Valeria de la Rosa

Consultorio A

Ubicación: Roma sur

En la puerta del consultorio hay una mezuzá y esta puerta es abierta por un analista de aproximadamente 60 años de edad. Es un hombre de tez morena, esbelto y alto; su pelo es gris, sus ojos cafés y su sonrisa grande y cálida. Porta todas las sesiones un anillo de casado en el dedo anular izquierdo, usa camisa con pantalón de vestir sin importar el clima, y se presenta en excelentes condiciones de higiene y aliño. Su tono de voz es cálido y tiene un acento que muestra que el español no es su primer idioma. De igual manera, hace uso de expresiones y refranes “de tío” para hacer interpretaciones o señalamientos a sus pacientes, menciona en ocasiones a sus hijos y, entre los libros de su consultorio, se encuentran volúmenes en otro idioma. Al acudir a una primera cita con él, agenda una llamada en lugar de responder por mensaje de texto. Sus pacientes lo han buscado en redes sociales pero no han encontrado rastro alguno de él fuera de escritos psicoanalíticos, entre ellos temas como la técnica psicoanalítica con pacientes fronterizos, el impacto del trauma intergeneracional, y el trabajo remoto con pacientes.

Consultorio B

Ubicación: Roma Norte

Abre la puerta una analista de alrededor de 30 años de edad. Es una mujer rubia de tez muy blanca y ojos azules, presenta un ligero sobrepeso, y tiene dos tatuajes pequeños pero visibles en el cuerpo. Viste con ropa cómoda de acuerdo a la moda y se presenta en buenas condiciones de higiene y aliño. Su tono de voz es cálido y su acento lo que se describiría en la CDMX como “fresa” (cantadito). Durante las sesiones con sus pacientes hace alusiones a los movimientos sociales actuales y entre los libros de su consultorio se encuentran libros de teoría queer. Cuando los pacientes la buscan en redes sociales la encuentran en fotos de activismo medioambiental y de la comunidad LGBT; dentro de sus escritos encuentran temas como: la influencia de la meditación en el proceso analítico, el uso terapéutico de la psilocibina, y el género dentro del psicoanálisis.

Dos breves descripciones de analistas, ambos profesionales, éticos y exitosos en su trabajo; ambos ejerciendo en la misma ciudad. ¿Se imaginaron igual sus sesiones? ¿Sus pacientes? Permítanme una reflexión.

Los psicoanalistas nos hemos jactado por ser neutrales dentro del consultorio y sin embargo, lo real de la persona del analista entra siempre en juego y tiene un impacto en la transferencia y contratransferencia de la dupla analítica. Revisemos parte por parte. De acuerdo a Laplanche y Pontalis (2013) la neutralidad se refiere a:

“Una de las cualidades que definen la actitud del analista durante la cura. El analista debe ser neutral en cuanto a los valores religiosos, morales y sociales, es decir, no dirigir la cura en función de un ideal cualquiera, y abstenerse de todo consejo; neutral con respecto a las manifestaciones transferenciales, lo que habitualmente se expresa por la fórmula “no entrar en el juego del paciente”; por último neutral en cuanto al discurso del analizado, es decir, no conceder a priori una importancia preferente, en virtud de prejuicios teóricos, a un determinado fragmento o a un determinado tipo de significaciones.”

Debe de aclararse que se trata de una recomendación técnica y no de una garantía de objetividad; y que no alude a la persona real del analista sino a su función (el que hace las interpretaciones y soporta la transferencia.)(ídem.). Por mejor lograda que esté la neutralidad, considero que no tomar en cuenta los aspectos reales del analista y su interferencia en el tratamiento puede ser riesgoso. Aún en el analista más “ortodoxo” y “neutral”, el color de su piel, su forma de vestir, la ubicación de su consultorio, su acento, y el consultorio en sí mismo dará información sobre él. Agreguemos ahora durante el confinamiento por COVID 19 y sus mundos superpuestos cuando los pacientes literalmente “entraron” en la casa de los analistas y escucharon o vieron mucho más acerca de su analista de lo que habían hecho anteriormente. Supongamos ADEMÁS aquella analista que cancela a todos sus pacientes el 8 y 9 de marzo por el día de la mujer, o aquél que no recibe pacientes en su consultorio que no estén vacunados. Estas decisiones, grandes o chicas que puedan parecer para el analista, están dando información acerca de su persona real… ponen en evidencia un analista que, antes de ser analista, es persona psicosocial. Persona atravesada por posturas políticas, ideológicas y religiosas (con ello justamente dejando a un lado la neutralidad).

