Silhi Macias

“Quien no conoce la historia está condenado a repetirla” Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borrás

Hablar de depresión nos remonta a situaciones que han aquejado a los seres humanos desde tiempos remotos, pero no por eso deja de ser un tema actual y mucho menos en la clínica psicoanalítica, ya que es frecuente la llegada de pacientes que buscan el análisis debido a síntomas asociados a la depresión; al respecto Jonapá, Durán y Ruiz (2020), refieren que “ya desde la información del 2000, se preveía que la depresión llegaría a ser una de las principales causas de discapacidad para el 2030 (Organización Mundial de la Salud [OMS], 2008)”.

Por su parte, Bleichmar (2001), señala que “en todos los países en que se han realizado estudios estadísticos las cifras revelan uniformemente que las mujeres padecen el doble de depresión que los hombres” (p. 43), comentario que pudiera hacernos pensar que el factor biológico es determinante en cuanto el padecimiento de la depresión.

Sin embargo, este mismo autor continúa estudiando a que se deben los resultados obtenidos en las estadísticas, concluyendo “La mayor incidencia de depresión en las mujeres no debe buscarse en la biología, en su fisiología, en su cuerpo, sino en las condiciones de vida y en las características de la subjetividad” (p. 54). Por tal motivo, el objetivo de este trabajo no se dirige a comprender la depresión femenina, sino de manera general a mostrar una estructura de la construcción de la depresión a través de su historia, considerando las condiciones que determinan los estados depresivos, como la forma de sentir y sufrir en las quejas cotidianas del día a día.

A los pronósticos de la OMS, se suma la situación de aislamiento social que se vive en la actualidad a raíz de la pandemia por Covid-19, por lo tanto, es fácil imaginar la demanda que puede existir en la consulta psicoanalítica relacionada a síntomas depresivos, donde algunos llegan sin saber lo que pudiera estar ocurriéndoles y otros reconociéndose como deprimidos, de acuerdo a su estado de ánimo y síntomas que presenta.

Las quejas que se escuchan cotidianamente en relación a la depresión, son: un sufrimiento por presentar cansancio excesivo, falta de motivación, desinterés por sus actividades, falta de apetito, tristeza, llanto, desánimo, no poder levantarse de la cama, sentimiento de inutilidad, vacío, culpa, falta de concentración y en casos más graves ideas suicidas entre otros.

Así que, aunque hoy en día, parece sencillo identificar los síntomas que presenta una persona con depresión, tomó mucho tiempo construir la conceptualización de dicho padecimiento, es por ello, que se considera importante conocer los antecedentes históricos de la depresión que como veremos, es un fenómeno que se ha estudiado desde los primeros años de la humanidad, atravesando por diversas teorías: desde lo mágico, hasta lo científico. Aclarando que por cuestión de tiempo sólo es posible retomar algunos autores del tema de la depresión.

Jackson (1986), en su obra titulada “Historia de la melancolía” nos muestra un recorrido histórico acerca la depresión, refiriendo que los primeros antecedentes datan del siglo XIV y tienen que ver con la Teoría humoral; al hablar de melancholia, proveniente del griego se entendía como “un desorden mental que implicaba un prolongado estado de miedo y depresión”, y traducido al latín significaba atra bilis, pero en lenguas vernáculas se traducía como bilis negra. Más adelante en el siglo XVI y XVII, con este término se hacía referencia a enfermedad, pero con la rehabilitación renacentista de la melancolía aristotélica se empezó a utilizar en términos populares.

Cabe mencionar que la Teoría de los humores, data del siglo V a.C., en donde Hipócrates escribió un libro titulado “De la naturaleza del Hombre”, considerado el contenido un tipo de medicina empírica, y clasificaba al hombre por sus humores, que son sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema, asociado principalmente a las estaciones del año, según su humor; pero es la bilis negra la que finalmente es considerada un elemento esencial en la patogénesis de la melancolía, y la responsable de toda una serie de variadas enfermedades que iban del dolor de cabeza, vértigo, parálisis, espasmos, epilepsia y otros desórdenes mentales, a las fiebres cuartanas, las enfermedades del riñón, el hígado y el bazo.

Por otra parte, Platón (como se citó en Jackson,1986), también emplea la Teoría de los Humores, refiriendo que la bilis negra, provocaba la enfermedad de la melancolía, como producto de la descomposición de la carne que generaba una secreción que no encontraba salida del cuerpo y se mezclaba con los movimientos del alma generando problemas emocionales y desórdenes mentales, en los que se incluía la melancolía.

