Artículo aparecido en la revista Gradiva Num 3, Vol 1, 1980
Dra. AMAPOLA GONZALEZ DE GAITAN
Dra. ROSALBA BUENO DE OSAWA
“COITO”.  Del latín coitus  cum  (preposición): “sobre”. Encima.  Ire (terminación verbal).  Ar.
“COITO”.= “Encimar” o “Encimarse”.
El psicoanalsis es una disciplina científica que se ocupa del funcionamiento del aparato mental de las personas, no sólo para tratar de entenderlo –inquietud que los seres humanos tienen acerca de todo el Universo y con mayor razón tratándose de sí mismos- sino a fin de encontrar la manera de lograr que esta vasta provincia de su ser que rige el resto del organismo funcione lo mejor posible. La forma de medir el funcionamiento de la psique es la observación y el entendimiento de la conducta que el individuo adopta para consigo mismo y con los objetos de su mundo externo.
Ahora bien la relación con los objetos, sean ellos del mundo interno del individuo o del externo, está integrada con dos modalidades entrelazadas a manera perenne;  son ellas: la agresiva y  la erótica. En este trabajo tomaremos del aspecto erótico su parte sexual,  de ella su culminación: el  “coito”.
La forma de expresión agresivo-erótica, manifestada como se dijo mediante la conducta, se halla bajo el equilibrio más o menos adaptativo que la función sintética del Yo del individuo sea capaz de lograr. Para ello es preciso integrar todas las demandas vitales: desde sus impulsos instintivos agresivo y sexual prevenientes del ello hasta las exigencias del código moral superyoico sin desentenderse del acervo de funciones yoicas. La efectividad con que la tarea anterior sea llevada a cabo dependerá de las áreas conflictivas así como de las libres de conflicto que la persona posea.
En éste artículo nos ceñiremos a ciertos aspectos del comportamiento del ser humano con respecto a su “pareja”.
La “pareja” hombre-mujer, unida en la lucha por la vida así como en la gestación y crianza de los hijos, constituye la relación de objeto que implica mayor cercanía puesto que la demanda más imperiosa de los seres vivos es la continuación de la especie.
Existe un vínculo más estrecho que el anterior y es la unión padres-hijo, y de él en particularísimo lugar la de madre-hijo o, en carencia de la madre biológica de quien  o quienes funja  sustituyéndola.
Sin embargo, el binomio padres-hijo dista mucho de estar constituido “a la par” ya que el niño depende de los padres hasta un  extremo vital mientras que ellos han de presentar capacidades yoicas prácticamente duplicadas que les permitan atender a su propia supervivencia y, en adición, a la del hijo el cual por su desvalidez y por hallarse en pleno desarrollo y aprendizaje de las funciones de  conservación de la vida requiere que se le dediquen incalculables energía psíquicas y somáticas tendientes a custodiarle, encauzarle y, en fin, darle lo más y mejor posible de todo aquello que precisa para su crecimiento y subsistencia.  Por supuesto que lo anterior está en vigencia en tanto el hijo no alcance la edad adulta y, en consecuencia, la madurez de psique y soma.
Volviendo, pues al tema de la presente exposición cuyos límites circunscriben algunas áreas de la interrelación  agresivo sexual de la “pareja” humana durante el coito, es lícito asegurar que es en este punto: el coito, donde está siendo puesto a prueba de continuo el carácter del individuo.
El carácter es, a fin de cuentas, el conjunto de modalidades de respuesta que cada uno se forja ante los desafíos vitales.  Por lo tanto, al igual que cualquier otra estructura del aparato mental (con excepción del ello) se compone, desde luego, de mecanismos conscientes e inconscientes.  Como el enfoque de este artículo se centra, por añadidura, en impulsos instintivos agresivos y sexuales que son los que –por las vicisitudes del desarrollo y de las relaciones del objeto- están primordialmente sujetos a la represión es obvio que nos toparemos aquí con manifestaciones de conducta cuya raigambre principal es inconsciente.
