, se deben dejar de lado los deseos egoístas y procurar el bien común. El paradigma común de la Navidad contempla el deseo de bienestar para todos, desear lo mejor para la familia, besar y “apapachar” a todo el mundo, incluso no solo está bien visto sino se aconseja la reconciliación, el restablecer contacto con la persona con la que lo habías perdido o con la que no es de tu agrado, etc. y entonces, si y sólo si, se cumplen los requisitos antes señalados, ocurre “el famoso milagro de la navidad” cuando realmente no se debería esperar por una fecha o un pretexto simbólico para la reconciliación, pero se hace porque las festividades vienen acompañadas de una gran carga emocional. El principio navideño dicta: “No importa si hay problemas, ese día “se deben perdonar”” se deben de afrontar y si alguien hace algo en contra de lo establecido por el supuesto básico es causa de asombro e inclusive de rechazo, empleando la interrogativa “¿Cómo se atreve a discutir en Navidad siendo una fecha tan importante?”

Para el colectivo de la sociedad, el mes de diciembre y las festividades intrínsecas “deben” ser vividos con felicidad desmesurada, es un tiempo en el que muchos, en su versión positiva, procuran, al parecer más que nunca, alcanzar su ideal del yo. En una faceta diametralmente opuesta, diciembre, es un mes en el que un número creciente de personas sufren o no disfrutan tanto como otras. A pesar de las dos perspectivas, se mantiene esta creencia forzada y generalizada de que todos deberían de ser felices durante las festividades decembrinas.

Estas creencias se ven potenciadas por la influencia de los medios de comunicación tradicionales, las películas emotivas características de la época, pero sobre todo en “los medios digitales” por la gran influencia de las redes sociales en la imagen de cómo es que “debería” ser una feliz navidad, la expresión emocional “correcta” de la familia en estas festividades, la abundancia de comida, regalos y contacto con familiares.

La Navidad, como comenté anteriormente, también despierta en algunos la sensación de carencia, esto tiene gran impacto en cómo se percibe y es vivida, el creer que otros tienen la vida, la familia, las posesiones, etc. que uno no posee, provoca la sensación de estar incompleto o de haber fracasado y por ende, que provoque dolor, y en lugar de disfrutar y agradecer por aquello que se es, se hace o se tiene, la persona se amarga, entristece, o se torna rencorosa. Esta actitud evoca a Ebenezer Scrooge de la novela “Cuento de Navidad” de Charles Dickens, personaje protagónico que representa a un hombre de corazón duro, egoísta y que muestra un disgusto por todo aquello que tenga que ver con la navidad. Y para las nuevas generaciones, el clásico del Dr. Seuss, el Grinch, un personaje solitario que no disfruta la navidad porque no tiene qué, por qué y con quién festejar.

Desde la perspectiva de las relaciones interpersonales, la Navidad también simboliza la unión familiar, pero pensemos en que independientemente de que cada familia es un mundo, ninguna es perfecta (aunque pareciera que en Navidad todos buscan que lo sea), se puede percibir la incomodidad que para algunos representan los compromisos navideños, incluso al grado de que se conceptualizan como tortuosos. Es curioso como la palabra “no” es de las primeras que pasan a formar parte de nuestro léxico como consecuencia del ejercicio de “domarnos” o aleccionarnos sobre lo que no debemos hacer durante la infancia, sin embargo, en la etapa adolescente y en la adultez resulta muchas veces imposible de decir, por las consecuencias sociales que esto pudiera acarrear. A pesar de que las de diciembre, son fechas idealizadas por muchas personas, los conflictos previos y del mismo 24 son prácticamente inevitables, ya sea en las parejas por decidir en casa de qué familia se celebrará la noche buena, por los gastos que conllevan las celebraciones, por el estrés de las compras navideñas, por el resurgimiento de problemas familiares no resueltos, o por una infinidad de razones.

Y por fin llega el acontecimiento tan esperado y aun así, seguido surge algún pleito familiar, el tío que se alcoholiza y dice incoherencias, las preguntas incómodas de los abuelos, la famosa competencia de la herencia, etc. Realmente para algunos son fechas de muchas discusiones, peleas, separaciones, y estrés, lo contrario a lo que dicta el manual no escrito respecto a las reglas de etiqueta y comportamiento durante las festividades navideñas. Para aquellos que se encuentran en el supuesto de que la Navidad representa un tiempo para la tristeza y la nostalgia, en el contexto actual, la pandemia pudo resultar conveniente, ya que el cubre bocas, que en el mejor de los casos fue usado, sirvió para esconder la tristeza; y el aislamiento, fue la mejor excusa para evitar el contacto que en otros años, desde su perspectiva, ha sido forzado.

