Alma Rosa Flores 

La construcción de nuestro ser como analistas es el camino de toda la vida, somos la infancia que atravesamos, la adolescencia a la que sucumbimos y la adultez que reconstruimos, este recorrido se instala también en el proceso con los analizandos, ¿cómo podríamos experimentar empatía sin tener por experiencia al menos una porción de lo que el otro nos transmite? lo pregenital, lo infantil, lo regresivo, la descarga pulsional, el polimorfismo sexual, las experiencias caóticas, la agresión, las angustias en cada uno de sus niveles, la privación, la frustración, la castración, lo inconsciente, todo nos atraviesa, mejor dicho nos constituye.

Pisamos los terrenos de lo interno y lo externo, lo público y lo privado, lo racional y lo emocional, las condiciones avanzadas y las primitivas, transitamos en emociones y reacciones frente a lo propio y lo ajeno, solo así podemos prestar nuestro inconsciente y más aún construir un “inconsciente instrumental”.

No es difícil dejar resonar las experiencias extraordinarias, trágicas o dolorosas de los analizandos, lo verdaderamente difícil es manejarlo o ponerlo al servicio del análisis.

Desde que aparece el primer atisbo de un deseo de ser analista, tenemos incrustado en nuestros procesos cognitivos “el tripoide” propuesto por Eitingon: el análisis personal, los seminarios y la supervisión, años recientes se habla de un cuarto elemento que es la interacción y el crecimiento con el grupo, con el trabajo intelectual, el sostén emocional y la puesta en escena de un inconsciente de cada integrante que lo conforma.

Vivir en el campo psicoanalítico implica ciertamente la apropiación de la teoría, la revisión de lecturas y las discusiones en los seminarios, asistir a las sesiones de análisis didáctico y a las horas de supervisión, entender que es una forma de vida y construir un lugar, hacerse de un lugar y de un estilo.

Como todo proceso creativo, ser analista implica una sucesión de diferencias a través del tiempo con avatares propios y dentro de esta espiral de cambios además de múltiples satisfacciones y el reconocimiento del esfuerzo que implica, también está teñido de temores, errores y desilusiones.

Prestamos nuestro psiquismo, nuestro “aparato para pensar”, hacemos un espacio en nuestro mundo interno donde acomodamos a cada persona que se acerca con la ilusión de que “le aliviemos”, que le acompañemos en su sufrimiento, incluso a quien viene con un contrato oculto o con una agenda doble, a los que se van y regresan, a los que nunca vuelven, los que no pagaron, con los que nos equivocamos, los que nunca llegaron, los que vendrán y los que están.

Los pacientes se van y ante su partida se queda un espacio, de principio y el más evidente es una hora vacía que con el paso del tiempo será ocupada por otro paciente, pero hay otro espacio donde se guardó una historia, una espera, una escucha que es única con cada paciente, para desplegar tal escucha investimos a los analizandos y cuando se marchan llevará tiempo desinvestirlos, tal parece que se vive un duelo con cada paciente que ya no está, la forma de elaborar estos duelos dependerá de nuestras pérdidas pasadas, de nuestras pérdidas actuales y por qué no, de las condiciones en que los pacientes salen del proceso, su partida pueden despertarnos enojo, otros pueden generarnos alivio y algunos más quizá también tristeza.

Siguiendo con el tópico de los duelos, es necesario señalar las dificultades imbricadas e internas a las que nos vemos expuestos, tras la pandemia, madres, padres, hermanos, hijos, analistas y analizandos han muerto, son pérdidas simultáneas y paralelas que impactan nuestra escucha cuando estamos atravesando situaciones similares a las de nuestros analizandos.

En otro tema, durante el entrenamiento el registro del material del paciente es una de las tantas tareas difíciles de realizar, esto debido a la multitud de procesos a nivel consciente e inconsciente que se fusionan, se requiere de ejercitar la memoria, pero sobre todo de vencer las resistencias propias pues redactar una sesión es hacer un observador participante a los supervisores, a un grupo, es mostrar la intimidad de nuestras intervenciones, implica exponer nuestro propio aparato psíquico y a la técnica que vamos introyectando.

En más de una ocasión, y en diferentes lugares de supervisión se me atravesó por la mente una pregunta

¿Grabarán las sesiones? Algunas parecían ser un retrato exacto de lo ocurrido dentro del consultorio, precisaban no sólo silencios, sino algún tipo de ruido o expresiones muy específicas en una cadena de palabras que hasta la fecha me parecen difíciles de recordar con tal fidelidad, en ocasiones se cambian frases, hay olvidos, parches o añadiduras.