Biológicamente hablando, el coito es aquel momento cumbre de la sexualidad que hace posible la gestación y, por ende, la trasmisión de los genes aportados por cada uno de los dos integrantes de la pareja.  Se sabe que toda función vital bien realizada trae como dote un placer concomitante. En la medida que la reproducción es la quinta esencia de la vida, el placer obtenido en un coito adecuado es de un elevadísimo monto tanto cualitativo como cuantitativo ; así pues, todo individuo que no esté frenado por seria conflictiva irá inconteniblemente en pos de la conjugación con la pareja; y esto no sólo debido a la representación mental de que tal acto le asegura su perpetuación a través de los hijos venideros sino que van en busca del placer esperado.  Las observaciones clínicas nos demuestran que la gran mayoría de las actividades sexuales de los seres humanos están más motivadas por lo segundo que por lo primero.  Así mediante un cambio de meta: ´ el placer´, que en manera alguna excluye a  la primordial: ´la reproducción´, garantiza la naturaleza que de manera efectiva y por partida doble las leyes de la vida se cumplan.
En lo que se refiere al número de hijos que la pareja estime conveniente procrear estará en función de las oportunidades o restricciones que el ambiente brinde y  que de ésta manera se les ofrece a los nuevos seres mayores posibilidades de realizarse como personas íntegras.
En cada fase de la vida de un individuo las representaciones mentales de mayor intensidad energética se centran en las funciones de la psique tendientes a lidiar con los desafíos que esa etapa plantea y que es preciso resolver.
En el primer año de vida extrauterina el idioma mental y los actos motores correspondientes estarán en función de alimento ya que el comer es el único acto que el niño controla volitivamente.  Pero como quien le suministra la comida es la madre, pronto aprende el pequeño ser que la cercanía física con ella es de vital importancia.  Si bien es cierto que la madre no sólo le resuelve el problema del alimento sino todas sus demás necesidades, no puede el niño captar todo esto ya que ni su sistema nervioso ni su aparto mental se han desarrollado todavía lo suficiente para ello; el máximo que puede llegar a percibir es que ante una sensación dis placentera ésta desaparece con la llegada de la madre.  El hecho de que haya otras personas a su alrededor no altera el concepto ´madre´ para el niño ya que actúan hacia él con funciones maternas.
En el continuo  del desarrollo y aprendizaje, es hacia el inicio del segundo año cuando la criatura afronta el control de esfínteres, la bipedestación y el habla. Entre el tercero y séptimo años la delimitación del esquema corporal –fase fálica- la integración de relaciones de objeto ya no sólo en términos madre-hijo sino de acuerdo con otras funciones y, además, el descubrimiento de que los otros individuos de la constelación familiar tienen relaciones entre sí independientes del pequeño sujeto, aunado lo anterior a la adquisición de un gran control del sistema músculo esquelético, suministran las correspondientes representaciones mentales;  los impulsos instintivos agresivos y sexuales cobran grandes bríos con los nuevos elementos y se configura el complejo edípico. A continuación viene la fase de la latencia donde el individuo en desarrollo sale del seno familiar para incorporarse a las instituciones secundarias mediante las cuales le es posible agregar a su identidad individual la grupal y la complejidad de sus relaciones de objeto se amplía considerablemente.  Con el advenimiento de la pubertad donde comienzan a funcionar las gónadas, el individuo se enfrenta a la turbulencia de su agresión y sexualidad, el enigma de su esquema corporal definitivo, a la urgencia de consolidar su identidad y todo ello bajo la presión de la institución primaria –familia- y las secundarias –todo el sistema socioeconómico cultural y laboral en el que le toco estar situado- que lo invaden con mensajes no siempre diáfanos y, a menudo, contradictorios.
