A continuación reproducimos el texto que Alejandro Radchik leyó en el homenaje póstumo a Roberto Gaitán, su analista.
Agradezco a Luisa, Pablo y David, así como a Andrés y Avelino, por haberme concedido este espacio para hablar de mis experiencias con Roberto como paciente.
Quiero hacer constar que es gracias a Roberto que hoy me encuentro aquí, pues él, desde que enfermé, estuvo al pendiente de todo, apoyando a Gaby mi esposa, y posteriormente influyó profundamente en que pudiera levantarme e iniciar el camino de mi recuperación.
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Obtuve la referencia de Roberto a través de mi hermana Carol, e inicié análisis a principios de febrero de 1980, una vez que logré vencer las primeras resistencias y marcar el número en la tarjeta.
De inmediato me sentí contenido por la manera en que transcurrieron las entrevistas, y el establecimiento del encuadre; que, dicho sea de paso, se convirtió en el modelo que habría de seguir más adelante como analista y como docente.
Una vez que me convertí en paciente de Roberto fui alcanzando un sinnúmero de logros, venciendo temores… Un ejemplo: desde antes de comenzar terapia, yo coqueteaba con volverme psicoanalista, pero fue gracias a Roberto, quien me invitó a formar parte del entrenamiento que me atreví.
La combinación de resistencias y temores que solemos tener antes de entrenarnos como psicoanalistas, yo la expresaba así: “todavía no estoy listo, es más: me encantaría formarme, pero, mi propia patología me hace dudar de mí, creo tener muchos conflictos que son un impedimento para ser psicoanalista…”
Con el sarcasmo e ingenio que siempre lo caracterizaron, él me dijo: “Lee la biografía de Freud, y entonces verás que no tienes de qué preocuparte”.
 
Fue en la época en que Roberto manejaba el Atlantic azul, cuando yo me entrené y tuve la fortuna de tenerlo como maestro. A quienes fuimos sus alumnos nos dejaba boquiabiertos por su sabiduría y su manera clara de explicar los conceptos psicoanalíticos. Vaya que él sí entendía la terminología complicada, siempre nos sacaba del apuro, no importaba de quien se tratara, Lacan, Klein, Rapaport o Bion…
Bastaba con que yo manifestara, en clase o en sesión, alguna inquietud o “atorón” con un paciente, para que en ese momento Roberto me diera indicaciones o sugerencias con respecto a la psicodinamia o a la técnica, que me daban luz para el futuro tratamiento del paciente en cuestión. De ahí que pueda afirmar y decir que él fue un gran analista y supervisor.
En aquellos tiempos de entrenamiento, tuve la fortuna de haber llevado con Roberto mi análisis didáctico, conseguía así “lo mejor de dos mundos”. Iba al último piso de la casa de Eucaliptos. Ahí, pasaba con Amapola a supervisar, y luego iba con Roberto a sesión. Fue en esa casa que pude conocer, y constatar, la capacidad de resiliencia de Roberto, evidente en la siguiente anécdota. Cuando fue el temblor de 85, se dañaron las escaleras del edificio en que Roberto vivía y tenía su consultorio en la Condesa, ese hecho per sé era suficiente como para potenciar la angustia que pudiese generar otro temblor. Esa noche del 19 de septiembre, saliendo de sesión, en el consultorio de Bosques, a las 20 horas, nos tocó aquella réplica bastante fuerte en magnitud, recordarán quizás que ese segundo temblor fue muy angustiante y destructivo, Roberto sin dejarse llevar por la angustia pronunció entonces unas palabras contenedoras, y así fue que pude llegar a casa.
1985 fue un año significativo en mi análisis, pues en ese año tuve la oportunidad de descubrir también que Roberto fue un analista que tenía el don de reconocer sus errores y los puntos ciegos, para ejemplo lo siguiente:
Antes de marzo de 1985, había enfermado mi abuela materna, previo a la semana santa,   en mi análisis, dije que tenía la impresión de que pronto moriría, pues había observado en ella algunos síntomas que me anunciaban su muerte, entonces Roberto me interpretó que yo exageraba, que yo magnificaba el grado de alarma… Luego, efectivamente falleció mi abuela materna, justo unos días antes del final de Semana Santa, en marzo de 85. Al narrar este hecho, Roberto me platicó que coincidentemente su propia abuela había muerto alrededor de esas fechas en que lo había hecho mi propia abuela.
