Depresión post-parto
Autor: Estela Cházaro
“Cuando se tiene un hijo, se tiene el mundo adentro y el corazón afuera”. Anónimo
Según estadísticas del IMSS, cada año en México hasta 400,000 mujeres sufren depresión postparto. Lo alarmante es que un alto porcentaje de casos queda sin ser reconocido, diagnosticado, ni tratado y las madres afectadas viven su maternidad en la tristeza, sin calidad de vida y con efectos devastadores tanto para ellas como para sus hijos, su pareja, su familia y a fin de cuentas para la sociedad. ¡Es imposible ser una “buena” madre cuando se sufre de depresión postparto!
Muchas madres dejan de recibir ayuda debido a que la sociedad recrimina duramente a las madres que tienen sentimientos negativos hacia sus hijos, por lo que se sienten culpables y avergonzadas y en consecuencia, callan su sentir para no ser juzgadas como madres inhumanas y desnaturalizadas, y así, su maternidad se convierte en una muy mala experiencia.
La depresión post-parto se manifiesta a través de llanto, irritabilidad, sentimientos excesivos de culpa, trastornos del sueño y apetito, problemas en la concentración y aislamiento social. Tales síntomas conllevan a una pérdida de interés e indiferencia hacia el bebé, o bien, se expresan a través de actitudes intrusivas u hostiles hacia ésta. En otros casos la depresión post-parto se acompaña de síntomas hipocondríacos, somatizaciones, temores y fantasías de la madre de dañarse a sí misma o a su bebé. Las razones por las que se produce la depresión post-parto no están aún muy claras. Las investigaciones psiquiátricas le atribuyen factores que van desde el desajuste hormonal, efectos fisiológicos de partos altamente difíciles, hasta el aislamiento social, falta de apoyo familiar, pobreza y desempleo.
Para hablar de depresión post-parto, es necesario comenzar desde la concepción, embarazo, parto y post-parto, ya que son fases de un mismo proceso. Hablar del post-parto y más aun de la depresión post-parto sin abordar las fases previas, es casi imposible. Por ello, haré un breve resumen de ellas para finalmente enfocarme al tema del presente trabajo.
Emilè Durkheim nos dice que somos producto del momento histórico y de la cultura en la que nacemos. Nuestro mundo está lleno de simbolismos propios de nuestro origen cultural, el cual propone valores y creencias que determinan los ideales del yo del sujeto. Las representaciones del rol de género son parte de este sistema de ideales, los cuales incluyen representaciones acerca de la maternidad y paternidad. Estas representaciones tradicionales se incorporan a la subjetividad del individuo, construyéndose una realidad psíquica propia de cada persona. Se requiere de un trabajo multidisciplinario para comprender al individuo en su totalidad como producto bilógico, social y psicológico. Madre y padre son producto de su cultura y su psiquismo, pero a la vez son productores de ellas, esto es, son sujetos y objetos a la vez.
La maternidad es un tema central en la vida de las mujeres, más allá del hecho de haber tenido o no hijos. La sociedad privilegia la función materna, ésta define a la mujer por encima de cualquier otra función. El embarazo y la maternidad son pilares de la identidad femenina.
El significado y la importancia de la concepción y del embarazo dependen en mucho de factores externos, como son la situación económica, condición social, la relación con la pareja o falta de ella y sus relaciones familiares, así como de factores intrínsecos, como son la edad de la madre, si es el primer embarazo o uno subsecuente, su salud, si el embarazo es o no deseado, etc. Sin embargo, hay autores que explican una psicodinamia común a todas ellas y esa es la que intentaré explicar.
Para la mujer, la concepción es el primer paso para convertirse en madre, rol con el que viene fantaseando desde su infancia. Al saberse embarazada, se identifica con la madre y se cuestiona si, al igual que ella, también será capaz de procrear y dar vida a un hijo sano.
Así como el feto se implanta en el útero de la madre, también se implanta en su psiquismo. Junto a los cambios orgánicos también aparecen en el primer tercio del embarazo cambios psíquicos tales como ensimismamiento, somnolencia, retraimiento, la libido se vuelve hacia el mundo interior, hacia su cuerpo. La futura madre se siente angustiada respecto a su capacidad de dar vida y llevar adelante el embarazo, el parto y el cuidado del recién nacido.
La embarazada, al identificarse con su propia madre, revive aspectos de amor, ternura, contención, empatía a sus necesidades y cuidados que de niña obtuvo de su madre, al igual que vivencias de frustración, rechazos, insatisfacciones, privaciones, etc., sentimientos que le despiertan muchas ansiedades y culpas. También se identifica con el feto reviviendo su propia infancia y surgen sentimientos ambivalentes hacia su futuro bebé, ya que siente que es una parte de ella a quien ama, a quien desea cuidar, tranquilizar y satisfacer sus necesidades físicas y emocionales, pero al mismo tiempo lo rechaza porque despierta en ella sus propios deseos inconscientes que han sido reprimidos.
