Por: Alejandro Radchick
 
La muerte y el sexo juegan un papel fundamental en el ciclo vital del Hombre, y ocupan un lugar preponderante en el desarrollo de nuestra especie dando estructura, identidad y organizando la experiencia.
 
El lugar de la muerte:
Paradójicamente, la muerte es la que se encarga de promover nuestro desarrollo. La conciencia de que, como seres vivos, vamos a morir, hace que la propia muerte se convierta en el motor de nuestra vida.  
Si vamos a morir, tenemos que “apurarnos” a desarrollar proyectos de vida para trascender. La consciencia de nuestra propia muerte nos ha inquietado desde que habitamos este planeta, por ello, han surgido en las civilización las religiones, para tratar de responder a las preguntas que no tienen respuesta, ¿porqué nacimos y de donde venimos, y qué ocurre después de la muerte?
En realidad, esta pregunta ¡sí que es topográfica!, nos pasamos la vida tratando de encontrar aquel lugar misterioso del que provenimos y a dónde iremos a parar, y vivimos inquietos preocupados  porque la vida se nos vaya a acabar.
Incluso es probable que la raíz de la violencia humana, se deba al propio temor a la muerte: el hecho de amenazar de muerte y matar a los de nuestra especie, finalmente nos hace sentir que podemos controlar cuándo y cómo ponerle fin a la vida.
Las guerras son LA escenificación de la violencia, acarreando la ejecución de determinados grupos poblacionales. Aparentemente, se trata de “simples” luchas territoriales, pero si nos detenemos a comparar este fenómeno en los animales, veremos que, aún cuando estos marcan su territorio, sus “guerras” no se parecen en nada a las nuestras.
 
El lugar del sexo:
Para la naturaleza es muy importante garantizar la supervivencia del individuo, por tal motivo, es vital que ciertas funciones se realicen de forma cotidiana. Así, la alimentación jugará un papel preponderante; por tanto, habrá de resultar placentera la actividad alimenticia. De igual manera, la naturaleza ha dotado al acto sexual de placer: para garantizar que se lleve a cabo con la frecuencia necesaria.
El sexo no sólo da placer y sirve para perpetuar la especie, ofrece la posibilidad de intimar y derivar en “amor”, el cual tendrá por objetivo conservar a la pareja sexual. La desventaja es que los instintos sexuales (desde el Ello) también llegan a generar culpa y conflicto.
El sexo también otorga identidad: nos determina como machos o hembras, como hombres o mujeres. Es común oír frases como  “ella se hizo mujercita” con la llegada de la menarca, como si este proceso maduracional, la hubiera cambiado. También cuando un muchacho tiene su primera relación sexual, se dice: “ya se hizo hombre”, como si el contacto del pene con una vagina lo hubiese transformado. En el caso de que hubiera alguna falla para ejercer la relación sexual, como la impotencia por ejemplo, el sujeto que la sufre llega a sentir como si se borrara su identidad masculina, así como le ocurre a algunas mujeres que tienen que pasar por la histerectomía quienes suelen expresarse como: “ya me hicieron menos mujer” o “me vaciaron”.
La conciencia de que la muerte y el placer sexual existen es la que va a modificar la experiencia humana, al organizar y enriquecer los procesos, aunque esto también los haga más complejos y generadores de angustia.
 
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