Por: Amapola Garduño
El ser humano es curioso por naturaleza. El deseo de conocer es una cualidad intrínseca en el individuo y está presente desde el inicio de la vida, acompañando al sujeto durante toda su existencia. Es gracias a nuestra deseo de conocer cómo podemos identificarnos y relacionarnos con el otro quien en un inicio es la madre, para posteriormente formar símbolos, los cuales son los precursores de la compleja formación de fantasías inconscientes.
Melanie Klein consideró a la curiosidad como una pulsión y habló de la existencia del “instinto epistemofílico” el cual, de acuerdo con la autora, en un inicio de la vida del individuo se dirige hacia el interior del cuerpo de la madre (Gringberg, R. s/a), y es a través de esta primera relación como se configura el universo psíquico del bebé. Si bien, el funcionamiento de la curiosidad es necesario para un adecuado desarrollo físico y mental, existen circunstancias en las que esta capacidad se encuentra inhibida o mermada por diversas causas. El presente trabajo otorgará lucidez sobre algunas circunstancias en donde el funcionamiento de la curiosidad puede verse obstaculizado. Para otorgar mayor esclarecimiento me apoyaré en la exposición de un caso clínico: un paciente adolescente quien, sin presentar alguna falla orgánica, su curiosidad y su capacidad de pensamiento se vieron significativamente inhibidas.
Jaime, adolescente de 16 años de edad, acudió a tratamiento psicoanalítico conmigo hace aproximadamente un año y medio. Los primeros meses no me miraba a los ojos y se mostraba completamente indiferente ante cualquier estímulo. Me resultaba complicado comprender cual era el afecto predominante en este joven, puesto que parecía no poder contactar plenamente con el medio que lo rodeaba. Jaime casi no hablaba, sus respuestas ante cualquier intervención o pregunta de mi parte eran: “no sé” y “nada”.
Era claro que la aflicción que yo sentía ante mi joven paciente era similar a la que sentía la gente cercana a él. Sus padres se encontraban desesperados puesto que Jaime era incapaz de retener los conocimientos aprendidos, su actitud en clases mostraba una absoluta indiferencia, se le dificultaba retener cualquier tipo de conocimiento y los exámenes simplemente los reprobaba. Jaime daba la impresión de ser incapaz de pensar y, como consecuencia de su bajo rendimiento escolar, era severamente castigado por su padre, quien lo golpeaba cada vez que el joven reprobaba sus materias u olvidaba realizar sus quehaceres cotidianos.
Al mirar a Jaime era de suponer que padecía algún problema de tipo neurológico, por lo que fue necesario descartar dicha posibilidad. Los estudios neurológicos y neuropsicológicos apuntaban que el chico orgánicamente no presentaba alguna falla que explicara su incapacidad de procesar información, no obstante, la conflictiva emocional de Jaime y el gran monto de ansiedad presentes en él dificultaban su capacidad para pensar, inhibiendo su curiosidad por el entorno y por ende, sus relaciones interpersonales se veían demasiado empobrecidas. Con este ejemplo clínico podemos observar que existe una relación íntima entre la función de la curiosidad, las relaciones objétales y el vínculo con la realidad externa.
¿Qué circunstancias en el desarrollo fomentan la inhibición de la curiosidad en el individuo?
Como sabemos la vida emocional del niño inicia en una etapa muy temprana del desarrollo; una parte fundamental en el desarrollo emocional del niño es su capacidad para poder explorar y conocer el mundo que lo rodea, lo que más adelante delimitará su capacidad intelectual. Considero que el intelecto, así como la capacidad curiosa del individuo pueden verse gravemente obstaculizadas por el dinamismo de las ansiedades más tempranas de la vida emocional del bebé. Para sustentar la hipótesis anteriormente mencionada fundamentaré mis ideas basándome en el marco teórico kleiniano y lo aterrizaré al ejemplo clínico de Jaime.