En este punto me tomaré un momento para hacer una aclaración importante: CLARO QUE EL PACIENTE TIENE UN MUNDO INTERNO Y LAS FANTASÍAS JUEGAN UN PAPEL IMPORTANTÍSIMO EN EL ANÁLISIS Y EN LA TRANSFERENCIA. Ósea: sí, sé igual que todos ustedes que cada una de las características de lo real del analista generará fantasías en los pacientes que serán relevantes para el proceso analítico. Claro que cada una de ellas será diferente de paciente en paciente y claro que, más allá de si uno es casado o soltero, de tez blanca o morena, el paciente pondrá en todo ello las proyecciones de su mundo interno. PERO ¿podemos de verdad todo colgárselo a su mundo interno? ¿Puede de verdad tratarse exclusivamente de las tendencias paranoides de un paciente machista el sentirse perseguido por una analista feminista? No lo sé. Sea o no sea así, considero que poniendo demasiado énfasis en uno u otro conlleva riesgos para el análisis generando importantes puntos ciegos e inclusive llevando el análisis a un impasse. Con este trabajo pretendo entonces simplemente mover el punto de atención, aunque sea ligeramente, del mundo interno del paciente hacia la realidad externa y la influencia que ésta puede tener en el proceso analítico. Procedamos.

Por tratarse de un trabajo escrito por mí, una analista mujer, cisgénero, heterosexual, mexicana, hispana (blanca para los mexicanos pero morena para mis pacientes de Estados Unidos y Europa), meditadora, feminista y por puro privilegio de clase social alta; abarcaré algunos de los siguientes: raza, clase, y cultura. ¿Por qué la elección? Es fácil. Son las cosas de mi que por un lado considero parte de mi identidad (aún antes que mi identidad como psicoanalista), y por otro lado son esas cualidades que forman parte de mi persona real como analista y que no toma de que mis analizados sean detectives privados para saber de mí. Por ello, si bien siempre he explorado las fantasías que se puedan tener alrededor de cualquiera de ellas; también he podido experimentar a lo largo de mi práctica clínica que después de explorar la fantasía, tanto para analizados mexicanos como extranjeros, si un analizando me pregunta si soy mexicana, contestar que no es francamente una mentira; asumir que sé lo que es experimentar violencia viviendo en Iztapalapa es una mentira, y saber lo que es tener tez morena en este país, ser afroamericano o musulmana sería propiamente delirante.

¿Entonces? Estoy tratando de decir que estoy, y estamos, atravesados por nuestro tejido social. Nuestra psique, por más de-construidos y analizados que estemos, se formó a base de preconcepciones convertidas en concepciones que fueron formando nuestro aparato psíquico… un aparato psíquico que desde EL PRIMER MOMENTO fue social para poder existir. Salman Akthar, un psicoanalista indio-americano, cuenta una historia en la que narra su infancia en la India y cómo sus colegas posteriormente describían a su país como “superpoblado”; menciona que cuándo él viajó por primera vez a Inglaterra consideró que las calles estaban “subpobladas”, que los buzones de correo eran del color equivocado y que los demás pensaban que él no tenía noción del espacio personal. Nuestra psique formó concepciones dadas por hecho de una versión “real” del mundo en cual inclusive lo que nos parece calor o frío, picante o amargo es subjetivo. Ingenuo de nuestra parte sería pensar que dichas concepciones de lo que construye nuestra visión de la realidad no incluyen sentimientos y creencias inconscientes de la etnia, la clase, la cultura, la religión, etc. Los invito ahora a, en lugar de negar, o hacer como que estamos tan deconstruidos que estamos “por encima” de tales cuestiones; voltear a vernos honesta y directamente. Creo que nuestra responsabilidad como analistas yace ahí… En RECONOCER cuáles son nuestros prejuicios y estigmas, en OBSERVAR qué cosas forman parte de nuestra identidad y en hacer por lo menos el intento de reflexionar cómo estos se juegan en las relaciones con nuestros analizados.

