De huellas y marcas.

Autor: Julio César Paredes.

 

“Una vez que conoces a alguien, nunca lo olvidas realmente”

 (El viaje de Chihiro, 2001)

“No soy nadie para retener a alguien

contra su voluntad y además prefiero enseñar a quién quiere aprender.

Lo único que no quiero aquí son falsas apariencias.

O te quedas tal y como eres, o te vas” (El castillo vagabundo, 2004)

 

 

Y estamos aquí una vez más, esta será la última vez que nos veamos, ambos sabíamos que este momento iba a llegar y nos preparamos con bastante tiempo para ello, esta será la última vez que hablemos, al pasar estos 45 minutos, partirás y seguirás con tu vida, seguirás por el camino que has forjado a lo largo de este proceso, de este recorrido que ha sido como una montaña rusa.

Creo que montaña rusa sería la descripción más adecuada para la dinámica que desarrollamos, este ha sido un recorrido con subidas y bajadas, algunos ascensos lentos para después caer a gran velocidad, sintiendo como el viento rezumba en nuestros oídos para después sentir un ligero mareo al entrar en esas pronunciadas curvas y bueno, ni que decir de los bucles que hubo en el camino que pusieron, en ocasiones, las cosas de cabeza.

¿Recuerdas aquella ocasión que comenzamos a hablar acerca de tus padres? No cuando me contabas de cómo eran, sino cuando en realidad comenzamos a hablar de ellos, de cómo te relacionabas con ellos, de cómo te sentías al respecto, de todas las ideas y fantasías que tenías acerca de manera particular, incluso de todas esas fantasías que tenías acerca de lo que significabas tú para cada uno de ellos.

Era increíble toda la gama de emociones que se hicieron presentes, había días que los defendías a capa y espada, sin importar lo que hubieran hecho o dejado de hacer los defendías con vehemencia contra lo que considerabas eran ataques de mi parte al hacerte preguntas acerca de ellos, te molestabas o simplemente te reías tratando de quitarle peso a mis palabras; otros días venías con las armas preparadas para la acción, al menor error los criticabas, los cuestionabas, deseabas apartarte, para en encuentros posteriores sentir una inmensa culpa por haber pensado mal de ellos.

Un vaivén constante, del odio al amor, del amor a la indiferencia, de la indiferencia a la culpa y el camino de vuelta, con sus múltiples variables, con sus bemoles, con las adecuaciones que fueran necesarias en cada ocasión y todo eso era una reacción comprensible, el hilo negro de la historia es que los amabas y te costaba trabajo separarte de esos padres que sentías te habían amado y cuidado.

Muchas fueron las ocasiones en las que pasamos por este proceso, eventos tristes, alegres, divertidos, frustrantes, y un día, comenzaste a contarme cómo durante un percance por el que pasabas te acordaste de mí, pensaste en qué es lo que te diría, si te cuestionaría acerca de tu proceder, si te pondría un pequeño alto para que te dieras tiempo para pensar, había mucha emoción y energía en tu voz, te alegraba el poder llevarme contigo, el tenerme a tu disposición sin que tuvieras que recurrir realmente a mí.

Ese fue un pequeño avance en esta rara, inusual y peculiar relación que tenemos, ya no era algo que estuviera fuera de ti, era alguien quien se ha ganado tu aprecio, alguien a quien llevabas en tu interior porque le concediste una buena parte de tu energía, era un avance en la relación pero al mismo tiempo era el indicador de que paso a paso y poco a poco ibas a ir abandonándola, ibas a poder seguir tu camino, de resolver con mayor facilidad tus problemas sin tener que recurrir a mí, sino a la imagen que te hiciste de mí, que poco a poco se difuminaría para ser completamente tú.

Y bueno, henos aquí, en la última parada, en la última visita de este recorrido, recorrido que realizaste como lo había imaginado, depositando primero en mí todas tus necesidades infantiles, deseando que encontrara el modo de satisfacerlas, que cubriera lo que las personas en tu más tierna infancia no sentiste que te dieran y al sentirme cerca te comenzaron a sentar mal las vacaciones, las interrupciones y cancelaciones, tratabas de mantener la cercanía conmigo haciendo de mis palabras, tus palabras; de mis actos, tus actos; intentabas que tu imagen y la mía no fueran muy diferentes y distantes.