Klein, M. en 1946, en su artículo “Notas sobre algunos mecanismos esquizoides”, expone que en la más temprana infancia surgen ansiedades de tipo psicótico que conducen al Yo a desarrollar mecanismos de defensa específicos, principalmente el interjuego de proyección e introyección. Lo anterior ejerce una enorme influencia en todos los aspectos del desarrollo, incluyendo la formación del Yo y Superyó, así como la cualidad de las relaciones objétales.
El primer afecto sentido por el ser humano es la ansiedad, particularmente la ansiedad de aniquilación, la cual es proyectada sobre el objeto madre, específicamente hacia el objeto parcial pecho, configurando la primer forma de vínculo objetal. Como nos explica Melanie Klein, en un primer momento, dicho objeto parcial es escindido en pecho gratificador (bueno) y pecho frustrador (malo), conduciendo a una separación muy temprana entre el amor y el odio (Klein, M. 1946/ 2012). Es así como se inicia de manera paralela el universo psíquico del bebé, puesto que estos objetos escindidos configuran la primera relación simbólica y “fantástica” del psiquismo humano a pesar de que en estos primitivos momentos la capacidad de lenguaje aún no se ha adquirido.
Como se mencionó anteriormente la peculiaridad de la relación con este primer objeto será determinante para el desarrollo del Yo. La ansiedad de aniquilación es transformada en impulsos destructivos dirigidos en la fantasía hacia el pecho de la madre, lo cual se traduce en ataques sádico orales hacia el cuerpo de la madre, lo que generará al mismo tiempo una serie de temores persecutorios (Klein, M. 1946/ 2012).
El Yo en estos tempranos momentos del desarrollo carece de integración y su principal función es hacer frente a la ansiedad surgida del temor a la aniquilación, el cual como nos enseñó Melanie Klein toma la forma de miedo a la persecución. A pesar de que el sadismo se dirige inmediatamente hacia un objeto externo, posteriormente por el mecanismo de introyección dichos objetos se transforman a su vez en perseguidores internos; por ende, la ansiedad de ser destruido desde adentro se activa, el Yo temprano necesita escindir al objeto, puesto que de esta manera protege y consolida al objeto bueno introyectado, el cual en un inicio es idealizado (Klein, M. 1946/ 2012).
Es muy importante entender lo anterior, puesto que es esta primera relación de objeto, con las fantasías y sentimientos implícitos lo que estructurará el Yo del individuo. Así, cuanto más sadismo prevalezca en el proceso de introyección del objeto y mientras más se sienta al objeto hecho pedazos, más estará el Yo en peligro de fragmentarse. Sin embargo, la escisión del objeto es sumamente necesaria en esos momentos, puesto que dicha separación del objeto malo y frustrador del objeto bueno e idealizado, protege al Yo de los temores a los peligros persecutorios, asimismo, es la consolidación de dicho objeto bueno interno lo que constituirá el punto central del Yo y más adelante dará pauta a su cohesión (Klein, M. 1946/ 2012).
Lo expuesto anteriormente funge como parte del desarrollo normal del Yo, las ansiedades psicóticas están presentes de manera invariable, sin embargo, cuando el mecanismo de escisión es excesivo y por lo tanto, se exacerba el proceso de proyección, se ve mermado el Yo del individuo, puesto que así como se proyectan las partes malas en el objeto externo, también ocurre con las partes buenas de la personalidad, cuando esto pasa, el objeto madre puede transformarse en el ideal del Yo, lo cual, a su vez, empobrecerá al Yo del individuo. De esta manera, cuando el temor persecutorio es muy intenso, la fuga hacia el objeto idealizado interno se torna excesiva, entorpeciendo las relaciones de objeto y el vínculo con el mundo externo (Klein, M. 1946/ 2012).
Aunque en estos primitivos momentos el niño aún no ha comenzado a pensar con palabras, considero que son dichas ansiedades psicóticas, el intenso sadismo y la fuga al objeto idealizado lo que obstaculiza en gran número de casos la capacidad de pensar y la actitud curiosa del individuo. Si predomina la escisión en sus relaciones de objeto y los temores persecutorios avasallan al Yo, el proceso de pensamiento y la capacidad de retener información se verán, del mismo modo, desconectados entre sí.