Y fue entonces, que Roberto mismo dijo percatarse de que cuando me interpretó que yo exageraba los síntomas fatales de mi abuela, estaba en realidad contratransferencialmente asustado por mi material, pues él había estado tratando de negar los problemas de salud de su propia abuela, y por tanto, me ofrecía una disculpa.
Roberto sabía utilizar las palabras adecuadamente, combinando el sarcasmo e ingenio. En alguna ocasión, una de mis hermanas dejó su terapia, lo cual me había producido tremenda frustración y angustia. Yo le dije a Roberto: “estoy muy consternado, pues mi hermana fulanita ya se dio de alta, ella aduce que ya no necesita análisis.” Y me dijo, acucioso “entonces se dio de baja”.
Roberto era muy cuidadoso de no enseñar su mundo interno, no manifestaba lo que pudieron haber sido sus debilidades, temores y angustias. Sin embargo, no vacilaba en dejar permear los vínculos libidinales que tenía con su propia familia:
Cuando recibía llamadas de sus hijos, Pablo o David, sus “chiquilines” le cambiaba el tono de voz. Había fotos de sus hijos en el consultorio. Así también le pasaba cuando lo llamaba su colega y amiga Rosalba, le decía con cariño “Rosalbita preciosa”. Lo mismo le ocurría con Luisa; en alguna ocasión, sonó el teléfono y me pidió que interrumpiéramos la sesión, lo delataba un tono jubiloso: “Alex: ¿te importaría que interrumpiéramos la sesión? Es que es importante para mí, me está hablando Luisa desde Buenos Aires.”
Y así, ¡qué decir de los vínculos libidinales que tenía con sus hermanos! En los últimos días, en que tuvo conmigo ese gesto empático al ofrecerme algunas sesiones para tratar las consecuencias derivadas del infarto cerebral, me anunciaba con mucho gusto cuando iba a comer con sus hermanos, Andrés y Avelino.
Siempre le estaré agradecido porque desde que yo tuve el AVC, estuvo muy pendiente de mí, de mis hijas, y de mi esposa Gaby y le brindó ayuda, echando la mano en lo que podía. Estuvo al tanto de mi evolución en terapia intensiva, y la asesoraba en cuanto al cómo manejar con mis pacientes la información. Un día, fue a visitarme al hospital, yo todavía no podía hablar, entonces con toda paciencia, me invitó a que expresara mis inquietudes a señas o con dibujos, como pude le pregunté: ¿cómo están mis hijas? (iban en primaria cuando yo enfermé). Me hizo saber que había estado en comunicación con Alma Millán quien en esos tiempos era la psicóloga de la escuela y agregó: “no te preocupes todo está bajo control, tus hijas están bien”. Cuando partí del hospital, fue a visitarme para ofrecer ayuda, se sentaba a platicar y me daba sus sabias opiniones, un día me dijo estas palabras: “estoy aquí porque un amigo está en apuros.” Y desde ese momento, nos aconsejó a Gaby y a mi sobre cómo ir reestructurando mi vida laboral. Le preocupaba mi rehabilitación y readaptación; por ello, propuso el desarrollo de un proyecto en el cual yo pudiera participar: las cápsulas culturales, al cual Andrés tuvo la gentileza de invitarme… y así siguió pendiente de mí Roberto, venía a mi casa, y yo tomaba una sesión, cuando llegaba el momento de la despedida decía: “si se te ofrece algo, llama”.
Para Roberto la evolución y tratamiento de mi enfermedad eran desconocidas, y se alegraba cada que manifestaba algún avance, así me lo hizo saber; por lo tanto, cada logro que iba alcanzando lo sorprendía y así fue como me ayudó para que me pusiera en pie, dejara de estar postrado, y consiguiera retomar un proyecto que desarrollé antes de enfermar: la elaboración de un libro de conceptos psicoanalíticos con fines de divulgación. Tuve la oportunidad de informarle de éste, lo cual le causó mucha emoción, incluso me recomendó que solicitara a Adriana Vázquez el apoyo secretarial. Este libro se lo dedicaré a él.
Aún cuando Roberto siempre fue reservado con respecto a su vida emocional, luchaba por ocultar sus desánimos o preocupaciones, en alguna ocasión me platicó que se encontraba muy triste, pues había recibido la noticia de que quien fue su analista, Alfredo Namnum, había muerto. Hoy me identifico con Roberto, ahora sé lo que se siente que muera mi analista, sin embargo, aún me falta lograr personificar tantas virtudes que definieron a Roberto.
Gracias analista, maestro, y también, gran amigo.
 
Ciudad de México, a 8 de septiembre 2017.