“Tal reconstrucción sólo puede ser una ficción, puesto que el analista recuerda el encuentro con el analizando a través del filtro de su vivencia como terapeuta, lo reajusta de acuerdo con la teoría que quiere validar (…). El analista participa de la experiencia misma con su deseo, luego la recupera de su recuerdo, la piensa mediante su teoría y la escribe en un lenguaje común. Bien se ve hasta qué punto todos esos planos sucesivos deforman el hecho real que termina por transformarse en otro” p.24 (Nasio, 2015).

A veces, la necesidad del análisis en la díada analítica puede ser del analista, son variados los factores por ejemplo en el primer semestre de la formación nos encontramos con los temas básicos de las entrevistas, sesiones iniciales, encuadre e historia clínica y qué sucede con quienes no tenemos pacientes de inicio, existe una interdependencia innegable, sin analizando no existe analista, es natural entonces cierto grado de angustia, es natural que en un principio exista un fuerte deseo de que un paciente llegue y se mantenga también una exigencia intensa dirigida a nuestra memoria para retener información, recuperarla y plasmarla en nuestros ordenadores y posteriormente revisarla con un analista que nos lleva años de experiencia y/o con compañeros que están atravesando por distintos momentos lógicos y cronológicos en la formación.

Selene Beltrán (2020) en su artículo Desafíos en la clínica psicoanalítica contemporánea, relata “empecé a tener la sensación de que algo me faltaba en el trabajo clínico con mis pacientes, cómo qué sentía que algo ya no alcanzaba para mi comprensión de algunos de ellos, que me quedaba corta, que no estaba funcionando” p.1 resalta la importancia de hacer los cambios pertinentes a la técnica clásica para favorecer el trabajo de las particularidades de los pacientes que nos encontramos en la actualidad.

Vamos armando determinados recursos, entre estos cuenta el referente teórico que acomodamos después de años o bien nuestro estilo de intervención, hay un momento en que ya no están aquellos pacientes que nos llevan a pensar lo factible que hubiera sido mirarlos con este nuevo lente, es una de las tantas frustraciones, darnos cuenta de cómo pudimos intervenir, de lo que pudimos interpretar, del alcance que no tuvimos por la ausencia de información, por la falta de atrevimiento o por las acciones que pudimos evitar.

Esto me llevó a evocar algunos eventos, cuando egresé de la licenciatura tuve por mucho tiempo la sensación de que sabía menos de lo que necesitaba, conforme fueron pasando los meses y los años, me di cuenta que sabía más de lo que creía y supongo que lo mismo pasa ahora, a veces se puede tener la creencia de que no poseemos lo necesario para el análisis con algunos pacientes y luego descubrimos que había en nosotros más de lo que sospechamos.

Existen dos alternativas ante las habilidades que se están desarrollando, por una lado podemos optar por colocarnos del lado del juez, enalteciendo la frase Ignorantia juris non excusat o ignorantia legis neminem excusat el desconocimiento o ignorancia de la ley no sirve de excusa para su cumplimiento, y permitiendo que delinee nuestras nuevas construcciones arrastrando culpa o elegir el sitio que implica tolerar las omisiones, la falta, comprender que así como vamos incorporando las funciones de nuestros padres, también sucede con la función del análisis y de la supervisión.

A lo largo de las supervisiones grupales es común escuchar frases como “es lo que el paciente te deposita” “respondiste de tal forma como contra actuación” “lo que siente la analista es por la identificación proyectiva” y es cierto que se despliegan procesos inconscientes, por ejemplo la propuesta de Racker nos lleva de la mano para comprender las reacciones frente al paciente con los términos de transferencia concordante y complementaria, y de acuerdo con Genaro (2012) el concepto de “transferencia lateral en el analista a partir de la vivencia contratransferencial rechazada” p. 314 ejemplos de ello también lo señala Félix Velasco (2011) solo por mencionar algunos rubros de la lista que cita en el libro psicoterapias psicodinámicas: Reacciones afectivas como la ternura, reacciones cognitivas como el aburrimiento, reacciones corporales como la excitación sexual, entre otras.

Pero también es cierto que hacemos preguntas fuera de lugar, que no supimos en algún momento qué hacer con los silencios, que hacemos o hicimos intervenciones porque la angustia se incrementó y que un paciente se fue porque nuestra intervención no fue pertinente.

Hubo para algunos o habrá para otros, momentos en que reaccionaremos con nuestras propias defensas, con las características de nuestra posición subjetiva o de nuestros rasgos de carácter, con nuestro narcisismo herido o con nuestra omnipotencia, con la configuración de nuestro superyó o con fuertes resistencias, recordemos lo que nos advertía Lacan “La resistencia, es resistencia del analista”.