Para Klein, M. (1930/ 2012) el impulso epistemofílico surge cuando el sadismo está en su punto culminante, para la autora las fantasías sádicas contra el interior del cuerpo materno configuran la formación de símbolos lo cual a su vez dará pauta a poder entablar una relación con el mundo externo y con la realidad. Siguiendo el pensamiento kleiniano, es en la fase donde aparece el deseo oral- sádico de devorar el pecho de la madre y apoderarse de sus contenidos donde se introduce el complejo de Edipo. El niño tiene la fantasía de que en el interior del cuerpo de su madre encontrará el pene del padre, excrementos y niños, homologando así todas estas cosas con sustancias comestibles. De acuerdo con las más primitivas fantasías, el pene del padre es incorporado por la madre, así los ataques sádicos del niño tienen por objeto a ambos padres en coito. Dichos ataques fantaseados contra el cuerpo materno y sus contenidos invariablemente generan angustia en el niño, de esta manera el sadismo se convierte en una fuente de peligro, ya que el sujeto percibe que las armas empleadas para destruir a los padres en coito apuntan a su propio Yo. Así, los objetos atacados se convierten en una fuente de peligro porque el niño teme ataques retaliatorios.
En estos momentos yo me cuestiono la idea expuesta por Klein quien alude que el impulso epistemofílico surge cuando el sadismo está en su punto más apremiante. Considero que más allá de presentar un impulso epistemofílico per se, dicha capacidad curiosa del ser humano es algo que se va estableciendo de manera progresiva mediante la relación primaria con la madre, es decir, no lo podemos considerar un impulso, sino una capacidad humana que puede ser desarrollada o inhibida cuando se patologiza la posición esquizo- paranoide.
La capacidad de crear símbolos y la vida de fantasía, desde luego, ejercen un papel fundamental en este proceso, puesto que el simbolismo y la vida de fantasía se instauran antes de adquirir la capacidad de pensar. En este primer momento, concuerdo con Melanie Klein, predomina el deseo de apoderarse de los contenidos maternos y es cierto que el sadismo juega un papel primordial, no obstante, considero que el sadismo debe aminorarse, para que de esta manera el niño tenga la seguridad de que no destruyó a la madre ni a sus contenidos; teniendo una madre “fuerte” que pueda sobrevivir a los ataques fantaseados del niño, podrá entonces identificarse con ella, pudiendo así introyectar contenidos buenos. Considero que únicamente de la anterior manera la capacidad curiosa se podrá manifestar y desarrollar, pasando del objeto madre a los objetos del mundo externo.
Regresando ahora al caso de Jaime, en un inicio del tratamiento parecía ser incapaz de vincularse conmigo, su mirada era vaga y lo invadía una profunda indiferencia. Como mencioné anteriormente, las palabras que predominaban en su discurso eran “no sé” y “nada”. Puedo inferir que en estos momentos su capacidad para formar símbolos y así su vida de fantasía se encontraban inhibidas, lo cual ocasionaba un fuerte impacto en su relación con los objetos. El adolescente tenía prácticamente nulas relaciones interpersonales puesto que parecía no tener interés por el mundo que lo rodeaba.
Siguiendo la línea teórica anterior, podemos inferir que su capacidad para formar símbolos había sido inhibida por un exacerbado sadismo en fases muy tempranas de su desarrollo. El deseo de apoderamiento de los contenidos maternos, así como el sadismo dirigido hacia los padres en coito, había despertado en Jaime un intenso miedo retaliatorio temiendo predominantemente a los ataques del pene malo y temiendo ser castigado por haberse apoderado en la fantasía de los contenidos de la madre, así el pene paterno era vivido como extremadamente dañino, configurando el núcleo de su superyó, siendo éste en demasía persecutorio. Jaime se veía gravemente dificultado para formar símbolos por su enorme temor hacia sus objetos, contenidos en la fantasía en el interior del cuerpo de la madre, principalmente al pene sádico de su padre y, en consecuencia, negaba la existencia de su propio pene, porque de igual manera era vivenciado como extremadamente sádico y destructivo. Jaime se refugiaba en el objeto idealizado interno, evadiendo y negando casi en su totalidad la realidad exterior. El primer paso del tratamiento psicoanalítico con mi joven paciente consistía en que él adquiriera la capacidad de formar símbolos, como una habilidad precursora de la facultad de pensar.
