Sofía D’Acosta 

“Un buen padre vale por cien maestros” -Jean Jacques Rousseau

Las palabras escritas en el siglo XVIII por el revolucionario francés siguen estando vigentes al día de hoy, pero, ¿será que lo que caracterizaba a un buen padre en esa época sea lo mismo que lo caracteriza en la actualidad?

El término paternidad se define como el estado o circunstancia del hombre que ha sido padre. El padre, a su vez, se refiere al hombre que ha engendrado a uno o más hijos.  El concepto de padre se construye y se puede estudiar según sus tres esferas; la biológica, la sociocultural y la psicológica. 

La biológica corresponde a la función reproductiva del padre, aquélla que comparte con el resto de los animales.

La esfera sociocultural delimita las expectativas y tareas que el padre debe cumplir, en un determinado contexto social.

Y por último, la función del padre a nivel psicológico está inscrita en el orden simbólico y se construye a partir de aspectos históricos, socioculturales y subjetivos.  

Dado lo anterior, el concepto de padre se ha ido transformando a lo largo de la historia ya que cada época y sociedad ha delimitado su función dentro de la estructura familiar. La capacidad reproductora del padre está cargada de muchos significados según el contexto socio histórico que se estudie. El estudio del pensamiento mítico griego y la herencia helénica sugiere que la maternidad era considerada como fuerza de vida y de renovación. Micolta, A (2008) nos dice: 

“La reproducción humana mantiene la especie y crea individuos nuevos; en tal sentido, el embarazo y el parto en este periodo, aseguraban la supervivencia de la humanidad y la renovación de las generaciones, la mujer no podía sustraerse a ello, de la misma manera que el hombre no podía negarse a ir a la guerra.”

Debido a que, en esta época, los riesgos que las mujeres vivían en el parto se asemejan a los riesgos a los que los hombres se enfrentaban en la guerra, que tiene que ver con el riesgo de muerte, hace que el papel de la mujer y de los niños cobre gran importancia, ya que representaba la promesa de la supervivencia humana. El papel del hombre estaba destinado a defender, pelear y gobernar. No tenía injerencia ni presencia en el cuidado de los niños.

Micolta, A (2008) explica que la cultura romana tomó de los griegos un conjunto de leyes que situaban a la función materna dentro del marco familiar. Sin embargo el derecho romano es patriarcal y estableció en la familia, el poder del padre sobre los hijos, dejando únicamente el embarazo y el parto bajo el mando de la madre. La ley le reconocía al padre autoridad totalitaria sobre los hijos ya que era obligación jurídica criar para servir a su familia, linaje y ciudad. 

Simone de Beauvoir, 1975 (en Micolta, 2008) “el derecho materno se sustituyó por el paterno; la transferencia del dominio se hizo de padres a hijos, y ya no de la mujer a su clan como estuvo establecido con anterioridad.”

Los estudios sociológicos de Georg Simmel en 1986 sugieren que lo que mantenía la unión familiar en este período histórico no era la procreación del padre si no el dominio que ejercía sobre sus descendientes. Esta visión de la familia dio paso a la aparición de la familia patriarcal, en la cual (Engels, 1970 en Micolta, 2008) “se funda a partir del concepto de propiedad privada, en una organización de individuos, esclavos o no, bajo el poder del jefe paterno que vivía en poligamia.” Este tipo de familia fue delimitando la evolución hacia la monogamia, donde el hombre prometía su fidelidad a la mujer y la paternidad de sus hijos.

Para la teología judeo cristiana en esencia todos somos iguales, pero el creador es el padre todopoderoso. “El cristianismo dio lugar a un nuevo padre patriarcal. El padre se volvió en imagen de Dios.” (Knibiehler, 1997 en Micolta, 2008). Jesús designa a Dios como su propio padre, único padre y creador de los niños que vienen al mundo. De acuerdo con los lineamientos judeo cristianos el único medio en que el hombre puede ser padre y puede constituir una familia es a través del matrimonio. Pero el padre solo recibe a los hijos de Dios en consignación, lo que significa que es el encargado de protegerlos, educarlos y respetar su libertad. 

La familia tradicional, al igual que los roles del padre y la madre, se definen a partir de las ideologías instauradas por la doctrina romana y judeo cristiana.