Al respecto Bonoris (2016) puntualiza que “Increíblemente, nunca se tuvo en cuenta cómo lo que el paciente transfería al analista podía ser respuesta de lo que el inconsciente del analista le transfería al paciente” pág. 10

“Una analista es movido a hablar desde cierto lugar. Por lo tanto nunca es “neutro” en sus intervenciones, que están alimentadas por su experiencia de la vida (….) por sus creencias y posiciones teóricas” es así como “se opera un “encuentro” que nunca deja de tener efectos”. (Mannoni, 1989). P.155

Continuando con la supervisión, la introducción de terceros al análisis debe tener un costo ¿acaso somos los mismos con un paciente luego de mostrarlo, luego de mostrarnos? Cuantas veces se observa cierto apego o incluso obediencia ante las sugerencias de nuestros supervisores, llegando al punto de lo que Palacios (1998) refiere sobre el analista como “imitación mimética de la personalidad” y que podríamos trasladar a la figura del supervisor, en palabras de Mannoni, “seguimos un camino que nos ayude a sentirnos tranquilos” así como encontramos pacientes que tratan de ser buenos pacientes, parece que también los analistas queremos ser buenos analistas.

Introducir la presencia de un tercero en el análisis tiene sus riesgos, se puede vivir como un objeto extraño en la mente del analista que perturba la escucha e interfiere en el acto analítico, hasta que deja de ser un objeto para convertirse en una función que fertiliza tanto el proceso como los procedimientos técnicos.

Parte fundamental del análisis personal es evitar la contaminación del proceso analítico de los analizandos y se logra, aunque en ciertos momentos con algunos huecos, el trabajo con los pacientes también contribuye a que el analista pueda analizar capas más profundas de su propio inconsciente en un continuo proceso de autodescubrimiento.

Fenichel (1961) en su libro sobre problemas de técnica psicoanalítica, menciona que parte del proceso analítico implica interpretar al paciente donde reaparecen los síntomas, y que el analista lo capta y aparecen en su mente las siguientes nominaciones: “ahí también” y “otra vez ahí” le ocurre tal o cual cosa a tal analizando o analizanda, ¿será que en un proceso paralelo le ocurre lo mismo al analista? Las emociones que le despiertan los analizandos podrían traducirse como “otra vez con ella”/ “otra vez con él” “con ella también” /“con él también” seguramente a más de uno nos ha ocurrido o tal vez no, pero vale la pena hablar de un filtro sumamente fino, existe una diferencia clara, en el caso de los pacientes hablamos de una compulsión a la repetición y en caso del analista puede vislumbrarse un conocimiento más asentado de sí mismo y de lo que ocurre en cada dupla analítica.

Este planteamiento, nos lleva al campo del enactment, que surge como una interacción simbólica entre dos, Chused (citado en Moreno, 2000) refiere que ocurre cuando el intento del paciente de hacer real una fantasía sobre el analista, estimula algún tipo de elemento reprimido de éste, que lo lleva a responder inadvertidamente en función de esa percepción del paciente.

“El concepto de enactment, viene entonces a cuestionar con fuerza la idea de un analista interpretador de una realidad que está por fuera de él, en el paciente. En todo caso es alguien que participa, actúa, y luego intenta explicar algo de lo que ha ocurrido entre los dos.

Esto que ocurre durante la sesión, puede ser de índole muy variada, pero con la característica general de que algo que se dice o se hace, y algo que se responde, ambos de forma espontánea y fuera de lo pensado, irrumpen en el marco del diálogo analítico sorprendiendo y cambiando el estilo habitual; puede ser breve o más largo, y después, al recuperarse el intercambio de siempre, debe ser comprendido como una puesta en acto de una escena cuyo argumento no ha estado en la conciencia antes de la acción, y que incumbe directamente al mundo interno del paciente, que inconscientemente ha propuesto ese encuentro y ha arrastrado al analista a jugar ese rol, en el que también está implicado, en mayor o menor medida, su propio mundo interno” (Moreno, 2000).

Después de leer sobre el tema, vino a mi mente el trabajo de Alejandro Beltrán (2016) en su texto Abajo de mi cama vive un monstruo… construcción narrativa y psicoanálisis infantil relata “Después de algunas sesiones, yo también empecé a adormilarme, fue inevitable que cabeceara y, sin percatarme, me quedaba dormido un momento. Despertaba sobresaltado con la sensación de que algo, de que alguien había entrado al consultorio” más adelante en el texto añade “Mi dormir como acto literal, dio pie a la función del reverie”.

