Por Alejandro Radchick

Para la naturaleza es muy importante garantizar la supervivencia del individuo, por tal motivo, es vital que se realicen ciertas funciones diario. La alimentación jugará un  papel preponderante; por tanto, la actividad alimenticia habrá de resultar placentera.
También es preocupación de la naturaleza garantizar la permanencia de la especie y, derivado de esta necesidad natural, ha dotado al acto sexual con placer para asegurar que se lleve a cabo.
Las órdenes de comer y reproducirse ocuparán el lugar de los instintos en los animales. En el Hombre quedaron en el lugar que ocupan los instintos (el ello), pero recordemos que aquello que esté en el ello podrá filtrarse a la conciencia, por tanto, si queremos conscientemente obtener placer, buscaremos satisfacer el instinto que nos dota de placer; “toda función bien realizada produce placer”, decía Freud.
En tanto la sexualidad pueda garantizarle a nuestra especie a permanecer en el mundo, ésta función fue dotada por la naturaleza de placer; así, tendremos actividad sexual con el único fin de obtener placer (seremos conscientes de que podremos alterar este fin, de tener sexo no sólo para reproducirnos, por lo que resultará que también comeremos no con el fin de nutrirnos, sino para obtener el placer que conlleva esta actividad).
El ser humano fue dotado de inteligencia, por tanto, pudo percatarse de que realizar estas funciones podía brindarle placer, entonces, nos encontramos con que los humanos hemos hecho de la función de alimentarnos, todo un ritual que pareciera no tener relación con la nutrición que debería conllevar la ingestión de productos nutricios a la boca.
Así como hicimos ésta distorsión,  colocamos al sexo  en el mismo lugar: no sólo es para reproducirnos, también genera placer y cariño.
El hombre es el único animal que recurre al sexo para reproducirse según su decisión; o bien, lo utiliza para obtener placer.
El sexo también nos ofreció la posibilidad de intimar; y de ahí que sea capaz de derivar en el ”amor”, que tendrá por objeto, conservar a la pareja sexual.
Y, en el sexo, hemos colocado la identidad del propio ser humano: nos determina ser machos  o hembras. Así también será determinante la maduración y la actividad sexual.
Casi como la alquimia que era “normal” hasta la edad media, es común oir frases como “ella se hizo mujercita cuando tuvo la menstruación”, como si éste proceso maduracional la hubiera cambiado. También cuando un muchacho tiene su primera relación sexual, se dice ”ya se hizo hombre”, como si el contacto del pene con una vagina lo hubiese transformado.
En el caso de que hubiera alguna falla para ejercer la relación sexual, como la impotencia por ejemplo, el sujeto que la sufre llega a sentir como si se borrara su “identidad masculina“, así como les ocurre a algunas mujeres que tienen que pasar por la histerectomía, quienes suelen expresar frases como:”ya me hicieron menos mujer”.
Para puntualizar: el hecho de que el hombre tenga consciencia, hace que tenga claro que vamos a morir, y eso nos asusta; nos ofrece la ventaja de que nos concentremos a “sacarle jugo a la vida”,  y la desventaja es que se genere la violencia como resultado del miedo que nos genera este conocimiento.
El hecho que el Hombre tiene consciencia hace que: utilice el sexo como fuente de placer e intimidad, y también  para reforzamiento de identidad.
La desventaja que nos genera este conocimiento, es que, la utilización del sexo puede generar sentimientos de culpa y conflicto.
La consciencia de que, como seres vivos vamos a morir, hace que la propia muerte se convierta en el motor de nuestra vida; como vamos a morir, tenemos que “apurarnos” a desarrollar proyectos de vida para trascender.
La consciencia de nuestra propia muerte nos ha inquietado  desde que habitamos este planeta, por ello, han surgido en las civilizaciones las religiones, para tratar de responder a las preguntas que no tienen respuesta, ¿porqué nacimos, de dónde venimos, qué ocurre después de la muerte?
En realidad, ¡esa pregunta sí que es topográfica! nos pasamos la vida tratando de encontrar aquel lugar misterioso del que provenimos y a donde iremos a parar. Y vivimos inquietos, preocupados, porque la vida se nos vaya a acabar.