Jaime y yo comenzamos a pintar juntos una caja, en estos momentos del análisis el chico aún no hablaba, únicamente imitaba lo que yo realizaba, sus trazos en la caja eran casi idénticos a los que yo hacía, dibujábamos trazos irregulares, sin coherencia alguna y poco a poco comenzamos a otorgarle significado a dichos trazos. Observé que los trazos en un inicio simbolizaban elementos propios del consultorio o de objetos que yo tenía, a lo cual aludí que Jaime tenía una enorme necesidad de identificarse conmigo, era necesario este primer paso para que posteriormente pudiera dar cabida y expresión al simbolismo de sus fantasías inconscientes. Es importante mencionar que en alguna ocasión le pregunté a Jaime mi nombre, en ese momento lo invadió una terrible angustia, puesto que parecía incapaz de mencionarlo o recordarlo, el afecto ahora había aparecido, finalmente pudo mencionar mi nombre y sesiones después lo escribió y guardó en la caja.
En el análisis y por medio de la relación transferencial Jaime pudo identificarse conmigo, al introyectarme como un objeto bueno, simbólicamente me guardó en su caja, así como ya tenía cabida en su mente, no obstante, aún se le dificultaba mucho hablar, en esos momentos yo traducía lo que Jaime trazaba en su caja, valiéndome casi totalmente de mis sensaciones contratransferenciales.
Regresando a la línea teórica, es particularmente importante que el niño sienta que su sadismo no destruyó a sus objetos, aquí la identificación proyectiva juega un papel asaz importante. No obstante, en pacientes en donde la psicopatología de la posición esquizo- paranoide se hace presente, es decir, cuando la ansiedad y los impulsos hostiles son muy intensos, además de vivenciar la realidad externa e interna primordialmente como persecución; el mecanismo de identificación proyectiva también se ve afectado, Bion describe claramente este proceso:
“En la identificación proyectiva patológica, la parte introyectada es hecha pedazos y desintegrada en fragmentos diminutos los que se proyectan en el objeto, desintegrándolo a su vez en partes diminutas… La fragmentación del yo es un intento de desembarazarse de toda percepción, es el aparato perceptual al que primordialmente se ataca, destruye y oblitera; se odia al objeto responsable de la percepción y la proyección se propone destruir ese pedazo de realidad, el objeto odiado, al mismo tiempo, propone librarse del aparato perceptual que lo recibió” (Segal, H. 1982).
Considero dicho ataque al aparato perceptual más bien como un ataque a la curiosidad y a los objetos a conocer, puesto que aunque los aparatos, sensorial y cognitivo, estén intactos orgánicamente, la identificación proyectiva patológica ocasiona que tanto los objetos de la realidad externa como los objetos internos se tornen excesivamente persecutorios. El sadismo y los sentimientos de persecución atacan a los objetos a conocer, al mismo tiempo que se ataca a la parte conocedora del Yo (el intelecto).
Dicho ataque a la curiosidad – “mutilación del intelecto”- lo podemos entender como un prototipo muy primitivo de castración. Puesto que, como lo explicó Melanie Klein, en 1931, en su artículo “Una contribución a la teoría de la inhibición intelectual”, para el inconsciente conocer y penetrar son sinónimos, en la fantasía el pene funge como un órgano muy importante para la exploración, sabemos que a donde se dirige en un primer momento nuestra curiosidad es hacia el interior del cuerpo de la madre, el cual es como la “casa del tesoro”, depositario de todo lo deseable. No obstante, si el niño vive a su pene como un arma en demasía peligrosa vivenciará al cuerpo de la madre como un lugar dañado, frágil y roto. Así, por el mecanismo de identificación proyectiva, percibirá del mismo modo el interior de su cuerpo. En consecuencia, el niño temerá a la potencia y actividad de su pene, coartando la posibilidad de ejercer un “coito simbólico con la madre”, es decir, mermando su actitud curiosa.