Por otro lado, en un terreno distinto también podemos encontrar el acto de dormir o cabecear en una sesión que no tenga que ver con la transferencia del analizando y la contratransferencia del analista, sino como algo que se introduce de la vida personal del analista, haber enfermado y no dormir una noche antes o un cansancio extremo, donde probablemente cancelar la sesión habría sido la mejor opción. Es algo que sucede, pero de lo que poco se habla tal vez porque es un tema embarazoso, lo que nos llevaría al terreno del psicoanálisis que incomoda.

Thelma Cortés (2020) en su trabajo titulado Cuando atendemos pacientes que incomodan, menciona que a su vez nosotros podríamos convertirnos en un psicoanalista incómodo, así mismo pienso que en el universo psicoanalítico también hay una porción que podría incomodarnos.

La última frase de la película Como la vida misma es “somos nuestros padres y los padres de nuestros padres” y en una analogía, pienso que somos nuestros analistas y los analistas de nuestros analistas, rebasando por supuesto el pensamiento mágico y canibálico, atravesando el tema de los procesos identificatorios para arribar a un campo propio, un espacio creativo, una construcción personal donde ellos van dejando una huella. Pero ¿cómo elegimos a nuestros analistas? Por lo pronto y sin una respuesta clara diría como Julio Cortázar “Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”. Porque el análisis es eso una multitud de encuentros y desencuentros sobre un fondo de ejes inconscientes.

A lo largo de la formación atravesamos diferentes etapas, rememoro una frase que escuché cuando me encontré en la vida con el psicoanálisis, “al psicoanálisis se le odia o se le ama” lo que me ha llevado a pensar que quienes decidimos formarnos también lo vivimos en un inicio de forma parcial e idealizada o bien persecutoria, pero nunca de forma neutra, tan solo con respecto a las teorías a veces las ponemos en oposición o lucha como los postulados de la escuela francesa especialmente de Lacan y aquellos de la escuela del yo.

Este recorrido no ha iniciado dos años atrás, así como este trabajo no se ha construido en las últimas dos semanas, del mismo modo que no concluye con esta presentación, ha sido un camino recorrido en doble sentido, donde he tenido que aprender y desaprender, donde me he encontrado con desilusiones, eventos enmarcados en el campo de la ética que troquelaron experiencias generadoras de incertidumbre con un halo de confusión.

Bion citado por Lander (2003) plantea la inevitable “crisis ética” en el curso del análisis, en el cual se ponen a prueba en transferencia los valores del individuo sostenidos por su “yo ideal”, quizás este escrito trata de replantear, elaborar y resignificar lo que es internamente el psicoanálisis en mi vida. He cuestionado las coordenadas del mundo psicoanalítico que estoy explorando y del que apenas me voy sintiendo residente, terreno indómito en el que todo el tiempo parecen nuevas preguntas, las actuales son ¿Cuándo nos convertimos en psicoanalistas? ¿Cuándo han pasado los seis años, concluimos los seminarios y las horas de supervisión? ¿Depende de los trámites y procesos por los que atravesamos a lo largo de este lapso de tiempo? ¿Es un tema de orden interno? Seguramente es una pregunta que se responde desde diferentes aristas.

Una contestación inicial podría tomarse del término autorizarse analista planteado por Lacan, que nos lleva a pensar en el pase, momento en que alcanzamos un lugar y a la vez una función, tema controversial que pone al descubierto la polémica entre el psicoanálisis institucionalizado y el de la vía libre. Vacarezza (2002) señala que “hay dos direcciones diferentes: por un lado la carrera burocrática que lleva a dar una imagen lo más completa posible, avalada por títulos, diplomas, (…) como modelo en el que nada falta y, por el otro, la que plantea un vaciamiento de contenidos imaginarios para desembocar en un saber sobre la castración del ser humano, una destitución subjetiva.”pág. 220.

Vale la pena agregar lo que señala Mannoni (1989) “los criterios de lo administrativo y de lo analítico no son del mismo orden”, con esta interrogante sin responder, cierro este escrito, las reflexiones mencionadas pueden tener lógica y evidentemente diferentes sentidos, encontrar una explicación de los errores cometidos, indagar sobre las experiencias de otros analistas en formación, disminuir la angustia, sentirme acompañada en este complejo y asombroso tránsito y sobre todo abrir un espacio de discusión, poner en palabras lo que nos acontece en la privacidad del consultorio y la soledad de nuestra práctica que se complementa con este otro espacio donde formamos lazos para toda la vida analítica y personal.

Parte fundamental de nuestra construcción como analistas es reconocer nuestra propia humanidad.

A la memoria de Juan Manuel Flores Millán, hermano, cómplice y amigo.

Bibliografía

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