Para este momento el carácter ya está formado y, por lo tanto, la conducta del adulto joven, adulto maduro y adulto en involución serán consecuencia de lo acaecido al individuo en etapas anteriores de su desarrollo.  Sólo variantes de gran importancia en el mundo externo o interno de la persona serán susceptibles de producir modificaciones caracterológicas, aún éstas serán de pequeña monta.  La conflictiva así como las áreas libres de conflicto ya están, pues, configuradas y a de ser la meta de toda persona y del grupo humano al que pertenece que la primera pueda ir resolviéndose a fin de pasar a incrementar las segundas.  Al menos esas son las aspiraciones del psicoanálisis como disciplina terapéutica tanto en lo que atañe a los niños como a los adultos.
En la unión hombre-mujer como pareja van a reeditarse todas las fases del desarrollo ontogénico.  Esto ocurre en cualquier relación de objeto pero aquí, por la mayor cercanía de los participantes, sucede con más incremento. En el coito con su cortejo sexual previo y posterior, es donde se manifiestan en forma prístina, si bien como es natural ultra abreviada todas las forma de conducta adquiridas previamente.  Es preciso aclarar aquí que por supuesto, el coito es privativo de la edad adulta ya que no puede considerarse coito a juego infantil alguno aún cuando un niño varón llegue a introducir su pene en la cavidad vaginal de una niña; tampoco será coito en el caso de que un menor sea  víctima de la seducción de un adulto.
Sería de esperarse que en el coito, meta máxima de la sexualidad, el impulso instintivo agresivo estuviera reducido al mínimo e inclusive esta pequeña porción se hallara adecuadamente fusionada al impulso sexual.  Sin embargo, se observa clínicamente que a menudo se infiltra gran cantidad de agresión que en modo alguno corresponde a la función que la pareja está realizando e  ese momento.
No tocaremos en esta presentación los casos de perversión es ya que se salen de las frontera de nuestro tema de hoy.  Además nos adherimos a la definición psicoanalítica de que el término ´perversión´  se aplica a la situación en que un individuo suple el coito por una o varias de las otras manifestaciones sexuales.  Esto, como se ve, difiere del concepto bastante generalizado entre los no psicoanalistas en el sentido de considerar perversión a la predominancia, durante la actividad sexual, de la expresión simbólica de alguna fase del desarrollo tal como la oral, anal-uretral, etc., o a la presencia de conductas sadomasoquistas.
No hay coito donde no participen en alguna medida todos los elementos de la sexualidad infantil y este es perfectamente normal, sólo pasa a ser patológico cuando se tiñe, como antes se dijo, con agresión que no debiera tener cabida en ese momento; entonces aparece como si fases anteriores del desarrollo psicosexual estuvieran hipo o hipertrofiadas en detrimento de la genitalidad cuando lo que en verdad está ocurriendo es que la agresión ha invadido a la sexualidad.
En nuestra experiencia clínica pudimos observar que dentro de lo que usualmente se considera “sexualidad normal” hay mucha mayor conflictiva de lo que podría sospecharse debido precisamente al desequilibrio cuantitativo de los componentes arriba enumerados, tal desequilibrio es el objeto de este trabajo.
A fin de sistematizar nuestra exposición seguiremos la pauta marcada por las distintas fases del desarrollo donde cada una tiene zonas erógenas-agresivas preponderantes.
CONTACTO CUTANEO
El primer estado del desarrollo extrauterino que podemos considerar para nuestro estudio y que, por lógica, perdura como normal a lo largo de la existencia del individuo, es la necesidad de contacto cutáneo.  Durante la vida intrauterina el estar unido a los elementos corporales de la madre es esencial para el nuevo ser.  Después del nacimiento, la cercanía cutánea le asegura sus existencia; por lo tanto, si el pequeño individuo padeció en las tempranas experiencias de su infancia una deficiencia de este contacto que por fuerza ha de vivenciar como indispensable para sobrevivir, lo añorará de por vida y dependerá de él en forma más o menos desproporcionada según haya sido el monto del abandono sufrido. Como en esta tan precoz fase del desarrollo carece el niño de una diferenciación entre el yo y no yo, es decir entre sus límites corporales y el mundo externo, considera al objeto externo “madre” como parte de su propio self (soma y psique) suyos y, en consecuencia, confunde al contacto cutáneo de su cuerpecito y el de la madre con lo que sería una fusión de ambos y así, considera el no tener cerca a la madre como si fuse la pérdida de una parte de sí mismo.