Hablemos de Cultura

Ya de entrada la teoría psicoanalítica es una teoría eurocentrista y habría que pensar en cómo esto ha influido en cómo es considerado el desarrollo y lo que es considerado un desarrollo “normal” versus psicopatológico. Por ejemplo, pensar que el proceso de separación – individuación con sus respectivos logros es algo totalmente perteneciente a la cultura occidental; partimos de la base de que como seres humanos debemos pasar del deseo de dependencia o simbiosis hasta una posición de autonomía. Hemos dado por hecho que así debería de ser y difícilmente hemos cuestionado si hay otra forma de “ser persona” en el mundo.

Existen alturas en las islas del pacífico en las cuales el individuo se ve a sí mismo como parte integral del cosmos.. A los niños les enseñan que sus sentimientos y su comportamiento está ligado a tradiciones internalizadas, y el self incluye a la familia, las deidades y las identificaciones sociales. El encuadre psicoanalítico y la regla de neutralidad no son suficientes para poner un velo sobre la visión mundial del analista ni sobre su propio mundo interno.

Si bien no sé si en México fácilmente vayamos a ver pacientes japoneses o de las islas del pacífico, nuestra rica cultura y múltiples subculturas nos podrían llevar hacia la misma reflexión… ¿juzgamos que un adolescente de 13 años trabaje en lugar de estar en la escuela? ¿Nos escandaliza recibir a una madre de 15 años? ¿Cómo influye eso en nuestro abordaje hacia el proceso analítico? ¿Qué cosas tenemos idealizadas? ¿Cuáles tenemos devaluadas?

Viñeta clínica:

V es una paciente de 32 años proveniente de un país de Centroamérica. Referida por amigo de un amigo, llegó a tratamiento debido a que “ella estaba bien pero le estaba afectando mucho lo que estaba sucediendo a su alrededor” y además, se estaba acoplando a ser migrante en un país Europeo. Si bien al inicio del tratamiento yo hacía muchas preguntas para estar bien segura de a qué se refería con lo que decía, pronto me di cuenta que, al yo ser migrante en un país europeo, y ambas ser hispanas, estaba dando por hecho mucho del contenido de las sesiones e inclusive no pudiéndolo metabolizar correctamente. Después de un mes así V me dijo que ella se había enterado que yo vivía en X y que era parte de la razón por la cual me había buscado; en ese momento (después de explorar qué se imaginaba etc), le dije que efectivamente vivía ahí y que quizá durante las últimas semanas nos habíamos estado acompañando mutuamente en las “extrañezas” culturales. Ella respondió que sí y esto sirvió para interpretarle que quizá ahora sentía que tenía que cuidarme a mí de la misma manera que hacía con todos a su alrededor y con sus padres.

Si bien pudiera parecer que no estoy hablando de lo real de mi como analista, para mi paciente fueron evidentes hechos (por mis interpretaciones, señalamientos, lugar de trabajo, luz, y posteriormente lo que supo de mi) que CLARO que hacían alusión a una situación real de vida personal. ¿De qué hubiera servido simplemente explorar las fantasías o aún peor negarlo?

Acerca de la raza y la clase socio-económica

Discutir la raza y la clase es algo que suele generar ansiedad tanto dentro como fuera del consultorio. A pesar de ello, tanto México como Estados Unidos y Europa continúan siendo países tanto racistas como clasistas. Todo lo que concierne a la raza es convertido en un contenido del análisis que muchas veces parte de ideas preconcebidas y que nos limitan a entender el significado que tienen para los analizados, además, discutir estos temas es complicado debido a prejuicios, discriminación e inclusive sentimientos de culpa. De acuerdo a Jackson (1973 en Díaz, Jacobson, 1991), las reacciones transferenciales y contratransferenciales cuando se es de una raza o clase distinta pueden ser de sobrecompensación y amabilidad, hasta suspicacia y hostilidad. Por otro lado pueden aparecer sentimientos de omnipotencia u opresión, culpa, lástima, agresión, y ambivalencia. Esto no solamente aplica cuando hay una diferencia dentro de la díada analítica sino cuando hay una semejanza. En estos casos puede aparecer una sobreidentificación, cierto distanciamiento (por temor a sobreidentificarse), miopía cultural (inhabilidad para ver con claridad ciertos temas en los que se comparte el punto ciego), culpa del sobreviviente (en casos en los que tanto analista como analizando son migrantes, vienen de una clase trabajadora o han sido víctimas de violencia), y hasta esperanza o desesperanza (Comas Díaz y Jacobsen, 1991). Hay que procurar revisar inclusive “agendas inconscientes secretas” para hacerlas conscientes y evitar enactments dentro del tratamiento: ¿Estoy tratando a esta mujer de clase baja para sentirme menos culpable de mi privilegio? ¿Si trabajo con un hombre de clase alta me tomaré más en serio? ¿Esto está evitando que interprete o señale? ¿Esto está influenciando la transferencia? ¿Lo estoy pudiendo abordar?

