Andrea Lescieur 

Son muchas las preguntas, angustias, fantasías, ilusiones e idealizaciones que surgen durante la formación psicoanalítica. Cuando tomamos la decisión de empezar este entrenamiento, nos enteramos acerca de los requisitos (manifiestos) que se necesitan para poder ser psicoanalista. Incluso, podemos llegar a pensar que será como seguir en la universidad. Sin embargo, este entrenamiento no funciona como las escuelas a las que normalmente estamos acostumbrados, porque es justo eso, un entrenamiento, un entrenamiento donde se mueven muchas cosas. Nadie nos podría contar todo lo que este camino traería consigo, solamente, la propia experiencia.

Las preguntas que nos vamos haciendo al entrar a la formación, se añaden a las fantasías que surgen de nuestra propia personalidad en una etapa donde aparecen ansiedades, deseos e idealizaciones que son el resultado de las experiencias que vamos atravesando en nuestro análisis, en supervisiones, reuniones e intercambios con colegas y profesores, lecturas y en el trabajo con nuestros analizandos.

Al iniciar este camino, es normal que nos hagamos preguntas tales como: ¿Qué es lo que se necesita para devenir psicoanalista?, ¿Será que lo tengo?, ¿Un psicoanalista nace o se hace?

Empecemos por la palabra “devenir”. De acuerdo al diccionario filosófico marxista, el “devenir es el proceso del nacimiento y desarrollo de un objeto; proceso en que el objeto llega a ser.” (Rosental e Iudin, 1985).

En octubre de 1902, Freud reunió a un grupo de colegas entre los cuales se encontraban Alfred Adler, Wilhelm Stekel y Rudolf Reitler. Con ellos creó la primera sociedad psicoanalítica en la historia: La sociedad psicoanalítica de los miércoles. En esta sociedad, “los hombres de los miércoles” se reunían para discutir diferentes temas, poniendo los nombres de todos los miembros en una urna, sacando un nombre al azar y empezando así el intercambio de ideas sin tener algún texto preparado. Similar a lo que hacemos nosotros en nuestros seminarios. Es importante mencionar que, para ese entonces, ninguno de los participantes era considerado psicoanalista, a excepción de Freud, claro. Un par de años después, algunos miembros comenzaron a ejercer como psicoanalistas, entre los primeros se encontraban Stekel y Paul Federn. Esta sociedad duró 5 años y después fue reemplazada por la Asociación Psicoanalítica Vienesa.

Desde siempre, Freud tuvo especial preocupación por la transmisión del psicoanálisis y por poder garantizar una formación suficiente para los aspirantes a psicoanalistas. Es por eso, que Freud propuso una serie de requisitos para todo aquel que quisiera devenir psicoanalista. Estos se conocen como “Trípode freudiano”.

Las 3 patas de este trípode son:

1. La experiencia del propio inconsciente mediante un análisis propio.

2. Estudio de la teoría.

3. Supervisión o control del trabajo clínico con otro analista de más experiencia.

Pero, ¿eso es todo? Parece fácil cumplir con los 3 requisitos que propone Freud para la transmisión del psicoanálisis, pero estos, implican mucho más de lo que las palabras alcanzan a expresar.  

Uno de los requisitos es estar en análisis. El análisis que nosotros como candidatos llevamos, es denominado “didáctico”, ya que nos acompaña durante todo el proceso de formación y va en conjunto con los seminarios y las supervisiones. El analista del candidato no pretende decir como sí o como no ejercer, sino más bien, comparte con nosotros un diálogo clínico que nos acompaña en el interrogatorio sobre el deseo de devenir analista, la expresión de la transferencia y la contratransferencia que se despliega en la sesión con lo analizado, los puntos ciegos por la represión, los complejos inconscientes y especialmente, la angustia que aparece durante la formación. (Sorrentini, 2012).

Herman Nunberg decía que “Nadie puede aprender a practicar el psicoanálisis sin haberse analizado previamente”.

Mediante nuestro propio análisis, vamos recorriendo nuestro andar psíquico personal y lo que se busca, es formar un ser capaz de tener un contacto íntimo con su propia subjetividad. Este contacto interno nos permite comprender también, lo que nuestros pacientes nos comunican con su discurso, silencios, cancelaciones, pagos y en sus movimientos más sutiles.

