Laura Jasso 

Epígrafe para un libro condenado

“Pacífico y bucólico lector,

hombre de bien, ingenuo y sobrio

tira este libro saturnal,

orgiástico y melancólico.

Si no has perfeccionado tu retórica

con Satán, el decano astuto,

¡Tíralo! Nada entenderás,

o me creerás histérico.

Pero si, sin dejarse cautivar,

tu ojo sabe hundirse en el abismo,

léeme, para aprender a amarme;

Alma curiosa que sufres

y vas buscando tu paraíso,

¡Compadéceme o te maldigo!”

-Charles Baudelaire (1857) 

El presente trabajo se alimenta de una serie de cuestionamientos que me invaden. Buscaré darles palabra, y sólo si tengo éxito, respuestas. Resuena en mí la demanda del poeta, demanda también de los sujetos cuyo conflicto interno se expresa de la siguiente manera: ¡tírame! ¿qué no ves que mi enfermedad es tan dañina que no merece ser tratada? ¡léeme! Y dame la oportunidad de ser amado. De no compadecer, el analista corre el riesgo de ser maldito. ¿Todo sujeto será analizable?

Las respuestas que busco no están orientadas a los casos singulares, y esta vez huyo de la subjetividad que nos regala la clínica y de las categorías diagnósticas. Sin embargo, no me escapo de hablar de la díada analítica y, por lo tanto, la importancia de la transferencia y su dinámica. Asimismo, abordaré tres conceptos controversiales; la accesibilidad, el anti-analizando y la analizabilidad.

En palabras de Julia Kristeva (1987), “el lenguaje amoroso es un vuelo de metáforas: es literatura”.  Y así, a través de la literatura damos entrada a hablar de la transferencia. “En el país del amor, Freud llega a casa de Narciso después de haber atravesado el espacio disociado de la histeria. Éste le lleva a construir el <<espacio psíquico>> que hará estallar, primero por Narciso, y finalmente por la pulsión de muerte, en espacios imposibles, los espacios del <<odio- enamoramiento>>, es decir, de la transferencia infinita” (Kristeva, 1987).

Hacer mención del conflicto neurótico no sólo es pertinente, sino necesario. El yo buscará mediar entre las descargas pulsionales, las demandas del superyó y las exigencias del mundo externo. La formación de síntomas se hace imperiosa, pues de esta forma el yo se asegura la satisfacción de mociones pulsionales mientras que “es el expediente más cómodo y agradable para el principio de placer; sin duda alguna ahorra al yo un gran trabajo interior sentido como penoso” (Freud, 1917). En la conferencia titulada “El estado neurótico común”, el padre del psicoanálisis advierte que “el yo no es una instancia confiable e imparcial” puesto que sacará el mejor partido de la neurosis de la cual no puede escapar, gratificándose de las ganancias secundarias. Cuando la enfermedad se ve atentada, buscará su ganancia abandonando el tratamiento analítico.  

Las sensaciones penosas que son sustituidas por el síntoma indicarán al yo que “ha hecho un mal negocio abandonándose a la neurosis y ha pagado demasiado caro el alivio del conflicto”. Causaría un mayor monto de displacer la pérdida de la enfermedad que del síntoma. No obstante, quisiera retomar que “hay casos en que […] el desenlace de un conflicto en la neurosis es la solución más inofensiva y la más llevadera desde el punto de vista social.” Por lo que el médico juzgará innecesario demandarle a un hombre sacrificar su salud, puesto esto significaría una desdicha para otros (Freud, 1917).

A medida en que se vaya desarrollando la relación analítica, el paciente verá en el analista el retorno de personas que corresponden a su pasado. La transferencia es la reedición de relaciones infantiles. (Freud, 1940). “La transferencia tiene esta importancia extraordinaria, lisa y llanamente central para la cura. […] Quien ha recogido en el trabajo analítico la impresión cabal del hecho de la trasferencia ya no puede dudar acerca de la índole de las mociones sofocadas que se procuran expresión en los síntomas de estas neurosis, ni pide pruebas más concluyentes acerca de su naturaleza libidinosa.” (Freud, 1917)

Sin embargo, aquí no se busca abordar la transferencia en sí, sino que pensarla en tanto a las limitaciones que existen en el trabajo analítico. Pondrá, también, en escena aquel viejo conflicto que animará al enfermo a “comportarse como lo hizo en su tiempo, mientras que uno, reuniendo todas las fuerzas anímicas disponibles (del paciente) lo obliga a tomar otra decisión. La transferencia se convierte entonces en un campo de batalla en el que están destinadas a encontrarse todas las fuerzas que se combaten entre sí” (Freud, 1917). Entonces, ¿Es el análisis una posibilidad para todos? Freud lo respondió desde hace muchos años “estos pacientes, los paranoicos, los melancólicos, los aquejados de dementia praecox, permanecen totalmente incólumes e inmunes a la terapia psicoanalítica. ¿A qué puede deberse esto? No a falta de inteligencia; desde luego, se requiere que nuestros pacientes tengan cierto grado de capacidad intelectual, pero ella con seguridad no falta en los que sufren paranoia […] Los melancólicos, por ejemplo, tienen en gran medida la conciencia de estar enfermos y de que por eso sufren tanto” (Freud, 1917). 