En la Edad Media, Dios continuó siendo Padre y rey. La maternidad mantuvo los lineamientos judeo cristianos. Se conservaba la consideración de que la madre era inferior y el poder masculino cada vez tenía más presencia e importancia en la sociedad. Las religiones delimitaron tres modelos de paternidad forjando la dominación masculina sobre la femenina:

  1. El modelo aristocrático, fundado principalmente en la importancia del linaje. El patrimonio de títulos, honor y poder tenían un papel fundamental en la educación. 
  2. El modelo campesino, se basaba en que la tierra era el patrimonio. Las tareas educativas de los niños eran distribuidas entre el padre y la madre según la edad y el sexo de los hijos. La madre se hacía cargo de las hijas e hijos más pequeños, al igual que enseñaban a las hijas las funciones femeninas y las tareas del hogar. El padre se encargaba de los hijos hombres cuando estos fueran capaces de asistir al trabajo masculino, y educaba a través del ejemplo.
  3. El modelo urbano o de los habitantes de las ciudades, donde usualmente habitaban los comerciantes y artesanos, el modelo del oficio no era suficiente, era necesario el saber y el saber hacer. Por lo que el padre no era únicamente el patrón del hijo si no también el maestro. La hija también era educada por el padre con el fin de unirla en matrimonio con alguno de sus discípulos. 

En el Renacimiento los lazos familiares, el matrimonio y la maternidad adquirieron un mayor valor social. Las mujeres empezaron a laborar fuera de casa, lo cual significaba una autonomía económica y familiar. No obstante, el hombre tradicional influenciado por las doctrinas romanas rechazaba la independencia de la mujer y restableció la vida doméstica de ella. Beauvoir, 1975 nos explica (en Micolta, 2008) “la misma causa que había asegurado a la mujer su autoridad en la casa, ahora asegura la preponderancia del hombre; el trabajo casero de la mujer desaparece al lado del trabajo productivo del hombre; este trabajo era todo y aquel otro un anexo insignificante.”

Jean Jacques Rousseau, a partir del año 1750, revolucionó con ideas románticas que aparta la maternidad de lo sagrado y lo introduce en el plano familiar. Expone el papel del ambiente natural necesario para el desarrollo del niño. De la misma forma, explica que a través de la unión estrecha del hijo con su madre, éste entrará en contacto con el padre. 

La propuesta de que la madre da pauta al contacto del padre con el hijo fue posteriormente desarrollada por Sigmund Freud a finales del siglo XIX y principios del XX. Su teoría es altamente influenciada por el padre burgués, característico de esta época. El padre autoritario, totalitario, e inclusive en ocasiones podría considerarse sádico, pierde poder tras la injerencia del Estado al ejercer una mayor tutela sobre las familias. Rifón, 2009 expone: “Esto supone un debilitamiento del status de padre, pero es de destacar, que aunque el Estado empiece a limitar los poderes del padre, su figura en el imaginario social seguía permaneciendo como el “padre terrible”, el padre burgués.”

La teoría psicoanalítica freudiana se centra en las concepciones de la infancia, el desarrollo psicosexual y el papel de los padres en este. El complejo de Edipo, una de las aportaciones más importantes y revolucionarias por parte del autor, está directamente vinculado al concepto de paternidad. Vilche, 2016 dice “es preciso separar dicha fusión a través de la autoridad de tal figura a los efectos de una diferenciación entre madre-hijo, ya que al principio se da el fenómeno de indiferenciación yo no-yo. El padre viene a oficiar de autoridad externa de separación.”

Freud desarrolla el “Complejo de Edipo” que cada vez fue adquiriendo mayor importancia en el desarrollo sexual de la primera infancia y es considerado un fenómeno central. Su sepultamiento da lugar a la formación del Súper Yo e introduce al niño al periodo de latencia. 

“La niñita, que quiere considerarse la amada predilecta del padre, forzosamente tendrá que vivenciar alguna seria reprimenda de parte de él, y se verá arrojada de los cielos. El varoncito, que considera a la madre como su propiedad, hace la experiencia de que ella le quita amor y cuidados para entregárselos a un recién nacido. Y la reflexión acrisola el valor de estos influjos, destacando el carácter inevitable de tales experiencias penosas, antagónicas al contenido del complejo. […] Así, el complejo de Edipo se iría al fundamento a raíz de su fracaso, como resultado de su imposibilidad interna.” (Freud, 1924).

Por otro lado, la obra de Tótem y Tabú publicada en 1913 habla sobre el mito fundacional de la cultura según Sigmund Freud. Alude al origen de la cultura, y a través del mito del padre de la horda primitiva, propone cómo es que el hombre primitivo se constituye en uno de sociedad. 

El totemismo, como generalísimo religioso, está sostenido por tres prohibiciones o tabúes inviolables; prohbición del incesto, prohibición del parricidio y prohibición del cannibalismo. El totem, que generalmente era un animal, representaba la unión del clan y lo ancla a una comunidad, dándole un nombre y estableciendo las prohibiciones.

