Construcciones de lo femenino y el rechazo de éste en la propia identidad subjetiva.

Autor: Roxana Inclán

 

“Lo femenino no es asunto solo de mujeres”.

(2017, Curso introductorio de la nueva escuela lacaniana)

 

A manera de introducción me tomé la libertad de tomar la frase anterior del título de un curso que encontré durante la investigación de este ensayo debido que actualmente existe una dicotomía entre lo femenino y lo masculino, como si éstos fueran considerados opuestos y adjudicados únicamente a los roles impuestos y asimilados tanto para mujeres como para hombres respectivamente.

 

En la práctica psicoanalítica nos llegan pacientes con una construcción de su sexualidad conformada por gran diversidad de pulsiones, deseos, fantasías e identificaciones, que a su vez, marcan su propia identidad como individuos. Lo femenino y lo masculino tanto en hombres como en mujeres aún siguen siendo un enigma que interfiere no solo en la manera en la que nos relacionamos con el otro sino en la forma en la que nos constituimos.

 

Continuamente como analistas, nos cuestionamos no solo sobre la forma en la que el ser humano incorpora e integra las identificaciones de lo masculino y lo femenino sino también nos cuestionamos sobre el porqué en varias ocasiones puede llegar a ser un conflicto en la identidad del sujeto.

 

Por tanto, el ensayo pretende explorar algunas formas en cómo hemos construido lo femenino en términos generales y como lo femenino existe como un ingrediente tanto en hombres como mujeres. Estas construcciones nos permitirán adentrarnos al porqué lo femenino es rechazado en la propia subjetividad del ser humano.

 

Lo femenino a mi parecer tiene que ver por un lado, con el rol social. Freud (1923), a pesar de ser un hombre revolucionario para la época victoriana, planteó en un principio lo femenino como lo pasivo y lo masculino como lo activo. Sin embargo, en sus últimos escritos menciona que esto no basta para definir lo que es femenino y lo que es masculino. Considero que lo que llevó a Freud a dar esa equivalencia fue lo social. Solo hay que remontarnos a la época, donde la mujer permanecía en un rol pasivo, instalándose así la dialéctica femenino/pasivo.

 

Lo femenino y lo masculino son constructos donde interfieren elementos como el social, el psíquico y por supuesto el biológico de manera recíproca. Por tal motivo, aunque vivimos en una misma sociedad, lo femenino y masculino son elementos cambiantes y subjetivos en la vida del ser humano.

 

Hoy en día los miembros de la sociedad han creado, promovido e intentado asimilar de cierto modo nuevas construcciones acerca de lo femenino y lo masculino de una manera más integral. Sin embargo, lo que se observa en realidad es que en el fondo lo masculino aún está asociado a lo activo, a la agresividad, a la independencia, así como, a la racionalidad y el autocontrol, por no decir que el hombre como tal, no debe sentir dolor ni sentimientos profundos como la ternura o la tristeza. Por otro lado, lo femenino sigue asociado en primer lugar a la maternidad, seguido de la receptividad, pasividad y dependencia, la sensibilidad y expresividad emocional (Fernández, 2002).

 

El sujeto, inmerso en esta sociedad puede desarrollar a su vez, subjetividades contrapuestas y excluyentes dentro de sí mismo debido a dos situaciones. La primera debido a que las representaciones de lo femenino y lo masculino se presentan de manera dicotómica como menciona Dio Bleichmar (citado en Jiménez, 1990). Y la segunda, debido al incremento de nuevas y flexibles posibilidades de actuar y de vivirse tanto hombre como mujer pero a su vez, aún regido por concepciones tradicionales. Estas subjetividades contrapuestas impactan en el establecimiento de la identidad y de las relaciones interpersonales, a su vez, generan en el sujeto un sentimiento de culpa, confusión y finalmente un rechazo de lo femenino o lo masculino según sea el caso.

 

Freud (citado en Montero, 2006) menciona que los términos masculino y femenino, pueden usarse en tres sentidos diferentes:

 

1)  En un sentido biológico.