Existe una obra de teatro, donde el personaje principal es una psicoanalista. Al final de la obra, sentada a lado de su diván, la mujer sostiene una pistola a lado de su cabeza y dice: “Parece que la razón por la cual acuesto a todos estos pacientes aquí es para no pensar en que la que debería estar acostada ahí soy yo”. Esta puesta en escena nos invita a reflexionar acerca de la importancia que tiene analizarnos para no ponernos en una posición omnipotente con el deseo de curar a los demás para dejar de lado nuestros propios dolores y aflicciones desplazándolas a otros. Pommier propone que el deseo de devenir analista surge a partir de identificaciones edípicas cuyo punto de partida no está relacionado con el deseo de “hacer el bien” o de “curar”, sino de desplazar el enigma del propio deseo al deseo de los demás que sufren.  “El fantasma del devenir analista proporciona una protección que sirve principalmente para protegerse a sí mismo. Se requiere primero curar al otro” (Pommier, 2009). Es por esto que es de suma importancia que encontremos nuestros motivos inconscientes de vocación y estemos dispuestos a no solamente ser el o la analista que acuesta a sus pacientes en el diván, sino ser aquellos que también se acuestan en él y están dispuestos a encontrarse consigo mismos. El psicoanálisis nos da la posibilidad (a través del pensamiento) de vivir con nosotros mismos, seres imperfectos y limitados, haciendo de la insatisfacción un estímulo, sin renunciar a la lucha ante la frustración.

“El analizante que quiere devenir analista ha querido primeramente curar, ha querido ser un médico de almas, y es en la medida en que su propio análisis le ha mostrado que su deseo de curar a otros procedía de su neurosis y de su complejo de Edipo. Para curar, es mejor no querer curar” (Pommier, 2009)

El segundo aspecto del trípode Freudiano, es la supervisión. Durante la supervisión, el supervisor o supervisora tienen la misión de fomentar que el supervisando desarrolle sus propias habilidades y también, de percibir sus dificultades. La supervisión nos invita a nosotros, los candidatos, a poder conquistar nuestra independencia en el pensar y actuar como analistas.

Estar en una supervisión y escucharnos a nosotros mismos dentro de este contexto, es muy diferente a cuando estamos hablando con nuestros pacientes. En el XXI Encuentro de Institutos de FEPAL, Ricardo Carlino nos compartió que cuando era candidato de la formación, se preguntaba constantemente qué es lo que haría su supervisor si estuviera frente a su paciente. Carlino relató que se hizo esa pregunta hasta que un día pensó: “El único analista que está en este cuarto soy yo y nadie más”.  Me siento identificada con la anécdota del Doctor Carlino y creo que, al empezar nuestra labor como analistas, es normal tener dudas, inseguridades, y sabernos faltos en experiencia y en teoría. Al hablar con nuestro supervisor o supervisora, no buscamos entender cómo es que ellos trabajarían con nuestros pacientes, sino más bien, es un espacio para irnos conociendo a nosotros como analistas de lado de un guía que nos presta de su conocimiento y de sí, para poder ir integrando aquello que aún no conocemos.

En la última pata del trípode, se encuentra la formación teórica que se da en los seminarios. Los seminarios son lugares de encuentro en donde se transmite la teoría, pero también se da lugar a la creatividad, la asociación libre y al intercambio entre candidatos y psicoanalistas ya formados.

Convertirse en psicoanalista pasa con la observación y experiencia clínica, al pensar y reflexionar sobre lo hablado a partir de conceptos y teorías propuestas por autores como Freud, Klein, Bion, Bloss, Winnicott, etc. Sin dejar fuera la posibilidad de cuestionar lo antes propuesto e integrar nuevas posibilidades y pensamientos que nacen a partir de la unión de mentes nuevas en el campo.

La formación psicoanalítica no pretende, o no debería de pretender que nosotros como candidatos seamos la copia de alguien más, no se trata de tener que hablar, pensar o actuar igual que nuestros maestros, supervisores, analistas o incluso autores reconocidos. El devenir psicoanalista tiene que ver con la capacidad de integrar en nosotros los conocimientos teóricos para así, ser nosotros mismos a la hora de ejercer el psicoanálisis. Aunque claro que es obvio y necesario pensar que durante la formación, iremos integrando partes de aquellos que nos rodean.  