A más de 100 años de la última declaración, retomo las aportaciones teóricas de David Rosenfeld, quien se ha interesado por la investigación y el trabajo clínico de pacientes que sufren patologías graves. Cuando se trabajan estos casos, “más allá de aplicar la técnica psicoanalítica, el analista se convierte en una pantalla para la recepción y proyección de las experiencias primitivas del paciente […] que no puede expresar con palabras”. Esto nos indica que, efectivamente, la técnica psicoanalítica es factible para pacientes psicóticos o gravemente regresionados. El analista se sirve de la capacidad de verbalización del paciente (de su parte neurótica) para poder establecer una relación transferencial (Rosenfeld, 2011). 

Por su parte, Betty Joseph (1975), citada en Etchegoyen, conceptualiza la accesibilidad. A diferencia de lo que podría venir a nuestra mente en un primer momento, no cataloga a dos tipos de pacientes; los accesibles y los inaccesibles.  Señala que hay pacientes que son más difíciles de “alcanzar” que otros, y se adentra en el estudio de la razón de esta dificultad. A diferencia de la analizabilidad, concepto que revisaremos más adelante, la accesibilidad se descubre durante el transcurso del tratamiento. La primera tiene la aspiración a ser detectada durante las primeras entrevistas; a modo de pronóstico. 

El concepto de accesibilidad surge del trabajo analítico y se propone descubrir las razones por las que un paciente se hace inaccesible o casi inaccesible al tratamiento psicoanalítico. No se propone predecir lo que va a suceder en el curso de la cura, a diferencia de los criterios de analizabilidad. 

Un paciente de difícil acceso implica una dificultad en análisis mas no una imposibilidad del mismo. El analizando, en apariencia, colaborará y brindará material al espacio analítico. Sin embargo, su forma para relacionarse nos remite al falso self de D. Winnicott. En donde la pseudocolaboración operará como un factor hostil a la verdadera alianza. No nos dejemos engañar por la asociación libre del paciente poco accesible, pues para B. Joseph, el material inconsciente estará inundado de identificaciones proyectivas. El analista, así, queda identificado con una parte del self del paciente, en lugar de ser analizada.  La labor del analista es contener, metabolizar y devolver para evitar la actuación (Joseph, 1975). 

Joyce McDougall (1978), utiliza el término “anti-analizando” para describir a los pacientes que dejan en el analista la sensación de que no pasa nada. Haciendo apología al concepto de antimateria; su existencia se revela en tanto es negativa, son nombrados por su ausencia. La psicoanalista francesa asegura que los anti-analizandos pagarán a tiempo, se ajustarán al encuadre analítico, serán consistentes, sin embargo, nada pasará ni en el discurso, ni en la transferencia. Dicho esto, la demanda de análisis es sólo en apariencia, puesto que el relato será pobre en contenido y afecto. Existe una carencia de curiosidad por comprender y trabajar el conflicto interno, por lo que llenarán los minutos de detalles anecdóticos del presente. ¿Qué debe de anteceder en la vida psíquica para que su mundo objetal se encuentre renegado? A diferencia del paciente psicótico, el anti-analizando está desprovisto de la capacidad de identificarse con los objetos, y estos son vistos como “copias exactas del sujeto mismo”.

Elizabeth Zetzel, citada en Etchegoyen (1986), acuñó el término “analizabilidad” refiriéndose a la facultad de la que carecen ciertos individuos para adentrarse en un trabajo analítico. Lo que distingue al concepto de Zetzel del de McDougall es que, para la primera, la posibilidad de ser analizable es observada desde un inicio, por lo que deberá ser tomada como pronóstico. Concuerdo con Etchegoyen, quien afirma que el mayor inconveniente del concepto de analizabilidad radica en que reniega la posibilidad de cambio del ser humano.

Por su parte, Rosenfeld acierta al evitar ser rígido cuando conoce a un paciente diagnosticándolo desde la primera entrevista.  Él menciona que todo paciente tiene la facultad de analizabilidad y, por lo tanto, la posibilidad de cura sin importar la gravedad del trastorno. “Hay que pensar que puede cambiar a lo largo de un tratamiento, no hay nada rígido, todo es inestable y cambiable”. Incluso menciona que todo episodio psicótico puede ser transitorio (Rosenfeld, 2018).

Debo admitir que no quedo conforme con estos tres conceptos, y reitero que me resultan controversiales. Me pregunto cómo determinar si no se trata de las resistencias inherentes a un proceso analítico. Rescato el sentir del analista detallado por McDougall “es el analista quien se agota para tornarse finalmente inerte. Su insistencia y su determinación en interpretar, identificar, interrogar, innovar y finalmente en esforzarse para poner en circulación un movimiento analítico finalmente llegarán (y con motivo) a ser sentidos por el analizando como persecución” (McDougall, 1978).