Por lo anterior, el deseo de conocer generará un profundo dolor, esto sucede por la predominancia de la identificación proyectiva patológica, es por ello que el Yo debe defenderse creando una barrera que proteja a la psique de la entrada de conocimiento, inhibiendo la actitud curiosa y por lo tanto viéndose en la necesidad de fugarse en el objeto idealizado interno. Lo anterior, tiene como consecuencia un despliegue de la realidad, en el mejor de los casos de manera parcial.
La inhibición de la curiosidad sería una forma de protegerse de los objetos persecutorios, ya que debido a la identificación proyectiva patológica los objetos a conocer son equiparados con elementos persecutorios -contenidos dañinos dentro del cuerpo de la madre-; esto al mismo tiempo se convertirá en un ataque a la realidad, al coartar las relaciones con los objetos del mundo externo. Esto hace sentido con lo que Bion describe como “ataque a la realidad mediante la identificación proyectiva”, en donde el bebé ataca hostilmente cualquier función u órgano que perciba vinculando objetos, con el propósito de romper el vínculo primario entre su boca y el pecho, para posteriormente romper el vínculo con el mundo exterior (Segal, H. 1982). El ataque a la función de pensar y la inhibición de la curiosidad, al ser procesos de ligazón entre el individuo y el mundo externo, muestran ser ejemplos de “ataques al vínculo mediante la identificación proyectiva”.
 
¿Cómo es que el paciente esquizoide sobrevive ante procesos internos tan devastadores para su psique?
Antes de otorgar una posible explicación a la pregunta anterior haré alusión nuevamente al caso de Jaime. Mi paciente adolescente en ocasiones gustaba de armar rompecabezas, empero, se angustiaba cuando al finalizar su sesión tenía que desarmar el rompecabezas para guardarlo, así que cierto día decidió pegar las piezas en una cartulina. Intuí que además del intenso miedo a la desintegración que Jaime presentaba, el rompecabezas y las piezas pegadas simbolizaban una barrera, con la que Jaime se ayudaba a proteger algo muy preciado de su mundo interior. Considero que Jaime se encontraba ante la difícil tarea de escindir y apartar a su objeto idealizado, conservándolo de los peligrosos efectos de su identificación proyectiva. Infiero que las palabras “no- se” y “nada”, del mismo modo fungían como barreras que impedían que las personas a su alrededor pudiéramos penetrar en su mente y en sus pensamientos, puesto que dicha penetración era vivida como sumamente sádica y destructiva. Las palabras y pensamientos que surgían de él los vivía como ataques, del mismo modo como el conocimiento que penetraba en su mente se tornaba destructivo. Jaime, por ende, se rehusaba a ingerir alimento para su mente. Así, mi paciente sobrevivía anímicamente aislándose de la realidad exterior realizando una fuga en su objeto idealizado interno.
 
 
Conclusiones:
Impulsados por nuestra curiosidad nos relacionamos con el otro. Si la curiosidad se ve obstaculizada, la relación con los objetos del mundo externo se verá empobrecida también. Exploramos y conocemos lo exterior, al mismo tiempo que nos conocemos a nosotros mismos, puesto que cada idea y pensamiento, incluso hasta la mentira más solemne refleja parte de nuestra esencia, vislumbra parte de nuestra verdad y externa nuestros miedos y deseos más profundos.
En este trabajo me di a la tarea de plantear cómo las ansiedades psicóticas pueden inhibir la actitud curiosa del sujeto y la capacidad de relacionarse con el otro. Lo anterior proporciona una perspectiva diferente para entender todas aquellas dificultades del aprendizaje, así como diversas inhibiciones intelectuales o cognitivas presentes en niños, adolescentes y adultos, aunque también, de manera correlativa la forma de vincularnos con el otro.
