Por Alejandro Radchik
 
Muchas son las teorías acerca del por qué los Seres Humanos hemos desarrollado la mente mucho más que el resto de los animales que pueblan el mundo. Una de las explicaciones, basada en la continuidad de la especie, dice que en tanto el acto sexual humano es básicamente frente a frente y cuando se ataca al otro se lleva a cabo la acción por la espalda, al contrario que la gran mayoría del resto de los animales, ha sido solamente gracias a que seamos lo suficientemente inteligentes, que no nos destruimos al acercarnos a la pareja para procrear.
Independientemente de si es por eso o por algo más, lo cierto es que nuestra mente, unida al cuerpo y a la vez separada, influye en él y lo conceptualiza de la misma manera que el cuerpo y las necesidades biológicas condicionan muchos de los estados mentales.
A diferencia del resto de las especies, el Hombre es el animal que durante más tiempo es dependiente de sus semejantes. Primero de los padres, en promedio el primer diez o quince por ciento de su vida, (aproximadamente los primeros ocho o diez años de su vida) y luego de sus hijos, el último diez por ciento de su vida. Nadie como el Hombre dirá en sus primeros años “Ay, mamá, ¿qué hago?” y en su madurez “Ay, ¿qué hago con mi mamá?”.
La sexualidad está también desfasada. A los doce años de edad aproximadamente, estaremos capacitados fisiológicamente para practicar la sexualidad y para procrear. Psicológicamente seremos muy inmaduros todavía. A los setenta años, tendremos la madurez y experiencia suficientes para llevar una sexualidad plena y procrear con gran responsabilidad, pero sin embargo las funciones corporales, incluidas las sexuales, ya están en declive. Durante los primeros años de vida, nuestra mente tratará de adaptarse al cuerpo, mientras que en los últimos, nuestro cuerpo tratará de adaptarse a la mente.
Cuando nacemos y mientras somos muy pequeños, intentaremos explicarnos el mundo de acuerdo con los pocos elementos que tendremos a la mano, de ahí que nuestro desarrollo mental implique que vamos a tener una percepción distorsionada de muchos elementos. El cuerpo de la madre en primer lugar y luego el propio cuerpo serán nuestras primeras casas; no es de extrañar que para muchas religiones el cuerpo sea “el templo de Dios”.
Ese cuerpo, con sus diferentes zonas, funciones y sensaciones, va a representar aspectos específicos en la mente, cual si fuera una casa, un edificio, una ciudad o un país, en el que dependiendo de su geografía se desarrollen diferentes cosas que se representen de una forma determinada, tal y como por ejemplo la azotea representa la cabeza. “Sentir pasos en la azotea” implica que nos tenemos que poner alertas.
 
 
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