Otro personaje que menciona Jackson (1986) y que utilizó dicha teoría para explicar la melancolía, fue Galeno, quien consideraba que la bilis negra se producía por un calor intenso sobre la bilis amarilla o la sangre, convirtiéndola más espesa y oscura.

Más tarde, en el siglo XVIII, se introduce el vocablo depresión derivado del latín de y premere (es decir apretar u oprimir) y deprimere que significa empujar hacia abajo asociándolo a la melancolía. Jackson (1986), cita a Richard Blackmore, refiriendo que asocia dicho concepto a la medicina y mencionó que se trataba de “estar deprimido en una profunda tristeza y melancolía, o elevado a un estado lunático o de distracción”; pero el uso de esta palabra se fue haciendo cada vez más popular, pero para diagnosticar se utilizaba el término melancolía.

Siguiendo la línea histórica que realizó Jackson (1986), menciona que, en 1880, Kraepelin, utiliza por primera vez la expresión locura depresiva, para denominar una categoría de la locura y una categoría más de la paranoia, hasta que en 1899 diagnosticó la locura maníaco depresiva; por su parte, Adolf Meyer, se propone eliminar la palabra melancolía y englobar en la depresión lo que anteriormente se definió como melancolía, y es hasta que se categoriza la enfermedad maníaco depresiva que deja de utilizarse el término melancolía.

Como verán, este es un panorama histórico acerca de cómo se fue construyendo el término depresión, recorriendo varios pensamientos, pero finalmente se aterrizan en el campo de lo físico y lo biológico puesto que se estudia en el área de la medicina y por lo tanto era concebido como una enfermedad a la cual se intentaba dar solución; pero no hay que perder de vista que también hace referencia a los afectos que experimentaban las personas con depresión, es decir, que a pesar de no ser tema de interés para estos autores hasta el momento, era notorio el aspecto psicológico de la patología.

Ahora bien, un cuestionamiento que surge es ¿Qué es la enfermedad? Al respecto Jackson (1986), cita a King, para definir la idea de enfermedad, refiriendo que enfermedad “es un conjunto de factores, y ningún factor por sí solo identifica una enfermedad. Sólo la repetición de una serie de acontecimientos, de un conjunto de elementos combinados en una determinada relación, es que podemos etiquetar como enfermedad”, y cómo podemos observar las investigaciones respecto de la depresión nos muestra que los principales síntomas están relacionados con el miedo, tristeza y melancolía, así que lo que sigue es entender el componente emocional de la depresión.

Para ello, el autor dedica un apartado para definir la palabra emoción, concluyendo que “es una experiencia caracterizada por un claro tono de sentimiento que puede ser de amor, odio, miedo, asco, ira, alegría o tristeza, y una determinada disposición en la expresión motriz” (Jackson, 1986, p.25), usando sin discriminación alguna para referirse a las emociones y a las expresiones: afectos, pasiones y perturbaciones del alma, refiriendo que la tristeza es el principal afecto relacionado a la depresión, pero que para considerarse enfermedad y de acuerdo a Platón era necesario un exceso de dolor capaz de disminuir el razonamiento, es decir, me parece que de aquí surge que para diagnosticar a alguien con depresión es necesario que la persona se vea significativamente afectada, pero aún no era importante, pues la mirada estaba puesta como ya se dijo específicamente en lo biológico.

Es hasta el siglo XX que el tema de la melancolía es considerado por Sigmund Freud (como se citó en Jackson,1986), en su ensayo “Duelo y melancolía”, siendo este el primer antecedente de estudio del tema por el Psicoanálisis; al respecto se dice que la melancolía surge, cuando hay un cúmulo de tensión sexual psíquica y permanece insatisfecha; siendo que el afecto principal es el duelo, esto es, que se ha perdido algo, concluyendo que aquello que se pierde es la libido, es decir, aquí podemos observar que la atención, ya no se fijaba sólo en aquellos síntomas físicos, pues empezaba a ser importante el funcionamiento de cada persona y su aparato psíquico.

A partir de ahí, surgen otros autores psicoanalistas que teorizan respecto de la melancolía, como Karl Abraham, quien relaciona la ansiedad con la depresión de manera que sugiere que un “paciente que sufre una neurosis de ansiedad se verá sujeto a estados de depresión mental, y el melancólico se quejará de ansiedad”, (como se citó en Jackson,1986). Hace referencia a que el afecto principal en el melancólico es el odio, acompañado de sentimientos de inadaptación, debido a que considera que sus objetos lo odian por sus defectos innatos, por lo que termina perdiendo a sus objetos, pero internaliza, algunos aspectos del objeto que conducirán a los autorreproches, en donde hay un ataque hacia sí mismo y hacia el objeto internalizado y perdido.