En el lenguaje del adulto y refiriéndose a su pareja, oímos a menudo la expresión “se me entrega”, “se me dá”, esto hablando en términos de satisfacción: otras veces se escuchan quejas acerca del tema si el individuo considera que no le fue otorgada la entrega total.
La patología aquí reside en el hecho de que la persona finque sus pretensiones en sentido literal.  Otra cosa sería si hablara en plan figurado y refiriéndose a una situación básica de ser aceptado.  Podremos diferenciar cuál de las dos situaciones prevalece mediante la observación de la conducta; si ésta es invasora hasta el punto de negarle a la pareja su derecho a defender sus propios intereses en pro de un sometimiento a los del sujeto, no cabe duda que el llamado “amor” que se proclama hacia la pareja no existe y, en cambio hay una agresión contra ella puesto que se intenta la aniquilación de su individualidad.
Un ejemplo, desgraciadamente común, es aquel en que un hombre o una mujer toma “represalias” contra su pareja porque ésta cometió el, a su juicio, “delito” de haber cesado de quererle.  Hay quienes en casos de gran patología llegan inclusive a extremos tales como privar de la vida al otro.  Esto último no nos sorprendería considerando que quien así actúe padece de un grave trastorno mental, lo que sí resulta asombroso es que haya grandes núcleos sociales humanos cuyos valores morales abonen, toleren y aún ensalcen tan enferma conducta.
Toda fase del desarrollo que no quede adecuadamente resuelta influirá en las posteriores entorpeciendo su desenvolvimiento.
FASE ORAL
Como ya se dijo, durante esta etapa el único acto que el niño maneja volitivamente es la succión y deglución del alimento o bien la expulsión de él fuera de su cavidad bucal, es decir que está capacitado para aceptar o negarse a comer algo pero su control no va más allá de esto. Para que el alimento esté a su disposición depende exclusivamente de la madre y a él le es dado más que influir en ella –mediante el llanto y otras muestras de displacer- a fin de lograr que venga a satisfacer su hambre.
Si la criatura padece en esta época de insuficiente alimento, irregularidades en el suministro en el sentido de que a veces éste le llega con demasiado retraso o adelanto o sufre el niño de imposiciones de exceso de comida, tales alteraciones dejarán una impronta en su caracterología que se manifestará con tintes prevalentemente orales.
En el coito también, por supuesto, predominarán las representaciones mentales en términos nutricios. Habrá personas cuyas demandas de innumerables coitos resulten tan desproporcionadas que nos hagan suponer que están pretendiendo “saciar” el “hambre” de su temprana infancia. Otras, por el contrario, tal vez se sientan en exceso invadidos cuando la pareja manifiesta sus deseos de coito para con ellas.  Y otra más estarán disconformes muy a menudo con el horario o calendario en que a su entender consciente deba realizarse.
Estas personas suelen referirse a su pareja en términos tales como: “no me da suficiente placer”, “no atiende a mis necesidades”.
Si se trata de una mujer es posible que se queje, por ejemplo, de: “su pene no me llena lo suficiente como para disfrutar con él” o “su erección es tan defectuosa que no me da goce”, “no eyacula cuando necesito yo que lo haga”. Hay hombres cuyo lamento es: “mi compañera no se esfuerza lo suficiente para darme placer”, “no me da todas las caricias que preciso”, “se niega a que hagamos coito, a veces, a pesar de que yo lo solicito, y me da como “pretexto” que ella no lo desea en ese momento”.
La relación existente entre los conceptos: recibir sexualidad y recibir alimento es evidente, y también lo es que ambas queden englobadas en una necesidad más general, la de recibir atención  y, en consecuencia, ayuda para sobrevivir.  La patología estriba, como se indicó antes, en confundir el sentido figurado con una situación real.