Vuelvo a enunciar la misma pregunta; ¿es el psicoanálisis una posibilidad en todos los casos? Respondo que, como disciplina, sí es legítimo ofrecer un tratamiento analítico a pesar de la impresión diagnóstica de cada sujeto. Señalo que el resto está en manos del trabajo que se realice dentro de cada consultorio.  Cito a Freud (1917) “no somos, por cierto, reformadores, sino meramente observadores”. 

David Rosenfeld realizó aportaciones muy interesantes que resulta pertinente enunciar aquí. Habla de la transferencia psicótica y la define como “las experiencias transferenciales intensas, primitivas, e indiferenciadas constituidas sobre objetos parciales.” Estas experiencias ocurren durante las sesiones y se identifican por intensas regresiones y, sobre todo por “el convencimiento absoluto de la concepción psicótica de la relación intensa o agresiva con el psicoanalista”. Cabe resaltar, que, para el autor, en todo análisis, sin importar que tratemos con un paciente neurótico, ocurrirá en algún momento una transferencia psicótica.  (Rosenfeld, 2018). Herbert Rosenfeld, citado en David Rosenfeld (2011), puntualiza que los pacientes psicóticos proyectan sus sentimientos en el analista. Este, “al igual que los padres en un desarrollo más normal, tiene el potencial tanto para enfrentar los sentimientos y pensar en ellos, y es esta capacidad la que poco a poco le ofrece al paciente que la desarrolle por sí mismo” (Rosenfeld, 2011). 

 “¿Cómo entender, por el contrario, la incapacidad de amar? La queja fría, petrificada y algo falsa del que no puede permitirse ser <<amado>> (tampoco se deja amar). […] El que se queja o presume de no poder amar tiene miedo de volverse loco: esquizofrénico o catatónico…” (Kristeva, 1987). Si el paciente está dispuesto a renunciar a su neurosis (y a todo lo que esta implica) por amor al analista, entonces podemos asumir que el vacío que deja el no-amor será inundado de proyecciones y descargas de la pulsión agresiva. 

Hemos ya descrito distintas posibilidades de lo que ocurre dentro de un espacio analítico. Por lo que considero oportuno retomar a los pacientes que no están dispuestos a renunciar a su neurosis pero que sí acuden a tratamiento. ¿Será lícito compararles con el sujeto dudoso que asiste a la misa dominical? ¿Será que la ganancia radica en la fantasía que el asistir al templo le asegura su entrada al paraíso? Aquí debemos detenernos para darle escucha a la demanda inconsciente que nos hace cada persona y, por supuesto, de la subjetividad propia del analista. Según Michael Balint, cabe la posibilidad de que la insistencia en entender ciertos conceptos como la analizabilidad recaiga en “la necesidad de algunos analistas de justificar su resistencia a pacientes con prognosis arriesgadas” (Balint, 1993).

Existe una tendencia a que el paciente que fracasa con un analista, lo repetirá con otro, aunque cabe la posibilidad de que el nuevo analista- espacio analítico- le beneficie. El psicoanalista deberá ser capaz de tolerar los procesos cuyos resultados no son de éxito, puesto que esto también implica una amenaza a la identidad como profesional; una herida narcisista. Freud, en su vigesimoséptima conferencia titulada, “La transferencia” (1917), refiere que la transformación psíquica que se puede provocar en el analizando llega a un límite, el auxilio da, en el mejor de los casos, hasta donde el conflicto psíquico lo permita. La labor analítica, por ende, deberá saberse finita. 

Hacia el final de este trabajo, considero importante rescatar que el analista nunca sale ileso de un proceso analítico. Naturalmente se despiertan sentimientos que no siempre podemos darnos el lujo de nombrar contratransferenciales. Todo aquel que haya sido elegido por esta vocación puede evocar, así como el niño en el patio del recreo, las “cicatrices” que le acompañan. Subrayo, sin profundizar, la relevancia del atravesar un análisis personal y de ser acompañados por la mirada de la supervisión. El analista no está exento de responsabilidad en ciertos casos de fracaso, aunque existen tratamientos que, como el libro al que hago alusión al inicio, están condenados.  

Bibliografía 

  • Balint, M. (1993). La falta básica; Aspectos terapéuticos de la regresión. Barcelona, España: Ediciones Paidós. 
  • Baudelaire, Ch. (1982). Epígrafe para un libro condenado. Las flores del mal. (p.227) Madrid, España: Alianza editorial. 
  • Entrevista a David Rosenfeld (2018, 15 de enero). Temas de psicoanálisis. Recuperado de https://www.temasdepsicoanalisis.org/2018/01/28/entrevista-a-david-rosenfeld/
  • Etchegoyen, H. (1986). Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu editores
  • Freud, S. (1917). Conferencias de introducción al psicoanálisis (parte III), Tomo XVI. Argentina: Amorrortu. 
  • Freud, S. (1940). Esquema del psicoanálisis, Tomo XXIII. Argentina: Amorrortu. 
  • Kristeva, J. (1987). Historias de amor. México: Siglo veintiuno editores. 
  • McDougall, J. (1982). Alegato por una cierta anormalidad. Barcelona, España: Petrel.
  • Rosenfeld, D. (2011). El alma, la mente y el psicoanalista. México: Paradiso Editores.