Al iniciarse el segundo trimestre aparecen ciertas evidencias físicas que dan certeza del embarazo, como los movimientos y el crecimiento abdominal; la futura madre, al poseer la evidencia del mismo, ya puede mostrarlo al mundo con la certeza de llevar un hijo en su vientre. Se siente completa por poseer aquello que ha deseado y de lo que por años se sintió carente.
A medida que avanza el embarazo, el cuerpo de la mujer cambia, se hace casi irreconocible; se abomba, los senos se hinchan. El temor a ser abandonada se reactiva por la necesidad de dependencia. En el último trimestre se incrementa la ansiedad por el anuncio de la proximidad del parto. Surge la ambivalencia entre el deseo de conocer al hijo y el temor a quedarse vacía, a que el hijo llevado durante nueve meses saldrá ahora de su cuerpo. Desea verlo, cargarlo, acariciarlo, pero teme perder esa parte que siente suya. Necesita ver concretamente a su bebé para cerciorarse de poder vida a un ser sano y al mismo tiempo teme hacerlo.
El parto marca la última etapa del embarazo. Dar a luz es considerado en cada cultura de manera distinta; la angustia de la madre se recrudece dependiendo de si ha recibido comentarios positivos de su propia madre y de su entorno, o desfavorables, como lo doloroso que es, que se puede morir la madre o el hijo en el parto, de si el hijo puede nacer deforme o anormal por el peligro del fórceps, cesárea, anestesia, etc.
Indudablemente el parto es una experiencia física de dolor intenso, provocado por las contracciones uterinas, la distensión pélvica y la dilatación del conducto vaginal, que favorecen la salida del bebé del cuerpo de la madre. Al progresar el trabajo del parto aparecen sensaciones diferentes tanto en el cuerpo como en la mente de la madre que se interrelacionan entre sí.
Si bien es de esperar que la madre se haya anticipado psíquicamente para el alumbramiento durante el embarazo, no deja de ser un evento abrupto que produce mucho desconcierto. Éste representa un cambio radical de estado, una discontinuidad entre mente y cuerpo que es fuente de muchas angustias, la mayoría imposibles de traducir a la palabra.
En nuestra cultura occidental, a diferencia de otras culturas más primitivas, el parto se caracteriza por su sadismo. La atención a la mujer parturienta es impersonal, se la aísla en una sala de trabajo de parto, se la rasura, se le coloca un enema y se la instala en una camilla horizontal, todo ello para facilitar el trabajo del médico y para tener mayor control sobre el parto. La participación de la mujer es dirigida, pasa a depender de las indicaciones médicas, en lugar de permitirle que ella siga su propio instinto. Esta modalidad de participación dependiente y pasiva, en lugar de favorecer su confianza, la hace sentirse más dependiente del medio y por lo tanto más vulnerable.
El puerperio es el tiempo que necesita el niño para terminar de ser parido. La evidencia de que ese ser tan desvalido depende de los cuidados de la madre para sobrevivir, ya que no está dentro de ella sino fuera, puede dar pie a una depresión post-parto profunda, incluso, cuando los conflictos son graves, puede llegarse a una situación de tipo psicótico. Generalmente, aquellos casos donde se presenta este nivel de patología, están relacionados con la aparición de fantasías de vaciamiento, robo y pérdida. El puerperio es un momento de alta vulnerabilidad para la aparición de desórdenes afectivos. A la fragilidad y desorientación que deja el parto, se le agrega la exposición inmediata a emociones muy primarias. El llanto, los gemidos, los olores, los roces son intercambios que evocan en la madre angustias acerca de su propio nacimiento.
Es importante que madre e hijo se reconozcan mutuamente en estos momentos para facilitar la elaboración ante la separación.
La mujer, al “crear” un ser vivo, se divide: es madre e hija a la vez. El yo debe integrar esta dualidad de representaciones de sí misma.
La madre que acaba de parir necesita amparo y protección tanto física como emocionalmente para estar en condiciones de amamantar y cuidar a su bebé. La presencia y apoyo de una red familiar, sobretodo la atención y cuidado de la madre, representan en estos momentos un importante soporte que ayuda a la madre a contener sus propios temores y angustias. Sin embargo, en la sociedad actual, las familias extensas, capaces de brindar este apoyo, son cada vez más escasas. Difícilmente se logra construir una red de abuelas, tías y hermanas que sostengan a la madre y la ayuden a enfrentar la experiencia.
La separación en el momento del parto se asocia a experiencias de pérdida y angustia vividas en la niñez. Se puede presentar un dolor emocional intenso cuando hay conflictos previos relacionados con la propia madre, porque el odio y rechazo alguna vez sentidos, los experimenta con mucha culpa. Esta culpa es una de las razones psíquicas que dan origen a la depresión post parto. Es poco el tiempo que tiene la madre para recuperarse de: la experiencia física y emocionalmente dolorosa del parto; hacer frente a los sentimientos de culpa por lo que siente haber dañado a su madre en las situaciones pasadas de separación y además establecer contacto con su bebé, de cuidarlo, ser tolerante y poder simpatizar con sus necesidades. Si siente estar fallando en su rol de madre por el retraimiento y poco deseos de hacerse cargo de su bebé, puede experimentar más culpa, al sentirse incapaz de llenar sus propias expectativas como madre, generándose así un círculo vicioso que puede llevarle mucho tiempo salir de él.