En los actos fallidos, en chistes y en coplillas populares no suele haber encubrimientos.  Así ocurre, como ejemplo, en una cuarteta que con la música de la canción “la cucaracha” se cantó un tiempo entre adolescentes estudiantes de secundaria en un colegio mixto de varones y hembras y que decía así:
“Las niñas de este Instituto ya no quieren leche fría que la quieren bien caliente servida por cañería”.
En general el sujeto que conserva la inconsciente sensación de no haber sido saciado a nivel alimenticio y demanda ahora que se le supla esa carencia, también se siente, por lo tanto, vacío y siendo así no tiene nada que dar; sin embargo considera conscientemente muy natural que otros deban estar siempre dispuestos a satisfacerles sus necesidades sin esperar reciprocidad.  Exigencias de tal índole es obvio que obedecen a fantasías inconscientes de búsqueda aquí y ahora y con la pareja,  de una imago materna.  Pero el pasado es inmodificable y aún cuando el objeto original (madre) estuviera disponible en el presente con las funciones de aquel entonces ya no nos serviría puesto que no las precisamos ya.  Como además no es misión de la pareja suplir a la madre y tampoco le sería posible hacerlo, la persona que va en busca de ello reacciona con agresión ante la frustración de sus pretensiones.  Pero además, también se desplaza sobre la pareja toda la agresión que contra la madre se tuvo y si bien este impulso instintivo fue reprimido, no por ser inconsciente ha perdido vigencia.
Por su parte la pareja a quien se le exige algo que no puede otorgar y que además está impregnado de agresión, reacciona con angustia y a su vez con agresión  por sentirse relegada a un papel meramente satisfactorio de necesidades ajenas y no ser tenida en cuenta en las suyas.
De esta suerte queda instalado un sistema agresivo de retroalimentación entre ambos compañeros que neutraliza e incluso avasalla a la sexualidad.
Cabe aquí preguntarse sí en muchas de las situaciones en que uno ó ambos integrantes de la pareja no derivan del coito el placer esperado e incluso sienten rechazo hacia él y que son interpretadas –incluso por psicoanalistas- como manifestaciones de un grado de impotencia si se trata de un hombre o de frigidez por parte de una mujer, no provendrán de que una persona con un Yo suficientemente desarrollado para gozar de la actividad sexual es incapaz de llevarla a cabo en forma satisfactoria con un compañero que la esté agrediendo.
En contrapartida, suele considerarse que alguien está exento de problemas con la sexualidad cuando durante el coito alcanza con suma facilidad el orgasmo, incluso repetitivo; y sin embargo se corre el  peligro de estar formulando un juicio demasiado a la ligera ya que tal vez se trate tan sólo de un individuo cuya integración yoica sea tan deficiente que acepte sin discriminación a cualquier persona como pareja sin antes haber aplicado la prueba de realidad indispensable para saber si tal persona puede cumplir con tan compleja relación de objeto.
Hay otra falacia de la que debemos protegernos y es el dar por cierto que cuando uno de los integrantes de la pareja aparece de continuo como el agente primario de agresión en tanto que el otro se presenta como víctima constante y con agresión de tipo únicamente reactivo, sea el problema así de simplificado.  Más bien será preciso investigar a qué se debe que el compañero aparentemente más sano persista en conservar como pareja a quien le agrede en forma desproporcionada.
FASE ANAL
Cuando el niño se encuentra en esta etapa del desarrollo afronta la necesidad de controlar volitivamente la defecación y la micción.  Su sistema nervioso está acabando de mielinizar las vías conductoras de la corriente nerviosa y de poner en funciones los centros encefálicos que hacen posible el control voluntario de los esfínteres vesical y anal.
En esta misma época también está el niño desarrollando el don del habla y la bipedestación.
Todos éstos desafíos del desarrollo van a requerir gran cantidad de catexias (o sea, de energía mental) dedicadas a resolverlos.
En lo referente a las cargas libidinales y agresivas, estarán centradas principalmente en torno a los tres procesos.