A pesar de no formar parte del trípode Freudiano, se ha comenzado a proponer al grupo como parte fundamental de la formación. La pandemia no ha permitido que la interacción entre grupos sea mucha, pero, aun así, son reconfortantes e importantes los momentos en los que podemos intercambiar ideas, sentimientos y experiencias con personas que están andando por el mismo camino hacía el devenir psicoanalista. El intercambio que existe entre un grupo, satisface necesidades que difícilmente podrían satisfacer otras personas, ya que este trabajo no funciona como otras profesiones donde puedes llegar después de un día duro y hablar con tu pareja, amigos o familia acerca de lo que pasó en las sesiones con tus pacientes. Como grupo, vamos juntos por el mismo camino sin realmente saber qué es lo que nos depara, pero no es lo mismo ir solo, a ir acompañado por personas que saben exactamente lo que sientes y por lo que estás pasando.

En 1969, Baranger, escribía en conjunto con otros colegas, que, para formar analistas, había que hacerse la siguiente pregunta: ¿Qué analista se quiere formar? De esta pregunta, surgió la siguiente respuesta: “La actitud básica que requerimos de un analista es, (y esto puede sonar a paradoja) la disposición a analizarse, la capacidad de tolerar la duda, de hacerse preguntas permitiendo que medie un intervalo hasta dar con las respuestas que a su vez no cierran la investigación, sino que plantean nuevos problemas. Esta actitud de constante cuestionamiento y dialéctica entre respuestas y preguntas no debe ser entendida como un dar vuelta estéril, sino como búsqueda permanente de la verdad.” (Baranger, 1969).

Zimmerman, desde la lectura de Bion, reúne como características necesarias para ser un psicoanalista las siguientes: Identidad analítica, amor a la verdad, capacidad de ser un continente, premonición, paciencia, intuición, empatía, comunicación, discriminación, ética, respeto y coraje. (Zimmerman, 1995).

Bion, en los volúmenes ll y lll de “Memorias del futuro”, expone algunos de sus pensamientos e inquietudes acerca de convertirse en psicoanalista. Admite que existen enormes dificultades en el proceso, pues considera que el querer no es suficiente, pero reconoce cómo los aspirantes hacen grandes esfuerzos por capacitarse para el puesto, siendo sometidos constantemente a la disciplina de profundizar al máximo en el conocimiento de las fuerzas omnipresentes en el ser humano, sin desviarse del camino de la búsqueda de la verdad. Aunque Freud, en 1921, dice que los grupos nunca se interesan demasiado por esta, y atribuye gran fuerza al grupo de trabajo cuyo interés lo lleva a emplear métodos racionales. Para Freud, se hace evidente que la asunción por el paciente o el analista de las cualidades requeridas para la indagación de la verdad y, en especial, de la capacidad de tolerar las tensiones involucradas en la introyección de las identificaciones proyectivas de otra persona, está asociada con intensas emociones. Bion enfatiza que, en estados como los descritos, el fin implícito del análisis, que define aquí́ como “perseguir la realidad hasta sus últimas consecuencias ”, es experimentado como sinónimo de la pretensión de dar cabida a los aspectos disociados y proyectados, manteniendo al mismo tiempo una perspectiva equilibrada.

El procedimiento psicoanalítico se basa en el supuesto de que el bienestar del paciente requiere un suministro imprescindible y constante de veracidad, tan imprescindible como lo es el alimento para la supervivencia física. Además, presupone que el descubrimiento de la verdad acerca de sí mismo, es condición necesaria para tener la capacidad de aprender de ella, o al menos, de buscarla en la relación consigo mismo y con los demás. (Bion, 1994).

Pienso que llegar y encontrar esta realidad tan deseada es inalcanzable, sin embargo, tenemos la posibilidad de acercarnos hasta cierto punto por medio de nuestras hipótesis y teorías. Pero, si es inalcanzable, ¿cuál es el objetivo de seguir buscándola? Me parece que el deseo de encontrarla, es el motor que nos impulsa a averiguar cada vez más, tolerando la duda que surge en conjunto con la investigación. 