Claro que todo esto podía vivirse como un ensueño, las cosas iban de maravilla hasta que llegó un momento que tenía que llegar, comenzaste a mostrar más agresión en tus sesiones, llegabas a vomitar todo lo que tenías por dentro y hacer de este espacio tu retrete favorito y, por supuesto, no podías evitar aplicar una de las jugadas más clásicas del libro: “mi tío borracho que nunca veo me dijo esto y creo que tiene toda la razón” y mientras tu cuentas como ese tío que hasta ese día te era indiferente, ahora era el poseedor de la verdad, yo, por dentro, sólo podía pensar: “es lo que te he venido repitiendo mil y un veces”, ni que decir, gajes del oficio.

Si bien este período pudo darme sinsabores también es cierto que ayudó a que toleraras un poco más la separación y en este tolerar llegaste a veces a confundir un poco las cosas o, mejor dicho, comenzaste a confundir las funciones de las partes de tu cuerpo, todo en un esfuerzo por mantener tu identidad que se llegó a sentir amenazada; ¿Qué más podría decirte que no supieras? Nada más, llegaste al final, superaste la ardua prueba de los cambios, de cambiar tus relaciones, de cambiar tu propia imagen, superaste el dolor de la desilusión y de la separación hasta decir: “hasta aquí he llegado, me siento bien conmigo mismo”.

Me das las gracias una última vez, te ofrezco mi ayuda si llegas a requerirla en el futuro, nos contamos un último chiste, de esos de humor negro que tanto compartimos, y nos despedimos. Cuando la puerta se cierra me preparo para la siguiente reunión, alguien más va a acudir a este espacio y de igual manera vendrá a hablar de su día a día, de sus sin sabores y sus éxitos, vendrá a depositarse a este espacio, espacio que en ese acto lo hace nuestro, lo hace único, lo hace íntimo; lo vuelve sitio de sosiego o un lugar para vaciar lo que consideramos que tenemos sucio por dentro. Cada encuentro que se da en este lugar tiene eso en común, es una comunión, o bueno, por lo menos eso es lo esperado, lo deseado; aunque a veces no se logre tal entendimiento y reunión es algo que podemos esperar que suceda dado que somos seres humanos.

Infinidad de vidas, infinidad de sueños, infinidad de encuentros y desencuentros, dado que nuestro inconsciente no tiene límites, no conoce de contradicciones, no conoce de negaciones, no conoce del tiempo, nuestros encuentros se transforman en una gran aventura que vamos escribiendo con el paso de los minutos, realizamos correcciones, tratamos de que la historia tenga un poco más de profundidad, más coherencia para cada persona, tratamos de llenar esos vacíos argumentales que en ocasiones nos encontramos y que llegan a complicar mucho la trama, en otras palabras tratamos de escribir una historia que los individuos sientan en ese momento más completa, reconfortante, mas no reconfortante por ser de color de rosa, por no presentar eventos tristes, dolorosos, traumáticos, sino reconfortante justamente porque se encuentran en esa gran historia y cada uno tiene su lugar y su sentido; cada uno de nuestros encuentros intenta poner un punto, una coma, un paréntesis, a esa historia que traen de cierta manera redactada.

Lo subrayo en este momento infinidad de encuentros y, por ende, infinidad de despedidas, cada individuo que acude al consultorio es un nuevo encuentro y este nuevo encuentro nos lleva a un final esperado, más no por ello menos impactante. La relación que tenemos con cada una de las personas que cruzan por el portal de nuestro consultorio es diferente, porque será una relación intensa, donde los secretos salen a la luz, donde nos enteramos de todas esas cosas “que nunca le han contado a nadie”, donde nos convertimos y somos vivenciados como eso que le va a ayudar a transformarse, que les va ayudar a superar ese obstáculo, vacío, dilema o contratiempo que le impide vivirse con plenitud.

La naturaleza de nuestra profesión tiene un rasgo particular y una tarea repetitiva significativa: despedirse, separarse. Esta no es la única disciplina que tiene contacto con otras personas, ni la única disciplina que requiere un lazo íntimo con otro ser humano, pero esta es una disciplina que nos pone en una posición muy subjetiva, en la realidad no somos padres, hermanos, hijos, parejas, maestros o tutores de nuestros pacientes, en la realidad somos profesionales de la salud, somos su psicoanalista; pero si algo enseña el espacio analítico es que la realidad muy pocas veces cuenta y en él somos padres, madres, hijos, hijas, hombres, mujeres, parejas, exparejas, bestias o quimeras, somos lo que el otro piense o sienta que somos en ese momento, paradójicamente, somos su psicoanalista.