EL HABLA
Mediante el dominio de la palabra se adquiere una enorme potencialidad de expresión de los procesos del aparato mental así como la capacidad correspondiente de comunicárselos a los objetos externos.  No es pues de extrañar que la adquisición del habla, que es simultánea al desarrollo del pensamiento abstracto y del simbolismo, coadyuve enormemente a la sensación de omnipotencia del pensamiento ya que con las palabras se puede descargar grandes cantidades de catexias sexuales y agresivas así como energía desinstintivada que esté al servicio del yo, del superyó o del manejo del mundo externo.  Por otra parte, el aprendizaje se agiliza y multiplica mediante el habla.  Además la representación mental de palabras hace posible el pensar de tipo preconsciente.
Por añadidura, las relaciones de objeto adquieren una definición más acabada cuando se expresan con la ayuda de la palabra.
Durante el coito, hay personas que obtienen un mayor goce si apostrofan a su pareja con apelativos soeces, es decir, con palabras que son usualmente consideradas “sucias”, al igual que por sucias se tienen a las excretas.  Es evidente que las palabras son utilizadas aquí a manera de proyectiles agresivos de la misma forma que a nivel de fantasía inconsciente podrían usarse las excretas.  La intencionalidad es devaluar a la pareja y la motivación proviene del temor a no merecerla. En lo que se refiere al sujeto que recibe y acepta tales insultos también precisa, a su vez imaginarse que es otra persona la cual carga con la responsabilidad de estar llevando a cabo un acto “sucio”, el coito, quedando así el sujeto “limpio”.
Hay otra cantidad de veces que para expresar agresión se echa mano de palabras que designan excretas. Tenemos como ejemplo el “me cago en ti”, “tal o cual cosa es mierda”, “me orino en ello”… todo como equivalente de sucio, malo e indeseable.
Una frase bastante usual en algunos varones para referirse a sus relaciones de coito con una mejer que consideran de poca valía y con la cual se “ensucian” ellos por hacer el amor es la de “estoy enculado con Fulana”; es decir, que consideran “sucios” a los genitales.
Por no citar más que uno de los múltiples ejemplos de la literatura es este sentido recordaremos esa parte del romance “La casada infiel” de García Lorca que dice:
. . .“sucia de besos y arena
Yo me la lleve al río. . .”
Y en un nivel menos poético los conceptos que muchas pacientes vierten “me utilizó como bacinica para dejar dentro de mi sus porquerías” refiriéndose al coito como algo sucio y al semen como una “porquería”.  Por otra parte, ha sido del lenguaje usual el denominar a una mujer “sucia mujerzuela” para implicar que realiza coitos que a quien así la define se le antojan inadecuados.
LA BIPEDESTACIÓN
Confiere ésta un indudable dominio sobre el sistema músculo esquelético y capacita al individuo para trasladarse a voluntad de un lugar a otro y también para, volitivamente, acercarse o abandonar a sus objetos externos.
El control del sistema músculo-esquelético está íntimamente relacionado con la capacidad de acariciar, abrazar, proteger y mostrar cariño mediante, además las expresiones faciales, descargas todas ellas del impulso instintivo erótico.  Pero también y por lo mismo es posible agredir con los gestos, un abrazo demasiado intenso o golpeando el objeto.  En el coito los movimientos del cuerpo pueden dar lugar a lastimar a la pareja en caso de que consciente o inconscientemente estén al servicio de la agresión, así como producir gran placer si lo están al servicio de la sexualidad. El caminar, con los movimientos torácicos y pélvicos que lo acompañan, nadie duda que puede estar altamente erotizado o agresivisado.
Una de las racionalizaciones que en China en determinada época y para ciertas clases sociales sirvió de base para el vendaje de los pies de las niñas hasta el punto de impedir el desarrollo de ellos y obligar así a las mujeres a caminar con pasos extremadamente cortos fue el aducir que ello implicaba un gran atractivo sexual femenino y que incluso condicionaba que la mujer poseyera durante el coito movimientos peculiares altamente excitantes para el varón.
