Por: Alejandro Radchik
Las metas son las aspiraciones que tenemos en la vida, aquellos objetivos que nos proponemos lograr creyendo que sí los logramos. Entonces alcanzaremos la felicidad.
Desde luego que si carecemos de éstos no tendremos razones para vivir, como ocurre en la depresión, “¿para qué me levanto de la cama y me arreglo si no tengo nada que hacer?” Por ello, obviamente, la cura para la depresión implica que logremos que el paciente sea capaz de forjarse metas.
Adler propuso que hay que distinguir entre las metas falsas y las verdaderas, siendo que  las primeras son un auto engaño, pues si las consiguiera el individuo se percataría de que no era lo que creía que lo haría feliz, como ocurre en aquellos jóvenes que se ven forzados a elegir un camino profesional, estudiar una carrera verbigracia y luego, más tarde, se dan cuenta que el haber seguido el camino que decidieron tomar, los ha convertido en profesionistas frustrados.
Es frecuente que nos enfrentemos los analisistas a pacientes a los que tendremos que ayudar a cambiar de rumbo y a que no se sientan culpables por ello, mientras sus metas verdaderas son genuinas –valga la redundancia– es decir, que coincidan los deseos conscientes e inconscientes.
Finalmente, los tendremos que confrontar para que puedan reconocer que es una falsedad que han desperdiciado su dinero, juventud o estudio por decir ahora que no es lo que querían. Lo real es que no perdieron, sino que invirtieron su juventud, tiempo, o dinero para poder descubrir qué era lo que sí querían. Entonces, si cambian de rumbo, estarán acercándose  a la autorrealización que, probablemente, los hará sentir satisfechos.
Aparentemente, alcanzar las metas nos tendría que conducir a la felicidad.
Hay un canción vieja que dice “3 cosas hay en la vida: salud, dinero y amor, y quien tenga esas tres cosas, tendrá que darle gracias a Dios” ¿acaso no sería eso suficiente para  vivir conformes?
Los cuentos aquellos de la lámpara mágica que con frotarla aparece el genio omnipotente que concede tres deseos (independientemente del significado psicoanalítico que hacen alusión a la masturbación que conduce al orgasmo), en el contexto del alcance de las metas, son un ejemplo de cómo podemos hacer patente nuestra frustración por no contar con poderes omnipotentes; así, si nos detenemos a pensar que literalmente existiera el genio de la lámpara, y por tal motivo tuviéramos que pensar detenidamente para estar seguros de no desperdiciar los potenciales deseos, y por tanto, haber tenido la oportunidad de ser felices.
Si nos detenemos a reflexionar, es probable que en nuestra fantasía no pediríamos deseos para desperdiciarlos en banalidades, como un suéter que vimos en el aparador; pediríamos deseos grandes como por ejemplo, una suma importante con la que fuera capaz de solventar la compra de numerosos suéteres. Seguramente, nos calificarían de tontos si hubiéramos optado por lo primero. A esas peticiones que le haríamos al genio de la lámpara se le denomina ideal del yo
 
Diferencias entre yo ideal e ideal del yo: 
Cuando somos bebés no conocemos al mundo, nos encontramos en aquella fase del desarrollo que denominó Freud como narcisismo primario: no nos hace falta nada de nada, nos sentimos como si fuéramos Dios, no nos habremos percatado de nuestra insignificancia.
Freud acuñó una frase: “your majesty the baby” y se refería a este estado donde todo es grandeza según nosotros. Se le llama yo ideal.
Pero pronto seremos corridos del paraíso, pronto vendrá la confrontación con la realidad. Atravesaremos por un fase que se conoce como estadio del espejo que consiste en que el bebé se percata de su imagen, en contraposición de su madre, aquel ser que él creía un Dios todopoderoso; se da cuenta de que es mucho más chico que la madre y se da cuenta de su insignificancia. Entonces viene la gran depresión porque se ha destruido el yo ideal y para recuperar este estado habrá que forjar metas grandes, por ejemplo, querré ser el amo del universo, poseer todo el dinero del mundo, convertirme en el más poderoso y el más famoso del mundo; todo ello para poder sentir de nuevo lo que sentía antes de que se hubiese derrumbado el yo ideal.
Y a todos esos grandes anhelos, esos ideales a alcanzar para recuperar al yo ideal, se les nombra ideal del yo.
No es casualidad que se le denomine el Impulso del Conocimiento (denominado por Bion): Dios se enoja de que hubiera ocurrido lo inevitable cuando Adán probó el fruto prohibido, porque vaya que es frustrante abandonar al yo ideal.
Si pensamos en los presidentes de México de quienes se solía decir que terminaban su periodo “locos“, podemos explicar esa “locura” causada por el hecho de que tenían todo el poder y por tanto todo el control. Recordemos ese chiste que decía que cuando preguntaba la hora el presidente le respondían “Es la hora que usted desee, Señor Presidente”. Por ello era fácil que perdiera el piso, es decir, que se daban las circunstancias en el mundo externo que promovían una regresión al yo ideal.
Yo ideal, es en el que suelen colocarse los poderosos, por ejemplo, los narcotraficantes.
El yo ideal, es pues, el medio con el que se pretende regresar al estado del yo ideal.
Los individuos que recurren a las adicciones lo hacen buscando esa sensación de bienestar y autosuficiencia que se tiene con mamá cuando se es bebé.
Poco a poco nos vamos acercando al yo ideal; en la medida que avanza la tecnología, por ejemplo, a través del internet tenemos el mundo a nuestro alcance. A través de los controles remoto logramos tener el poder de controlar los aparatos que se encuentran distantes a nosotros.
En la medida que avanza la tecnología nos vamos poniendo regresivos con respecto al proceso del pensar, por ejemplo, vamos perdiendo la tolerancia a la frustración, que caracteriza al proceso primario del pensar, como no tolerar la espera de la respuesta a un email o ver cómo salió la foto.