Por su parte, Sandor Rado (como se citó en Jackson,1986), describe la melancolía “como un desesperado grito en demanda de cariño”, refiriendo que la melancolía es un intento de cura, para restaurar la autoestima del ego, “aniquilada por la pérdida de cariño”.

Tenemos también a Otto Fenichel, (como se citó en Jackson,1986), quien refiere que “en pequeño grado la depresión aparece en prácticamente todas las neurosis (por lo menos en forma de sentimiento de inferioridad neurótico); en grado mayor es el síntoma más terrible en el estado psicótico atormentador de la melancolía”.

Finalmente, Jackson (1986), también cita a Melanie Klein, con su aporte respecto a la posición depresiva del niño, que tiene que ver con el desarrollo de este, calificándola como “una melancolía en statu nascendi”, los afectos predominantes son el enfado, ansiedad, culpa y tristeza, ante la respuesta de la madre-objeto, vista de manera ambivalente, es decir, por un lado está la madre buena que satisface y por el otro la madre mala que frustra, pero que debe ser integrada como una madre real, pero si no ocurre de esta manera, el niño “no alcanzará un nivel satisfactorio de autoestima; y será propenso a las depresiones en la vida adulta”.

De acuerdo a los teóricos psicoanalistas, podemos destacar la importancia que tiene el objeto para el surgimiento de la depresión, pero no es posible decir que es el factor determinante, así como tampoco, se podría pensar en el factor biológico o el social de manera aislada, como generadores de síntomas depresivos, pues de la historia en general, se infiere que el tema de la depresión bajo la mirada subjetiva que permite el psicoanálisis, conduce a un entendimiento del aparato psíquico en relación a experiencias traumáticas, tal y como lo sugiere Bleichmar (2003), en su artículo titulado “Algunos subtipos de depresión, sus interrelaciones y consecuencias para el tratamiento psicoanalítico”, mismo que presentó en la Conferencia Joseph Sandler, organizada por el comité de Investigación de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA).

Por lo tanto, se agregan otros aspectos, pues al hablar de pérdidas de objeto, implica que hablemos de relaciones y al relacionarnos, es inevitable excluir los estímulos ambientales, y desde luego, está el factor personal, ya que no podríamos hablar de subjetividad si no hablamos de una carga psíquica que cada persona tiene, y que finalmente todo en su conjunto nos permite en la actualidad, valorar y determinar si alguien padece depresión o no.

Por lo que las experiencias traumáticas “adquieren su significado psicológico en base a las fantasías y estados internos a través de las cuales son captadas” (Bleichmar, 2003), es decir, el mundo interno de cada persona juega un papel importante respecto a la percepción de sus vivencias, que, al contactar con una realidad externa innegable, cabe la posibilidad de desarrollar o no patologías, que en el caso particular hablamos de depresión.

Por su parte, en años más recientes Roudinesco, (2000), refiere que “la depresión, no es ni una neurosis, ni una psicosis, ni una melancolía, sino una entidad blanda que remite a un estado pensado en términos de fatiga, de déficit, o de debilitamientos de la personalidad” (p. 19), es decir, que bajo este contexto se puede pensar en primer lugar que la depresión no es una estructura psíquica, que al separar la melancolía de la depresión pudiera pensarse en términos de gravedad, y finalmente al referir que es un estado, se infiere que es un fenómeno temporal y un diagnóstico al respecto no identifica a quien lo esté vivenciando.

De lo anterior expuesto, se puede observar que los pensamientos y estudios realizados en relación a la melancolía y depresión son acercamientos relacionados con estructuras neuróticas, pero conforme va avanzando el estudio del tema, vemos que la depresión ya ha sido pensada y observada en otras estructuras psíquicas y da oportunidad de explorar nuevos horizontes.

Tal es el caso de las aportaciones que hace André Green (como se citó en Ortiz, 2011) respecto al tema; este autor se interesa en trastornos más graves y describe que lo que ocurre en estos pacientes es un proceso de “desinvestidura radical que engendra estados anímicos en blanco sin componentes afectivos, sin dolor, sin sufrimiento, por lo que refiere que tienen una dificultad para la representación mental, mala concentración e imposibilidad de pensar, considerándolo como el núcleo psicótico” (p. 205).