A lo largo de este trabajo he intentado buscar las cualidades necesarias para nosotros los candidatos. Me parece, que encontrar esas cualidades haría posible crear una fórmula que dictara lo que tiene que tener una persona para poder devenir analista.  Las ideas son muchas y son variadas, algunas incluso, contradictorias. Hay autores que plantean una cosa, otros otra, alguno incluso plantea que los psicoanalistas nacen y no se hacen. Entre las cualidades necesarias se encuentran también la capacidad de soñar y pensar la propia vivencia en el mundo (propuesto por Gabbard y Ogden), creatividad, empatía, paciencia, coraje, improvisación, observación, etc. Sería muy extenso enlistar todas las cualidades que se han y se siguen proponiendo como claves para todo aquél que quiere convertirse en psicoanalista y por lo menos, en este trabajo no es mi objetivo comentar los diferentes enfoques de cada autor, pero sí señalar que hay muchas verdades, así como tantos supuestos e ideales. En este camino nos constituimos como psicoanalistas, estudiando, aprendiendo, razonando y muchas veces, racionalizando. Como mencioné anteriormente, el devenir psicoanalista no tiene que ver únicamente con aprender la teoría, sino con el poder entenderla e integrarla para poder aplicarla con nuestros pacientes.

“El analista en el que se convierte es usted, y sólo usted; la singularidad de su propia personalidad debe ser respetada; eso es lo que usas, no todas esas interpretaciones (esas teorías que usas para combatir la sensación de que no eres realmente un analista y que no sabes cómo llegar a serlo)” (Bion, 1987).

Esto de encontrar una voz propia se dice, se lee y se piensa fácil, pero qué difícil es. Existe una batalla inconsciente con nosotros mismos en el esfuerzo de encontrarnos y crearnos como analistas. “Las voces que escuchas, están principalmente en la mente y pertenecen a nuestros fantasmas ancestrales” (Loewald, 1960). En este proceso, necesitamos esforzarnos para ir creando en nosotros mismos una manera auténtica de hablar, que incluya claro, las partes que hemos integrado de nuestros supervisores, maestros, y obviamente, de nuestros analistas. El objetivo es reinventarnos, descubrirnos a nosotros mismos, así como también, usar de forma creativa nuestra propia ascendencia emocional.

Creo que definitivamente sería más fácil entrar a un lugar donde nos moldeen a imagen y semejanza, ya que esto implicaría no tener que contactar con nuestra propia verdad en el camino a descubrir quiénes somos e ir creando y descubriendo nuestra propia voz. Gabbard y Ogden describen el proceso de convertirse en psicoanalista como la cristalización de un estilo analítico individual que es resultado del procesamiento crítico y la asimilación integrativa gradual de todas las variables enumeradas.  (Gabbard y Ogden, 2009). El encontrarnos a nosotros mismos y a nuestra voz, es aterrador ya que nos pone en una situación de mayor responsabilidad e implica un mayor conocimiento de quienes somos.

A pesar del miedo que da atender a nuestros primeros pacientes, ellos son clave en el nuestro proceso ya que no puede existir un analista sin un analizando con quien crear, conversar, pensar y en el que las funciones contenidas se ejerzan de tal manera que constituyan un dúo constructivo. Un analista no se crea a base de teoría, sino a base de experiencia, de prueba y error, de creatividad. Solo en la práctica puede volverse vivo y real lo que en teoría puede ser lógico, hermoso e inteligente, pero no demuestra lo que es estar al frente del paciente.

¿Qué pasa cuando por fin logras devenir psicoanalista? ¿Existe un fin acaso? ¿Realmente se llega? Pienso que suponer que existe un fin en este camino, sería suponer que se llega a una omnipotencia donde todo se sabe y nos volvemos un ser completo y sin cabida a más. Además, esto iría en contra del postulado del conocimiento de la verdad, puesto que ya no estaríamos investigando al saberlo todo. Llegar a ser psicoanalista, podría significar en cambio, alcanzar la realidad de ser humano, con debilidades, defectos, limitaciones, angustias, omnipotencia, envidia, odio, deseos, amores, etc., en una lucha constante con nuestro ser ingobernable; no contra nosotros mismos, sino con nosotros mismos.

No estoy segura de que el camino a devenir psicoanalista llegue a su fin al terminar la formación, si bien se termina el proceso necesario de 6 años, el camino se sigue recorriendo en el descubrirnos a nosotros mismos día con día, no solamente como analistas sino como sujetos. 