2)  En un sentido psicológico, donde lo relaciona con lo activo y pasivo.

3) En un sentido sociológico donde todo ser humano presenta una combinación de actividad y pasividad en sus conductas. Por ejemplo, “las mujeres pueden desplegar grandes actividades en muy variadas direcciones, y los hombres no pueden convivir con sus semejantes si no es desplegando una cantidad considerable de adaptabilidad pasiva” (citado en Montero, 2006).

 

Ahora bien, si nos adentramos al aspecto psíquico, el ser humano es de los pocos animales que desde el momento en que nacen se encuentran en una posición de completa dependencia con su principal cuidador. Sin embargo, en un principio, como menciona Freud, el infante se encuentra inmerso en un narcisismo primario en el que se percibe como un ser completo y en donde madre e infante están en una relación simbiótica en la cual, prevalece la omnipotencia del infante.

Al inicio el bebé siente necesidades y por lo general son satisfechas por la madre. No obstante, llega un momento donde sus necesidades no logran ser satisfechas de manera inmediata y entonces, aparece una frustración. A partir de ahí el infante comienza a desarrollar una noción del otro pero también la idea de que no está completo. Esto quiere decir que el infante llega a percatarse que depende del otro, que es vulnerable. Esta nueva verdad constituye la primera herida narcisista.

 

Con lo anterior podemos inferir que de cierto modo el infante se encuentra ante la madre en una posición pasiva, dependiente, es decir, siguiendo a Freud en sus inicios, el infante se hallará en una posición femenina ante ésta.

 

En el mismo sentido de la herida narcisista, Lacan propone que durante los primeros meses el infante, impulsado también por la madre, se coloca como deseo de ésta. Posteriormente, a partir de que no son satisfechas inmediatamente sus necesidades comienzan a cuestionarse acerca de su posición frente a la madre y se percata que la razón por la cual se siente frustrado es por que existe algo/alguien que desea más la madre, instalándose así la metáfora paterna. Si el infante creía que él mismo era el deseo de la madre, el darse cuenta que en realidad no es así, se enfrenta ante la realidad de vivirse en falta, él no es el agente omnipotente que creía ser (Leader, 2013).

 

Según Lamas (2002) esta situación de dependencia y desamparo, combinada con la pulsión sexual, conduce a los seres humanos a buscar la resolución del anhelo de completud y de rencuentro. Es decir, que bajo esta primera vivencia pasiva es que se genera una necesidad de ser amado, la cual no cesará de existir en ser humano hasta el final de su existencia.

 

Es entonces que la necesidad de ser amado y completado podría interpretarse, como una posición femenina. Puede haber casos donde esta dependencia no sea del todo aceptada y genere en el sujeto un supuesto rechazo de querer pertenecer y ser amado porque lo enfrenta a una vulnerabilidad y a su propia falta.

 

Hay analistas que sugieren que no es hasta que comienza la diferenciación de sexo y el complejo de Edipo que los niños y niñas construyen una identidad propiamente dicha. Sin embargo, Dio Bleichmar (2009) sugiere que, tanto niños como niñas, reconocen y se identifican con el padre y la madre y, a su vez, son reconocidos e identificados por éstos como niño o niña, igual o diferente de ellos mismos antes de que el niño/a llegue a ser consciente de la diferencia sexual. Lo anterior se debe a que finalmente, los adultos intercambian con los niños mensajes constantes y repletos de significados con respecto a lo femenino como lo pasivo y a la dependencia y; a lo masculino como lo activo. Las representaciones conscientes e inconscientes que la madre y el padre tienen de lo femenino y lo masculino se transmite de muchas maneras, como por ejemplo mediante sus expectativas y deseos, sus modalidades de interacción y por el modo en que los miembros de pareja se relacionan entre sí.

 

Lo anterior no quiere decir que el aspecto biológico se menosprecia, al contrario, el cuerpo es la primera evidencia irrefutable de la diferencia humana. Este hecho biológico, con toda la carga libidinal que conlleva, es materia básica de la cultura (Lamas, 2002).