En este escrito presenté el ejemplo de un caso clínico, un adolescente con importantes tendencias esquizoides, en donde el predominio de las ansiedades psicóticas, la severidad de su Superyó, así como la patología de la posición esquizo- paranoide inhibieron de manera significativa su capacidad de simbolizar, fantasear y, por lo tanto, de pensar. Sería insuficiente este espacio para exponer a detalle los pormenores de este interesante caso clínico, sin embargo, me parece relevante mencionar que la relación transferencial y contratransferencial que se ha presentado a lo largo del tratamiento han producido cambios significativos en el comportamiento de Jaime.
La caja -“casa del tesoro”- fue el elemento mediante el cual el adolescente pudo relacionarse conmigo, dicha caja simbolizaba varias cosas, entre ellas su cuerpo, su mente y por lo tanto, el cuerpo de la madre. Cuando Jaime y yo pintábamos, decorábamos, tachábamos y manipulábamos la caja, el paciente pudo dar cabida y expresión a sus fantasías inconscientes, es decir, fue capaz de simbolizar; aunque en los primeros meses del tratamiento era yo quien otorgaba significados a los garabatos creados por mi paciente, valiéndome casi únicamente de mis sensaciones contratransferenciales.
Poco a poco la angustia en el joven ha ido disminuyendo, fue necesario que a través de la relación transferencial Jaime corroborara que su sadismo no destruye a sus objetos; para ello ha sido necesario romper con la identificación proyectiva patológica para así otorgar símbolos y significados a las ansiedades más profundas del chico, devolviéndolas como contenidos libidinales con los que el paciente se pueda identificar. El análisis con este joven es un vaivén en donde la cercanía conmigo lo tranquiliza, pero al mismo tiempo se torna amenazadora para él. La caja ha servido también como un espacio delimitado entre Jaime y yo, necesario para aminorar la emergencia de los temores persecutorios. No obstante, gradualmente, Jaime ha ido tomando confianza en la potencia y actividad de su pene como órgano de exploración, con lo cual también ha sido posible comenzar a hablar de su sexualidad y los enormes miedos inherentes.
Hasta este momento Jaime ya ha logrado tener algunos amigos, participa más en su casa y hasta ahora ha aprobado dos materias, asimismo, descubrió que es particularmente talentoso para dibujar, actividad que realiza con entusiasmo. Aún tiene dificultades para aprobar los exámenes, a pesar de que cada día disfruta más del estudio. Con todo lo anterior podemos demostrar que la ansiedad, el miedo y el dolor pueden propiciarnos a desarrollar el ingenio, la creatividad y potenciar la curiosidad, sin embargo, cuando estas avasallan al aparato psíquico pueden inhibir trágicamente dichas funciones mentales.
 
 
Bibliografía:

  • Grinberg, R. (s/f). La curiosidad: ¿virtud o transgresión? Revista Intercanvis, (92). Recuperado de: http://intercanvis.es/pdf/04/04-04.pdf.
  • Klein, M. (2012). La importancia de formación de símbolos en el desarrollo del Yo. En Friedenthal H., et. al. (traducción), Amor, Culpa y Reparación y otros trabajos (Tomo I pp. 224- 238). Ciudad de México: Paidós (trabajo original publicado en 1930).
  • Klein, M. (2012). Notas sobre algunos mecanismos esquizoides. En Friedenthal H., et. al. (traducción), Envidia y Gratitud y otros trabajos (Tomo III pp. 10- 34). Ciudad de México: Paidós (trabajo original publicado en 1946).
  • Klein, M. (2012). Una contribución a la teoría de la inhibición intelectual. En Friedenthal H., et. al. (traducción), Amor, Culpa y Reparación y otros trabajos (Tomo I pp. 241- 253). Ciudad de México: Paidós (trabajo original publicado en 1931).
  • Segal H. (1982). Psicopatología de la posición esquizo- paranoide. En Freidenthal H. (traducción), Introducción a la obra de Melanie Klein (pp. 57- 71). Barcelona: Paidós.

 
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