En este escrito hablo mucho acerca de la importancia que tiene el tener una voz propia, sin embargo, lo que más me costó trabajo fue poner mi propia voz aquí y hablar no solo de las cosas increíbles que tiene esta profesión, sino también hablar de aquellas que son menos placenteras y más reales. Ahora, más que hablar de la teoría, me gustaría hablar de lo que vivimos como candidatos. Creo que es normal idealizar la formación antes de empezarla, puesto que pensamos que al ser algo tan anhelado, solamente traerá satisfacciones, pero conforme vamos avanzando, nos damos cuenta de lo mucho que cuesta adaptarse a este trabajo y a la gran responsabilidad que trae consigo. Digo adaptarse, porque este no es solamente el comienzo de la formación, es el comienzo del camino que recorreremos a lo largo de nuestra vida. A lo que me refería al principio del escrito diciendo que los requisitos implican mucho más de lo que las palabras alcanzan a expresar, es que este proceso también cuesta dolor, lagrimas, renuncias, frustración, impotencia, desilusiones, cansancio, dudas, miedo, ganas de tirar la toalla, falta de tiempo para hacer otras cosas o estar con seres queridos, entre otras muchas cosas que estoy segura, que los aquí presentes ya tienen en mente. Lo que describí la mayor parte del trabajo, representa la teoría psicoanalítica, lo que es perfecto en papel, pero imperfecto en la realidad. Y entre más avancemos en este camino y más logremos constituir nuestra voz, más responsabilidad tendremos, y esta responsabilidad vendrá acompañada de poder, un poder que también nos dará la oportunidad de cuestionar todo aquello que en algún momento idealizamos, como a aquellos que fueron nuestros guías en este camino, me estoy refiriendo a autores reconocidos, maestros, supervisores e incluso a nuestros analistas.

En este punto, mis reflexiones me han hecho recordar al poeta griego, Konstantin Kavafis y su clásico: Ítaca.

“Cuando te encuentres de camino a Ítaca,

desea que sea largo el camino,

lleno de aventuras, lleno de conocimientos.

A los Lestrigones y a los Cíclopes,

al enojado Poseidón no temas,

tales en tu camino nunca encontrarás,

si mantienes tu pensamiento elevado, y selecta

emoción tu espíritu y tu cuerpo tienta.

A los Lestrigones y a los Cíclopes,

al fiero Poseidón no encontrarás,

si no los llevas dentro de tu alma,

si tu alma no los coloca ante ti.

Desea que sea largo el camino.

Que sean muchas las mañanas estivales

en que con qué alegría, con qué gozo

arribes a puertos nunca antes vistos,

deténte en los emporios fenicios,

y adquiere mercancías preciosas,

nácares y corales, ámbar y ébano,

y perfumes sensuales de todo tipo,

cuántos más perfumes sensuales puedas.

Ve a ciudades de Egipto, a muchas,

aprende y aprende de los instruidos.

Ten siempre en tu mente a Ítaca.

La llegada allí es tu destino.

Pero no apresures tu viaje en absoluto.

Mejor que dure muchos años,

y ya anciano recales en la isla,

rico con cuanto ganaste en el camino,

sin esperar que te dé riquezas Ítaca.

Ítaca te dio el bello viaje.

Sin ella no habrías emprendido el camino.

Pero no tiene más que darte.

Y si pobre la encuentras, Ítaca no te engañó.

Así sabio como te hiciste, con tanta experiencia,

comprenderás ya qué significan las Ítacas.”

(Kavafis, 1982).

En realidad, aún hay muchas preguntas, y conforme vaya avanzando en el camino, podré retomar este trabajo no solamente para encontrar respuestas, sino para agregar preguntas. El no encontrar las respuestas a todo, deja una sensación de incertidumbre por no saber lo que aún queda por recorrer, así como también ganas de recorrerlo. Y así también, me queda claro que este camino, nuestro camino, está lejos de llegar a su fin.

Cuando te encuentres en el camino a devenir psicoanalista, desea que sea largo, lleno de aventuras y lleno de conocimientos. La llegada ahí es tu destino, pero no apresures tu viaje en absoluto. Mejor que dure muchos años. Y si pobre la encuentras, Ítaca no te engañó. Así sabio como te hiciste, con tanta experiencia, comprenderás ya qué significan las Ítacas.

Bibliografía