 

Al inicio, durante la primera etapa psicosexual de Freud, es que aparece la herida narcisista, el bebé por tanto buscará de manera activa, formas de negar tal dependencia y pasividad, por ejemplo mediante la vía alucinatoria de deseo, donde a partir del chupeteo busca saciar la necesidad. Sin embargo esto no lo saciará y se verá en la necesidad de terminar aceptando la dependencia.

En esta misma etapa se formularán las primeras identificaciones con el cuidador, usualmente, la madre. A partir de lo anterior, psicoanalistas como Melanie Klein, Dio Bleichmar y Benjamín plantean la existencia de una feminidad primaria en todo individuo (Jiménez, 1990).

 

Posteriormente, conforme el infante crece se vuele más independiente de sus cuidadores y entra a la segunda etapa psicosexual de Freud (1905), donde será más notorio una ambivalencia entre lo pasivo y lo activo, el control versus la sumisión. El infante, mediante el control de esfínteres muestra su propia autonomía, rechazando así cualquier situación que lo enfrente a una posición pasiva.

 

Antes de pasar a la etapa fálica, tanto niñas como niños son vividos como iguales. Al mismo tiempo, ambos consideran que la madre y ellos son iguales. Hacia la edad de los 4 años, Freud propone que los niños y niñas se percatan de la diferencia anatómica de los cuerpos, esto quiere decir que ambos se dan cuenta que la niña no tiene algo que el niño si, y esto es, un pene. Al principio, ambos creerán que a la niña le crecerá, mientras que por otro lado, se aferran a la idea de que mamá si lo tiene y buscan identificarse con ella.

 

Posteriormente, tras el complejo de Edipo, la niña se dirigirá al padre para identificarse con éste pero regresa a la madre al aceptar la falta de pene. El niño, se verá amenazado por el complejo de castración y deberá identificarse con el padre.

 

En el caso de la niña Freud propone tres vías para solucionar el complejo de Edipo. El primero es un refuerzo de sus identificaciones femeninas; el segundo, la inhibición sexual; y por último, el complejo de masculinidad. Los últimos dos por consiguiente estarían relacionados con el rechazo de lo femenino en la mujer al no poder reconciliarse con las identificaciones femeninas (Chasseguet-Smirgel, 1977).

 

Como menciona Chasseguet-Smirgel (1977) el niño, por obra del sepultamiento del Edipo verá reafirmadas sus identificaciones masculinas. Si bien Diamond (citado en Bermejo, 2005) considera que el desarrollo de la masculinidad del varón depende de la capacidad tanto de la madre y como del padre, de reconocer la masculinidad del niño, más allá de llevar a acabo una completa des identificación con la madre, esta idea podría explicar el porqué entonces el varón también podría rechazar lo femenino.

 

Tanto la angustia de castración en el varón como la castración para la niña representan en sí una segunda herida narcisista. Chasseguet-Smirgel (citado en Bermejo, 2018) menciona que en este sentido el falo representa parcialmente el pecho perdido. No es únicamente el complejo de castración que se instaura como falta sino es éste el que más bien remite simbólicamente a la primera herida narcisista. Como ya se señaló, de una u otra forma esta falta se relaciona socialmente con lo femenino, lo pasivo. Sin embargo esto no quiere decir que solo la mujer esté incompleta o en falta sino todo ser humano.

 

Para Minsky (citado en Montero, 2006), “el impacto primordial de la teoría freudiana es que las identidades binarias, puras de la “masculinidad” y la “feminidad” son inexistentes porque el ser humano nace con una disposición bisexual. Desean a ambos progenitores y se identifican con los dos; en diferentes grados según la particular dinámica familiar y según su medio, expresarán o reprimirán esos deseos o identificaciones como adultos en su cultura”.

 

Siguiendo lo anterior, me parece interesante que Chodorow (citado en Bleichmar, 2009) menciona que los sentidos de la femineidad o la masculinidad no proceden directamente del padre o de la madre que son un hombre y una mujer respectivamente. Si no que, considerando que existe una mezcla de identificaciones, las hijas y los hijos pueden también experimentar la femineidad del padre o la masculinidad de la madre y, la experiencia misma, puede desembocar en una gran variedad de identidades masculinas y femeninas.