Desde la experiencia de la madre, el nacimiento del bebé significa un cambio que la lleva desde el re plegamiento centrado en su mundo interno, hacia la inminente realidad externa. El primer llanto llama a que la madre salga de su profundo ensimismamiento, para responder a las intensas y constantes demandas y exigencias de una criatura sentida inicialmente como extraña, diferente a la imaginada o soñada.
La fragilidad física predispone a la madre a la irrupción de impulsos, ansiedades y fantasías que hasta antes había conseguido contener o reprimir. La infiltración de sensaciones primitivas, arcaicas y caóticas no procesadas, tiñe de angustia el encuentro post-natal. La confusión de espacio y tiempo que le sigue a los primeros días y semanas después del nacimiento, constituye un factor adicional que amenaza el equilibrio emocional. Dentro de este delicado contexto la madre queda expuesta, no sólo a sus experiencias primitivas sino a las que provienen de su bebé.
Sin embargo, a pesar de su vulnerabilidad, ella es designada como continente de las ansiedades primitivas del bebé, las que le son proyectadas para que las metabolice y devuelva procesadas. Algunas madres podrán entregarse a vivir y disfrutar de la fusión inicial, como un modo de ir elaborando el dolor de la separación y pérdida de objeto, mientras que otras, pueden sentirse amenazadas por la confusión y pérdida de identidad. En estos últimos casos, el llanto del hijo evocará sensaciones arcaicas de dolor, angustia de aniquilación y desamparo. Sintiéndose invadida por el bebé, lo convierte en el depositario de sus fantasías paranoides, de quien buscará defensivamente distanciarse y desconocer sus necesidades.
La experiencia del parto y nacimiento del bebé son capaces de remitir a vivencias primitivas de separación y pérdida de objeto de índole traumática. La constatación de un yo separado y demandante puede precipitar el despertar violento de un conflicto latente, generado por las demandas persistentes de una identificación narcisista y la exigencia inmediata de la realidad por atender y cuidar del recién nacido.
La vulnerabilidad y regresión a la omnipotencia que implica el embarazo, seguido de la separación brusca experimentada en el parto, se presta a ser vivida con un monto de angustia mayor que el de otras experiencias de separación y pérdida. Si bien el embarazo y el parto constituyen sucesos naturales e instintivos, la vivencia subjetiva que éstos adquieran dependerá de factores constitucionales, de la elaboración del narcisismo infantil y de fijaciones de la libido a etapas tempranas de la relación objetal.
Detrás del estado depresivo se ocultan sentimientos de frustración, rabia y odio, sentimientos todos ellos incompatibles con las representaciones que sobre la maternidad se tienen en nuestra cultura, en la cual se idealiza el rol de la madre abnegada, de quien se espera niegue sus necesidades, fantasías y deseos en favor de la atención a su hijo.
El conflicto que puede representar para la madre la contradicción entre los ideales y aspiraciones psicosociales, con sus necesidades impulsivas y afectivas, puede convertirse en un factor adicional de confusión y de culpa. La emergencia natural de fantasías libidinales y destructivas se enfrenta inmediatamente con mecanismos de negación y represión, que en lugar de facilitar la evolución e integración del vínculo, paralizan la unión afectiva.
A veces el rechazo hacia lo que representa el bebé consigue ocultarse a través de recursos socialmente aceptados, como contratar una niñera o volver precipitadamente al trabajo
A pesar de que la madre requiere realizar un trabajo psíquico intenso, Melanie Klein en Amor, Odio y Reparación, nos dice que el cumplimiento de un deseo tan largamente postergado tiende a disminuir la agresión y aumentar la capacidad de amor. Además, las necesidades del bebé de dependencia de los cuidados maternales demanda más amor que el que puede proporcionarse a cualquier otra persona, brindando así una oportunidad para encausar todas las tendencias afectuosos y constructivas de la madre. El desamparo del niño hace aflorar sus deseos de reparación que ahora pueden aplicarse al hijo. La gratitud hacia el niño que le proporciona el goce de poder amarlo aumenta estos sentimientos y puede conducirla a subordinar su propia gratificación al bienestar de su hijo, quien se convierte en su interés primordial.
La madre podrá ir elaborando la experiencia de separación, para dar curso a un distinto pero similar modo de fusión simbiótica con su bebé, estableciendo un lazo de continuidad entre su útero y placenta, con lo que pueden aportar sus senos, manos, rostro, voz, y todo lo que ella dispone para que el bebé los convierta en objetos parciales.
Precisamente, la posibilidad de establecer la continuidad del intercambio somático a través de la lactancia, crea los lazos libidinales que reparan el dolor de la pérdida y favorecen la recuperación física y psíquica generada por la intensidad del parto.
La naturaleza de la relación de la madre con su hijo (y los venideros) cambia a medida que éste crece. La dinámica de la relación dependerá de los impulsos agresivos de la madre, de su amor, de sus sentimientos de culpa y el impulso a la reparación.
 
 
Bibliografia

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