En el sentido religioso, para los cristianos, la navidad, tiene como propósito remembrar y festejar el nacimiento del niño Jesús, lo que significa la llegada del Mesías. Y es en base a este precepto devoto que puede ser alineado con los supuestos básicos que plantea Bion para el análisis de grupos: “Todos los supuestos básicos incluyen la existencia de un líder… Este líder no necesita identificarse con ningún individuo del grupo; no necesita en absoluto ser una persona, sino que puede estar identificado también como una idea o un objeto inanimado” (Bion, 1979). Y eso es lo que este autor observó, se dio cuenta que los grupos esperaban la llegada de un personaje que trajera consigo la promesa de reparar todo a futuro. Y es un supuesto básico porque es una idea del grupo que tiene este aspecto mágico, omnipotente e inconsciente. No es que el individuo planee conscientemente crear o esperar un Mesías, sino que es algo establecido en el consciente individual por la religión y las costumbres familiares y toma existencia en el consciente grupal.

La euforia por las fiestas navideñas tiene su “pico” durante la infancia, pero toma un nuevo sentido en la etapa adulta, cuando hay niños en casa. Es en la infancia cuando más se idealiza esta época e incluso se ven estas fechas como si fueran mágicas y en las que se cumplen todos los sueños, por lo que se empieza a generar mucha expectativa en términos de la relación pedir- recibir. Los niños crecen con una gran ilusión relacionada a esos días del año y pasan sus días comportándose correctamente para el agrado y aprobación de un ser mágico. En la etapa adulta, la Navidad también viene a recordar esa etapa por la que todos pasamos que se recuerda con alegría y nostalgia, y que de alguna manera se quiere regresar a ella.

La afirmación “Santa Claus o Papá Noel no existe” conmueve porque desnuda una creencia entrañable que se sostiene desde la infancia: Existe un padre bueno que es capaz de satisfacer los deseos e ilusiones de los niños, mediante la entrega de juguetes. Este ser representa la abundancia y la materialización de los buenos deseos, y es idealizado por los niños porque, aunque representa a un padre, al ser un hombre de edad avanzada no puede ser sexualizado y no resulta amenazante. Este padre no es precisamente una figura de la realidad, no se le puede ver ni conocer, pero tiene existencia en la mente y opera con eficacia. Lo interesante de esta creencia es que no es sostenida sólo por el niño sino también por los padres, se aferran a ella con resistencia ya que, si la verdad es revelada, una ilusión corre el peligro de desvanecerse y con ella sus garantías.

En el mismo tenor, respecto a este ser mágico, antes de que se acercara la fecha tan esperada escuché la conversación entre un par de niños de aproximadamente 10 años, uno decía: “Yo ya sé que Santa Claus no existe y que son los Papás, pero me hago el que no lo sé y así me siguen trayendo regalos”. Soy de la idea de que muchos, si no es que todos, pasamos por ese momento, aunque unos antes que otros y a distintas edades. Entonces, no puedo evitar preguntarme ¿En qué momento se supone que la creencia sobre Santa Claus debe de dejar de existir? ¿Será que todos de alguna manera se benefician de creer que existe? Por qué se entiende que así funciona esto: un niño se porta mal, sus papás amenazan con una figura que le observa todo el tiempo, que es “buena” y puede traer regalos, pero que también puede castigar y traer carbón, entonces el niño opta por mejorar su comportamiento “mágicamente”.

Por otro lado, pensemos en aquellas personas que prefieren seguir creyendo en este personaje, no solo por los regalos sino por querer mantenerse en esa figura infantil frente a sus padres. Como es el caso de una paciente, que en una sesión refirió “Yo me acuerdo que de chiquita una vez le dije a mi Papá: “Papá, ya sé que le voy a pedir a Santa, quiero una muñeca”. Y él me respondió: “¿Una muñeca? No empieces, si ya estás bien grande.” Y yo sabía que Santa no existía, pero quería que mi Papá me siguiera viendo como a una niña”. Resulta interesante cómo en este caso se involucran dos figuras paternas, por un lado vemos la imagen de un hombre viejo, amoroso, apapachador, que da regalos, y por el otro lado, el padre real, que separa y que fuerza a crecer.

Se podría intuir que en realidad en la infancia no se esperan las reuniones familiares o los festejos por un año nuevo, si no que más bien se espera la atención, la magia, y la felicidad, pero sobretodo el momento de recibir los regalos. Recordemos que al fin y al cabo, en términos teóricos, es por medio de un regalo que los infantes comienzan a controlar a sus padres. Freud, en sus tres ensayos de teoría sexual, explica la etapa anal y hace mención del primer regalo que da el lactante a sus padres: el excremento.

“El excremento tiene para el lactante todavía otros importantes significados. Evidentemente, lo trata como a una parte de su propio cuerpo; representa el primer “regalo” por medio del cual el pequeño ser puede expresar su obediencia hacia el medio circundante exteriorizándolo, y su desafío, rehusándolo. A partir de este significado de “regalo”, más tarde cobra el de “hijo”, el cual, según una de las teorías sexuales infantiles, se adquiere por la comida y es dado a luz por el intestino” (Freud, 1901). Es a partir de esto que Freud revela las equivalencias en las producciones del inconsciente entre los conceptos de excrementos -dinero, regalo, hijo.