Durante y después de un proceso analítico podemos darnos cuenta de la influencia que tenemos sobre el analizando, sobre el paciente, sabemos que él ha avanzado o evolucionado cuando decimos que está logrando introyectar a la figura del analista, pero ¿qué sucede con nosotros? El self del paciente se enriquece y se torna más sólido y congruente, nos toma como objeto interno y nos hace espacio dentro de sí mismo, ¿y nosotros? ¿Acaso somos los mismos de siempre, somos las mismas personas, los mismos individuos, los mismos analistas, después de una sesión de análisis, de un proceso analítico?

Un hombre que sin importar lo que hiciese, no podía hacer feliz a su mujer; una mujer que sin sentir amor de parte de su pareja decide encontrar un amante que la hiciera feliz; un joven con miedo a traicionar sus raíces y por tanto se frena a sí mismo en su crecimiento; una joven que sentía ser poco femenina por haber sido tratada toda su vida como varón; un joven incapaz de expresar su enojo, su ira más que por su propio cuerpo; una mujer que envidiaba a los hombres por ser seres con más privilegios que ella; un joven atemorizado de su propia sexualidad por sentir que su deseo sexual era vivido como sucio y repulsivo para las mujeres; una mujer que tras vivir toda su vida con su pareja es abandonada y ahora se encuentra con la difícil tarea de vivir sola; un joven conflictuado al enterarse que era adoptado; una joven con temor de ser aniquilada por los ácaros que viven en el polvo; un niño que prefiere no comer y no crecer para no despertar su sexualidad ni la de los otros; una niña que no puede poner atención en clases porque la perturban pensamientos incestuosos; un joven que cansado de no identificarse con su propio sexo decide cambiarlo; estos son solo algunas de las personas que han pasado por el espacio analítico, o creo que me siento mejor diciendo, que han pasado por mi vida.

Cada uno de ellos deposito su historia en mí y puedo decir que cada uno de ellos ha sembrado una semilla, a veces encontrando similitudes, a veces encontrando diferencias, a veces con algo de incomprensión por una situación, a veces con mucho dolor al escuchar sus historias. Estas son personas que han pasado por mi vida y algunos me han movido hasta el llanto, otros han provocado mi enojo, otros me parecen tan cercanos y otros más lejanos, pero si algo en común hay en todos ellos es que se convirtieron en personas importantes para mi y algunos de ellos, son personas de las que me he tenido que despedir.

El acto analítico, el proceder del análisis, nos requiere de formar fuertes lazos con los pacientes, y no hay que mal interpretar, que para quien no conoce la teoría le puede llegar a suceder, formar fuertes lazos no es lo mismo que simpatizar, los lazos fuertes no equivalen a actuar de manera tierna, amorosa o sexualmente con ellos, un lazo emocional fuertes es poder entender, aceptar, y en ocasiones, provocar un poco de dolor que ayude a remediar, que ayude a desatorar; y son estos mismos lazos los que considero todos los analistas deben elaborar, no a nivel de contratransferencia o de contraidentificación proyectiva, sino elaborar en el contenido libidinal que ponemos en cada paciente y del cual después nos tendremos que despedir.

Vuelvo a insistir en la idea: separarse es de las tareas más asiduas del analista, el paciente se separa de nosotros y no le es sencillo, nosotros nos separamos de él y de otros tantos, las recurrentes separaciones nos ponen en riesgo de obviarlas, de evadirlas, no propongo que caigamos en una espiral depresiva en la cual nos hundiremos cada vez más y sufriremos por ello… eso sería caótico en realidad, solo pienso que hay que darle lugar a la reflexión:

¿Qué dejo este paciente para mí? ¿qué fue, qué es ahora y qué hacer con todos los contenidos que vino a depositar en mí? Porque más allá de la teoría y la experiencia clínica, el encuentro analítico es un encuentro humano.

Con esto concluyó este escrito, que no fue otra cosa, que el deseo de compartir una última vez con ustedes desde el lugar de “candidato” o “analista en formación”, ya que parte de elaborar las pérdidas es ofrecer una última cosa más de vuelta a cambio de todo aquello que se ha obtenido, y no olvidar que “una vez que conoces a alguien, nunca lo olvidas realmente”.