Uno de los rituales de estos grupos consistiría en matar y comer al animal totémico. Al comerlo, haciendo alusión a la incorporación, los integrantes imitaban al animal y al terminar lloraban su muerte. “El psicoanálisis nos ha revelado que el animal totémico es realmente el sustituto del padre” (Freud, 1913).

Tomando en cuenta las palabras del padre del psicoanálisis, podríamos llegar a la conclusión de que los hijos, a través del odio que le tienen a su padre, lo matan para después darse cuenta que lo aman y lo incorporan. Así, las prohibiciones se vuelven parte del mundo simbólico y establecen un orden social. 

En palabras de Freud: “¿De qué manera se ha llegado a sustituir la familia real y efectiva por la estirpe totémica? He aquí un enigma cuya solución acaso se obtenga junto con el esclarecimiento del tótem. Cabe reparar, en efecto, en que, dada una libertad para el comercio sexual que supere la barrera del matrimonio, la consanguinidad, y con ella la prohibición del incesto, se volverán tan inciertas que la prohibición tendrá que aducir inevitablemente otro fundamento. Por eso no es superfluo apuntar que las costumbres de los australianos reconocen condiciones sociales y oportunidades festivas en que se infringe el privilegio matrimonial exclusivo de un hombre sobre una mujer.” (Freud, 1913).

Relacionando el asesinato del padre de la horda primitiva con los elementos del complejo de Edipo podríamos esteblecer que la introyección del padre como rival, el asesinato del mismo y la aceptación del complejo de castración permiten la entrada a la instauración de la ley simbólica. “La ley estaría representada por el padre muerto.” (Vilche, 2016).

Para el discurso psicoanalítico, con dicho análisis de los textos freudianos, podríamos resumir a la función paterna como aquélla que prohibe el incesto y regula el deseo del niño, separando la dupla madre-hijo.

En la actualidad somos partícipes de una revolución de los estereotipos de género y a su vez de la maternidad y paternidad. Esto supone un cambio en cómo se viven las identidades masculinas y femeninas, y al mismo tiempo, la transformación en su forma de relación. 

Poco a poco se ha ido derrumbando la autoridad patriarcal, al igual que cuestionando el papel autoritario del hombre sobre la mujer y los hijos. Lo anterior ha dado cabida a una nueva filosofía que ha permitido una mayor libertad y autonomía. Esto nos plantea nuevas formas de parentalidad donde los roles de madre o padre no tienen la rigidez de épocas anteriores y las funciones maternas y paternas cada vez son más compartidas por ambos padres, así como una mayor presencia e interés por el niño.  

Partiendo de este supuesto, actualmente ha proliferado el fenómeno de la coparentalidad. Ésta se podría entender como una forma de llevar a cabo las tareas de la madre y del padre de manera compartida. Este tipo de parentalidad constituye un importante cambio sociocultural, al igual que en el plano simbólico. Su ejercicio ha modificado de manera significativa los papeles dentro del orden familiar. 

No obstante, cuando esta fusión de los roles es llevada a un extremo se puede dar una indiferenciación del rol materno y paterno. Esto constituye una dificultad por parte de los padres al no recibir, contener e interpretar las pulsiones del hijo, viéndose comprometida la capacidad del niño para irse relacionando con el mundo externo y dificultando el desarrollo de la tolerancia a la frustración.

Por otro lado, algunos padres tienen poca capacidad de relacionarse e involucrarse con su hijo. No pueden, o no saben, jugar con ellos, a excepción de hacerlo con los videojuegos. Ambos fenómenos afectan la capacidad de simbolización del niño, la cual se ve muy comprometida. (Rifón, 2009)

La evolución de los roles paternos y maternos dentro de la familia indudablemente está produciendo cambios en la estructura psíquica del niño del siglo XXI.

La definición y el ejercicio de la parentalidad ha representado una serie de problemáticas y cuestionamientos a nivel social, cultural y psicológico. Nosotros no estamos exentos de esto. Nuestro trabajo en el consultorio es uno de los recursos que pueden orientar a redefinir la parentalidad.

El discurso patriarcal ha estado arraigado a la concepción familiar desde hace miles de años. La función materna, al igual que la paterna, son necesarias para el desarrollo del niño. Sin embargo, ambas funciones no deben ser adoptadas de manera obligada por la mujer y el hombre.

El desarrollo de nuevas teorías, roles y estructuras familiares es necesario para fomentar el cambio y el libre ejercicio de estas funciones. 

Padre es aquel que procura, enseña y cuida a su hijo. 

Bibliografía: 

  • Freud, S. (2014). Obras completas: Tótem y Tabú y otras obras (1913-1914). Amorrortu editores. 2a Edición (14): Buenos Aires, Argentina.