Asimismo, es importante señalar que tanto en Navidad como en año nuevo existe la necesidad de reparar, término utilizado por Melanie Klein para explicar el mecanismo mediante el cual el sujeto intenta reparar los efectos de sus impulsos destructores sobre sus objetos de amor; el cual va ligado a la angustia y a la culpabilidad depresivas.

“Junto con los impulsos destructivos existe en el inconsciente del niño y del adulto una profunda necesidad de hacer sacrificios para reparar a las personas amadas que, en la fantasía, han sufrido daño o destrucción. En las profundidades de la mente el deseo de brindar felicidad a los demás se halla ligado a un fuerte sentimiento de responsabilidad e interés por ellos, que se manifiesta en forma de genuina simpatía y de capacidad de comprenderlos tales como son.” (Klein, M., 1945)

Sin embargo, en esta ocasión no se busca reparar de una manera auténtica, sino maníaca, en donde se trata de gastar todo lo que se puede para demostrar que realmente se aprecia al otro o para reparar esos pedazos rotos de la relación. Lo mismo pasa con los propósitos de año nuevo, es como si cada año se tuviera la oportunidad, maniacamente, de repararse, de arreglar todo aquello que no se pudo o no fue propuesto durante todo el año. El 31 de diciembre simula brindar una fuerza superior de decisión a las personas, incorporando oralmente objetos buenos (que en este caso serían las uvas) que ayuden a reparar omnipotentemente.

De igual manera, la oralidad también es un factor importante en estas fechas, es vista en la comida y el alcohol que se han hecho distintivos de las celebraciones, pero todo desde el lado de vista placentero: todo es delicioso y en grandes cantidades. Así como también se hace presente en el consumo de sustancias nocivas para la salud, ya sean drogas ilegales, o aquellas con receta médica para quienes estas fechas significan una revuelta de emociones.

Pareciera que se permite de todo, de aquí tan famosa la frase “una vez al año no hace daño”, aunque realmente no sea así, simplemente se justifica con que esta fecha lo amerita y no hay juicio por parte de los demás, porque los otros también se encuentran inmersos en sí mismos.

Tal como se mencionó al inicio, se asume que el mes de diciembre es atractivo solo para los niños, ya que se aprecia y escucha, de parte de los adultos, que no todos la pasan bien. Utilizando una analogía con las fiestas del día de brujas, en estas fechas podemos ver más máscaras que en Halloween, precisamente por el hecho de que se tiene esta idea de que todos tenemos que estar felices aunque la condición mental sea otra; y es que es una época familiar, pero también de muchas pérdidas, de conciencia, y de voltear a ver todo lo que se hizo o no se hizo en el año; por ende, surgen sentimientos depresivos, de culpa, nostalgia y angustia.

Como se menciona y ejemplifica previamente, la Navidad puede ser vivida como un momento de separación, y también se percibe así desde el vínculo analítico. Hay días de vacaciones en un periodo de tiempo que es importante en la mente de las personas y del analista. Dejamos de ver a nuestros pacientes justo en las fiestas navideñas y en el inconsciente puede surgir un pensamiento: ¿Porque tenemos que dejar de vernos justo en Navidad cuando es precisamente cuando tenemos que estar más unidos? O empieza a suceder que el paciente busca interrumpir el tratamiento antes de que el analista lo haga, o lo contrario, empiezan a llegar muchas personas a entrevistas, que digamos, no se tiene la certeza de que ese tratamiento prospere o se quede por mucho tiempo, tal como sucede con los propósitos de año nuevo.

A modo de conclusión, es sabido que el pasado mes de diciembre no fue como los demás, las fiestas navideñas del fatídico 2020 resultaron en carencia, porque en la casa de muchos sobraron sillas, de aquellos que ya no están y de aquellos presentes pero a la distancia; pero también eso la hizo especial e inolvidable. Provocó un reencuentro, una revalorización de aquello que siempre se ha tenido y se da por sentado, haciendo conciencia de que lo normal causa estragos cuando falta.

Tanto nos quitó la pandemia durante el 2020 que Dios, el Universo o la vida nos debería permitir pedir y esperar con ilusión un regalo especial, y creo que hablo por todos cuando digo…

Querido Santa: ¡Solo danos la vacuna!.

Bibliografía

  • Melanie Klein. (1945). Amor, Culpa y Reparación y otros trabajos. Argentina: Paidós.
  • Sigmund Freud. (1905). Tres Ensayos de Teoría Sexual y Otras Obras. Argentina: Amorrortu.
  • Wilfred R. Bion. (1979). Experiencias en grupos. Argentina: Paidós.
  • Zhema Fernández. (2018). Historia de la Navidad y su origen. Enero 2021, de Rotary Sitio web: https://portal.clubrunner.ca/7988/stories/historia-de-la-navidad-y-su-origen