Desde luego, que a nadie se le oculta que el mutilarle los pies a una persona implica agredirla desmesuradamente y no puede tener otra finalidad que el impedirle que nos abandone.  Tal es el caso de los esclavos a quienes se les sometía a la sección de tendones en las corvas a fin de que les fuera imposible moverse velozmente en caso de huída.  Pero es muy significativo que en el caso de las mujeres chinas a quienes les vendaban los pies, consideraran necesario sus agresores sustituir mediante la racionalización un acto agresivo por otro en apariencia sexual.
FASE FÁLICA
Durante este período del desarrollo afronta el pequeño sujeto la tarea de explorar su cuerpo para reconocer su esquema corporal. Puede ya hacerlo ahora porque tiene la integración psíquica y física para ello.  Mediante el sistema estriado muscular le es posible explorar sus secciones corporales y su psique le permite realizar la integración mental de sus hallazgos.
También en esta etapa maneja ya observaciones e interpretaciones acerca de la presencia que podríamos denominar del ‘tercero’ esto es, percatarse de que, además de la relación que otras personas tienen con él, existe relación interpersonal entre ellos: los padres entre sí y con otros miembros de la familia principalmente hermanos del sujeto; por otra parte surge una eclosión de los impulsos instintivos, todo lo cual les es preciso resolver.  Es en esta época cuando se configura el complejo de Edipo, y su resolución nos da un superyó acabado.  Con respecto al esquema corporal en la niña se presenta la envidia fálica y en el niño el temor a la castración
El impulso instintivo sexual que hasta ese entonces había sido principalmente autoerótico adquiere la posibilidad de ser descargado sobre objetos externos: los padres o quienes funjan como tales y especialmente el padre del otro sexo.
El impulso agresivo instintivo asimismo se descarga principalmente en los padres y en particular en el padre del otro sexo.
Si en la elección de pareja predominó la búsqueda en funciones correspondientes a las figuras paternas que al sujeto le resultaron altamente gratificantes y apoyadoras para su desarrollo, en la relación de la pareja predominará el aspecto libidinal y en el coito buscará y propiciará la ternura, y, a su vez, si obtuvo un desarrollo yoico adaptativo será capaz también de otorgarla.
Sí, por el contrario, sus imagos paternas están revestidas de fantasías abandonadoras o persecutorias, vivirá toda la sexualidad y, en consecuencia, el coito como una situación antagónica en la cual el varón sufre perpetuo temor a la castración y la hembra a la destrucción por desgarro, de sus órganos genitales.
La llamada pornografía consiste, a fin de cuentas en hacer énfasis en una o varias de las  fases pregenitales del desarrollo invadiendo a la genitalidad que es la sexualidad normal del adulto. Un ejemplo de conducta que muestra indudable fijación al complejo edípico que se configura en la fase fálica lo constituye la situación mixta de voyerismo y exhibicionismo en la que varias parejas realizan actividades sexuales cercanas al coito e incluso éste mismo en presencia los unos de los otros. Esto que irónicamente podría denominarse “coito de grupo” pero que, en realidad, indica una grave incapacidad de cercanía con la pareja ya que se elude el estar a solas con ella, proviene de la imposibilidad que han tenido estos sujetos para retirar sus impulsos agresivos y sexuales de las figuras parentales.  Aquí el mecanismo defensivo sería realizar la descarga de ambos impulsos instintivos en forma fragmentada sobre diversas parejas, a fin de evitar la retaliación de los padres puesto que en la fantasía inconsciente del sujeto la persona que eligió como su pareja es tan sólo una sustitución del padre (o al madre) elegido como objeto sexual durante la fase de complejo edípico.
Vemos pues, que incluso en condiciones sutilmente conflictivas que podrían parecer exentas de patología para el observador no psicoanalista, es posible detectar una infiltración, durante el coito, de agresión que no le corresponde.
Muchas más veces de lo que se piensa se hacen la ilusión los integrantes de la pareja de estar llevando a cabo un coito genital, que es el acto más sublime de la sexualidad cuando lo cierto es que sólo actúan una triste parodia agresiva de conflictos no resueltos en la infancia.