Viñeta Clínica

M era una mujer de alrededor de clase baja de 56 años que llegó a consulta conmigo cuando yo tenía 25 años debido a que quería que su hijo de 19 años terminara la relación que tenía con su vecina de 50 años. Se presentaba sumamente angustiada por tener celos y a veces deseos sexuales hacia él. M hacía 3 horas para llegar a mi consultorio en Insurgentes Sur (condesa), llegaba, ponía su suéter sobre la almohada para no ensuciarla porque le daba pena, y se acostaba en el diván. Frecuentemente decía que yo “estaba chavita” y que “seguramente tenía muchos otros pacientes que sí me podían pagar”. Cuando me pagaba, desenvolvía el billete de 50 pesos que se sacaba de la bolsa y lo alisaba para que no estuviera arrugado. Hoy en día pienso que desde el inicio su actitud era de vergüenza por “pisar el mismo suelo que yo y respirar el mismo aire”. Cosa que nunca abordé y ella dejó el tratamiento. Después del sismo mudé mi consultorio a Prado Norte y un día recibí una llamada de su parte preguntándome si todavía la podría recibir, al escuchar que mi consultorio estaba en las Lomas de Chapultepec se rió a carcajadas y me dijo: “uy no .. Ahora si ya se me complicó.

Si bien hubieron muchísimos factores a considerar en dicho tratamiento y mucho del mundo interno de la paciente, sí considero hoy en día que el no haber podido abordar el tema de clase con ella y ponerlo sobre la mesa nombrando sus sentimientos al respecto fue parte de la razón por la cual su angustia no disminuía. Si bien era un tema que me incomodaba, era un tema que de todas formas ya estaba ahí… que inclusive tuve que haber revisado en ese momento qué significaba para mi que me pagara 50 pesos, qué creía yo de su condiciones de vida… no para proyectarlo sobre ella sino JUSTAMENTE para tener clara mi postura y quizá sesgo, y entonces más fácilmente evitar imponer posturas o actitudes contratransferenciales que afectaran el tratamiento (razón por la cual no trabajo con pacientes alcohólicos o con trastornos de alimentación).

Después de este recorrido me falta una cosa por decir. Considero que lo real de la persona se ha ampliado y ahora va más allá de las características físicas del analista, de su consultorio, cómo lo tenga y en dónde esté. Considero que aquellas cosas que los pacientes aprenden de nosotros, posturas que tomamos en el consultorio que reflejan nuestras posturas políticas, ideológicas, religiosos; cosas que ven o descubren en redes sociales, enfermedades por las que pasamos, entre otros; se vuelven también parte de las cosas que (insisto se juega mucho de fantasía) pero pasan a formar parte de lo real de la persona y no sirve de nada negar. En el caso de la etnia, y la clase que es en lo que concentré los ejemplos de dicho trabajo, estos llevan consigo profundos sentimientos inconscientes. El negar las diferencias culturales o pensar que “todos somos iguales” contribuye a una negación contratransferencial que influye en el proceso analítico. Cuando uno puede tomar en cuenta los aspectos reales del analista y del paciente, es posible descubrir sentimientos inconscientes que facilitan el proceso terapéutico. Tomar en cuenta los factores culturales y psicosociales de la diada no es negar la individualidad de cada uno y el proceso muy independiente de desarrollo psíquico sino que es un factor más a tomar en cuenta para analizar y resolver conflictos. Considero aquí imprescindible mencionar la importancia del análisis didáctico y la supervisión en el devenir psicoanalista.. Si queremos que el paciente sea honesto consigo mismo y se atreva a confrontarse ¿No lo deberíamos también poder hacer nosotros?

Bibliografía

  • Diaz y Jacobsen (1991). Ethnocultural transference and countertransference in the therapeutic dyad. American Orthopsychiatric Association. 392 – 402)
  • Laplanche y Pontalis (2013). Diccionario de Psicoanálisis. Argentina. Editorial: Paidós.