De lo anterior, podemos concluir, que la historia sirve para comprender la depresión y así, identificar los factores que la componen, como son: el afecto, las relaciones con el otro, el duelo, lo biológico, lo social, su sintomatología, los pensamientos, las fantasías y la subjetividad de cada quien, indagando en las experiencias vividas, lo cual, nos podría permitir una mejor práctica del método psicoanalítico, comprendido como lo hace (Roudinesco, 2000), pues menciona que el Psicoanálisis consiste en “una cura fundada en la palabra, una cura en la cual el hecho de verbalizar el sufrimiento, de encontrar las palabras para expresarlo, permite si no curarlo, al menos tomar conciencia de su origen, y por tanto asumirlo”. (p. 25).

Desde mi punto de vista, puedo mencionar que, al echar un vistazo a los antecedentes históricos, se encuentran aspectos vigentes hoy en día, pues sin importar la época que se vive, tal parece que lo que aqueja a las personas con depresión, siguen siendo los mismos síntomas, en cuanto al aspecto psicológico, y aunque es innegable que existen indicadores físicos corporales y conductuales, la importancia de la experiencia abstracta, es donde, podemos encontrar respuestas para el tratamiento hacia la patología.

El propósito de hacer énfasis en la historia de la patología, es para conocer el origen de lo que hoy como analistas enfrentamos en la consulta y que al igual que el Psicoanálisis busca en lo más profundo del inconsciente, es decir, las experiencias originales para explicar las actuaciones actuales, considero que la génesis de la enfermedad nos ayuda a comprender, cómo es que diagnosticamos, en este caso específico, depresión, pero desde luego que podría aplicar a cualquier otro padecimiento, sin embargo; como ya lo mencioné mi interés por la depresión es por la demanda tan alta, que a mi propia experiencia, existe en la consulta.

Otra reflexión, que me parece interesante de plantear, tiene que ver con las primeras miradas puestas en la depresión o melancolía, las cuales tienen que ver con el aspecto médico, mismo que hasta la fecha, es de gran importancia, puesto que en la actualidad, nos cruzamos con pacientes que para poder llevar a cabo un análisis, es necesario, que sea revisado y medicado por un médico psiquiatra, o de lo contrario, está incapacitado para recibir lo benéfico que ofrece un tratamiento psicológico, de cualquier enfoque que hablemos, por lo tanto, son aspectos inseparables y me parece que no tendríamos que considerar aisladamente estos factores, sino de manera integral, estar abiertos a utilizar ambos tratamientos, y así obtener mejores resultados, pues innegablemente el funcionamiento fisiológico es inherente a todas las personas, y no disociar lo médico de lo psicológico, como ya se hizo en el pasado.

Pero aún quedan aspectos por debatir como pueden ser las ansiedades y defensas que utilizan las personas ante la sintomatología depresiva, que a mi parecer, también, se pueden categorizar desde inconscientes, biológicas o conductuales, las cuales, podrían considerarse para dar continuidad al presente trabajo, pues por el momento se trató de esquematizar el desarrollo de la depresión como un fenómeno social que ha permanecido en la historia del ser humano y continúa vigente con diversidad de cambios, no en la estructura de la persona sino en las demandas sociales de la actualidad.

Bibliografía

  • Bleichmar, E. (2001). La depresión en la mujer. Barcelona. Editorial: Temas de hoy.
  • Bleichmar, H. (2003). Algunos subtipos de depresión, sus interrelaciones y consecuencias para el tratamiento psicoanalítico. Revista Aperturas Psicoanalíticas no. 14.
  • Jackson, S. (1986). Historia de la melancolía. Desde tiempos hipocráticos a la época moderna. Yale University London: Ediciones Turner. Traducido por Vázquez, C.
  • Jonapá, V., Rivas M., Durán, R., Ruíz, F. (2020) La depresión, un problema de salud pública de las mujeres en Chiapas. Revista Salud Pública y Nutrición, 19 (2), 19-25. Recuperado Junio 04,2021, de https://www.medigraphic.com/pdfs/revsalpubnut/spn-2020/spn202c.pdf
  • Ortiz, E. (2011). La mente en desarrollo. Ciudad de México: Paidós.
  • Roudinesco, Elizabeth (2000). ¿Por qué el psicoanálisis? México: Paidós. Capítulos 1-4.