 

Previo a mis conclusiones es importante mencionar que el presente ensayo, se basó en gran medida en la construcción que Freud hace de lo femenino, no con la intensión de defender esta postura sino como una de las posibles explicaciones del porqué lo femenino es rechazado en la identidad subjetiva ya que nos enfrenta bajo esta idea, a la pasividad.

 

Si bien Freud propone que lo pasivo es femenino y lo masculino es activo, esto no quiere decir que una posición sea mejor que otra, finalmente ambas son necesarias para vivir.

 

Considero que no necesariamente hay un rechazo a lo femenino por el hecho de ser una cualidad “propia” de la mujer sino que siempre ha habido un rechazo a lo pasivo. Este rechazo también lo encontramos psíquicamente ya que el ser humano siempre se ha luchado a lo largo del desarrollo contra éste.

 

Constantemente se habla más sobre el rechazo que tiene el hombre de sus identificaciones femeninas pero las mujeres hoy en día, por la lucha feminista, caen en el mismo rechazo.

 

El aceptar estos nuevos constructos e integrarlos en la identidad pueden ser percibidos también como un suceso agresivo y angustiante para el sujeto, que bajo muchos años se vivió con una identidad en la cual lo femenino y lo masculino estaban peleados.

 

Lo que como analistas debemos buscar en el análisis de nuestros pacientes, es una integración de lo femenino y lo masculino que le permita construir una identidad sin contradicciones. Por tanto, la escucha analítica deberá orientarse a cada uno de los elementos que integran la identidad, es decir, desde, las significaciones sociales y culturales, los aspectos biológicos, la historia personal y por su puesto el desarrollo psíquico que incluye bisexualidad infantil, el desarrollo psicosexual, el desarrollo de las relaciones objetales, así como, el interjuego de las identificaciones, que impactan en grados y modos distintos según la persona que tengamos en nuestro consultorio.

 

 

Bibliografía

 

  • Bermejo, P. (2005) La configuración de la masculinidad. Reconsideración del alejamiento del niño de la madre para construir la identidad de género masculino [Diamond,, M.J.,2004]. Revista Aperturas psicoanálisis. Vol. 19
  • Chasseguet-Smirgel, J. (1977) La sexualidad femenina. Editorial LAIA. Barcelona, España.
  • Dio Bleichmar, E. (2009) Las teorías del psicoanálisis sobre el género. Congreso Ipa. Revista Aperturas 34. Chicago.
  • Fernández, L. (2000) Roles de género y mujeres académicas. Revista Ciencia Sociales. Vol. 88 pág. 63 -75 España.
  • Freud, S. (1923 – 1925) Sigmund Freud. Obras Completas. El yo y el ello y otras obras. Vol. XIX. Amorrortu editores. Argentina.
  • Freud, S. (1905) Sigmund Freud. Obras Completas. Fragmento de análisis de un caso de histeria (Dora). Tres ensayos de teoría sexual y otras obras. Vol. VII. Amorrortu editores. Argentina.
  • Jiménez, M. (1990) Psicoanálisis y feminismo: aportes para una comprensión de la feminidad. Entrevista a la Dra. Emilce Dio Bleichmar. Madrid.
  • Lamas, M. (2002). Cuerpo: diferencia sexual y género. Taurus. México.
  • Leader, D (2013). ¿Qué es la locura? Editorial Sexto Piso. Madrid, España.
  • Montero, O. (2006) Aproximaciones a la bisexualidad. Freud y los debates actuales. FEPAL XXVI Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis. “El legado de Freud a 150 años de su nacimiento”. Perú.
  • (2017) Lo femenino no es solo asunto de mujeres. Curso Introductorio. Medellín, Colombia. Recuperado de http://nel-medellin.org/lo-femenino-solo-es-asunto-de-mujeres/